Un Día De Febrero

Una vez que llegaron al museo de bellas artes, Belén tomó del brazo a su esposo. Feliz de al fin poder acercarse más a él. No se había dado cuenta, pero algo los atraía como imanes. El problema era la conciencia y las especulaciones que como seres racionales tenemos: no debo, porque no lo conozco bien; las personas hablaran de esto; qué pensará de lo que haga. Preguntas que la razón puede responder en cierto modo, pero que no van con el sentir y lo que el amor a estos dos les provocaba. Sobre todo, a Belén, quien era inconsciente de lo que había vivido en el pasado al lado de David.

—Ese cuadro lo conozco —dijo ella al ver a una mujer vestida de rojo corriendo en un prado amarillo.

—Es mi favorito —susurró. David no podía verlo, pero lo recordaba. Después de todo, él lo había pintado en su vida pasada.

—Lo siento, me emocioné demasiado —dijo ella y le contó de que se trataba—. Dicen que el autor se inspiró en un poema, que habla de la princesa Miami.

—¿Sí? —preguntó David divertido. No esperaba que esta versión de su amada supiera eso.

—Deja ver si recuerdo el poema —ella parecía esforzarse.

…Bajo tu luz desaparezco,

bajo tu voz me estremezco,

soy solo una sombra de quien fui,

solo por amor a ti

Ruego a la noche,

ruego a los dioses,

un deseo conceder,

verte por última vez…

Belén había recitado un pedazo del poema. Algo que agradó a David, después de todo lo había escrito por ella. La sorpresa que él se llevó en un principio fue grata. Después de todo, ella conocía parte de la historia. Aunque eso hizo que él temiera no poder devolverle sus recuerdos, en otras ocasiones ver el cuadro los había acercado.

—Lo recitas muy bien —dijo David con cierta tristeza. ¿Cuánto más podría perseguir a su amada?

—Nunca entendí por qué la princesa y el pintor no se quedaron juntos, pareciera que a los artistas les gustara sufrir. Es muy triste, ya que se amaban mucho —dijo Belén mientras sujetaba a su esposo.

—El padre de la princesa tenía otros planes para ella. Y el amor no estaba dentro de ellos. Por lo que hizo que ambos olvidaran que se conocían y los obligó a encontrarse muchas veces más como castigo, para así probarles que el amor en verdad no existe —indicó David y Belén se acurrucó entre sus brazos.

—Eso es horrible. ¿Te imaginas lo que sería reencarnar y en cada vida encontrarte con la persona que amas y no poder estar juntos? —Belén no se daba cuenta de que su dolor tenía un motivo mucho más profundo.

—Lo importante es que ninguno de los dos se rindió y trataron de volver a encontrarse para cumplir su promesa —dijo David feliz de que ella lo abrazara así en público. Deseaba no separarse nunca de ella.

—¿Qué hace un ciego en un museo de arte? —preguntó uno de los primos de David.

—¿Qué hace un neandertal fuera del museo de biología? —preguntó Belén molesta por lo que el hombre le dijo a su esposo.

—No vi qué venías acompañado. Parece que la maestra quiere darte clases o quiere cambiarte los pañales —dijo Álvaro para molestar aún más a Belén.

—Amor, ¿no te apetece un café? —preguntó David a Belén sin prestarle atención a su primo.

—Me encantaría —dijo ella y le siguió el juego a su esposo.

—Deja de hacerte la tonta. Todos sabemos que estás con él por interés —dijo Álvaro tratando de tomar la mano de Belén y topándose con la de su primo.

—Hay muchas personas. No te avergüences a ti mismo —dijo David que, aunque llevaba los lentes de contacto para aparentar la ceguera, veía las intenciones de Álvaro.

—Ella debió ser mía —dijo su primo cargado de frustración—. ¿Por lo menos la sabes hacer disfrutar en la cama? Escuché que se te estropeó el aparatito en el accidente —Álvaro era insoportable, aunque David no le prestaba atención a las cosas que decía de él, le frustraba que molestara a Belén.

—Señor, usted no tiene pase para este sector —dijo Emiliano, quien tenía a dos guardias detrás de él.

—¿De qué hablas? Este sector del museo es de mi familia —dijo Álvaro furioso.

—Por favor, acompáñenos fuera —dijo el guardia, pero Álvaro se resistió.

—Este sector del museo fue comprado por el señor David Dufort hace dos años, por lo que no eres bienvenido —dijo Emiliano sonriendo.

—Eres un maldito cobarde, enviando a tus lacayos. Me la pagarás David —dijo su primo y se soltó del agarre de los guardias y salió del lugar.

—¿Compraste estas obras? —preguntó Belén sorprendida.

—Sí, me gusta mucho la historia de la princesa del sol y el pintor —dijo David volviendo a abrazarla.

—David, ¿no estamos muy cerca? —preguntó Belén avergonzada.

—¿Te molesta que estemos así? —preguntó él esperando una respuesta favorable. Estaba muy a gusto teniéndola en sus brazos.

—No, es solo que nos parecemos a esos dos —dijo ella y le leyó el nombre del cuadro—. Hasta que nos separen.

—Esa obra es de otro autor, no la conozco —dijo Belén sin soltar a su esposo.

—Es de una autora anónima —dijo David mientras pensaba en cómo hacer para poder besar a Belén sin que ella lo tomara a mal. Ya había aceptado sus brazos. ¿Cuánto necesitaba para poder aceptar sus besos en público?

—David, ¿podemos volver a casa? —preguntó Belén sonrojada. Ella también quería estar así, pero a solas.

—Claro, lo mejor es alejarnos de esa clase de gente —dijo él un poco molesto por la interrupción de su primo. Este había arruinado su momento con ella.

David estaba enojado con Álvaro, no le dejaría pasar esto. Por su culpa, él y Belén no habían podido seguir hablando del artista de las obras de la princesa del sol. Un recurso que siempre que lo había usado en el pasado ayudaba a que Belén se animara a ser más receptiva con los sentimientos que en el fondo ella tenía guardados. Él no dudaba de su amor, pero si de la capacidad que poseía para ayudarla a recordar lo ocurrido.

Autora: Osaku