Para escapar de las abrumadoras responsabilidades heredadas de su difunto hermano, Bitte, de 19 años, viaja a un remoto pueblo de Tailandia. Allí conoce a Estoico, un chico de 13 años abandonado por sus padres, quienes lo utilizaron para pagar una deuda de juego. Conmovida, Bitte decide adoptarlo a pesar de la mínima diferencia de edad, cargando así con una nueva responsabilidad. Sin embargo, lo que comenzó como un acto tierno y loable, pronto comenzó a oscurecerse.
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Capítulo 17: Mal entendido.
Al llegar a la mansión, todo era un caos. Se escuchaban gritos y llantos; los empleados, aturdidos, intentaban controlar la situación sin éxito. La pregunta que rondaba su mente era: ¿qué había pasado en el poco tiempo que estuvo fuera?
Al fondo se distinguía a Vielen, quien jugaba o, mejor dicho, intentaba distraerse junto a su mascota. Aunque su semblante lucía triste, se esforzaba por levantar el espíritu de ambos. Los lamentos no provenían de la niña, sino de un chico, aunque en los ojos de ella se notaban rastros de lágrimas recientes.
—¡Khris! —bramó Backler desesperado, golpeando la puerta. La furia era evidente en él, aunque no se comprendía la razón de tal actitud, impropia de su carácter—. ¡Abre la puerta, malagradecido! —exigió entre sollozos, con la voz ronca, quizá por el cansancio de tanto esfuerzo.
Ella subió las escaleras, lo tomó por los hombros y lo giró para que la mirara. Sostuvo su rostro con ambas manos: tenía los ojos hinchados de tanto llorar y una marca en la mejilla izquierda, señal de un puñetazo. La interrogante era quién se lo había propinado y cuál fue el detonante de la pelea.
—¿Podrías decirme qué sucede? —preguntó preocupada—. Apenas me ausento unos instantes y, al regresar, encuentro este desastre. ¿Qué se supone que ocurrió?
Más allá del alboroto, le extrañaba la ausencia del hermano mayor. Si bien la relación entre ellos últimamente no pasaba por su mejor momento, él nunca permitía que problemas menores afectaran la armonía del hogar ni causaran distanciamiento.
—Él... él se la pasa hablando mal de mí. Y no tendría ningún problema si fuera mentira, pero gran parte de lo que dice es verdad, claro está —respondió agitado y tartamudeando.
—Ahora entiendo un poco más, pero no comprendo por qué dan este espectáculo a los menores. Se supone que ustedes, siendo los mayores, deberían dar el ejemplo y no comportarse así —le recriminó Bitte, observando su conducta.
—Sí, sé muy bien que debería dar el ejemplo y comportarme a la altura, especialmente cuando no estás en casa. Pero el asunto es otro: no entiendo por qué tiene que inmiscuirse en problemas que no le competen. No entiendo por qué debe entrometerse entre Dash y yo —explicó, sintiendo arder su garganta con cada palabra. Su cabeza daba vueltas y sus ideas carecían de orden.
Mientras justificaba su comportamiento, la puerta principal se abrió de par en par. La luz de la tarde iluminó la figura de Estoico, quien regresaba del gimnasio. Se le veía sudado y su expresión se endureció drásticamente al notar el desastre: en el pasillo cercano a la sala había jarrones rotos, una ventana quebrada y algún zapato tirado.
—¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó el recién llegado, intentando mantener la compostura mientras caminaba hacia las escaleras donde estaban los otros dos.
Ambos procuraron mantener un semblante calmado, dudando si debían relatarle la situación.
—Khris y Backler han estado peleando. Ya se han calmado un poco, aunque el desorden deja ver la magnitud del conflicto —explicó Bitte.
El joven observó el entorno detalle a detalle, pero algo llamó su atención: la puerta cerrada de la habitación de Khris, quien permanecía dentro sin dar la cara tras haber causado tal revuelo.
—¿Y no se supone que el otro implicado en este desmadre debería estar presente? ¿Por qué no aparece? Al menos debería tener la decencia de salir —expresó con molestia, pues le indignaba que el chico se escondiera tras provocar el estallido emocional de su mellizo.
Al escuchar esto, el chico detrás de la puerta decidió abrir y hacer acto de presencia para evitar más disgustos a su hermano mayor y no empeorar la mala imagen que ya tenía. No era algo que le enorgulleciera; de hecho, le avergonzaba que la situación se le hubiera escapado de las manos.
—Si todo se explica desde su punto de vista, por supuesto que quedaré mal frente a todos. Pero, como dicen, la verdad duele y algunas personas no soportan que cambies. Hablé para ayudar a Dash, porque sé de primera mano que Backler solo siente curiosidad y no es algo genuino. Si tan solo quiere jugar, que se busque a otro, pero que no lo meta a él en sus payasadas —dijo defendiéndose antes de que lo culparan. Aquí no aplicaba la frase de "todo lo que diga puede ser utilizado en su contra", sino la premisa de defenderse antes de ser condenado por lo sucedido.
A pesar de las complicaciones, lograron resolverlo. Los trabajadores de turno comenzaron a recoger los vidrios, zapatos y telas para restaurar la estética del lugar.
Mientras los menores se apartaban en el amplio jardín, lejos del estrés, los mayores se sentaron en la sala de estar para solucionar el conflicto. Una hora fue suficiente. Resultó que, en efecto, los sentimientos de Backler hacia Dash eran confusos, pero las intenciones de Khris nacían de una preocupación real. Rara vez llegaba a sentir una emoción de tal envergadura; preocuparse por otros no solía estar en su diccionario.
Gracias a la conversación, salió a la luz más información: el autor del golpe fue un amigo cercano del colegio que, en un intento de "cuidar" la imagen de Backler, quiso agredir a Dash para detener los rumores en los pasillos. Aun así, el otro chico, tras ser defendido, decidió ignorarlo debido a las verdades expresadas por Khris.