Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 16. Lindo novio.
—¿Qué es lo que quieres, Verónica? —preguntó Xavier con voz gélida, mientras contemplaba la ciudad a través del vidrio que rodeaba su penthouse. La imagen de su propio rostro se reflejaba en la superficie oscura, tan inexpresiva como la llamada que sostenía en altavoz.
—¿Por qué tan áspero, cariño? —su tono coqueto pretendía sonar casual, como si aún tuviera poder sobre él. Lo había cautivado una vez, lo suficiente como para mantenerla cerca más tiempo del necesario. Un error que Xavier no tenía intención de repetir.
—Quizá porque armaste un maldito escándalo de la nada —respondió, dejando que el sarcasmo le escurriera por la lengua como veneno.
—¿"Nada"? —repitió ella, indignada—. Me traicionaste, Xavier. ¿De verdad pensaste que me iba a quedar callada y aceptar que me dejaste de lado como si nunca hubiéramos significado nada?
Xavier se giró y caminó hacia la cava incrustada en una de las paredes de mármol. Todo en ese lugar estaba calculado: sin cortinas, sin puertas, solo vidrio y silencio. Tomó una botella de vino tinto, la descorchó con un chasquido certero y dejó caer el líquido en una copa como si se tratara de un ritual diario.
—¿Traición? No exageres. Lo nuestro siempre fue lo que fue: sexo sin compromiso. Sin amor, sin promesas, sin la carga emocional que tanto te gusta fingir. Fue un contrato implícito que ahora estás rompiendo como una adolescente dramática. Qué fastidio.
—El sexo era bueno —añadió con desdén, sosteniendo el teléfono en la otra mano—. Pero no lo suficiente como para soportarte más de lo necesario.
Dio un sorbo lento, saboreando el vino como quien saborea una victoria inevitable.
—Y sabes qué más es una pena, Verónica… —continuó—. Que hayas decidido arruinar tu carrera por un berrinche. Todo porque tu ego no soportó que alguien como yo no te eligiera para nada más que una noche buena cada tanto.
—¿Arruinarla? —Verónica rió con descaro al otro lado del teléfono—. Mi manager no da abasto con la cantidad de llamadas. Revistas, programas de radio, televisión… todos quieren mi versión. Créeme, cariño, esto apenas comienza. Mi carrera acaba de despegar.
Xavier soltó una risa seca, sin humor, sin alma. De esas que incomodan más que cualquier grito.
—Eres tan ingenua, Verónica… —susurró, contemplando la ciudad que se extendía como un tablero bajo sus pies—. Te vas a enterar pronto de lo que pasa cuando alguien mete la mano en la jaula del león. Lo emocionante no es meterla… es ver si te la dejan sacar intacta.
Y colgó.
Dejó el celular sobre la barra, dio otro sorbo a su copa y volvió a mirar su reflejo en el cristal. No había ira en su rostro. Solo calma. Una calma que, en Xavier, siempre significaba que algo ya estaba decidido.
Porque Xavier no gritaba, no se rebajaba, no se exponía. Él esperaba. Observaba. Y cuando atacaba… lo hacía sin dejar rastros.
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Cuando Oliver llegó al edificio, la entrada estaba infestada de reporteros, cámaras en alto y micrófonos listos, todos en busca de una exclusiva, un comentario, una grieta por la que colarse. La seguridad hacía lo posible por contenerlos, empujándolos suavemente hacia los bordes para que empleados y clientes pudieran ingresar sin incidentes. Una punzada le cruzó la sien, punzante y repentina, como si su cuerpo intentara anticipar el caos que se avecinaba.
—Hayes, ¿qué haces parado ahí como si no supieras a dónde vas? —la voz cálida y amable de Johan Parker lo sacó de su trance.
Oliver se giró. Ambos quedaron observando el espectáculo frente a ellos, como si fueran testigos de una escena que se repetía con demasiada frecuencia.
—Secretario Parker —saludó con cortesía—. Parecen hienas hambrientas, ¿no le parece? —comentó, señalando con la mirada a los reporteros que se agolpaban contra las vallas de contención.
—Solo hacen su trabajo —respondió Johan con serenidad—. Aunque ahora lo hacen con más ganas que nunca. Quieren sangre, y si es de nuestro jefe, mejor. Están al acecho, buscando cualquier ángulo para atacarlo.
Johan se volvió hacia él y le sonrió con un matiz que mezclaba comprensión y advertencia.
—Y deberías ir acostumbrándote, Hayes. Porque después de hoy, no solo lo seguirán a él… también vendrán por ti. —Le dio una palmadita en el hombro, en un gesto casi paternal—. Vamos, es hora de entrar.
Oliver asintió con un nudo en la garganta y siguió al secretario hacia la entrada lateral, reservada para personal autorizado. Mientras avanzaban, echó una última mirada hacia los reporteros y sintió un escalofrío.
Tenía una vida sencilla, anónima. Una madre enferma, frágil. Si empezaban a acosarlo, a rebuscar en su pasado, a exponerlo… ella no lo soportaría.
Y tal vez él tampoco.
No obstante, ya no podía dar marcha atrás. El contrato que había firmado era por un año. Renunciar ahora significaría perder no solo el empleo, sino también su escasa libertad… y un dinero que simplemente no tenía.
—Al fin llegas —Xavier se puso de pie con un suspiro exasperado—. Pensé que tendría que esperar a que mi lindo novio decidiera aparecer, a pesar de que le pago bastante bien.
Oliver se sonrojó hasta las orejas al escucharlo decir “lindo novio”. Para Xavier podía ser solo una línea de diálogo, una frase vacía. Pero para él… esas dos palabras bastaban para desarmarlo. Bastaban para que su corazón comenzara a latir como si quisiera escapar de su pecho.
—Perdí mi transporte…
—¿Transporte? ¿Aún usas ese medio tan… rural? —Xavier caminó hacia él, con su porte elegante y su mirada ámbar fija en la de Oliver—. Te daré un auto. No puedo permitir que mi supuesta pareja ande en transporte público. No sería creíble.
—No es necesario, señor.
—Claro que lo es. Mañana haremos oficial nuestra preciosa relación, y los reporteros querrán perseguirte hasta debajo de las piedras. Así que, te comparé un auto hoy.
Oliver sintió cómo el suelo se tambaleaba bajo sus pies. No esperaba que la revelación pública de su “romance” se diera tan pronto.
Y definitivamente no estaba preparado para ello.
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Gente, mañana voy a una entrevista de trabajo, deseenme suerte y si no puedo subir capítulos temprano, es porque ando ocupada aún.