En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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La grieta en el vínculo.
A pesar del frío que se filtraba por las paredes de piedra, el sudor perlaba mi frente mientras trataba de darle sentido al caos que se había desatado. Cada respiración se sentía como una piedra en mi pecho. El eco de las palabras de Astrid reverberaba en mi mente: "cumplimos con nuestro deber".
Lentamente, me incorporé, sintiendo cómo el peso del mundo se aferraba a mis hombros. Mi cuerpo dolía, no solo por el impacto físico, sino por la traición que ardía como brasas en mi interior. Astrid no estaba en la habitación. Había salido como si nada hubiera ocurrido, dejándome en un silencio ensordecedor.
Mis pensamientos volaron a Einer. Había confiado en él, más que en nadie, incluso cuando mi mundo se tambaleaba. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? Mi pecho se contrajo al imaginar su expresión, su usual mirada cálida convertida en algo distante, quizás cómplice.
Con un esfuerzo titánico, salí de la cama y me vestí. Cada movimiento me costaba como si el aire mismo conspirara para mantenerme inmóvil. Mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida, una forma de confrontar lo que acababa de suceder sin perderme a mí mismo en el proceso.
Cuando finalmente abrí la puerta, Einer estaba allí. Su figura alta y protectora llenaba el umbral, pero esta vez su presencia no me tranquilizó. Su rostro reflejaba una mezcla de emociones: culpa, preocupación y algo que no podía identificar.
—Leif... —comenzó, pero lo interrumpí antes de que pudiera decir más.
—¿Sabías lo que iba a pasar? —mi voz tembló, llena de rabia contenida.
Él cerró los ojos por un momento, como si la pregunta fuera un golpe físico. De repente veo como cae de rodillas frente a mí y posa ambas manos en mis pies descalzos.
—No quería que esto sucediera así... —murmuró, evitando mi mirada.
—¡Pero lo permitiste! —le grité, dando un paso hacia él. Mi furia se desbordó, rompiendo el silencio de la mañana—. ¿Dónde estabas cuando ella... cuando yo...?¿Acaso todos aquí se han vuelto locos?
Einer alzó la vista, ojos azules llenos de una angustia que casi me hizo dudar.
—Leif, no tienes idea de las presiones a las que estamos sometidos. Astrid... ella tomó la decisión, pero lo hizo por el reino. Para protegerte.
—¿Protegerme? —escupí la palabra como si fuera veneno—. ¿Así es como crees que se protege a alguien?
Einer dio un paso hacia mí, extendiendo una mano que aparté de un manotazo.
—Leif, escucha...
—No quiero escuchar nada — voz sonó rota. Sentí que el dolor en mi pecho se convertía en una grieta que amenazaba con partirme en dos—. No puedo creer que tú... tú de todas las personas me hayas traicionado de esta forma.
Su rostro se endureció por un momento, como si mis palabras le hubieran alcanzado más de lo que quería admitir.
—Nunca fue mi intención traicionarte, Leif. Todo esto... es más grande que tú y yo.
—No quiero saber nada de tu "deber" ni del "reino" —gruñí, dando un paso hacia atrás—. Lo único que sé es que no puedo confiar en ti, ni en Astrid, ni en nadie aquí. Que me lleve el demonio antes de confiar en alguien.
Me giré y comencé a caminar, sin un destino claro, pero con la necesidad de alejarme. El castillo, que alguna vez me pareció un refugio, ahora se sentía como una prisión.
La biblioteca. Era el único lugar que podía pensar en ese momento, un espacio donde la soledad era aceptable. Entré apresuradamente, cerrando las pesadas puertas detrás de mí, y dejé que el silencio me envolviera. Me desplomé en una de las sillas junto a una ventana, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.
La luz del día apenas iluminaba las estanterías llenas de libros, y por un instante, el olor a pergamino viejo y madera me recordó tiempos más simples. Pero la paz no duró. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Astrid, sereno y satisfecho, y el de Einer, marcado por la culpa.
"Un heredero", había dicho Astrid. Una nueva ola de náusea me golpeó. ¿Era eso lo único que valía para ellos? ¿Un medio para un fin?
—Leif...
La voz baja y cautelosa de Einer me hizo levantar la vista. Estaba de pie en la puerta, su figura iluminada por la luz que se colaba desde el pasillo.
—Por favor, déjame explicarte...
—No tienes nada que decirme —le respondí, mi tono helado.
Él cerró la puerta tras de sí, avanzando lentamente hacia mí.
—Lo que pasó fue horrible. Lo sé. Y sé que no hay palabras que puedan borrar lo que sientes ahora, pero no podía detenerlo. No podía protegerte de esto...
—¿Por qué no? —pregunté, subiendo en intensidad—. ¿Por qué no hiciste nada, Einer? ¿No se suponía que me protegías?
—¡Porque me amenazaron, Leif! —explotó finalmente, su voz llenando la sala—. Amenazaron con quitarme lo único que me importa más que nada en este mundo.
—¿Qué...?
Einer se acercó, inclinándose hacia mí hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los míos.
—A ti, Leif. Te habrían quitado de mi lado si me oponía me volverían a encerrar porque ya te has recuperado un poco, el doctor dijo que con no sucederme nada tu no sentirías dolor, estamos enlazados aunque me valla al otro lado del mundo. No podía arriesgarlo.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo. Mi rabia chocó contra una ola de confusión y dolor.
—¿Y crees que esto... esto lo arregla? —susurré, quebrado—. Me siento traicionado, utilizado. Y tú esperas que eso lo compense.
Einer no respondió, su mirada fija en mí, llena de una mezcla de dolor y determinación.
—Haré lo que sea para ganarme de nuevo tu confianza, Leif. Pero por favor, no me apartes de tu corazón, no me rechaces ahora que podemos estar juntos.
Lo miré durante un largo momento, mi corazón dividido entre la furia y la desesperación.
—Ya no sé si puedo confiar en ti, Einer.
Me levanté y pasé junto a él, dejando la biblioteca atrás. Sabía que esta grieta entre nosotros no sería fácil de reparar, pero también sabía que no podía permitirme ser débil. Mi camino era un corazón de hielo, pero había algo claro: debía recuperar el control de mi destino.
Mi cuerpo aún se sentía extraño, los malestares del embarazo de Astrid hacían mella en mí de formas que no podía comprender días después. Era como si nuestros vínculos estuvieran entrelazados de una manera más profunda de lo que jamás había imaginado.
Un leve golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.
—Leif, por favor. Déjame entrar —dijo Einer.
—No tengo nada que decirte —respondí, con el mismo tono que llevaba días utilizando.
Se hizo un silencio pesado. No escuché más, pero sabía que seguía allí, de pie frente a la puerta. Desde que todo ocurrió, no se había alejado mucho. No insistía, no forzaba su presencia, pero tampoco se iba.
Finalmente, el agotamiento me venció, y dormí a ratos, aunque las náuseas no me daban tregua. Al tercer día, el golpe en la puerta fue un alivio, algo que rompió la rutina sofocante.
—Leif, hay un mensajero —anunció Einer desde el pasillo.
—Entonces atiéndelo tú —gruñí, sin moverme de la cama.
No tardó en regresar, y esta vez no pidió permiso para entrar. Lo vi desde mi rincón, sosteniendo una carta sellada.
—La princesa Astrid está encinta de gemelos—dijo, su voz cargada de tensión. Sus ojos buscaron los míos, intentando descifrar mi reacción.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —pregunté con frialdad, aunque mi cuerpo parecía tener otra respuesta.
De repente, un mareo me invadió, obligándome a sentarme. Einer se acercó de inmediato, pero levanté una mano para detenerlo.
—No. No te acerques.
—Leif, esto no es normal. Déjame ayudarte.
Lo ignoré, cerrando los ojos y tratando de calmar las náuseas que subían por mi garganta. Lo último que quería era que él me viera así.
Einer suspiró, frustrado, pero dio un paso atrás.
—Si no quieres que esté cerca, al menos dime cómo puedo ayudarte.
Abrí los ojos y lo miré. Había algo sincero en su expresión, pero mi orgullo no me dejaba aceptar su ayuda.
—Ya me las arreglaré. Tú… sigue haciendo lo que sea que haces en la puerta.
Einer no dijo nada más y se retiró, pero su presencia seguía siendo una constante, como un recordatorio de todo lo que había sucedido entre nosotros. Al quinto día, el malestar comenzó a ceder. Me sentía más fuerte, lo suficiente como para salir de mi encierro. La habitación estaba en un silencio incómodo, y no tardé en darme cuenta de que Einer no estaba en su habitual lugar frente a la puerta.
Aprovechando su ausencia, decidí salir al jardín. El aire fresco fue un alivio, pero mi tranquilidad duró poco. Astrid estaba allí, su figura destacándose en medio del campo de nieve.
—Leif —dijo, girándose hacia mí con una sonrisa suave—. Me alegra verte fuera de tu cueva.
—Astrid —respondí, manteniendo la distancia. Había algo en su presencia que me ponía nervioso, como si pudiera leerme más allá de lo que yo quería mostrar.
Ella se acercó, lenta pero segura. Su vientre apenas era visible, pero su aroma era inconfundible: feromonas de una loba Alfa en cinta. Era un olor que llenaba el aire, envolviéndome en una sensación de alerta y calma al mismo tiempo.
—¿Estás bien? —preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.
—Lo estoy ahora —mentí, tratando de mantener la compostura.
Astrid soltó una risa ligera.
—Sabes, es curioso. He notado que desde que estoy encinta, mis… pequeños están inquietos. Pero ahora que estás aquí, parece que se han calmado.
—¿Eso crees? —pregunté, más por curiosidad que por otra cosa.
—No lo creo, Leif. Lo siento.
Astrid llevó una mano a su vientre y cerró los ojos, como si estuviera conectando con las criaturas que crecían dentro de ella. Sin pensar demasiado, di un paso hacia ella, y algo dentro de mí respondió.
Sentí cómo mis propias feromonas se liberaban, llenando el aire con una energía que parecía complementarse con la de Astrid. Ella abrió los ojos, sorprendida, pero no dijo nada.
—Eso fue… interesante —murmuró, acariciando su abdomen con ternura—. Se han calmado. Gracias.
No supe qué decir. El silencio que siguió no fue incómodo, pero sí cargado de algo que no podía definir. Finalmente, Astrid rompió el momento.
—Debes estar pasando por mucho. Lo siento, Leif. Sé que esto no es fácil para ninguno de nosotros.
—Estoy aprendiendo a sobrellevarlo —respondí, aunque no estaba seguro de qué tan cierto era eso.
Astrid me miró fijamente, como si buscara algo más allá de mis palabras.
—Tienes una conexión con ellos, ¿verdad? Con los gemelos.
No respondí, pero creo que mi silencio fue suficiente. Astrid asintió, como si confirmara una teoría que ya tenía.
—Es algo raro, pero también hermoso. Tal vez podamos encontrar una manera de hacerlo más llevadero para ambos.
—Tal vez —murmuré, sin comprometerme.
Un mes después, el embarazo de Astrid era evidente. Su vientre redondeado resaltaba bajo los vestidos ligeros que usaba, y sus movimientos tenían un aire de cansancio que antes no había mostrado. Sin embargo, su energía seguía siendo intensa, y su aroma seguía inundando el aire.
Un día, la encontré descansando en el salón principal, con una mano apoyada en su abdomen. Parecía agotada, pero no perdió la sonrisa cuando me vio entrar.
—Leif, me alegra verte. Estos pequeños me han tenido despierta toda la noche.
—¿Están muy inquietos? —pregunté, acercándome con cautela.
Ella asintió, suspirando.
—Parece que no pueden estar quietos, especialmente cuando estoy sola.
Sin pensarlo, dejé salir mis feromonas una vez más. El aire se llenó de esa energía que parecía apaciguar a los gemelos. Astrid cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio.
—Eso siempre funciona. Eres como una especie de bálsamo para ellos.
—Quizás sea una reacción instintiva —respondí, aunque sabía que era más que eso.
Astrid abrió los ojos y me miró, su expresión más seria esta vez.
—Lo que sea que sea, estoy agradecida, Leif. Esto no será fácil, pero creo que podemos encontrar la manera de hacerlo funcionar, ¿no crees?
—No lo sé.
Aunque mis palabras fueron reservadas, había algo en su mirada que me hizo sentir un poco más esperanzado. Este camino no sería sencillo, pero tal vez, solo tal vez, no tendría que recorrerlo solo, ahora tengo dos hijos de los cuales no tienen la culpa de lo que sucede a su alrededor.