En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 17: Entre Máscaras y Susurros
El bullicio del castillo había vuelto a la normalidad, o al menos eso parecía a simple vista. Para Arabella y Alexander, sin embargo, la atmósfera tenía una carga de tensión casi palpable. Habían regresado a la corte con una misión clara, pero la presión de cada paso que daban se intensificaba con la certeza de que cualquiera de los rostros familiares que los rodeaban podría ser un traidor.
Arabella se movía con naturalidad, ocultando la ansiedad que crecía en su interior. El pergamino con la lista de traidores estaba ahora en manos de Lord Edmund, pero su papel en la corte se había transformado por completo. Ya no era solo una dama más entre la nobleza, sino una espía, un peón en un juego de traiciones que requería agudeza y astucia para salir victoriosa.
—Recuerda, no podemos levantar sospechas —le susurró Alexander cuando se encontraron en uno de los pasillos oscuros del ala oeste, alejados de las miradas indiscretas—. Lady Catherine tendrá ojos en todas partes. Cualquier movimiento en falso podría costarnos la vida.
Arabella asintió, sosteniendo la mirada de Alexander por un instante que pareció eterno. Había algo en sus ojos que le transmitía seguridad, un ancla en medio de la tormenta. Pero no había tiempo para dejarse llevar por las emociones. La danza de intrigas debía continuar.
Esa noche, el castillo celebraba una recepción para la llegada de varios nobles del norte. La ocasión ofrecía la oportunidad perfecta para moverse entre la nobleza y escuchar sus conversaciones, esperar a que una palabra descuidada, un susurro, revelara algo de valor. Arabella se vistió con un elaborado vestido de seda color esmeralda, su cabello recogido en un moño elegante adornado con perlas, como correspondía a una dama de su rango. A pesar de su aspecto impecable, su mente estaba en constante alerta.
Al entrar en el gran salón de baile, la música y las risas llenaban el aire. Las candelas parpadeaban en las lámparas de araña, arrojando un brillo cálido sobre las paredes decoradas con tapices. Arabella avanzó con una sonrisa tranquila, saludando a las caras conocidas y fingiendo una despreocupación que estaba lejos de sentir.
De reojo, observó a Lady Catherine, quien conversaba animadamente con Lord Pembroke y un grupo de nobles. Lady Catherine llevaba un vestido rojo, vibrante como la sangre, y su risa resonaba en la sala como una melodía desafinada. Arabella apretó los labios. La traidora se movía con la gracia de una serpiente, y su comportamiento aparentemente despreocupado no la engañaba. Lady Catherine estaba planeando algo, y Arabella necesitaba descubrirlo antes de que fuera demasiado tarde.
Alexander se unió a ella en el centro del salón, extendiendo una mano. —¿Bailamos? —preguntó con una sonrisa ladina.
Arabella aceptó, sabiendo que su conversación debía parecer casual. Mientras se movían al ritmo de la música, Alexander le susurró al oído: —He escuchado que Lord Pembroke planea salir del castillo al amanecer, acompañado por un pequeño grupo de hombres. Tal vez sea el momento perfecto para descubrir más sobre sus intenciones.
Arabella asintió, permitiendo que Alexander la guiara en la danza, sus cuerpos girando en perfecta sincronía. Pero incluso mientras seguía los pasos, su mente se encontraba lejos de la música y los susurros del salón. La mención de Lord Pembroke encendía las alarmas en su cabeza. Si él estaba involucrado en la conspiración, entonces sus movimientos podían ofrecer pistas cruciales para desenmarañar la red de traiciones.
—Lo seguiremos al amanecer —dijo Arabella con voz baja, su tono cargado de determinación—. No importa lo que encontremos, debemos hacerlo con discreción.
Antes de que el primer rayo de sol tocara el horizonte, Arabella y Alexander se escabulleron del castillo, siguiendo a distancia a Lord Pembroke y sus hombres. El aire frío de la madrugada les mordía la piel, y el rocío mojaba sus botas mientras atravesaban el bosque cercano. Mantuvieron una distancia prudente, ocultándose entre la maleza para evitar ser descubiertos.
Después de más de una hora de caminar, los hombres de Pembroke se detuvieron en un claro. Arabella y Alexander se agacharon detrás de un arbusto espeso, conteniendo la respiración mientras escuchaban la conversación que se desarrollaba al otro lado.
—El cargamento está en camino —decía Lord Pembroke, su voz grave—. Cuando llegue a la ciudad, nos reuniremos con los hombres de Lady Catherine. Todo debe estar listo para la noche del baile en honor a la reina.
Arabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El baile en honor a la reina estaba a solo tres días, y ahora parecía evidente que los traidores planeaban usar ese evento como el momento decisivo para su insurrección.
Alexander la miró, sus ojos llenos de alarma. —Debemos regresar y advertir a Lord Edmund —susurró—. Esto es mucho más grande de lo que pensábamos. Podrían estar preparando un golpe contra la reina durante el baile.
Arabella asintió, pero justo cuando se disponían a retroceder, un sonido crujiente bajo sus pies los traicionó. Un guardia cercano se giró en su dirección, su mirada aguda escrutando la espesura.
—¿Quién anda ahí? —gritó, desenfundando su espada.
Arabella y Alexander se quedaron paralizados por un instante, pero el tiempo parecía haberse ralentizado. Era un momento de vida o muerte, y sabían que no podían permitirse ser capturados. Sin dudarlo, Alexander lanzó una piedra hacia el otro lado del claro, creando un ruido que desvió la atención del guardia por un breve momento. Aprovechando la distracción, tomaron la oportunidad y corrieron hacia el bosque, con el sonido de voces alarmadas detrás de ellos.
Cuando regresaron al castillo, el sol ya empezaba a iluminar el cielo. Arabella sintió el agotamiento apoderarse de ella, pero la urgencia de lo que habían descubierto la mantenía en pie. Tenían que encontrar a Lord Edmund y advertirle de inmediato.
Sin embargo, cuando entraron en la residencia del comandante, un frío temor se apoderó de ellos al encontrar la puerta del estudio de Lord Edmund entreabierta. Al cruzar el umbral, Arabella sintió que el aire se volvía denso y opresivo. Allí, en el centro de la sala, yacía el cuerpo de Lord Edmund, inmóvil sobre un charco de sangre.
—¡No! —exclamó Arabella, llevándose una mano a la boca para contener un grito de horror. El comandante, su última esperanza para detener la conspiración, había sido asesinado.
Alexander se arrodilló junto al cuerpo, su rostro una mezcla de furia y desesperación. —Llegamos demasiado tarde —murmuró con la voz quebrada—. Los traidores nos han superado.
Arabella sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Todo lo que habían hecho, todo lo que habían arriesgado, parecía ahora inútil frente a la muerte del único hombre que podría haberlos ayudado a detener el golpe. Pero mientras miraba el rostro sin vida de Lord Edmund, una nueva determinación comenzó a formarse en su interior.
—No hemos terminado —dijo con firmeza—. Si ellos piensan que esto los deja sin oposición, están muy equivocados. La reina todavía tiene aliados… y nosotros no nos detendremos hasta que los traidores sean expuestos.