En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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El comienzo de una pesadilla
La luz artificial del sol se desvanecía en el horizonte del desierto dentro de la segunda tierra. Los cinco participantes restantes caminaban con pasos pesados, cada uno empujando sus límites mientras el sudor corría por sus cuerpos cubiertos de polvo y sus ropas gastadas se adherían a sus pieles. El desierto parecía eterno, una llanura dorada sin fin que, aunque era una simulación, se sentía más real de lo que cualquiera hubiera deseado. El calor extremo era casi insoportable; incluso para Nora, que había crecido en un mundo postapocalíptico donde las olas de calor eran parte de la vida cotidiana, el ambiente era un recordatorio constante de que este era un lugar hecho para quebrar hasta al más fuerte.
Marcus y Nora fueron avisados qué se retiraran de ese lugar donde la esperaban a los restantes, y fueran al refugio que el tercer desafío había sido cancelado pues los dos ya fueron eliminados, era raro porque años atrás nunca había sucedido eso
Finalmente, llegaron al refugio, un pequeño campamento improvisado en medio de la inmensidad del desierto. El refugio estaba compuesto por un par de lonas que apenas proveían sombra, ancladas al suelo con estacas oxidadas y cuerdas raídas. Era un alivio mínimo, pero suficiente para que sus cuerpos maltratados pudieran encontrar un descanso temporal. Nora y Marcus se dejaron caer sobre la arena debajo del toldo, agotados. Poco después, vieron acercarse las figuras de Jared, Lian, y Mateo, quienes aún parecían tambalearse a cada paso, cansados pero decididos a llegar.
—Míralos, lo lograron —susurró Nora, con una mezcla de alivio y resignación. Sabía que cada uno de ellos representaba una posible amenaza, pero no podía evitar sentirse un poco más segura al ver que todos seguían vivos, al menos por el momento.
Marcus, quien había estado observando en silencio, asintió.
—Sí, pero las reglas han cambiado demasiado. Aquí nadie está a salvo, ni siquiera en un "refugio" —respondió, su voz reflejando un cansancio más emocional que físico.
Cuando los cinco se reunieron bajo el pequeño refugio, un silencio tenso llenó el aire. Nadie tenía nada que decir; estaban exhaustos, sedientos y sus mentes se encontraban tan fragmentadas como sus cuerpos. Jared intentaba encontrar una posición cómoda, aunque la arena era áspera e incómoda bajo la lona. Mateo apenas pudo sentarse antes de dejar caer la cabeza sobre sus brazos cruzados, y Lian simplemente miraba al horizonte, sus ojos tratando de enfocar en algo más allá de la desolación que los rodeaba.
Marcus se levantó con esfuerzo, sus piernas temblaban por el cansancio. Se dirigió al panel con el micrófono, el cual se había instalado en el refugio para que los participantes pudieran informar sobre su progreso. Era una caja metálica con una rejilla oxidada y un botón rojo en el medio. Marcus presionó el botón y, tras unos segundos de estática, su voz resonó.
—Aquí Marcus de Vire. Los cinco participantes han llegado al refugio en la segunda tierra. Hoy descansaremos aquí.
La voz de Marcus retumbó en la lejanía y luego se apagó, dejando tras de sí un silencio aún más pesado. Era como si el anuncio formal hubiera sellado temporalmente su destino. Todos se miraron, sin saber cuánto tiempo más estarían juntos antes de que el juego se volviera aún más mortal.
El silencio fue interrumpido por un zumbido que comenzó a emanar de la pequeña pantalla empotrada en el centro del refugio. Todos los ojos se dirigieron a ella, nerviosos. La pantalla se encendió y mostró la imagen granulada de Jackson de Greenfield y Vlad de Stonehill, ambos parados sobre una plataforma de metal, con las manos atadas y el rostro pálido.
Un silencio sepulcral llenó el refugio. La imagen era clara, la ejecución estaba por comenzar. Los dos participantes no mostraban signos de resistencia, como si ya hubieran aceptado su destino. La cámara enfocó a Jackson, que tenía una mirada distante, casi perdida, y luego pasó a Vlad, cuyos labios se movían, como si rezara.
—Jackson de Greenfield y Vlad de Stonehill han sido ejecutados por el honor de sus ciudades —anunció la voz metálica y sin emoción de un locutor desconocido. La cámara hizo un barrido rápido y se apagó, dejando nuevamente al grupo en silencio.
Todos miraron la pantalla apagada, sus expresiones reflejaban diferentes grados de miedo y resignación. Jared miró hacia el suelo, su mandíbula apretada mientras trataba de procesar lo que acababa de suceder. Lian cerró los ojos con fuerza, como si con eso pudiera borrar la imagen de sus compañeros siendo ejecutados. Mateo se dejó caer completamente sobre la arena, sin preocuparse por lo áspero que era el suelo. Nora permaneció inmóvil, el impacto la había dejado en un estado casi catatónico, con el terror de saber que en cualquier momento podría ser ella la próxima en enfrentar ese destino.
El desierto, que ya era opresivo por su calor y su inmensidad, se volvió aún más insoportable con la certeza de que la brutalidad del juego había reclamado dos vidas más. Argus, el mentor de los cinco participantes, apareció en el horizonte mientras el sol descendía, cubriendo todo con una luz rojiza y pesada. Su llegada fue tan silenciosa que ninguno de los participantes lo notó hasta que estuvo de pie frente a ellos, con una expresión severa y fría.
—A partir de mañana, las reglas cambian —dijo sin preámbulos, su voz cortante como un cuchillo. Todos se volvieron hacia él, sus ojos reflejaban curiosidad y temor—. La tercera tierra será la más difícil. Aquí ya no habrá más ejecuciones por deshonor, no habrá una salida sencilla. Ahora tendrán que enfrentarse entre ustedes, y el objetivo será que solo dos de ustedes sobrevivan. Solo dos saldrán con vida de la tercera tierra.
Las palabras de Argus golpearon a cada uno de los participantes con una fuerza casi física. Sintieron cómo cada esperanza, cada posible salida que habían intentado construir en sus mentes, se desmoronaba. El sueño de poder avanzar juntos, de poder ayudarse al menos durante un poco más de tiempo, se hacía añicos frente a la cruel realidad de lo que les esperaba.
—Mañana se decidirá quiénes son los más fuertes —continuó Argus, su mirada fría y calculadora se movió entre cada uno de los participantes—. Descansen mientras puedan, porque necesitarán todas sus fuerzas para lo que viene.
Sin esperar respuesta, Argus se dio la vuelta y se alejó, dejándolos una vez más atrapados en el peso del silencio y del miedo. Marcus y Nora se miraron. Había algo en la forma en que sus ojos se encontraron, una comprensión tácita de que a partir de ahora, cualquier esperanza de permanecer juntos estaría bajo la sombra de una amenaza constante.
Más tarde, cuando el sol ya se había ocultado y el desierto era un lugar de sombras y misterio, Marcus y Nora se apartaron del grupo, buscando un poco de privacidad. Los otros tres descansaban, cada uno lidiando con su propio miedo a lo que venía. Bajo el toldo, Marcus y Nora se sentaron, sus respiraciones lentas mientras intentaban asimilar lo que Argus les había dicho.
—¿Por qué estás aquí, Marcus? —preguntó Nora finalmente, rompiendo el silencio. Había algo en la oscuridad del desierto que la hacía sentir como si ahora fuera el único momento seguro para hablar, antes de que la luz del día los obligara a enfrentarse.
Marcus respiró hondo, su mirada se perdió en la línea del horizonte. Durante un momento, pareció dudar, pero luego dejó escapar un suspiro y comenzó a hablar.
—Estoy aquí porque mi madre fue seleccionada hace años —dijo, su voz era apenas un susurro, como si hablar de ello fuera un acto que lo desgarrara por dentro—. Ella fue ejecutada durante la primera tierra. Murió sin tener una oportunidad real, y desde entonces... desde entonces, los de Vire me miran como si fuera una maldición, como si su fracaso fuera mío también. Estoy aquí para demostrarles que no soy como ella, para limpiar su nombre... aunque eso signifique que yo mismo tenga que morir intentándolo.
El silencio que siguió a sus palabras era casi palpable. Nora lo miró, sus ojos se llenaron de compasión y de dolor al ver cuánto sufrimiento había acumulado Marcus durante todos esos años. Era más que una competencia para él; era una forma de redimirse, de enfrentar un destino que había sido decidido por otros.
—Hace tres años —empezó Nora, sintiendo un nudo en la garganta mientras trataba de mantener la compostura—, mi hermano Eli fue eliminado aquí, en la tercera tierra. Fue otro competidor el que lo eliminó, lo dejó morir en la sabana . Yo... desde entonces, cada vez que pienso en ese lugar, no puedo evitar sentir miedo. Miedo de que me suceda lo mismo, de terminar como él, de morir sola y olvidada en medio de la nada.
--Al final no somos tan diferentes, lamento mucho lo de tu hermano, ¿cómo son tus apellidos? -- dijo Marcus, era extraño que preguntara eso
--¿Mis apellidos?, es Maxfien, ¿pero porque lo preguntas que tiene que ver?-- Pregunto Nora, algo confundida
--No, solo preguntaba -- dijo y se levantó