Alpha

Mondgarten es ahora un sueño realizado, aquellos que por décadas perdieron su hogar, por la mala decisión de un hijo obediente y un padre egoísta y tirano, que quiso desafiar a la mismísima diosa Luna. Había moldeado a su primogénito a su imagen y semejanza, expulsó a su mate hacia el rincón más remoto de la manada y le dijo a su hijo que ella era débil, que ellos necesitaban a una luna fuerte, aunque en su corazón amaba a su madre, no quería tener diferencias con su padre, para él, su padre era un alfa que siempre tenía la razón en su palabra. Con los años y el destierro, se dio cuenta de todo lo malo que él mismo hizo en nombre de su padre, pese a ello, la diosa Luna lo había perdonado y le había dado por mate a una humana con sangre de lobo.

¿La ama?, por supuesto que lo hace, se enamoró de ella desde esa noche en que llegó a su rescate, por primera vez fue egoísta y la quiso suya, solo suya.

- Eunice, deseo que prepares una deliciosa cena para mi luna y para mí, la llevarás a nuestra habitación y la decorarán con rosas y velas. - ordenó a su ama de llaves.

- Como ordene Alfa. - la loba hizo una señal con la cabeza y se retiró.

Pronto sería su celo y quería preguntarle a su amada si deseaba tener cachorros en estos momentos o esperar a que la manada esté mucho mejor constituida. Era una decisión de ambos, no quería que ella pensara o que solo quería tener a las crías, o que no las quería tener.

La vio entrar por la puerta de su despacho con una sonrisa que lo hizo comprender que sin ella no podría vivir. Se acercó a él y se sentó sobre su regazo, le dio un beso tierno sin afanes, después se separó un poco y lo miró de lleno.

- Lugano es HERMOSO, - extendió sus brazos con la alegría de una niña pequeña - parece una ciudad salida de un cuento de hadas, me sentí una princesa, - decía con sus ojos brillantes - debemos ir algún día, solos tú y yo. - concluyó.

- Tú eres una princesa, ¿lo sabes?, - ríe por las ocurrencias de su amada - iremos a donde tú desees, yo soy tu esclavo, te pertenezco. - le habla con convicción que la hace estremecer.

- Entonces, - hace un pequeño mohín con su boca, tocando el costado con su dedo índice y mirando hacia arriba, deja de hacer ese gesto y lo mira - deseo que me lleves a nuestra habitación y me des un baño, me gusta cuando tallas mi espalda. - dice coqueta.

Sin pensarlo mucho, la tomó entre sus brazos y salió rumbo a las escaleras, los presentes los miraban con alegría e ilusión, ellos pronto traerían una descendencia fuerte y protectora, era la promesa de la diosa Luna, la segunda manada más fuerte del mundo.

Cuando llegaron a su habitación, Selene miró todo con ojos muy abiertos, habían rosas, una bonita mesa decorada con velas, también habían pétalos de rosas esparcidas por todo el piso y en la cama un bonito corazón hecho de pétalos, también.

- Espero que te haya gustado tu sorpresa. - le dice al oído, apoyando su mentón sobre el grácil hombro de su mate.

La chica se separó un poco, para darse vuelta y rodear su cuello con sus brazos, mientras el colocaba sus grandes manos sobre su estrecha cintura.

- Todo cuanto haces me encanta, eres el amor de mi vida, mi amado compañero y siempre voy a amar cada detalle que tengas conmigo. - se empinó para darle un beso de pico. Esas palabras y ese mínimo beso, fueron como hoguera que calienta su corazón y su alma.

Había perdido todo, sin embargo, ahora tenía mucho más y se juró así mismo y a la diosa Luna, conservarlo, luchar siempre por mantener un equilibrio perpetuo.

La llevó al baño que también estaba decorado con velas y pétalos. La puso con delicadeza en el piso de madera, la sentó en una silla que tenían en el cuarto de baño, se arrodilló frente a ella y comenzó a sacarle los zapatos, luego las medias, después la hizo levantar un poco y también le sacó el pantalón de lino burdo que tenía puesto, eso hizo con cada prenda que traía puesta, hasta dejarla desnuda delante de él, su masculinidad se hizo protuberante, por eso él también se deshizo de la suya, dejando a la vista de su humana, su maravillosa anatomía de dios guerrero.

Se prendió de los pequeños pechos de su destinada, cual sediento en el desierto cuando descubre un oasis. Sus manos parecían tener vida propia y viajaban a vuelo de águila por toda la blanca y trémula piel de Selene, que solo suspiraba y gemía con anhelo de sentirlo pronto, dentro de ella. Y así pasó, luego de conseguir el primer orgasmo para su amada, entró en ella, fundiéndose en una sola carne, uniendo no solo sus cuerpos, si no, también sus almas.