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El Otoño De Los Eternos

El Otoño De Los Eternos

Status: En proceso
Genre:Vampiro / Fantasía épica / Mitos y leyendas
Popularitas:711
Nilai: 5
nombre de autor: Kris Salas Valle

Todos los años, en otoño, un alma humana desaparece del internado. Este año, ella llegó para quedarse.



Annabelle Drayton es enviada a estudiar al Instituto St. Elric tras una tragedia familiar. Ubicado en una antigua abadía sobre un acantilado, rodeado de bosques y niebla perpetua, el lugar parece congelado en el tiempo.

Lo que no sabe es que algunos de los alumnos no envejecen. No respiran. No sueñan. Y cada uno de ellos guarda un pacto sellado hace siglos: nunca acercarse demasiado a los humanos.

Théodore Ravencourt, el más enigmático entre ellos, ha seguido esa regla por más de cien años. Hasta ahora.
Annabelle no es como las demás. Hay algo en su sangre, en sus sueños, en su presencia, que lo arrastra hacia la vida… y hacia el peligro.

Pero cuando ella comienza a desenterrar verdades prohibidas, descubre que ser amada por un inmortal no es un privilegio… sino una sentencia.

NovelToon tiene autorización de Kris Salas Valle para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

🩸Capítulo 16 – El Ojo en la Llama

Annabelle

“A veces no somos nosotros quienes despertamos. Es algo en nosotros lo que se despereza primero, y no siempre tiene nuestro rostro.”

Despertó envuelta en sudor, con el eco de palabras que no recordaba haber dicho bailándole en los labios. La luz del alba se filtraba por la ventana en haces pálidos, como si temiera tocarla de lleno. Afuera, los jardines aún estaban cubiertos de rocío, y el campanario no había anunciado el inicio de clases.

Annabelle se incorporó con lentitud. Tenía la piel erizada, la garganta seca, y una vibración leve en el pecho, como si algo dormido hubiese latido por primera vez en mucho tiempo. Como si su cuerpo recordara algo que su mente aún no alcanzaba a entender.

Se acercó al espejo. No había nada inusual en su reflejo… y sin embargo, había una sombra en su mirada que antes no estaba allí. Una profundidad inesperada, como si alguien más la observara desde dentro.

“Vocem Obscuram”, susurró sin querer.

El aire a su alrededor se contrajo.

No sabía qué significaba. No sabía siquiera por qué lo había dicho. Pero la frase vibraba con una música antigua, con un poder que no podía negar. Había nacido de ella… o a través de ella.

Y lo peor era que sentía que no sería la última vez.

En el desayuno, los estudiantes murmuraban más de lo habitual. Las miradas iban y venían, algunas recelosas, otras francamente temerosas. Incluso los Eternos, siempre distantes y mesurados, parecían menos compuestos. Había algo en el aire. Algo espeso. Como si el Cónclave hubiese abierto una compuerta invisible.

Ella se sentó sola. Nadie se lo pidió, pero supo que era lo correcto.

Fue entonces cuando Théodore se acercó.

No dijo nada. Se sentó frente a ella, con la calma tensa de quien carga una tormenta. Durante un largo minuto, sólo el sonido de los cubiertos y los murmullos los rodeó.

—¿Qué me está pasando? —preguntó ella al fin.

Él levantó la vista, y en su mirada había una mezcla imposible de emociones: compasión, temor, y una devoción naciente que aún no sabía cómo habitar.

—Creo que estás recordando algo que nunca deberías haber olvidado —dijo en voz baja.

Ella frunció el ceño.

—¿Cómo se puede recordar algo que no viví?

—Quizá lo viviste. Pero no como Annabelle.

Sus palabras la golpearon como una puerta que se cierra de golpe. Lo miró con incredulidad, pero también con un miedo frío, como si en el fondo supiera que tenía razón.

Ese día no hubo clases. La Escuela se sumió en un silencio expectante. La Mentora se encerró en la torre, los Eternos discutían entre ellos sin hacer demasiado ruido, y el cielo se oscureció temprano, como si el sol tuviera miedo de quedarse demasiado tiempo sobre Velharrow.

Annabelle vagó por los pasillos como un espectro. Tocaba los muros, los libros, las estatuas… y sentía pulsos de calor en las yemas de los dedos. Cada rincón parecía reconocerla. Como si el lugar la esperara desde hacía siglos.

En la biblioteca, un volumen se cayó solo frente a ella. Lo recogió temblando. Era un libro sin título, cubierto de polvo, con letras desvanecidas. Al abrirlo, la primera página estaba escrita en aquella lengua prohibida. No la comprendía… pero algo dentro de ella sí.

Y por primera vez, tuvo miedo de sí misma.

Esa noche volvió al jardín. Caminó hasta el mismo lugar donde la había visto Théodore al amanecer. Se sentó entre las sombras, abrazando sus rodillas, intentando contener el temblor que la recorría.

—¿Y si no soy quien creo que soy?

La voz salió rota.

Un murmullo entre los arbustos la hizo girar. Théodore apareció, envuelto en su abrigo oscuro, como una presencia inevitable.

—Entonces averigüémoslo juntos —dijo simplemente.

Y al sentarse a su lado, sin tocarla, sin presionarla, Annabelle sintió por primera vez desde el Cónclave algo parecido a seguridad. No porque estuviera a salvo, sino porque no estaba sola en el incendio que se aproximaba.

El viento susurró entre los árboles. Un idioma antiguo. Una promesa aún sin cumplir.

Y en lo profundo del cielo, algo pareció parpadear.

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