❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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La virgen y el dragón antiguo.
El primer pensamiento de Celeste al despertar fue:
“Estoy muerta.”
No porque sintiera dolor, sino porque el lugar en el que abrió los ojos no podía ser real. Techos altísimos tallados en piedra blanca, columnas imponentes, tapices que parecían salidos de un museo de dioses… y una cama más grande que su primera casa.
—Mierda —susurra—no...no...no.
El siguiente pensamiento fue:
“¿Estoy donde creo que es?”
Se sentó. Error. Todo le dio vueltas. Su cráneo era un tambor de guerra y alguien lo estaba tocando con entusiasmo. Cubrió su rostro con las manos, exhalando con resignación.
Estaba vestida —si eso se podía llamar vestirse— con una bata finita, blanca, casi transparente. “Gracias, destino, por la poca tela y el exceso de realidad”, pensó, cubriéndose con las sábanas. Luego la imagen le golpeó la cabeza como un ladrillo:
Un hombre desnudo. Escamas. Ojos como fuego líquido...y besos...muchos malditos y deliciosos besos.
—No... no... no puede ser... —murmura, llevándose las manos al pecho—. Fue un sueño. Un sueño raro y caliente. Un mal sueño. Tal vez cené mucho queso y bebi de más. Sí. Queso fermentado y mucho alcohol. Eso era.
Pero no. Allí estaba la habitación de un príncipe. Y la bata le olía a él. A Sylarok. A tierra humeda, a bosque, a algo masculino y condenadamente seductor. Lo peor: su cuerpo dolía en sitios que solo un muy buen amante podía provocar. Se ve marcas en sus muslos, en su entrepierna, su vientre y sus pechos parecen haber sidos succionados con devocion.
Sintió la sangre salir corriendo de su cara.
—No... ¡no puede ser! ¡No! ¡No así! ¡No borracha! ¡Y virgen servida en bandeja de plata!
Se levantó de la cama como si quemara, se envolvió con lo primero que encontró —un abrigo de piel enorme que definitivamente no era suyo— y salió en puntillas como ladrona profesional, cruzando la habitación, bajando las escaleras enormes, deseando que el suelo se la tragara.
Cada paso era un eco, una condena, un: “Tu vida amorosa es un circo y tú eres el payaso estrella.”
—Solo llego al invernadero. Busco mi cuarto. Me meto en la cama. Me hago la dormida. Y fin. Todo fue un mal sueño. Tal vez hasta tengo alucinaciones. Tal vez nunca besé a un dragón. Tal vez solo me recordara como un mal sueño, tal vez estaba tan borracho como yo y no recuerda nada— susurra en voz baja.
—Buenos días.
—¡AHHHH!
Pega el grito.
Sylarok estaba ahí. En la entrada. Apoyado contra la pared. Sin camisa. Con una taza de té humeante en la mano. Y una sonrisa que decía: Sé exactamente qué recuerdas y cuánto lo estás negando.
Celeste se cubrió más con el abrigo, como si eso pudiera ocultar su alma, su vergüenza y su maldita bata transparente.
—¡Santo... principe! Me asustaste.
—Pido disculpas. Pensé que eras tú la ladrona de camas, no yo de sustos.
Ella parpadeó, buscando aire.
—Yo… iba a… regresar a mi habitación. Lamento… lo que sea que pasó anoche. No debió… no va a volver a pasar. Por favor...no me eche, no volveré a tomar.
Su voz se quebró al final. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Estaba al borde. La noche anterior le parecía un sueño húmedo mezclado con terror existencial. ¿Le había entregado su virginidad a un dragón? ¿Borracha? ¿Sin siquiera una cena decente, flores o una preposición de que sea su novia?
El infierno tenía más dignidad que eso.
Sylarok la miró. Algo en su rostro cambió. El fuego juguetón seguía, pero había dulzura también, y una pizca de lástima. Tal vez ternura. Tal vez algo más peligroso: afecto.
—Fue una noche cálida. —Le guiña el ojo—. Gracias por eso. Mi cama esta disponible para cuando vuelvas a sentir frío o quieras calentarme.
Ella se atraganta con el aire.
—¿Qué? ¡No digas eso! ¡Ni lo menciones!
—¿Por qué no? —pregunta, divertido—. ¿Preferirías que fingiera que nunca ocurrió?
—¡Sí! —gritó ella—. ¡Digo, no! ¡Digo…! Ughhh.
Se cubrió el rostro con ambas manos.
—¿Quién entiende a las mujeres? Y a todo eso ¿A donde vas con mi ropa?
—Voy a devolverte tu abrigo cuando lo lave. Lo prometo. No me lo estoy robando. Solo… me sentía desnuda y… emocionalmente atacada por mi bata.
Él soltó una carcajada que hizo temblar las paredes.
—Puedes quedártelo. Tengo muchos abrigos. Te queda bien. Aunque parece que te estás escondiendo de mí como si fuera una plaga.
—¡No eres una plaga! Eres… peligroso. Y sexy. ¡Y eso es injusto!
Sylarok se encogió de hombros con una sonrisa letal.
—Lo tomaré como un cumplido.
Celeste, roja como tomate, le lanzó una mirada fulminante y salió corriendo con la dignidad hecha trizas, el abrigo cubriéndola como una capa de fuga urgente.
En lo alto del balcón, entre enredaderas, Ryujin estaba sentado, comiendo una manzana.
—Ohhh, esto estuvo delicioso —dijo con una sonrisa maliciosa.
Sylarok resopla.
—Deja de espiar.
—¿Y perderme tu carita cuando ella salió corriendo? Ni loco. —Le dio otro mordisco a la manzana—. ¿Por qué no le dices la verdad?
—¿Cuál de todas?
—Que fue su primera vez llevándose el susto de su vida. Que no hiciste nada sin su consentimiento. Que apenas y la tocaste con devoción. Que pasaste la noche sufriendo como un santo… con alas. Que solo te masturbaste a su lado.
Sylarok lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ella que pruebe un poco de su propia medicina, Ryujin. ¿Te olvidas cómo me torturó estas semanas? No sabes cuánto me contuve para no tomarla, no desarmarla entre mis brazos…
Ryujin lo observa en silencio. Luego soltó una carcajada.
—¡Jajaja! Has leído demasiados libros humanos sobre apareamiento. Y eso ya es mucho. Tanto que te gustaba el álgebra.
—¡No he leído ninguno, que me llame la atención!
—Entonces alguien te está enseñando bien. Hablas como un poeta en celo. Un macho en busca de su hembra para aparearse.
Sylarok mira hacia el pasillo por donde Celeste había huido. Su expresión se suaviza.
—¿Sabes qué es lo peor?
—¿Qué?
—Me gusta más cada vez que huye de mi.
—¿Y sabes qué es lo mejor? —dijo Ryujin con una sonrisa torcida—. Que siempre vuelven.