Tras la traición de su padre y la ruptura de su familia, Rose se muda a la ciudad buscando un nuevo comienzo.
En el exclusivo colegio Goldline, todo podría ir bien… si no fuera por Malory, su prima, que la odia y está dispuesta a convertir su vida en un infierno.
Pero Rose no es tan frágil como parece.
Hay algo en ella que despierta cuando está en peligro… algo que no se detendrá ante nada.
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De Blancas a Negras
Los aplausos todavía resonaban en el salón trás el beso que Emily le había estampado a Matías frente a todos. Mabel, petrificada, apenas pudo fingir dignidad al girar sobre sus tacones e irse. El público murmuraba, excitado por el espectáculo inesperado, y de pronto todos los ojos se fijaron en ellos como si fueran la pareja de la noche.
Matías, con el corazón golpeando como un tambor en el pecho, la tomó de la mano y la llevó al centro de la pista, justo cuando un vals comenzaba a sonar. La orquesta parecía haberse puesto de acuerdo con el destino.
Giraron una vez, y Matías arqueó una ceja, la voz cargada de sarcasmo mientras la guiaba por el compás.
—Creí que no querías nada conmigo. —su sonrisa ladeada era un piquete dulce—. Al menos eso parecía cuando apartaste mi mano de tu pierna la otra vez.
Emily le devolvió la sonrisa, peligrosa y calculada, sin apartar la vista de sus ojos.
—No confundas las cosas, Matías. Ese beso no fue por ti. Fue por ella. Para que todos dejen de pensar que eres la marioneta de Mabel… y para restregarle a ella que su reinado terminó.
Matías rió bajo, aunque sujeta con más firmeza su cintura.
—Entonces sólo soy tu arma.
—Y yo la tuya —replicó ella sin dudar—. Mientras los demás crean que estamos unidos, ni Mabel ni su perro podrán tocarnos.
El vals los obligaba a acercarse como lo deseaban, pero ninguno lo admitiría. La respiración de Matías se mezclaba con la de ella, y aunque su mente le gritaba que no debía, su cuerpo ardía por estar tan cerca.
—¿Y qué obtienes tú de todo esto? —susurró, su frente casi rozando la de ella.
Emily clavó suavemente sus uñas en su hombro, una advertencia disfrazada de caricia.
—Poder. Lo mismo que tú. —su tono fue firme—. No vine a este juego para perderme en estupideces como el amor, Matías. Vine para ganar.
Él asintió despacio, tragando el nudo en la garganta. Esa crudeza lo atraía y lo repelía al mismo tiempo.
—Entonces hagamos un trato —su voz bajó, intensa, con ese filo que solo mostraba en los negocios—. Yo te respaldo, tú me respaldas. No importa cuán sucio se vuelva. Si alguien se mete contigo, lo destruyo. Y si alguien viene por mí, tú lo hundes.
Emily sonrió como un demonio que acaba de sellar un pacto de almas.
—Exacto. No amor, no promesas vacías. Solo poder compartido. Yo brillo, tú mandas. Nos manchamos las manos juntos.
El vals seguía girando, y aunque la sala entera los miraba como si fueran la pareja más romántica de la noche, ambos sabían la verdad: no era amor, era guerra. Una alianza hecha de fuego y acero.
Cuando la música terminó y los aplausos retumbaron de nuevo, Emily inclinó la cabeza, su sonrisa venenosa brillando bajo las luces.
—Recuerda, Matías: el fuego no ama. El fuego consume.
Matías la sostuvo un segundo más de lo necesario, su mirada oscura prendida en la de ella.
—Entonces arde conmigo.
Y el pacto quedó sellado.
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...Las piezas en el tablero...
El murmullo del público aún vibraba tras las paredes, un eco inquieto que confirmaba lo que todos sabían: el beso había causado un incendio.
Dentro de los vestidores privados, sin embargo, reinaba un silencio denso, sofocante, como si todos midieran las palabras antes de soltarlas.
Lea fue la primera en hablar. Cerró la puerta con firmeza y se cruzó de brazos, su postura rígida como una estatua.
—Quiero una explicación. Ahora.
Emily —en el cuerpo de Rose— sonrió apenas, divertida, mientras acomodaba la caída del vestido como si nada pasara.
—¿Explicación? Solo puse a Mabel en su lugar.
Cintia, que no podía contener la emoción, casi se levantó de su asiento.
—¡Fue brillante! —exclamó con una sonrisa enorme—. ¡Los ojos de todos estaban clavados en ustedes! Fue como un jaque mate en pleno salón.
—O una sentencia de muerte —Lea replicó sin apartar la vista de Emily—. Creaste un enemigo aún más peligroso.
Emily inclinó la cabeza, su sonrisa torcida como si disfrutara del reproche.
—¿Acaso Mabel iba a quedarse tranquila? No, Lea. Con esto sólo aceleré lo inevitable.
Liam, apoyado contra la pared, rompió el silencio con un bufido irónico.
—La diferencia es que ahora no solo Mabel quiere tu cabeza. ¿O ya olvidaste quién estaba mirando desde la sombra? Lean apareció tarde, pero créeme, no va a dejar pasar esto.
Un escalofrío recorrió a Cintia, que abrazó sus propios brazos.
—Ese chico me da mala espina. Siempre tiene esa mirada como si supiera más de lo que dice.
Lea asintió.
—Y es exactamente lo que más me preocupa. Mabel y Lean juntos son un bomba de corto tiempo. Si te tienen en la mira, Rose, vas a necesitar mucho más que un beso público para mantenerlos a raya.
Emily apoyó los codos sobre la mesa de cristal, sus uñas golpeando suavemente la superficie.
—No estoy sola. —su mirada, oscura y firme, recorrió al grupo—. Ustedes están conmigo. Y ahora también Matías.
Un silencio pesado cayó de golpe. El nombre había cambiado la atmósfera.
Agustín, que había permanecido en segundo plano, se removió incómodo en su asiento.
—¿Podemos… confiar en él? —preguntó con cautela—. Digo… todos sabemos lo que pasó con Mabel. ¿Y si vuelve a caer?
Liam soltó una risa breve, pero sin humor.
—Eso no es un “¿y si?”, Agustín. Es un “cuando”. Matías siempre vuelve.
Emily lo observó con calma calculadora.
—Esta vez no. Conmigo es distinto.
—¿Y qué te hace pensar eso? —Lea la retó de inmediato, sin titubeos—. Lo que vi ahí afuera fue demasiado personal. Y no es como si te tratara diferente a las chicas con las que sale.
Emily se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con un filo helado.
—No confundas estrategia con sentimientos. —Hizo una pausa, como si quisiera asegurarse de que cada uno entendiera—. Lo que hice fue simple: evitar que Matías quedara como un títere de Mabel. Ahora todos lo ven como aliado mío, no como su marioneta. Eso la debilita, y lo pone a él de nuestro lado.
Cintia intentó sonreír, aunque su voz tembló.
—Pero… ¿y si se encariña contigo de verdad?
Emily se recostó en la silla, la sonrisa regresando, peligrosa.
—Entonces será aún más útil.
Las palabras quedaron suspendidas.
Lea suspiró, exasperada, aunque sus ojos reflejaban algo más profundo: alarma.
—No sabes lo que estás despertando. Matías es un hombre herido, Rose. Y los hombres heridos… muerden.
—Que muerda donde yo le diga —respondió ella con absoluta frialdad.
Agustín tragó saliva, apartando la mirada.
—Sólo digo que… allá afuera la gente no estaba hablando del vestido, ni de la subasta. Sólo del beso. Eso significa que Mabel va a contraatacar. Y todos sabemos cómo lo hace: en silencio, hasta que es demasiado tarde.
—Perfecto —Emily sonrió como quien espera un desafío—. Que venga. Si ella tiene a Lean, yo tengo a Matías. Y no pienso perder.
El grupo se quedó en silencio, la tensión vibrando como una cuerda a punto de romperse. Nadie se atrevió a contradecirla, pero en sus miradas había un mismo sentimiento compartido: preocupación.
Porque Emily jugaba como si el mundo entero fuera un tablero de ajedrez y ella la reina. Y aunque su seguridad era implacable, ellos sabían que cada movimiento arriesgado solo hacía más estrecho el borde sobre el que todos caminaban.
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Lyn 🥀