En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 16: El amanecer de la verdad
El plan de Campos funcionó con precisión milimétrica. Una supuesta filtración de seguridad en el perímetro sur del edificio movilizó a todo el equipo, incluido Carlos, mientras Montero se deslizaba por la salida de emergencia del norte hacia un vehículo sin identificación que Campos había preparado.
—Tienes cuarenta minutos, como máximo —le había advertido ella—. Después de eso, no podré justificar tu ausencia sin comprometernos.
La Galería Aurora, ubicada en el barrio bohemio de la ciudad, exhibía una fachada modesta que contrastaba con su refinado interior. Una joven con gafas de pasta negra lo recibió en la recepción.
—Busco la exposición permanente —solicitó Montero, intentando mantener un tono casual—. Me interesa particularmente "El amanecer de la verdad".
La expresión de la recepcionista cambió sutilmente.
—Esa pieza requiere una apreciación especial —respondió ella, evaluándolo—. ¿Tiene alguna perspectiva particular sobre la obra?
Montero sintió el peso de aquellas palabras clave.
—Los ojos de Minerva todo lo ven —pronunció, bajando la voz.
La joven asintió imperceptiblemente y le indicó que la siguiera. En lugar de dirigirse a las salas de exposición, lo condujo a través de una puerta marcada como "Solo personal autorizado" hasta una pequeña oficina en la parte trasera.
—Espere aquí, por favor.
Dos minutos después, una mujer de unos cuarenta años entró en la habitación. Cabello oscuro recogido en una coleta sencilla, rostro anguloso con ojos intensamente verdes que lo estudiaron con cautela.
—Inspector Montero —dijo ella, sin extender la mano—. Me preguntaba cuándo aparecería.
—Sara Linares, supongo.
—Helena dijo que eras perspicaz —comentó Sara con una media sonrisa que no alcanzó sus ojos—. También dijo que eras obstinado hasta la imprudencia. Lo cual explica por qué estás aquí solo, supongo.
Montero decidió ir al grano.
—Helena dejó un mensaje donde menciona que conoces la identidad de "El Ingeniero".
Sara lo observó en silencio, como calibrando cuánto podía confiar en él.
—Antes de entrar en eso —dijo finalmente—, necesito saber exactamente qué acontecimientos te han traído hasta aquí. Sin omisiones.
Montero relató los eventos recientes, incluyendo la trampa de la falsa Margarita y la revelación sobre Carlos. Sara escuchaba con atención, asintiendo ocasionalmente.
—Helena siempre tuvo un don para leer a las personas —comentó cuando él terminó—. Confió en ti hasta el final.
Se levantó y manipuló un cuadro aparentemente decorativo, revelando una caja fuerte oculta. Del interior extrajo una carpeta delgada y una memoria USB.
—"El Ingeniero" no es quien crees —comenzó Sara, abriendo la carpeta—. No es un político ni un general. Es un nombre en clave para algo mucho más insidioso: un programa de inteligencia artificial desarrollado específicamente para identificar vulnerabilidades en sistemas financieros y diplomáticos.
Montero frunció el ceño, confundido.
—¿Una... IA?
Sara asintió, mostrándole documentos técnicos.
—Fue concebido inicialmente como una herramienta de defensa. Pero La Hidra lo reprogramó para infiltrarse en sistemas gubernamentales, manipular datos financieros y orquestar operaciones como Minerva sin dejar rastros digitales que conduzcan a personas reales.
—Por eso Helena nunca pudo identificar al cerebro detrás de todo —murmuró Montero, asimilando la información—. Estaba buscando a una persona que no existe.
—Exacto. El verdadero poder está en quienes controlan al Ingeniero —Sara deslizó una fotografía hacia él—. Este es Santiago Vázquez. Ex-ingeniero informático militar, ahora multimillonario "consultor de seguridad". Es el arquitecto del sistema y único con acceso completo a sus protocolos de control.
Montero estudió el rostro en la fotografía: un hombre de unos sesenta años, cabello cano impecablemente peinado, sonrisa afable que no alcanzaba sus ojos fríos.
—¿Cómo descubrió Helena todo esto?
La expresión de Sara se suavizó, una mezcla de tristeza y nostalgia cruzando su rostro.
—A través de Alejandro —respondió—. Pero no del modo que imaginas.
—¿Qué quieres decir?
Sara suspiró, sentándose nuevamente.
—Alejandro Montes no murió en aquel accidente de coche —reveló—. Fue una escenificación. Helena lo ayudó a desaparecer cuando descubrieron que Vázquez estaba tras él.
La revelación golpeó a Montero como una onda expansiva.
—¿Alejandro está vivo?
—Estaba —corrigió Sara con pesadez—. Vivió bajo identidades falsas durante años, recopilando pruebas sobre El Ingeniero. Contactaba con Helena ocasionalmente mediante códigos basados en obras de Botticelli, su pasión común.
Fue él quien fotografió a Vázquez con los responsables de Minerva en Italia.
Sara hizo una pausa, pasándose una mano por el rostro.
—Hace tres años, Alejandro fue finalmente localizado y eliminado en Lisboa. Esta vez sin falsificaciones. Helena recibió la última transmisión de datos horas antes de su muerte.
Montero intentó procesar toda esta información mientras el reloj avanzaba inexorablemente. Sus cuarenta minutos se agotaban.
—Necesito esas pruebas —dijo, señalando la memoria USB—. Con ellas podríamos...
—No es tan simple —interrumpió Sara—. El Ingeniero monitorea constantemente los sistemas policiales y judiciales. Cualquier filtración será detectada y neutralizada antes de que pueda causar daño.
—Entonces, ¿qué sugería Helena?
Sara extrajo un último documento de la carpeta: una fotografía antigua que mostraba a una joven Helena sonriente, abrazada a un hombre de aspecto bohemio con una cámara colgada al cuello. Detrás de ellos, el paisaje inconfundible de Florencia.
—Helena y Alejandro en 2004 —explicó Sara—. Poco antes de que descubrieran la conexión de Vázquez con Minerva.
Montero contempló la imagen, viendo por primera vez la felicidad genuina en el rostro de Helena. Una vida que podría haber tenido.
—Eran más que colegas —dedujo.
—Mucho más —confirmó Sara—. Se conocieron en la facultad. Ella era brillante pero metódica; él, caótico pero genial. Se complementaban perfectamente. Alejandro la llamaba su "Venus moderna", inspirándose en Botticelli —hizo una pausa nostálgica—. El verano en Italia fue su momento más feliz. Visitaron la Galería Uffizi... fue allí donde Alejandro le propuso matrimonio.
Montero recordó la contraseña: "Venus1482". El año en que Botticelli pintó "El nacimiento de Venus".
—Helena nunca me habló de esto —murmuró.
—Te protegía —respondió Sara—. Vázquez destruyó sistemáticamente a todos los que Helena amaba. Alejandro, su mentor en la universidad... incluso tuvo algo que ver con el accidente de tus padres.
Montero se quedó inmóvil.
—¿Qué has dicho?
—Tu padre investigaba irregularidades financieras que, sin saberlo, rozaban las operaciones de Minerva —explicó Sara—. Helena lo descubrió años después. Es una de las razones por las que se interesó tanto en tu carrera.
El mundo de Montero se tambaleó ante esta conexión inesperada. Sus padres, Helena, Alejandro... todo formaba parte de una intrincada telaraña que culminaba en El Ingeniero.
Sara consultó su reloj.
—Tu tiempo se agota. Debes regresar —le entregó la memoria USB y una pequeña tarjeta con un número de teléfono—. Helena preparó un plan para neutralizar El Ingeniero. Lo llamó "Protocolo Venus". Los detalles están aquí.
—¿Por qué confías en mí tan rápidamente? —preguntó Montero, guardando los objetos.
—Porque te observé durante años —respondió ella con una sonrisa enigmática—. Fuimos compañeros en la academia de policía, aunque probablemente no me recuerdes. Era más joven, llevaba el pelo teñido de rojo y me hacía llamar Laura. Salimos tres veces.
Montero la miró con nuevos ojos, recuerdos fragmentados emergiendo en su mente: risas compartidas en una cafetería, una noche de lluvia bajo un paraguas, un beso interrumpido por una llamada de emergencia.
—Laura Sáez —murmuró, reconociéndola finalmente—. Desapareciste sin explicación.
—Helena me reclutó —explicó Sara/Laura—. Necesitaba alguien dentro del círculo de personas en las que confiabas, para protegerte cuando fuera necesario.
Esta revelación personal, entrelazada con la conspiración mayor, dejó a Montero momentáneamente sin palabras.
—Debo irme —dijo finalmente, dirigiéndose a la puerta—. ¿Cómo puedo contactarte de nuevo?
—Lo haré yo —respondió ella—. Usa esa línea solo en emergencia absoluta.
Antes de que pudiera salir, Sara/Laura lo detuvo con una mano en su brazo.
—Ten cuidado con Velasco —advirtió—. Helena nunca estuvo completamente segura de su lealtad.
Montero asintió y se marchó rápidamente, la mente bullendo con revelaciones, mientras las sombras del atardecer se alargaban sobre las calles de la ciudad.
El juego había cambiado. Ya no buscaba solo justicia para Helena, sino también para sus padres y para un amor perdido que nunca conoció realmente.
El Ingeniero tendría que enfrentarse ahora a un adversario con motivaciones mucho más personales. Y como Helena había previsto, el amanecer de la verdad finalmente comenzaba a iluminar las sombras de Minerva.