Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Entre Planes y Dudas
Capítulo 16
La idea de un fin de semana juntos seguía flotando en la cabeza de Elena mientras limpiaba los platos después de la cena. Aunque intentaba no pensar demasiado en ello, no podía evitar preguntarse qué había llevado a Gabriel a proponer algo tan inusual. ¿Acaso era una táctica para cumplir con alguna imagen pública o realmente quería pasar tiempo con ella?
Gabriel, por su parte, había subido a su despacho, pero no para trabajar como de costumbre. En cambio, estaba revisando opciones para el supuesto viaje. Las maletas y las vacaciones no eran algo que formaran parte de su vocabulario. Siempre había creído que la productividad era la mejor manera de emplear el tiempo, pero con Elena las reglas parecían cambiar, aunque no lo quisiera admitir del todo.
“¿Qué te parece un lugar cerca del lago George?” preguntó Gabriel desde la puerta de la cocina. Elena, que estaba secándose las manos, giró para mirarlo con sorpresa.
“¿Un lago?” repitió, levantando una ceja.
“Sí, es tranquilo, privado y… no muy lejos de aquí,” explicó Gabriel, como si tratara de justificar la decisión.
Elena dejó escapar una risa ligera. “¿Tú en un lago? ¿Alejado del mundo y sin tus reuniones? Eso sí quiero verlo.”
“Eso es un sí, entonces,” respondió Gabriel con un destello de satisfacción en su rostro.
“Supongo que sí,” dijo Elena, encogiéndose de hombros. “Aunque no puedo prometer que me comporte como una perfecta dama.”
“No esperaría menos,” respondió Gabriel, y Elena detectó una pizca de humor en su tono.
Los días previos al viaje pasaron con rapidez. Gabriel, siempre metódico, organizó cada detalle del fin de semana, desde el alojamiento hasta las actividades. Elena, por otro lado, se limitó a empacar una pequeña maleta y burlarse ocasionalmente de la obsesión de Gabriel por planificar todo al milímetro.
Finalmente, llegó el viernes por la tarde, y Gabriel la recogió del restaurante donde trabajaba. Al verla salir con su sencilla maleta y su abrigo de lana, sintió una extraña mezcla de emociones. Había algo refrescante en su naturalidad, en su manera de moverse por el mundo sin pretensiones ni expectativas irreales.
El trayecto al lago fue más ameno de lo que Elena esperaba. Aunque Gabriel mantenía su habitual reserva, ella logró hacerlo hablar sobre temas que rara vez mencionaba: su infancia en Italia, sus primeros pasos en el mundo de los negocios y sus aficiones, que, para sorpresa de Elena, incluían tocar el piano.
“¿Tocas el piano?” preguntó ella, claramente sorprendida.
“Lo hacía cuando era más joven,” admitió Gabriel. “No he tenido tiempo últimamente.”
“Eso tenemos que cambiarlo. Quiero escucharte tocar algún día,” dijo Elena con una sonrisa.
Gabriel no respondió, pero el leve sonrojo en sus mejillas lo delató.
El lugar que Gabriel había elegido era una cabaña moderna con grandes ventanales que daban al lago, rodeada por un bosque tranquilo. Al llegar, Elena quedó impresionada por la belleza del paisaje.
“Esto es… hermoso,” dijo mientras bajaba de coche, observando cómo el sol comenzaba a ponerse detrás del lago, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados.
“Pensé que te gustaría,” respondió Gabriel mientras sacaba las maletas del maletero.
Elena caminó hasta el muelle cercano, inhalando profundamente el aire fresco. Por primera vez en mucho tiempo, sentía una paz que no sabía que necesitaba. Gabriel se unió a ella momentos después, y ambos se quedaron en silencio, observando el reflejo del cielo en el agua.
“¿Haces esto a menudo?” preguntó Elena.
“No,” respondió Gabriel, casi con un tono de disculpa. “No recuerdo la última vez que me tomé un descanso como este.”
“Pues ya era hora,” dijo Elena, dándole un leve codazo en el brazo.
Él sonrió, aunque su mente estaba ocupada con pensamientos que no compartió. Había algo en Elena que lo desconcertaba, una capacidad de hacerlo bajar la guardia que ninguna otra persona había tenido antes.
Esa noche, después de cenar, se sentaron en el sofá frente a la chimenea. Elena, con una copa de vino en la mano, lo miró con curiosidad.
“¿Por qué decidiste hacer este viaje, Gabriel?” preguntó finalmente.
Él tomó un sorbo de su propia copa antes de responder. “Supongo que quería conocerte mejor.”
Elena arqueó una ceja, claramente escéptica. “¿De verdad? ¿O fue porque pensaste que necesitábamos un poco de ‘relaciones públicas’ como pareja?”
“No todo lo que hago está relacionado con negocios, Elena,” respondió él, mirándola fijamente.
Elena mantuvo su mirada, tratando de descifrarlo. Finalmente, decidió dejar el tema por el momento.
“Bueno, sea cual sea la razón, debo admitir que estoy disfrutando esto,” dijo, dejando la copa en la mesa.
Gabriel asintió, pero no dijo nada. En el silencio que siguió, Elena sintió algo diferente, una tensión no desagradable, sino una que parecía cargar el aire entre ellos.
Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, por un breve instante, pareció que las barreras de Gabriel se desmoronaban. Pero antes de que algo más pudiera suceder, él se levantó de repente.
“Deberíamos descansar. Mañana será un día largo,” dijo, recuperando su compostura habitual.
Elena asintió, aunque no pudo evitar preguntarse qué había pasado en ese momento. Algo estaba cambiando entre ellos, y aunque no sabía a dónde los llevaría, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y temor.
Mientras las luces de la cabaña se apagaban, el lago permanecía sereno, reflejando las estrellas que ahora comenzaban a aparecer en el cielo, como un recordatorio de que incluso en la calma, las emociones más profundas pueden surgir inesperadamente.