Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 15. No lo quiero.
—¡Bajen las malditas armas, ahora! —ordenó Alessandro con una frialdad que helaba la sangre. Sus ojos, afilados y llenos de determinación, recorrieron a los guardias como si los atravesara con una daga invisible, y su autoridad fue inmediata. Sin una sola palabra más, los hombres bajaron sus armas, retrocediendo un paso, avergonzados por su precipitación—. Si alguno de ustedes vuelve a apuntarle, lo mataré yo mismo —advirtió con voz gélida y amenazante.
Alonzo, todavía aferrado a la camisa de Alessandro, respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. El mundo a su alrededor se desmoronaba. El suelo bajo sus pies parecía tambalearse, y la realidad que le era tan familiar se tornaba incomprensible, cruel. ¿Cómo era posible que él estuviera embarazado? No era algo concebible, no para él. Durante toda su vida, había creído ser inmune a esa posibilidad. Y ahora, esa barrera que lo protegía de lo imposible se desmoronaba en cuestión de segundos.
—Alonzo —dijo Alessandro, su voz más suave pero firme—, no solo estás embarazado... sino que, además, el bebé que llevas en tu vientre es mío.
Esas palabras golpearon a Alonzo como un mazazo, dejándolo sin aire. Todo su ser se contrajo en una mezcla de asombro, miedo y rechazo. ¿Cómo podía ser cierto? La ira, que había sido el único sentimiento tangible que podía controlar, se desvaneció, dejándolo a merced de una tormenta interna de emociones que no sabía cómo manejar.
Su mente, nublada por el shock, repetía una y otra vez las mismas preguntas sin obtener respuestas. "¿Por qué yo? ¿Cómo pudo pasarme esto? ¿Qué debo hacer ahora?" La incertidumbre lo envolvía como un manto opresivo. Sus manos, que aún sostenían a Alessandro, comenzaron a temblar, y su agarre se aflojó poco a poco, hasta que finalmente lo soltó. Retrocedió un paso, tambaleándose, sin saber si debía gritar, llorar o simplemente huir.
La realidad le pesaba, y en su interior, una guerra de sentimientos se desataba.
"¿Yo, embarazado?" "¿Y de un mafioso?" "Esto no puede ser. No debe ser."
El eco de sus propios pensamientos retumbaba en la mente de Alonzo, como si cada palabra pesara más que la anterior. La incredulidad y el miedo se entrelazaban, sofocándolo. Su pecho se comprimía ante la imposibilidad de la situación, ante lo que su cuerpo, aparentemente, ya había aceptado pero que su mente se negaba a admitir.
—Me niego —susurró en voz baja, como si intentara convencerse a sí mismo de que, al decirlo, la realidad podría cambiar.
—¿Qué dijiste? —Alessandro inclinó ligeramente la cabeza, sin haber comprendido del todo las palabras que Alonzo acababa de pronunciar. Sus ojos, siempre vigilantes, se encontraron con los de Alonzo y, por primera vez, pudo ver algo más allá de la furia. Era el miedo, profundo y tangible, que se mezclaba con el rechazo en la mirada del otro. Una mezcla de terror y confusión que dejó a Alessandro inmóvil por un segundo, como si estuviera frente a una bestia herida.
—¡Dije que me niego! —gritó Alonzo, su voz cargada de desesperación, como si el volumen pudiera disipar el pánico que lo carcomía por dentro—. ¡No quiero tener un hijo! No lo quiero, no lo quiero —su tono se quebraba mientras la rabia tomaba el control, sus manos aferradas a Alessandro lo sacudieron con una fuerza nacida del terror—. ¡Y mucho menos si es hijo de un criminal!
Cada palabra que Alonzo escupía estaba impregnada de un rechazo visceral, una negación absoluta de la realidad que le había sido impuesta. El miedo lo consumía por dentro, haciendo que la furia fuera la única salida posible, el único escudo contra el abismo de incertidumbre en el que estaba cayendo.
Las manos de Alonzo, que hasta ese momento habían estado sujetando a Alessandro con todas sus fuerzas, comenzaron a perder agarre. Era como si la energía que lo había impulsado a enfrentarse se estuviera desvaneciendo rápidamente, dejando su cuerpo agotado, vacío. Su mirada, antes llena de ira, se fue nublando poco a poco, y su cuerpo, incapaz de soportar el peso de tantas emociones acumuladas, cedió.
Alonzo se desplomó.
Alessandro, reaccionando con rapidez, lo sostuvo antes de que su cuerpo tocara el suelo. Lo abrazó con firmeza, pero también con una extraña suavidad, como si comprendiera, al menos en parte, la magnitud del dolor y el miedo que lo habían llevado a ese punto. Mientras sentía el peso de Alonzo en sus brazos, un torbellino de pensamientos cruzó por la mente de Alessandro. Jamás había visto una reacción tan intensa, tan devastadora.
No era la primera vez que enfrentaba situaciones límite, pero esto… esto era distinto. No era una simple cuestión de vida o muerte; era la lucha interna de un hombre que acababa de ser arrojado a un mundo que no podía entender ni aceptar.
Por un momento, Alessandro permaneció inmóvil, observando el rostro de Alonzo mientras este permanecía inconsciente en sus brazos. Podía sentir la agitación en su respiración, los temblores que aún recorrían su cuerpo, incluso en ese estado. Sus propios pensamientos eran un caos, pero algo dentro de él, una parte que no quería reconocer, sentía un leve destello de compasión, mezclado con la preocupación que no quería admitir.
“¿Qué voy a hacer con él?”, pensó Alessandro, mientras lo acomodaba suavemente en una de las sillas cercanas. La tensión de lo sucedido aún flotaba en el aire, y los guardias, que antes habían estado al borde de intervenir, observaban la escena en completo silencio, sin saber cómo reaccionar.
El silencio que siguió fue abrumador.
—Señor... —Kai rompió el tenso silencio que había quedado tras el colapso de Alonzo—. ¿Quiere que lo lleve a su habitación? Estará más cómodo en una cama.
Las palabras de Kai fueron cautelosas, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría desencadenar una nueva oleada de tensión. El ambiente estaba cargado, los guardias apenas respiraban, esperando órdenes claras. La mirada de Alessandro seguía fija en el cuerpo inerte de Alonzo. Aunque sus rasgos permanecían imperturbables, dentro de él se libraba una batalla de emociones.
—No hace falta —respondió Alessandro, su tono firme, pero con un deje de algo que ni siquiera él mismo lograba identificar del todo. Hizo un gesto con la mano, interrumpiendo el paso de Kai, que había comenzado a moverse—. Lo llevaré a una habitación de invitados.
Con una facilidad que contrastaba con la fragilidad del momento, levantó a Alonzo en sus brazos, sosteniéndolo con firmeza pero también con una inusitada delicadeza. Sus ojos buscaron a Asher, quien estaba a un lado, atento a cualquier instrucción.
—Llama al médico —ordenó Alessandro, sin un atisbo de duda en su voz—. Y cuando llegue el nutriólogo, dile que suba. Estaré en la habitación contigua a la mía.
El tono de Alessandro no dejaba lugar a réplicas, pero Asher asintió de inmediato, ya sacando su teléfono para hacer las llamadas pertinentes. Sabía que su jefe estaba preocupado, aunque lo ocultara tras su semblante frío. Lo había visto muchas veces bajo presión, pero algo en la situación actual era distinto. Alonzo no era solo otro rehén; de alguna manera, su presencia había empezado a influir en la calma calculada de Alessandro.