La juventud es la etapa de nuestros mayores miedos, pero también de nuestros más escandalosos amores.
¡Ven y acompañame en esta historia donde la religión y el amor hacen estragos!
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Aire cambiante o Hielo asesino
Nadie el lunes se creía lo que veía.
Por la mañana no habían tenido clases pero la sorpresa recaía en que Daniela no había tocado las rosquitas que Diana le había traído. Había respondido a la comida con una mirada desganada. Hasta Naomi se preocupó por la salud de ella.
Tenía razones para preocuparse.
Daniela amaba todo tipo de comidas, pero las rosquitas eran algo sumamente irresistible para ella. Algo definitivamente pasaba.
Sentados en el muro de la parte de atrás de la escuela, los chicos descansaban de las clases de la tarde. Las cosas eran muy diferentes a los grupos de las secundarias de la ciudad.
Su grupo se llamaba Betel y se reunían todos por la mañana para no tener que agobiar a los muchachos por la tarde. Además el receso del preuniversitario daba la facilidad de que se dividieran en dos grupos. El grupo de la tarde era Alfa y Omega y conformaba a los alumnos de onceno y doce grado.
Su lugar de reunión era una casa de cristianos cercana a la escuela, que habían dispuesto de todo su corazón brindar su hogar.
Ellos eligieron hacerlo de otra forma y realizar el tiempo al aire libre. Debían mantener la discreción, así que como líderes provisionales estaban Daniela y Gabriel.
El asunto primero se llevó a un consenso con el líder de Alfa y Omega y no pareció mala idea para alcanzar almas del primer curso. Así que de una célula madre nació Betel.
Daniela estaba muy familiarizada con los sucesos de las otras escuelas presentes alrededor. Los grupos de las secundarias tenían nombres muy hermosos: Shadai, Eben –ezer, Jehová Nisi y Dunamy
Por último estaba la cúspide más alta que ellos todavía no lograban alcanzar: Shekina: por así decirlo, sus rivales de otro preuniversitario. Al igual que el grupo vocacional Maranata que era la imagen de la excelencia.
Ambos grupos eran organizados y de cristianos orientados en la carrera de la fe. Su ideal de soporte era el evangelismo y se oponían completamente a la maldad del lugar donde estaban.
Ellos con su denominación Betel, sinceramente aspiraban por más. Pero era arduo el trabajo a realizar en aquellas circunstancias donde la maldad ya controlaba cada vez más temprano a los adolescentes.
Todavía pensando en estas cosas, Daniela levantó la vista y se percató de que Samuel, el chico inconverso, venía a lo lejos por el camino de la cancha con algo en la mano.
¡Era una flor! Se volteó para ver a Diana que enrojecía de la vergüenza y a Gabriel que apretaba los puños tan fuerte que se le marcaban los nudillos.
-¡Ahora si lo mato! – masculló Gabriel entrando en fase asesina pero tratando de no sacar a la bestia dormida en su interior.
Samuel desde lejos se percató del color que obtuvieron las mejillas de Diana: ¡Rojo! Un rojo avergonzado y eso lo causaba solo él. Sonrió con satisfacción y a continuación entró a modo amenazante cuando ya casi se acercaba y en escasos segundos percibió un aura asesina.
No venía de Daniela, la chica rubia y de ojos bonitos, tampoco de Naomi, la chiquilla dulce; era imposible que proviniera de la exasperante Elizabeth y Diana ni hablemos de ello. La única explicación era que Gabriel estaba sacando la uñas, que sorpresa le daría al patoso cuando él sacara su garfios.
Daniela percibió la testosterona en el aire y se puso la mano sobre la frente indicando fastidio.
Esos dos eran dos bestias incontrolables.
El caso era que nadie conocía a Gabriel mejor que ella y su pasado. De sobra ya estaba informada de cada una de las peleas que su hermanito había tenido, porque desde muy temprano, las familias de ellos dos habían sido amigas al igual que la de Elizabeth.
Prácticamente ya sabía todos los secretos de Gabriel y de Elizabeth, pero sinceramente desde que Diana había llegado al grupo no tenía descanso tratando de refrenar al neandertal que tenía por hermano, aunque no lo fueran de sangre.
Samuel gruñó por lo bajo y caminó tres pasos hasta donde Diana estaba, a continuación extendió la mano donde tenía la flor. Pero antes de que sucediera, Gabriel saltó desde su lugar en el muro y se plantó ante Samuel tapándole su objetivo.
-¡Lárgate o te arranco de un puñetazo los dientes! – le gritó Gabriel a Samuel con el rostro contraído y escupiéndole las groseras palabras.
Samuel dio un suspiro, miró hacia un lado y se movió dos pasos hacia la derecha dejando la flor en un lugar seguro, después regresó y mantuvo su posición en frente de Gabriel que tenía hasta tensos los hombros.
Elizabeth sabía que cuando su camisa se contraía dónde están los hombros estaba verdaderamente molesto y a punto de rayar la histeria.
-Te doy tres segundos para que te apartes o de verdad vas a saber lo que es dejar a alguien sin sentido – masculló Samuel con las manos en la cintura
-¿De verdad? ¡Vamos, comienza a contar! – sugirió Gabriel apretando los puños para estar preparado. Los puños le picaban por energía contenida.
-Uno… Dos… - Samuel contaba pero también se preparaba para darle el gaznatazo de su vida. A continuación le partiría uno o dos dientes y seguramente para entretenerse lo utilizaría de butaca mientras besaba a Diana.
Cuando el tres iba a sonar y seguramente ya Naomi tenía los ojos tapados. Elizabeth ya se había bajado para intervenir y Diana también. Un tercer chico se metió entre los otros dos y dijo con alta voz y una sonrisa: ¡tres!
Daniela se quedó sin respiración, la rapidez de los hechos no le dejaban verlo
Pero esa voz…
Esa adorable voz llena de infantilismo…
Esa voz que venía de aquel que la había ofendido.
Lentamente Lesder apartó a los dos chicos y se volteó para ver a Daniela que estaba hecha una gárgola de las catedrales.
Se había quedado de piedra…. Con la boca abierta….
Samuel y Gabriel retrocedieron con miradas asesinas. Aunque el primero aprovechó la confusión del momento para moverse y ponerle la flor en el pelo a Diana. Después con gesto de mano y un guiño le indicó complicidad. Luego se retiró por donde mismo había venido. Gabriel escupió en el suelo todavía cabreado y con los puños clamando pelea.
-¿Quién eres tú y por qué has intervenido? – interrogó Gabriel subiendo a donde estaba sentado antes en el muro. Al ver la flor en el pelo de Diana apretó los dientes de la rabia que sentía.
-Lo he visto todo, muchacho – habló Lesder perspicaz – deberías hablarle con más respeto a tus mayores –
-¡Sí claro! – se rió Gabriel – y yo soy Catalina La Grande, acaso me vas a decir que eres mayor que nosotros.
¡Gabriel! – le reprendió Daniela
El chico iba vestido de civil, pero eso no le impidió sacar de su bolsillo el carnet de identidad y los papeles que decían que era el presidente de la FEEM, se los extendió al engreído que tenía delante. Al ver como el chico leía y agrandaba los ojos se mofó en su cara:
-¡Supongo que ahora te llamarán Catalina! –
A continuación se dirigió expresamente a Daniela como si ese espacio perteneciera a los dos. La miró tan intensamente que ella terminó por carraspear, el silencio era inquietante. Él puso su mano en los bolsillos y se remojó los labios para ponerla más nerviosa.
El juego del silencio terminó cuando ella habló lo más frio posible.
-¿A qué se debe el honor de tan mayor y vieja visita? – Daniela le pinchó y sonrió al ver como él dejaba su postura chulesca por una de enfadado – ¡Me sorprende que pertenezcas a esta escuela!
-Ni siquiera me conoces y ya me hablas con confianza – declaró él – puedes llegar a ser una chica demasiado grosera.
-Ninguno de nosotros te conocemos – dijo Daniela como un témpano de hielo – y el grosero eres tú al no presentarte.
Lesder sintió un escalofrió, por un momento parecía que él era el gato y ella el canario, pero el canario se había trasformado en halcón veloz y peligroso, que lo dejaría expuesto y desnudo a la luz de los hechos.
Juraría que había visto una sonrisa de diversión oscura asomando en sus labios. Lo estaba presionando para conocerlo. Sinceramente ella era muy astuta y pilla. Pequeña tramposa, le demostraría que al juego del ajedrez lo juegan varios…
-¡No le has contado a tus amigos lo que sucedió el domingo! – Dijo él y por un momento vio como ella dejaba entrever algo de nerviosismo – creo que deberían saber lo excitante que fue todo.
Lesder estaba disfrutando de lo lindo con ella. La odiaba, pero es que no podía dejar de provocarla para que le gritara o algo, esa era la reacción natural de las chicas. Pero para su sorpresa, Daniela permaneció impasible y como la nieve del Everest.
Sintió como su mirada le enviaba certeros cuchillos de hielo.
-No se supone que los de tu edad son un poco más prudentes – dijo ella ponchándole la visión de superior – y de nuevo te lo recalco, ¡no te has presentado!
Los demás miraban la guerra entre el aire y el duro hielo.
Lesder era cambiante como el viento asesino, en contraposición a Daniela que era sólida, estable, pero sumamente letal. Aunque para sorpresa de todos…
-Me llamo Lesder, Lesder Eliezer Rodríguez Quindelán – la observó admirado por haber perdido.
¡Por el momento!…