SEXTO libro de la serie ENTREGANDO MI CORAZON.
Desde que puedo recordar, todos buscan abrazarme, tomarme las manos o simplemente acercarse a mi. No soy alta, por lo que siempre me dicen que parezco una pequeña muñeca. Salvo mi familia, rehúyo de cualquiera... excepto él. Si está cerca mío, me alejo, pero por lo rápido que hace latir mi corazón.
Desde que puedo recordar, solo he sentido dolor, solo he escuchado gritos. Siempre estuve en un entorno frío y miserable, siempre me he mantenido distante... hasta ella. Siempre me he sentido cálido a su alrededor y me aterra que esa calidez se extinga, en manos de mi propia sangre.
La historia de Lily y Sebastian.
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SEBASTIAN (CAP. 16)
Quería demasiado abrazarla antes de irme al ejército. Hubo una propaganda en la preparatoria y le dije mi situación a un soldado. El me aconsejó irme unos días antes de la graduación, para evitar posibles frustaciones por parte de mi madre. Prefiero irme sin despedirme, para poder volver a verla, que el macabro plan que mi madre pueda tener para mi. Estoy seguro que ese plan no incluye tenerme con vida disfrutando de la persona que amo.
Regreso a Chattanooga y, antes de pensar a dónde ir, Garreth me dice que mamá Adriaba falleció. Felizmente, el parque en el que estaba tomando un descanso tiene arbustos altos y bien tupidos. No me gusta que me vean llorar.
Todos siempre me han tratado como parte de la familia, excepto Julian y Jazmin. Tía Leti y mamá Adriana son las que más tiempo han pasado conmigo y mientras Garreth era abrazado por tía Leti, mamá Adriana me abrazaba y sentía esa calidez. Ella dijo que Layla querría problemas con mi madre, pero fue mamá Adriana quien tomaba café con mi madre; así le decía ella cuando hablaba con mi progenitora. Siempre que le preguntaba por qué lo hacía, que tuviera cuidado, ella recogía mi cabello y me decía que no tenía nada de que preocuparme. Cuando se fue a Oriente, mi madre me golpeó muy fuerte, después de tantos años de no hacerlo. Mientras me azotaba, me decía que se merecía la bancarrota por meterse donde no la llamaban; que se alegraba de ya no tener que verla todos los lunes viéndole mostrar su altruismo fastidioso. Hacía todo eso porque cuando tenía 6 años, un lunes, llegué a la casa grande con moretones largos, dejados por un correa, en mis brazos y cuello. Entonces, decidió que todos los lunes iba a verla y tomar café con ella.
Cómo no amar y extrañar e esa persona llena de luz.
Mientras mi madre seguía golpeándome, se quejaba de cómo intentaba enseñarle a amar a un hijo, y me gritaba que ella podía hacer lo que quisiera conmigo. Cada vez que volvía a golpearme se regodeaba de la desgracia que estaba cayendo sobre los Ogayar. "Eso les pasa por meterse donde no deben", me decía. Despotricaba que dañaría a todos, sobretodo a quienes más cariño me tenían. Por eso no hablaba y no me acercaba mucho a la familia. Me quedaba callado.
Cuando regresé de mi primer año en el ejercito, tenía vacaciones y días libres acumulados; pero no podía usar muchos o mi madre me fastidiaría. La noticia cambió todo. Me quedé con Lily, por dos noches. La primera sosteniendo su mano y la segunda teniendo el mejor sueño que pudiera imaginar. Soñando con hacerla mía y tragarme todos los gemidos que le ocasionaría. Un sueño imposible en nuestra situación.
El día del velorio, no solo llegó la urna de mamá Adriana, sino también Layla. Cuando la miré, lo supe. Volveremos a ser los de antes, bajo su atenta y amorosa guía. Mientras tanto, queda cruzar los dedos para que mi madre no interfiera.
Cuando Lily corrió y no la alcanzó se fue a su cuarto. Quise alcanzarla, pero una persona de negro me habló.
> Te está esperando desde ayer, si no llegas en 10 minutos, ella vendrá a darle el pésame a la familia.
De todas maneras fui a despedirme. No entraría a su cuarto, porque perdería mi mente y podría condenar a todos. Casi le digo que la amo.