Leda jamás imaginó que su luna de miel terminaría en una pesadilla.
Ella y su esposo Ángel caminaban por un sendero solitario en el bosque de Blacksire, riendo, tomados de la mano, cuando un gruñido profundo quebró la calma. Un hedor nauseabundo los envolvió. De pronto, el sendero desapareció; sólo quedaba la inmensidad oscura y una luna blanca, enorme, que parecía observarlos.
—¿Oíste eso? —susurró Leda, el corazón desbocado.
Ángel apretó su mano.
—Debe ser un animal. Vamos, no te asustes.
Pero el gruñido volvió, más cerca. El depredador jugaba con ellos, acechándolos. Un crujido a su derecha. Otro, detrás. Los gruñidos iban y venían, como si se burlara.
NovelToon tiene autorización de anasuya dete para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
EL ESTALLIDO
—¿Qué haces, mujer? —Ikki la fulminó con la mirada, su voz retumbando como un trueno. Luego giró hacia los demás—. ¿Y ustedes? Magnus, deberías estar vigilando, no aquí jugando a… ¡¿qué carajos hacen?!
Magnus y Tomás agacharon la cabeza, retrocediendo. Se disponían a irse cuando Leda, erguida, con el cabello suelto y las pieles apenas cubriéndola, se adelantó. Cada movimiento hacía que sus senos se balancearan, arrancándole un gruñido interno a Ikki.
—Me están ayudando. No molestes. —dijo, echando el cabello hacia atrás con un gesto desafiante.
Ikki dio un paso, sus ojos grises ardiendo.
—¿Que no moleste? Soy el alfa, carajo. ¡A mí me deben respeto y respuestas!
Leda sonrió, burlona, sacudiendo la cabeza.
—¿Y a mí qué? ¿Acaso no soy tu luna? —soltó con ironía.
Él la devoró con la mirada: la piel ajustada a su cadera dejaba ver demasiado muslo, la parte superior era corta y cada movimiento mostraba más de lo que debería. Sintió un ardor de celos y deseo mezclados.
—¿Por qué andas semi desnuda? —gruñó—. No eras tan pudorosa… ¿O ahora te gusta mostrar el culo y las tetas?
Ella se sonrojó, pero más de rabia que de vergüenza.
—¡Bruto ignorante! —gritó—. Estas pieles me las diste tú, y fuiste tú quien me las puso. ¡Incluso me duele la nalga de la nalgada que me diste! ¡Y ahora te enojas porque se me ven las partes! ¡Eres un animal!
Ikki cerró la distancia en un segundo y la tomó del brazo, apretándolo con fuerza.
—Ve y ponte más pieles. —Su voz fue un rugido.
—¡Ahora me voy a quedar así! —Leda colocó las manos sobre su pecho y giró la cara, desafiante.
Rina, Nor, Magnus y Tomás miraban la escena conteniendo la respiración. Parecían dos amantes salvajes a punto de romperse.
Ikki lo notó y, volviéndose hacia ellos, tronó:
—¡LÁRGUENSE, CARAJO!
Todos obedecieron de inmediato, dejando los bambues tirados.
—¡Vuelvan, no se vayan! —protestó Leda—. ¡Me están ayudando!
Pero los cuatro lobos se dispersaron, temerosos del alfa.
Ikki, sacado, gritó desde el fondo del pecho:
—¿Quién carajos es su alfa?
—¡Usted, alfa! —respondió Magnus antes de perderse en el bosque.
—¿Entonces a quién le harán caso?
Leda dio un paso al frente, con la mirada encendida.
—A mí. Porque soy tu luna.
Ikki se rió, oscuro, peligroso.
—¿Mi luna? Aún no. Para eso tendrías que abrirte de piernas y dejar que te marque… con mi semen dentro de ti.
Hubo un silencio brutal. Los últimos lobos se esfumaron. El aire ardía.
Leda sintió que la sangre le hervía.
—¿Qué? ¿QUE YO DEBO ABRIR MIS PIERNAS PARA TI? ¡Estás loco!
Ikki dio un paso, su sombra devorando la luz.
—Solo así serás mía. —Su voz era puro instinto—. Y si quiero, te volveré a nalguear… porque YO LO QUIERO.
—¡Jamás, en tu mundo enfermo, me vas a tocar! ¡Perro! —gritó Leda, desgarrando el aire.
Ese insulto lo quebró. El alfa desapareció. Quedó la bestia.
En un movimiento salvaje, la sujetó y la tiró sobre sus piernas. El sonido seco de las manos contra su trasero retumbó en la manada. Una. Dos. Tres veces. Leda gritó, primero furiosa, después llorando. Las manos de Ikki eran pesadas, y el calor ardiente de las nalgadas la atravesaba.
—¡Suéltame! ¡Déjame, maldito!
—Te lo advertí —gruñó entre dientes—. ¡No me llames perro! ¡No frente a mi manada! ¡No frente a mi lobo!
La nalgueaba, más por celos que por el insulto. Por la rabia de imaginar a cualquier otro viéndola, deseandola. No era castigo. Era posesión. Era un amor salvaje…
Era la única manera de que ikki, sabía reaccionar,salvaje,primitivo.
Leda, con el rostro empapado de lágrimas y furia, tomó la piel tirada, cubrió sus nalgas ardientes y se levantó temblando.
—Me las vas a pagar, desgraciado.
Corrió hacia el toldo, sollozando, mientras Ikki respiraba como un demonio enjaulado. Afuera no había nadie. Ni lobos ni niños. Silencio absoluto.
Orión habló desde el fondo de su mente:
—Jamás te vi celoso de una loba. Incluso las compartías. Pero por Leda… tus celos son incontrolables.
Ikki apretó los puños hasta que crujieron los huesos.
—Estoy controlado. —Pero la voz sonó rota.
—¿Controlado? —rió Orión —. Apenas lleva tres días aquí… y ya la quieres más que a tu manada.
Ikki gruñó, furioso consigo mismo. Era cierto.