Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 15: Fuego en la Sombra
La luz de la mañana filtrada por las cortinas fue lo primero que Dakota sintió al abrir los ojos. Tardó unos segundos en ubicarse. El aroma a él —a whisky caro, cuero y poder— aún flotaba en el aire, mezclado con el recuerdo vivo de la noche anterior.
Se giró para buscarlo en la cama, pero el espacio a su lado estaba frío. Frunció el ceño. Brendan Thompson no era de los que se iban sin más, ¿o sí?
Se sentó, con la sábana cubriendo apenas su cuerpo desnudo. Las imágenes de la noche anterior la golpearon con fuerza: sus manos, sus besos, esa mezcla salvaje de brutalidad y ternura que la había hecho perderse por completo. La sola idea de que se hubiera ido sin siquiera despedirse le encendía algo muy parecido al enojo.
—¿De verdad? —murmuró, levantándose de un salto.
Caminó hasta la mesa de noche. No había una nota, ni un mensaje. Tomó su celular, esperando alguna explicación. Nada. La pantalla estaba vacía.
—No sos tan fácil, Thompson —se dijo a sí misma mientras se vestía, eligiendo una camisa blanca oversize y unos jeans ajustados que contrastaban con sus tatuajes y su melena castaña algo desordenada.
Con el cigarrillo entre los labios, se acercó al ventanal de la suite. Berlín se extendía debajo de ella, enorme y despiadada, como el mundo en el que ambos se movían. Algo en el silencio de la habitación le dijo que la noche anterior había cambiado todo… y al mismo tiempo, nada.
No tardó en bajar al lobby del hotel. Una llamada de uno de sus contactos le había dado la pista de que Brendan había salido durante la madrugada. Algo relacionado con Hamburgo, algo grande. Y Dakota Adams no era de quedarse esperando.
—Señorita Adams —la saludó uno de los empleados del hotel con una reverencia nerviosa—. El señor Thompson tuvo que…
—No necesito que me lo expliquen —cortó ella con una sonrisa fría—. Solo necesito saber dónde está.
El empleado dudó, pero al final bajó la voz:
—Está en el hangar privado.
Dakota sonrió de lado y giró sobre sus botas de tacón, con la determinación de alguien que no acepta ser mantenida al margen.
El hangar olía a metal, aceite y pólvora. Era un contraste brutal con el lujo del Thalassia. Allí no había cristales relucientes ni alfombras de terciopelo: solo hombres armados, autos blindados y el eco de un mundo donde la violencia no era una excepción, sino una regla.
Dakota se mantuvo oculta tras una columna, observando la escena frente a ella. Brendan estaba de pie, con el rostro endurecido, rodeado de sus hombres. Viktor, su mano derecha, hablaba en voz baja, mientras dos sujetos arrodillados frente a Brendan temblaban como hojas.
La tensión en el aire era tan densa que casi podía tocarse.
—Me fallaron —dijo Brendan, con esa voz grave que no necesitaba gritar para infundir miedo.
Uno de los hombres intentó justificarse. —No fue mi culpa, señor, yo…
El sonido de un golpe seco interrumpió la frase. Brendan había cruzado el espacio en dos pasos y lo tomó por el cuello, levantándolo con una facilidad que asustaba.
—En mi mundo no hay excusas —susurró, tan cerca que Dakota lo escuchó claramente—. O se es leal, o se está muerto.
El silencio posterior fue más brutal que cualquier amenaza.
Dakota sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nunca lo había visto así. Tan frío, tan letal. Era el mismo hombre que unas horas antes la había besado con fuego y pasión, y ahora parecía un dios de acero, dispuesto a destruir todo lo que se interpusiera en su camino.
Y, contra todo pronóstico, esa dualidad la atraía más.
Punto de vista de Brendan
No debería estar pensando en ella. No en ese momento. Pero cada vez que apretaba los puños, cada vez que escuchaba la voz temblorosa de los traidores, veía el rostro de Dakota en su mente. Esa mujer se había metido en su piel como una droga.
—El robo fue en Hamburgo —explicó Viktor, mostrándole un archivo en la tablet—. Alguien filtró la ubicación exacta de la carga. Sospecho de este par.
Brendan clavó la mirada en los hombres arrodillados.
—¿Sabés lo que me molesta más que un robo? —preguntó, caminando lentamente alrededor de ellos—. La traición.
Uno de los hombres balbuceó algo, pero Brendan levantó la mano, pidiendo silencio.
—Voy a darles una oportunidad para hablar. Uno de ustedes va a contar la verdad. El otro… no verá el amanecer.
Su voz era tan fría que el aire pareció congelarse.
Mientras hablaba, un pensamiento fugaz lo golpeó: Dakota, despertando sola. Su cuerpo desnudo enredado en las sábanas blancas. Su respiración tranquila, después de una noche que había cambiado algo en él.
Brendan odiaba sentir. Odiaba la idea de que ella pudiera ser su debilidad. Pero también sabía que no iba a dejarla ir.
—Viktor, resolvelo —ordenó, girándose para salir del hangar.
Necesitaba verla. Ahora.
Punto de vista de Dakota
Lo vio salir del hangar, con ese paso firme que parecía dominar el mundo. Ella dio un paso atrás, pero no pudo evitar que su mirada se cruzara con la de él. Brendan la encontró en medio de las sombras, y por un segundo el tiempo se detuvo.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y molestia.
—Buscándote —respondió ella, sin bajar la mirada—. No pienso quedarme al margen de tu mundo, Thompson.
Brendan la observó, y en sus ojos hubo algo parecido a la rendición.
—Mi mundo te va a destruir, Dakota —dijo, acercándose a ella—. Y lo peor… es que no sé si podría vivir sin vos.
Ella sonrió, peligrosa. —Entonces dejá de intentarlo.