Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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15. Más que un rufián
...PEPPER:...
Abrí los ojos, encontrando un techo de madera lleno de telarañas. Me moví costosamente, me sentía débil, con dolor de cabeza. Estaba sobre una cama, arropada con sábanas oscuras. Olía delicioso, a comida.
¿Cómo llegué a aquí?
Observé hacia la pared junto a la cama, la ventana mostraba un bosque y un día frío.
Recordé que estaba bajo la lluvia, tratando de convencer a Roquer de ayudarlo con el veneno en su cuerpo, pero él se había marchado.
En ese instante me desvanecí.
No supe más.
Seguramente, alguien me encontró tirada en la tierra y me recogió para ayudarme.
Desde que fui llevaba lejos de la capital solo conocí gente mala y repugnante. Casi ansiaba volver a mi palacio solitario y aburrido, no era entretenido, estaba siempre sola rodeada del personal de la casa, tampoco me sentía felíz, pero estaba segura.
Aunque mi padre, él tal vez reforzaría la llave de mi jaula si volvía a su lado.
Al menos aquí podía andar sin guardias vigilando, doncellas respirando en mi nuca, prohibiciones y cuestionamientos, no estaba forzada a permanecer callada.
Recordaba el eco que había en el palacio, cuando comía en el comedor, solo se escuchaba el sonido de mi cuchillo y mi tenedor sobre el plato.
Observé el resto del lugar, había fuego en la chimenea, una mesa pequeña y una silla, una estufa funcionando, con una olla echando humo sobre la hornilla.
Quería seguir durmiendo, pero tenía mucha hambre.
La puerta se abrió y observé asustada.
Roquer.
Estaba vivo.
Mi corazón se aceleró.
Arrastró la silla y trabó la puerta con ella.
Llevaba una cesta.
La colocó sobre la mesa.
Tenía una camisa holgada color crema, dejaba ver parte de su pecho, pantalones con tirantes y sus botas trenzadas.
No había notado que su cabello empezaba a crecer.
Estaba bien, ya no parecía alterado, ni agonizante.
¿Quién lo ayudó? ¿Con quién se alivió?
Pensar en que acudió a una mujerzuela me llenó de una sensación amargada.
Obviamente, yo no pude y sabía que él nunca me tomaría estando inconsciente, Roquer podía ser un asesino, un ladrón, cruel, pero nunca un depravado.
Ni siquiera quiso hacerlo cuando me ofrecí. Era demasiado debilucha, seguramente moriría si se sumergía dentro de mí, con esa cosa enorme entre sus piernas, no lo dudaba.
— Tengo hambre — Dije y se percató de que estaba despierta.
Hubo un leve cambio en su expresión de piedra, pareció suavizarse.
Se aproximó y luego volvió a ser el mismo mal encarado de siempre.
— Al fin despiertas — Se detuvo al lado de la cama, observando desde arriba, se veía mucho más imponente.
Este hombre era un despiadado, pero su belleza era de otro mundo.
— Estás bien.
— ¿Tú... — Parecía luchar contra la cortesía — ¿Te sientes bien?
— No del todo, tengo hambre y me siento muy débil, parece que me hubiese pasado un caballo por encima.
— Llevas dos días durmiendo.
Me sorprendí — ¿Qué me sucedió?
— Tenías fiebre, fue por la lluvia y por lo que has pasado.
— Ya me extrañaba no tener recaída.
— ¿Esto pasa con frecuencia? — Preguntó, parecía incómodo.
— Cuando tengo mucho ajetreo y vaya que he tenido mucho, mi respiración no es la única que se ve afectada en ocasiones.
— Hice sopa de gallina y traje fruta, también hay pan — Se alejó.
— Quiero sopa y pan.
Me sirvió un poco en una vasija y la colocó en una tabla para evitar que me quemara.
Estaba sorprendida ante su gesto, normalmente hubiese ordenado que me sirviera o peor aún, me hubiera hecho beber la sopa de un zapato.
Se acercó.
Me levanté costosamente.
— Con cuidado.
La colocó en mi regazo, buscó pan y me ofreció.
— Gracias — Lo tomé — ¿Le rompiste el cuello a otra gallina?
— La encontré muerta en un puesto de comida.
— ¿La robaste? — Elevé una ceja.
— Ellos nos recibieron como criminales, así que es justo que obtengan un poco de mi agradecimiento... Recuperé el caballo y tomé lo que correspondía por las molestias causadas.
— ¿Y está cabaña? — Observé a mi alrededor.
— La tomé prestada, el dueño no ha pasado por aquí en mucho tiempo.
— ¿Cómo le hiciste para entrar?
— Soy un ladrón, sé forzar cerraduras.
Caminó hacia la mesa y se sentó en la silla.
Empecé a comer, con cuidado, la sopa estaba deliciosa, moví la cuchara para enfriarla.
— Deberías soplar.
— No es adecuado, esta es la forma correcta.
— ¿En serio? — Elevó una ceja — No estás en el palacio, romper las normas es divertido.
Soplé la vasija muy fuerte — ¿Así? — Se me salió la baba, me sentí tan avergonzada, limpié mi boca.
Una de sus comisuras se elevó con diversión.
— Así no se hace.
— ¿Vas a mal enseñarme?
Se levantó y tomó la cuchara de mi mano.
Sopló sobre ella, con cuidado.
— Ah — La acercó a mi boca, dudé pero abrí, me dió un bocado.
— Así es como se hace, aunque yo prefiero beber la sopa directamente de la vasija.
— ¿Nadie te miró mal o te regañó por eso?
— No, siempre he estado rodeado de gente de mi misma posición, algunos ni siquiera saben leer — Me evaluó y mordí el pan, mastiqué y tragué antes de hablar.
— ¿Tú sabes leer?
— Por supuesto, mi madre me enseñó, no nací en las calles como la mayoría de mis compañeros — Dijo, sentándose al borde de la cama, junto a mis pies, haciendo que me incomodara un poco.
Seguí comiendo la sopa.
— También eres un buen cocinero.
— Era eso o morir de hambre — Dijo, detallando mis movimientos, sus ojos oscuros me dejaban sin aliento.
¿Qué rayos me ocurría con este hombre? ¿Solo porque me mostrara un poco de buen trato ya estaba suspirando por él?
No podía dejar de pensar en que estuvo dispuesto a morir envenenado solo para no forzarme.
— Quisiera aprender a defenderme.
Me evaluó muy serio.
— ¿Quieres qué yo te enseñe? — Preguntó y me sonrojé.
— Si quieres... No tienes que hacerlo si te molesta...
— Lo haré — Accedió y me sorprendí.
— ¿En serio?
— Por supuesto, no soy de bromas.
— ¿En dónde aprendiste a pelear así?
— Siempre me colaba en los escenarios de peleas clandestinas, primero aprendí mirando y luego un peleador se ofreció a enseñarme cuando tenía quince, a cambio, yo limpiaba los escenarios... Luego, le enseñé a mi hermana lo que aprendí de él — Dijo, sumido en sus recuerdos.
— Soy demasiado débil.
— Eso puede cambiarse — Apoyó las manos de sus rodillas.
Me percaté de que tenía una camisa diferente, era de mangas largas, con mangas ajustadas, de botones hasta el cuello.
— No traías nada puesto así que tuve que conseguir algo de ropa — Dijo y me ardieron las mejillas, imaginar que estuve inconsciente y desnuda ante Roquer.
No dije nada, seguí comiendo.
— ¿Quieres más? — Preguntó, observando mi plato vacío.
— Por favor.
Tomó el plato y se levantó.
Aparté la sábana para ver debajo.
Tenía unos pantalones, pero algo se sentía extraño en mí.
Me dolía un poco el vientre y me sentía un tanto empapada.
Volví la sábana a su lugar cuando Roquer terminó de llenar mi vasija con más sopa.
Recibí el plato y empecé a comer.
— Me pusiste pantalones.
— Por llevar vestido se les hizo fácil quitarlo — Gruñó y me tensé — Tienes tu ciclo, así se mantendrá la tela en su lugar para que no manches la ropa.
Me atraganté, tosiendo.
— ¿Te encuentras bien?
Tomé aire — ¿Tú me has estado aseando?
— Es solo sangre, siempre la veo, estoy acostumbrado — Se encogió de hombros.
Elevé mi mirada — No es algo que un hombre debe hacer, es desagradable y privado.
— Estabas inconsciente, estarías apestando, con los pantalones manchados de rojos de no ser por mis cuidados — Dijo, con expresión de piedra.
Me sentí tan avergonzada y desvié la mirada.
— Ya desperté, de ahora en adelante me ocuparé yo.
— Descuida, allá hay más trozos de tela — Señaló la esquina pegada a la pared de la cama.
Eran tiras largas de tela para mi ciclo.
— ¿Cómo es qué sabes tanto de esto?
— Por mi hermana, tuve que cuidar de ella muchas veces, sobre todo en los primeros ciclos, yo le conseguía la tela y también las infusiones para aliviar el dolor.
Volvió a sentarse en la silla, tomando su espada para pulir la hoja con un paño.
— Gracias — Dije, en voz baja.
...****************...
Volví a dormir otro poco, me levanté para cambiar la tela y también comí otro poco más.
Estuve en cama otros dos días más.
Dejé de sangrar, así que me mantuve en pie, observando a Roquer cocinar, tratando de aprender a encender la estufa y sacudir un poco el polvo de nuestro hogar temporal.
¿Nuestro?
Tanta comodidad y paz me estaba volviendo loca.
No mencioné lo de su decisión de dejarme libre, no quise.
Aún no.
Roquer vigilaba por la ventana y también hacía rondas en el bosque, pasaba la mayoría del tiempo afuera.
No hablábamos casi, pero había una extraña sensación de tranquilidad entre ambos.
— Hay guardias en Marla, me verán vuelvo a salir — Dijo, entrando nuevamente a la cabaña, mientras yo terminaba de atarme el cabello con una trenza, al fin pude peinar, encontré uno en la cesta que Roquer trajo del pueblo.
Era para mí.
— ¿No has dado con la Serpiente?
— No, pero tarde o temprano aparecerá — Dejó la funda con su espada sobre la mesa.
No quería preguntar, pero no podía dejar de darle vueltas y de preocuparme.
— Ellos dijeron que te hicieron cosas crueles...
Roquer me lanzó una mirada y me detuve en seco, quedándome inmóvil, de pie frente a él.
La vez pasada me amenazó si volvía a mencionarlo, pero sabía que no iba a lastimarla.
— Si lo hicieron — Gruñó, cerrando la cortina de la ventana, sopló las velas sobre la mesa y los estantes de la cocina — Es mejor no llamar la atención con luces.
— Roquer... — No sabía que decir.
— Sucedió cuando tenía catorce, había un grupo de rufianes que controlaban los barrios bajos, robar, moverse o incluso respirar sin autorización de ellos significaba castigo, meterse en su territorio, la muerte — Sopló otra vela, la penumbra llenó la cabaña — Terminé allí por un maldito engaño.
Dejó una sola vela pequeña, sobre la mesa.
— ¿Te metiste con ellos?
— Yo solo quería sobrevivir, como todos los demás — Dijo, negando con la cabeza — Ellos se desquitaron solo por matar a uno de los suyos con una piedra, otro niño que me había atacado para robarme un estúpido caballo de madera.
Pobre pequeño, había solo kilómetros de diferencia, mientras yo vivía en un palacio rodeada de lujos, él luchaba por sobrevivir en un mundo vil, rodeado de personas malas y pasando penurias.
No podría imaginar el sufrimiento y la desesperación.
Por eso este hombre era carente de alegría, de paz y de amor. Todas las cosas buenas se las había arrebatado mi padre, su futuro se echó a perder por él.
— Tienes derecho a vengarte, no te detendré.
Se quedó pensativo.
— Ve a dormir — Me ordenó, con un tono severo.
— No tengo sueño.
— Pasaste por una fiebre.
— He pasado por muchas fiebres.
— Duerme, yo vigilaré.
— No me des órdenes — Gruñí, cruzando mis brazos, sentándome en la silla.
Elevó una ceja.
— Pepper.
— No eres mi niñero.
Apretó su mandíbula — Así me he sentido desde que te rapté.
Resoplé — No soy una niña.
— No lo eres, pero se supone que eras mi prisionera.
— ¿Era?
— Puedes irte — Dijo y me sorprendí.
— Mantienes tu decisión...
— Te di mi palabra, aunque valga poco, te la di, te acercaré al pueblo para que vayas con los guardias...
— ¿Y tú? — Me levanté.
— Tengo que encargarme de la serpiente, estarás más segura si regresas con los guardias — Su expresión se mantenía muy firme.
— No quiero volver.
Se quedó desconcertado y luego frunció el ceño.
— ¿Por qué? Lo único que he hecho es joderte la vida.
— ¿Te preocupas por mí? — Arqueé las cejas — Soy libre ahora... Dijiste que ibas a enseñarme a defenderme.
— No podré, si te mantengo a mi lado un segundo más mi hermana morirá, la serpiente tratará de dañarte — Gruñó, acercándose a mí — Lo más sensato que puedes hacer es volver.
— ¿Y tú no vas a regresar?
— Lo haré, pero por mi cuenta, si me atrapan los guardias, no podré buscar la manera de que mi hermana no llegue a la horca, estaré detrás de los barrotes... Ellos no creerán en mi palabra, pero en la tuya así, di que escapaste de mi lado... Di que mi hermana no tuvo nada que ver en esto, es la verdad, esto lo hice solo.
— No, no me voy a ir, si vuelvo, perderé la libertad — Dije, derramando lágrimas.
— La perdiste estando conmigo.
— Pasaba mis días en el palacio, no podía salir, mi padre no me dejaba y si salía lo hacía bajo vigilancia, por eso iba a curiosear al mercado.
— Eso no es peor que esto, que lo que has pasado — Señaló el suelo — Así que lo mejor es que regreses.
— No quiero...
— Maldición, no entiendes.
— No puedes decidir... No tomes a la ligera mi situación... Yo no quiero volver...
— Eres estúpida — Siseó.
— ¿Cómo es qué te salvaste? ¿Acudiste a una...
— No, lo hice con mi mano — Dijo y no comprendí — No cambies el tema.
— Soy una carga para ti, lo sé.
— Me preocupo, no quiero que te hagan daño — Gruñó, sin observarme, como si no quisiera admitirlo.
Mi corazón se aceleró.
y que tan piedra de tropiezo es el capitán prometido, ante las riquezas y título de duque no creo vaya a dejar el camino fácil
hay que esperar para ver qué pasa igual puede y tenga su guardado
Tal vez el hecho de que le den tanta importancia o lo que esta pasando, no se, pero siento rabia contenida.