Alejandra quien a sus 5 años fue alejada de su padre por el echo de ser la hija de una empleada y nacida fuera del matrimonio. La quiso proteger de la humillación y del maltrato, la llevó a vivir a Colombia con su familia materna. La cuido y velo por ella desde la distancia sabiendo que era la hija de su gran amor. Después de 20 años creció como una hermosa mujer, educada y valiente. Una hermosa joya... quien será la presa de un delicioso hombre que la absorberá y amará hasta que sus vidas se apaguen.
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Emergencia
La noche había terminado perfecta. Entre risas, miradas cómplices y caricias disfrazadas de casualidad, la conexión entre ellos crecía sin prisa, pero con firmeza. Se despidieron con la promesa de verse al día siguiente para almorzar, sin presiones, sin etiquetas, solo disfrutando de esa tensión dulce que empezaba a envolverlos.
Alejandra había sido clara: no quería ir rápido, no quería correr hacia algo que no pudiera sostener. Y él, extrañamente paciente, había respetado su ritmo. No por falta de deseo, sino por ese extraño placer de verla abrirse de a poco.
A la mañana siguiente, Callahan —o mejor dicho, Noah— llegó temprano al restaurante. Tomó asiento en la mesa que había reservado con antelación, pidiendo un café mientras esperaba. Revisó el reloj. Luego su celular.
Cinco minutos.
Diez.
Quince.
Veinte.
Los mensajes empezaron a salir, primero suaves, luego con un tono más ansioso.
“¿Todo bien?”
“Estoy en la mesa de siempre.”
“Avísame si pasó algo.”
Pero no hubo respuesta.
Callahan tamborileaba los dedos sobre la mesa, la mandíbula tensa.
Volvió a escribir:
“Avísame si se te complicó el día. No hay problema.”
Pero no hubo respuesta. Otra vez.
La sonrisa se fue diluyendo. Primero la inquietud, luego la duda, y después la punzada inevitable de la rabia mezclada con una confusión creciente. No podía entender qué había pasado. ¿Le había ocurrido algo? ¿Se arrepintió? ¿Lo estaba evitando?
El celular seguía mudo.
Fue entonces cuando Miles se acercó con paso tranquilo, con su habitual discreción. Se detuvo al borde de la mesa y, con voz serena, dijo:
— Señor, el auto está listo. Deberíamos partir pronto si queremos evitar cualquier cruce con los movimientos del señor Smith. — Callahan lo miró sin responder, la mirada aún clavada en la pantalla de su teléfono. Respiró hondo, se levantó con lentitud y asintió.
— Está bien. — Miles no preguntó nada. Sabía que algo no había salido como su jefe esperaba, pero también sabía cuál era su lugar: recordarle el tiempo, organizar sus movimientos. Nada más.
Subieron al auto y, mientras el paisaje paisa comenzaba a desdibujarse en el retrovisor, Callahan seguía sin apartar los ojos del celular.
Confundido. Molesto. Y, muy a su pesar, preocupado.
Porque Alejandra no era de esas que desaparecen sin más.
Y lo que fuera que estuviera ocurriendo... no lo iba a dejar así.
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Al otro lado de la ciudad…
Alejandra había comenzado su mañana con una sonrisa que no se le despegaba del rostro. Se levantó temprano, se tomó su tiempo para arreglarse, y eligió uno de sus conjuntos favoritos: ese blazer elegante que la hacía sentirse segura y femenina al mismo tiempo. Había algo especial en esa jornada. Iba a verlo. Y aunque no quería admitirlo del todo, él le gustaba. Mucho.
La mañana transcurrió entre correos, reuniones y algunas risas compartidas con Camila. Todo iba perfecto… hasta que sonó su celular.
La pantalla mostraba un nombre que hizo que el corazón se le apretara: Tía Rosa.
Respondió de inmediato. Bastaron pocas palabras para que se le helara la sangre.
— ¿Qué pasó? — Dijo al instante, dejando caer el bolígrafo que tenía en la mano.
— Nena, no te asustes… pero necesito que vengas. Estoy en la clínica, pero estoy bien, no te preocupes… sólo fue un susto. — Pero Alejandra ya estaba de pie. Su corazón no entendía de matices ni de tonos tranquilizadores. Rosa era su todo. No era sólo una tía: era su madre, su guía, la mujer que la había criado, que le había enseñado a defenderse del mundo.
Salió de la oficina sin pensarlo dos veces. Le gritó algo a Camila al pasar —algo sobre una urgencia familiar—, y tomó el primer taxi que encontró.
Todo el día cambió en un parpadeo. El almuerzo con Noah quedó en pausa, perdido entre los nervios y el miedo. No pensó en mensajes, ni en excusas. Su mente estaba en otro lugar. Su corazón también.
Mientras él la esperaba, sin entender por qué ella no aparecía, Alejandra estaba sentada en una sala blanca, tomando la mano a una de las mujeres más importante de su vida… tratando de respirar.
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Callahan caminaba por el aeropuerto con pasos largos y pesados. Su mandíbula tensa, los ojos fijos al frente, como si la rabia no le permitiera mirar hacia los lados. El teléfono en su mano estaba a punto de ceder ante la fuerza de su agarre.
Miles, caminando a su lado con el maletín en una mano y la tablet en la otra, lo miró de reojo. Dudó unos segundos, hasta que al fin habló, con ese tono mesurado y respetuoso que siempre usaba con su jefe.
— ¿Quiere que averigüe qué fue lo que pasó con la señorita? — Preguntó, sin rodeos. — Puedo hacerlo discretamente, en menos de una hora tendríamos algo. — Callahan apretó el teléfono con más fuerza, los nudillos blancos. Se detuvo un segundo, exhalando con furia contenida.
— No. — Respondió seco, sin mirarlo. — Déjalo así. — Siguió caminando. Miles lo alcanzó en silencio, respetando el enojo que lo envolvía como una sombra. — De todas maneras… — Añadió Callahan, esta vez con un tono más bajo, más denso. — Ella va a ser mía. — Había decepción en su voz, pero también una decisión irrompible. No entendía lo que había pasado, no sabía por qué no había llegado. Estaban bien, todo iba bien. Y sin embargo, ahí estaba él, y ella no.
Esa no era la despedida que quería. No así. No sin verla una vez más, no sin oírla hablar, sin tocar su mano.
Pero ahora… solo quedaba esperar.
Y Callahan nunca fue paciente.
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El hospital tenía ese olor característico a desinfectante que se mezclaba con el murmullo constante de voces apagadas y pasos apurados. Alejandra se frotó las manos, nerviosa, sentada en una de las sillas plásticas de la sala de espera. Su teléfono seguía vibrando con notificaciones, pero no tenía cabeza para nada más. No ahora.
Tía May estaba sentada junto a ella, con las manos entrelazadas y los labios apretados. Alejandra se giró hacia ella, con la frente fruncida.
— ¿Qué fue lo que pasó, May? ¿Qué pudo haber sido tan grave como para que mi tía esté aquí ahora? — La mujer suspiró, ladeando la cabeza con pesar.
— Al parecer fue un infarto, Alejandra. O algo parecido. Los médicos no han confirmado todavía, pero fue algo repentino. Un paro, quizás… no sé — Dijo, conteniendo la angustia en la voz. — Yo no estaba en casa cuando sucedió. Me llamaron de emergencia.
— ¿Y quién estaba con ella? — Preguntó Alejandra, alarmada.
— Su hija. Dice que escuchó un golpe, un estruendo, y cuando corrió a verla ya estaba tirada en el suelo. Llamó a la ambulancia de inmediato. — Alejandra cerró los ojos un momento, tratando de calmar su respiración. Todo el almuerzo con Noah se había borrado por completo de su mente. La angustia pesaba más. No podía creerlo. — Está estable. — Agregó May, como queriendo aferrarse a eso. — Eso dijeron los médicos. Pero tenemos que esperar. A que termine los estudios. A que podamos hablar con ella.
Y Alejandra esperó. Sin saber cuánto tardarían.
los capítulos son muy cortos y solo uno por día 😭😭