El vínculo los unió, pero el orgullo podría matarlos...
Damián es un Alfa poderoso y frío, criado para despreciar la debilidad. Su vida gira en torno a apariencias: fiestas lujosas, amigos influyentes y el control absoluto sobre su Omega, Elián, a quien trata como un mueble más en su casa perfecta.
Elián es un artista sensible que alguna vez soñó con el amor. Ahora solo sobrevive, cocinando, limpiando y ocultando la tos que deja manchas de sangre en su pañuelo. Sabe que está muriendo, pero se niega a rogar por atención.
Cuando ambos colapsan al mismo tiempo, descubren la verdad brutal de su vínculo: si Elián muere, Damián también lo hará.
Ahora, Damián debe enfrentar su mayor miedo —ser humano— para salvarlos a los dos. Pero Elián ya no cree en promesas... ¿Podrá un Alfa egoísta aprender a amar antes de que sea demasiado tarde?
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15. Damien
Me quedé paralizado frente a la puerta cerrada de Elian, sintiendo cómo mis uñas se clavaban en las palmas de las manos. Ese sonido del pestillo al cerrarse me atravesó como un cuchillo.
"No. No lo dejaré morir así", pensé, y antes de darme cuenta ya estaba en la cocina, abriendo la nevera con tanta fuerza que varios imanes cayeron al suelo con ruido seco.
Media hora después, la cocina parecía una zona de guerra. El humo espeso me hacía lagrimear mientras maldecía por quinta vez, intentando rescatar lo que en algún momento habían sido zanahorias. El aceite en la sartén saltaba como si estuviera vivo, quemándome los brazos con pequeñas marcas rojas.
"¡Mierda!"
El detector de humo comenzó a sonar justo cuando arrojé mi tercer intento fallido a la basura. Sobre la encimera yacían los restos de mis primeros desastres: un puré que parecía cemento y un filete tan negro que ni el perro del vecino lo habría tocado. Todo un logro para alguien cuya experiencia culinaria se limitaba a calentar comida precocinada.
Lo ignoré, frotándome los ojos con la manga de la camisa. Recordé cómo a Elian le encantaba el risotto de champiñones, cómo cerraba los ojos al primer bocado, ese pequeño gemido que siempre se le escapaba...
Con manos que no dejaban de temblar, busqué otro tutorial en internet. La cuarta vez sería la buena.
El humo seguía flotando en el aire cuando abrí la nevera de nuevo, decidido a empezar otra vez.
Maldije entre dientes mientras salía corriendo a comprar comida. No podía creer lo inútil que era en la cocina, cuando lo único que quería era prepararle algo decente a Elian. El aire frío de la tarde me golpeó la cara, pero no me detuve, caminando rápido hacia el restaurante más cercano que conocía.
Cuando regresé, con las bolsas llenas de su comida favorita, toqué suavemente la puerta de la habitación de Elian. No hubo respuesta. El silencio me heló la sangre.
—¿Elian?
Abri la puerta con más fuerza de la que pretendía, y ahí estaba él, durmiendo en la cama, su respiración lenta y superficial. Me acerqué de inmediato, colocando una mano en su frente. No tenía fiebre, pero su piel estaba más pálida de lo normal. Sin pensarlo dos veces, revisé su pulso—débil pero constante.
Corrí al baño por sus medicinas, derramando pastillas en mi prisa, y llené un vaso de agua que se me resbaló de los dedos temblorosos. Maldije de nuevo, limpiando el desastre antes de volver a su lado.
Me senté en el borde de la cama, observando cómo sus pestañas temblaban levemente con cada respiración.
—Toma, cariño— murmuré, ayudándole a incorporarse lo suficiente para tragar las pastillas.
Cuando volvió a recostarse, no pude resistirme. Me acosté a su lado, manteniendo una distancia respetuosa pero lo suficientemente cerca para sentir el calor de su cuerpo. Su aroma llenó mis pulmones, haciéndome sentir más vivo que en semanas.
Me quedé allí, mirando cómo su pecho subía y bajaba, contando cada respiración. Sabía que debíamos estar juntos para sanar por completo. No solo por la maldita marca, no solo por la conexión Alfa-Omega. Sino porque sin él, ni siquiera valía la pena estar sano.
El sol comenzó a ponerse, pintando la habitación de tonos anaranjados, y aún seguía ahí, esperando. Prometiéndome a mí mismo que no me movería hasta que despertara. Hasta que sus ojos se abrieran de nuevo.
El momento en que los ojos de Elian se abrieron, sentí un alivio tan grande que casi olvidé respirar.
"Gracias", pensé, alcanzando rápidamente el plato de comida que había comprado especialmente para él.
—Ten, debes comer—, le dije, tratando de sonar calmado mientras le ofrecía el plato.
Elian lo miró con esos ojos verdes que antes brillaban de amor y ahora solo mostraban desprecio.
—No tengo hambre—, murmuró, apartando la vista.
—Por favor, los médicos dijeron que...
—¡Ya sé lo que dijeron los médicos!— cortó él, su voz repentinamente fuerte. Antes de que pudiera reaccionar, su mano golpeó el plato, enviándolo contra la pared donde se estrelló con un sonido horrible. Trozos de comida y porcelana salpicaron el suelo.
Me quedé paralizado, mirando el desastre. El arroz, las verduras, todo lo que había elegido con tanto cuidado ahora manchaba la pared. Mis manos comenzaron a temblar.
—Yo... yo prepararé algo— dijo Elian, intentando levantarse de la cama. —Es mi obligación como Omega cocinar para ti.
Esas palabras me atravesaron como un cuchillo. ¡Era la misma frase que yo le había repetido tantas veces!
—No, Elian, ya no es así— protesté, arrodillándome para recoger los pedazos rotos. —No tienes que...
—Claro que sí — respondió él con una frialdad que me heló la sangre. —Es lo que somos, ¿no? Lo que siempre me recordaste.
Cada trozo de porcelana que recogía me cortaba los dedos, pero el dolor físico no se comparaba con el vacío en el pecho. Elian se movío débilmente hasta desaparecer del cuarto.
Elian miró el desastre de la cocina con los labios apretados. Sus hombros se tensaron, y agarró la escoba que estaba apoyado contra la pared.
—Déjalo —dije, bloqueándole el paso—. No estás bien todavía.
—Es mi obligación —murmuró, sin mirarme.
—Ya no.
Resopló, pero sus manos temblaban alrededor del palo del trapeador. Podía ver el esfuerzo que le costaba mantenerse de pie, la palidez de sus nudillos al aferrarse.
—Elian —insistí, bajando la voz—. Por favor.
Por un momento, pensé que discutiría. Sus ojos verdes brillaron con ese fuego terco que tanto amaba, pero entonces su cuerpo cedió. La habitación cayó al suelo con un golpe sordo, y él se volvió hacia la habitación sin decir nada.
Cuando regresé con las bolsas de comida, lo encontré sentado al borde de la cama, mirando sus manos vacías.
—Traje más de lo que necesitamos —dije, mostrándole los contenedores—. Hay suficiente para...
Asintió, apenas un movimiento de cabeza, pero fue suficiente.
Me senté en el suelo frente a él, abriendo los recipientes uno por uno. El aroma a curry y especias llenó el cuarto.
—El arroz está aparte —murmuré—. Por si... por si te duele el estómago.
Elian miró la comida, luego mis manos manchadas de curry, y por un segundo, creí ver algo distinto en su expresión. Algo menos frío.
Pero entonces tomó el tenedor con dedos que no temblaron, y comenzó a comer en silencio.