Promesas De Amor

El aire de la noche estaba cargado con el aroma de los geranios que llevaba conmigo. Había decidido visitar a Margareth en el convento, llevarle estas flores que sabía que le gustarían, quizás encontrar alguna excusa para quedarme más tiempo del necesario. Sin embargo, al acercarme, noté que las luces de su pequeña casita estaban encendidas.

Cambié de dirección y me dirigí hacia allí. La puerta estaba entreabierta, y desde fuera podía verla moverse de un lado a otro, alistando algunas cosas, probablemente para llevarlas al convento. Parecía concentrada, y por un momento me quedé observándola desde la sombra, como un cobarde que no se atrevía a entrar.

Finalmente, me armé de valor y toqué ligeramente la puerta.

—¿Arthur? —preguntó, girándose hacia mí con esa mirada inocente que siempre conseguía dejarme sin palabras.

—Vi las luces encendidas —dije, levantando la maceta de geranios que traía conmigo—. Pensé que esto te gustaría.

Dejó lo que estaba haciendo y se acercó, tomando los geranios entre sus manos. Los olió, cerrando los ojos por un breve instante, y su rostro se iluminó con una sonrisa que habría derretido el corazón más frío.

—Son hermosos, Arthur. Muchas gracias.

Me quedé mirándola, con las flores en sus manos, y sentí como si el tiempo se detuviera. Si antes estaba perdido, ahora estaba completamente condenado.

—Yo también tengo algo para ti —dijo, sacándome de mi ensimismamiento.

Metió la mano en el bolsillo de su vestido y sacó una carta doblada con cuidado. La sostuvo contra su pecho por un instante antes de extenderla hacia mí.

—Quiero que la leas cuando llegues a casa.

—¿Es algo que debería preocuparme? —pregunté con una media sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.

—Tal vez —respondió, devolviéndome una mirada juguetona.

Tomé la carta y la guardé en el bolsillo de mi chaqueta, intentando no pensar demasiado en lo que podría contener.

Justo en ese momento, escuchamos el sonido de un caballo . Al voltear, vi a Mike bajarse de él y acercarse hacia nosotros con su típico aire protector.

—Margareyb —saludó con calidez—, vine a llevarte al convento.

Ella asintió y recogió sus cosas mientras seguía sosteniendo los geranios que le había dado. Observé cómo Mike tomaba parte de sus pertenencias para ayudarla, actuando como si ya fuera su deber. Mi mandíbula se tensó, pero no dije nada.

Cuando Margareth se despidió de mí, subiendo al caballo con él, los observé desde la distancia. Mike la ayudó a acomodarse mientras ella sostenía la maceta de geranios con delicadeza. Era una imagen que no debería afectarme, pero lo hacía. En mi mente, los veía como una pareja, futuros esposos, compartiendo un momento que no me pertenecía.

Encendí un cigarrillo mientras los veía alejarse. La carta en mi bolsillo parecía arder contra mi pecho, pero no me atreví a abrirla. No todavía.

La mansión estaba silenciosa, sumida en una penumbra que reflejaba el estado de mi alma. Dejé las llaves sobre la mesa del vestíbulo, me desabotoné el saco y me dirigí al estudio. Necesitaba algo que calmara mi mente antes de abrir la carta que Margareth me había dado.

Encendí un cigarrillo y lo sostuve entre los labios mientras me servía un vaso de whisky. La primera quemadura del licor en mi garganta me trajo una calma momentánea. Me recosté en el sofá, dejé el vaso en la mesa y saqué la carta del bolsillo de mi chaqueta.

Era un sobre sencillo, con mi nombre escrito en una caligrafía que claramente había tratado de ser cuidadosa. Lo abrí con cuidado, como si contuviera algo frágil. Saqué el papel doblado y, tras un momento de duda, comencé a leer.

*"Querido señor O'Connor,

He querido escribir esta carta para agradecerle y confesarle algo que he estado guardando en mi pecho durante el poco tiempo de su estancia..."*

Mis ojos recorrieron las líneas lentamente, absorbiendo cada palabra como si fueran golpes directos a mi pecho.

"Cuando lo vi bajar de ese carro pensé que era un hombre tan guapo y atractivo que se me hizo inalcanzable de alguna manera..."

No pude evitar que una sonrisa se dibujara en mis labios, aunque fue fugaz, casi dolorosa. Continué leyendo, sintiendo cómo sus palabras se clavaban más profundamente con cada frase.

"Luego, cuando limpió mi herida en el camino, me sentí sumamente extraña, y al poco tiempo me di cuenta de que cada vez que usted se me acercaba me ponía como ratoncito desenfrenado..."

Apagué el cigarrillo en el cenicero, incapaz de seguir sosteniéndolo. Las palabras de Margareth eran tan puras, tan inocentes, que me dejaban desarmado.

"Pero yo sé muy bien que alguien como usted, o mejor dicho, un hombre con sus recursos, nunca se fijaría en una pobre muchacha como yo..."

Solté un suspiro pesado. ¿Qué clase de imagen le había dado yo? ¿Cómo podía pensar que era inalcanzable, cuando ella era lo único que realmente deseaba?

"Y ¿sabe?, Mike me pidió matrimonio, pero no fui capaz de aceptarlo sabiendo que mi corazón late por usted..."

Ahí estaba. Lo había dicho, lo que yo había sospechado pero nunca esperado escuchar, al menos no de esta manera.

*"Así que he decidido encomendarme a la vida santa. Creo que es mucho mejor que estar en un cabaret. Pero al menos sé que usted sabe lo que siente esta pobre muchacha, y aunque sé que usted no me corresponde... estaré eternamente agradecida.

Posdata : le seguiré llevando mermeladas .

Con cariño,

Margaret."*

Terminé de leer y dejé la carta sobre la mesa, junto al vaso de whisky. Por un momento, no hice nada más que observarla, como si esa hoja de papel pudiera responder a todas las preguntas que ahora me llenaban la cabeza.

¿Cómo podía ser tan ciega, tan ingenua? ¿Cómo no veía que cada gesto, cada palabra mía, había estado cargada de un amor que no había querido admitir, ni siquiera para mí mismo?

Encendí otro cigarrillo, intentando calmar el torbellino de emociones que me invadía. Margareth no era solo una muchacha cualquiera. No era alguien que pudiera ignorar, ni mucho menos dejar ir. Ella me había salvado de mí mismo, incluso sin saberlo, y ahora estaba pensando en enterrarse viva en un convento porque no veía otra salida.

Me recosté en el sofá, cerrando los ojos y dejando que las palabras de su carta resonaran en mi mente. Si ella pensaba que esto era el final, estaba muy equivocada. No iba a permitir que Margareth desapareciera de mi vida tan fácilmente.