El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Ecos del pasado.
La luz del amanecer se colaba por las ventanas de la mansión, proyectando sombras largas y distorsionadas en las paredes. Los días habían comenzado a sentirse más tranquilos, pero con esa calma siempre venía un eco lejano, una sensación de que lo peor aún no se había revelado. Claudia lo sabía, lo sentía en el aire, en cada rincón oscuro de la casa, como si las paredes mismas guardaran secretos demasiado pesados para olvidar.
A pesar de los avances que Gabriel y ella habían hecho en sus respectivas sanaciones, la mansión seguía ejerciendo un poder extraño sobre ellos. Algo en sus profundidades los llamaba, les susurraba, especialmente a Gabriel. Las noches en la mansión comenzaban a sentirse más pesadas, cargadas de un silencio que no era del todo pacífico.
Gabriel, cada vez más perturbado por sus sueños, despertaba empapado en sudor. Había imágenes que no podía sacarse de la cabeza: una figura en los pasillos, la silueta de su padre en la distancia, y un sentimiento de algo inminente, como si el pasado estuviera decidido a atraparle. Claudia, aunque intentaba no mostrar su preocupación, también sentía esa misma presencia, pero había decidido esperar a que Gabriel estuviera listo para hablar.
Esa mañana, tras un desayuno en silencio, Claudia finalmente rompió la tensión que los había rodeado desde la noche anterior.
—Gabriel, no podemos seguir así —dijo con firmeza, mirando el café humeante frente a ella—. Algo está pasando, lo siento en ti, lo siento en la casa. Y sé que no podemos ignorarlo más.
Gabriel alzó la vista lentamente. Sus ojos oscuros estaban rodeados de sombras, testigos de las noches sin dormir que lo habían atormentado. Había estado intentando proteger a Claudia, manteniendo para sí los detalles más oscuros de sus pesadillas, pero sabía que ella lo conocía demasiado bien como para engañarla.
—Es la casa —admitió finalmente—. O tal vez... es más que eso. Es todo lo que representa. Mi familia, mi padre. Todo lo que traté de enterrar. Y ahora está volviendo.
Claudia se inclinó hacia él, sintiendo su dolor en cada palabra. Sabía que este era un paso importante, una apertura que Gabriel necesitaba hacer, aunque no sabía aún cuán profundo era el abismo que él estaba a punto de mostrarle.
—No tienes que enfrentarlo solo —dijo suavemente—. Estamos en esto juntos. No importa lo que venga.
Gabriel respiró hondo, sintiendo el alivio de esa promesa. Pero sabía que, para seguir adelante, tendría que desenterrar sus secretos más oscuros, no solo para Claudia, sino para sí mismo.
—Cuando era niño, mi padre me llevaba a una sala oculta en el sótano —comenzó, su voz más baja, como si temiera que el mismo aire pudiera traicionarlo—. Nunca supe realmente por qué, solo que cada vez que bajábamos, algo en mí se rompía un poco más. Había cosas que no entendía entonces, pero que ahora... ahora tienen sentido.
Claudia lo miró con una mezcla de preocupación y determinación.
—¿Qué había en esa sala, Gabriel?
Los ojos de Gabriel se nublaron, como si las imágenes de su infancia comenzaran a tomar forma en su mente.
—Documentos, objetos... rituales. Mi padre no solo era un hombre de negocios. Él creía en cosas, cosas antiguas, oscuras. Decía que había una maldición en nuestra familia, algo que venía desde generaciones atrás. Pero nunca hablaba claramente sobre lo que significaba. Solo sé que siempre regresaba a esa sala, que siempre había algo que parecía crecer dentro de él cada vez que pasábamos tiempo ahí.
Claudia sintió un escalofrío recorrer su columna. La casa, los secretos, todo parecía encajar en un rompecabezas que aún no lograba armar del todo, pero que sentía cada vez más cerca de revelarse.
—Gabriel, tenemos que ir allí —dijo finalmente—. A esa sala. Si hay algo que aún te persigue, si es parte de lo que te atormenta, tenemos que enfrentarlo. No podemos seguir viviendo con esas sombras rondando.
Gabriel asintió, aunque la idea de volver a ese lugar lo aterraba. Pero Claudia tenía razón. Era hora de enfrentar los demonios que su padre había dejado atrás.
Horas más tarde.
La puerta del sótano se abrió con un quejido sordo, como si no hubiera sido tocada en años. El aire frío y pesado se filtró por las escaleras de piedra, y cada paso hacia abajo parecía llevarlos más cerca de una verdad que Gabriel había evitado durante toda su vida.
Claudia encendió la linterna, sus manos temblando ligeramente, pero su resolución intacta. Gabriel iba delante, sus pasos lentos pero decididos. Finalmente, llegaron a la puerta que conducía a la sala oculta. Era una puerta de madera vieja, marcada con símbolos que Claudia no reconocía, pero que Gabriel había visto muchas veces en los sueños que lo atormentaban.
—Es aquí —murmuró Gabriel, sus dedos rozando la superficie rugosa de la puerta—. Aquí es donde todo comenzó.
Claudia lo observó, sabiendo que este era un momento crucial para él. Abrió la puerta con cuidado, y lo que vieron en su interior no era lo que habían esperado.
La sala estaba intacta, como si el tiempo no hubiera pasado. En las paredes colgaban antiguos retratos de la familia de Gabriel, pero había algo perturbador en ellos: los ojos de las figuras parecían seguirlos, vigilarlos. En el centro de la sala, una mesa de piedra estaba cubierta con libros antiguos, velas derretidas, y objetos que Claudia no podía comprender.
—Mi padre decía que todo en esta sala tenía un propósito, que todo estaba conectado con la mansión y con nosotros. —Gabriel habló en voz baja, como si los ecos del pasado estuvieran presentes en cada palabra—. Él creía que la casa nos protegía, pero a un costo.
Claudia se acercó a la mesa, sus dedos rozando los libros cubiertos de polvo. Algo en uno de los volúmenes llamó su atención. Lo abrió, y dentro encontró páginas llenas de notas, pero lo que más le impactó fue un nombre, escrito con trazo firme: Gabriel.
—¿Qué significa esto? —preguntó, mirando a Gabriel con ojos abiertos por la sorpresa.
Gabriel, mirando esas notas, entendió que su padre había estado preparando algo mucho más grande de lo que él imaginaba. La mansión no era solo una casa, era un lugar cargado de poder, y su familia había estado involucrada en ese poder durante generaciones.
Y ahora, era el turno de Gabriel de enfrentar ese legado oscuro.