En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 15
Cuando llegué al castillo, sentía la rabia bullir en mi pecho. Era mi día libre, pero allí estaba de nuevo, caminando hacia él como si mi vida le perteneciera.
Cada vez que el príncipe Patrick me llamaba, no importaba cuán agotada o molesta estuviera, tenía que ir. Mientras subía las escaleras hacia sus aposentos, intenté apartar los recuerdos del día anterior, pero fue inútil.
Su mirada sobre mí, sus preguntas, ese extraño e intenso momento... Me sentí avergonzada al pensar en lo que podría haber sucedido si su madre no hubiera entrado. ¿Cómo pude haber deseado algo así?
Al abrir la puerta, lo vi sentado, observando algo por la ventana. A pesar de su condición, su porte seguía siendo arrogante, y su actitud, tan altiva como siempre.
Al entrar, sin que él siquiera girara a mirarme, me invadió un profundo sentimiento de incomodidad. Los recuerdos del día anterior me quemaban la piel, pero intenté mantener la compostura. Debo ser fuerte, me dije, pero con él siempre era complicado.
—Llegas tarde —dijo con su tono habitual, cortante y despectivo.
—Es mi día libre —respondí, tratando de mantener el respeto, aunque mi voz estaba teñida de molestia.
Él esbozó una sonrisa burlona, pero no dijo nada al respecto. Se quedó en silencio, y yo, mientras tanto, empecé a hacer mis tareas. Me sentía como una sombra en su presencia, siempre al borde de un colapso, caminando sobre terreno incierto.
Sabía que cualquier movimiento en falso podría desencadenar su enojo, y ese día en particular, parecía más irritado de lo normal.
Intentó levantarse de su silla sin mi ayuda, algo que hacía solo para demostrar que no me necesitaba. Pero lo vi titubear, sus piernas temblando, y cuando se desplomó de nuevo, furioso, me lanzó una mirada llena de veneno.
—¿Qué estás mirando? —espetó, su tono lleno de rabia contenida—. Tu presencia me hace débil, Amber. Eres como una maldición.
Mi corazón dio un vuelco, no tanto por sus palabras, sino por la manera en que me miraba. Era como si su frustración se alimentara de mi existencia.
Lo miré fijamente, apretando los labios, tratando de no decir lo que en verdad pensaba, pero al final las palabras se escaparon antes de que pudiera detenerlas.
—Pareces un viejo amargado —dije, sin pensar en las consecuencias.
La furia que apareció en sus ojos fue inmediata. Me regañó duramente, su voz llena de desdén, casi como un látigo.
Pero, mientras hablaba, podía notar que había algo más, una tensión en él que no tenía nada que ver conmigo, o al menos no completamente. Era como si estuviera librando una batalla interna, y yo era el blanco fácil.
A pesar de la reprimenda, me quedé en silencio, limpiando su habitación como si no me afectara, aunque por dentro sentía una mezcla de ira y miedo.
Sabía que debía controlarme. No puedo permitirme caer en su juego, pensé. Él disfrutaba provocándome, molestándome, solo para ver cómo reaccionaba. Era evidente que sacaba algún tipo de placer de hacerme enfadar.
Después de un rato, como si hubiera olvidado por completo el intercambio anterior, mencionó, casualmente, lo que había escuchado.
—Escuché sobre la pelea en el pueblo —dijo, con una sonrisa de burla—. Parece que tus hermanos y tú no pueden mantenerse alejados de los problemas. ¿Qué? ¿Decidieron hacer un espectáculo para todo el pueblo?
Me detuve en seco, sintiendo que la sangre me hervía. ¿Cómo se atrevía a decir eso? No tenía idea de lo que realmente había sucedido, ni del miedo que sentíamos por Jessica, ni de la rabia de David.
Quería gritarle, pero sabía que no podía. El temor que siempre me provocaba estaba allí, latente. Solo pude respirar hondo y seguir limpiando.
—No sabes nada de lo que pasó —murmuré entre dientes, apenas audible.
—¿Qué dijiste? —preguntó, aunque sé que me había oído perfectamente. Su tono era burlón, pero sus ojos, curiosos.
No respondí. No podía darle el gusto de saber cuánto me afectaban sus palabras.
El príncipe me observaba desde su silla, su mirada cada vez más intensa, disfrutando de cada pequeño gesto que hacía, de cada mirada que evitaba. Sabía que estaba perdiendo la paciencia, pero no podía dejar que él lo notara.
Él seguía lanzando comentarios sarcásticos y tirándome indirectas, y cada vez que lo hacía, una chispa de molestia y frustración se encendía dentro de mí.
Intenté mantener la compostura, pero noté que, cuanto más me enfadaba, más le gustaba a él. Lo veía en la forma en que sonreía, en cómo sus ojos brillaban con picardía.
—¿Te estás divirtiendo? —le solté, finalmente, con el ceño fruncido mientras recogía las últimas cosas.
—Mucho —respondió, sin dudarlo, y pude notar cómo una sonrisa se formaba en su rostro.
Le encantaba fastidiarme, provocarme hasta el límite. Pero lo peor de todo es que sabía que no podía salir del cuarto sin su permiso.
Encerrada en su cuarto, me sentía como si estuviera en cautiverio. El príncipe Patrick, con su arrogancia y caprichos, no mencionó ni una palabra sobre lo que su madre le había dicho de sus piernas.
No era importante para él en ese momento. Solo parecía disfrutar viéndome atrapada, fastidiándome a cada segundo, como si eso le diera algún tipo de satisfacción.
El aire en la habitación se volvía pesado con cada comentario sarcástico que me lanzaba, pero yo aguantaba, como siempre lo hacía. No podía permitirme mostrar más debilidad de la que ya había demostrado.
—¿Sabes qué? —dijo de repente, con una voz más suave, pero cargada de esa familiar arrogancia—. Me duele la espalda. Ven y soba un poco.
Mi cuerpo se tensó al escucharlo. Sabía que no podía negarme, pero algo en la petición me hacía sentir incómoda.
Sus órdenes siempre venían con un tono de superioridad, pero esta vez había algo más. Lo miré, esperando que fuera una de sus bromas, pero él me sostuvo la mirada, desafiándome.
Caminé hacia él con las manos tensas, cada paso sintiendo el peso de la situación. Cuando me acerqué, él giró ligeramente, dándome la espalda.
Respiré hondo y empecé a masajearle los hombros, mi mente completamente enfocada en no hacer nada que pudiera enfadarlo más. Pero el ambiente se volvió incómodo rápidamente. Cada vez que mis manos se movían, sentía cómo la tensión entre nosotros crecía.
—¿No puedes hacerlo mejor? —dijo con un tono burlón, aunque había algo más en su voz. Un toque de satisfacción.
Me quedé en silencio, tratando de mantener mi compostura, pero mis manos temblaban ligeramente. Después de unos minutos, sentí que su cuerpo se relajaba, aunque el ambiente no lo hacía. Se sentía cada vez más cargado, más incómodo.
Entonces, de manera inesperada, Patrick se dio la vuelta lentamente, atrapándome con su mirada.
—Ahora es tu turno —dijo con una sonrisa que no me gustó nada.
—¿Mi turno? —pregunté confundida, aunque sabía perfectamente lo que estaba insinuando.
—Déjame hacerlo por ti. No te pongas nerviosa, Amber.
Intenté retroceder, pero él me lo impidió. Su mano tomó mi brazo con suavidad, pero con firmeza, y me obligó a sentarme frente a él.
Cada fibra de mi ser me decía que saliera corriendo, pero no tenía opción. Sabía que si lo desafiaba, las consecuencias serían peores.
Sus manos comenzaron a masajearme la espalda, pero no era un gesto de alivio ni de bondad. Sentía cómo se aprovechaba de la situación, sus movimientos eran más lentos y calculados, más intensos de lo que debía ser.
El ambiente se volvía más denso con cada segundo que pasaba, y yo, atrapada en ese momento, no podía hacer nada más que soportarlo.
Él parecía disfrutar cada segundo, su respiración se volvía más profunda mientras sus manos se deslizaban por mi espalda. Lo que al principio era incómodo, se estaba convirtiendo en algo más.
Sabía que estaba jugando con mis emociones, con mi cuerpo, buscando despertar algo en mí que no deseaba admitir.
Intenté no reaccionar, no mostrar lo que realmente sentía, pero su mirada lo decía todo. Sabía lo que estaba haciendo, y lo peor es que yo también lo sabía.