Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 15 El SILENCIO QUE PROCLAMA A QUIEN SE SIRVE
El sol se había ocultado por completo, pero la oscuridad no era total. Las antorchas encendidas por los sirvientes iluminaban las figuras de los caballeros, creando sombras alargadas que danzaban en el suelo.
El aire, frío y húmedo, estaba impregnado con el olor de la tierra mojada y el de los caballos. El Duque Erik se encontraba a las puertas del palacio, listo para partir con la caballería que él mismo había elegido para mitigar a los bárbaros que asolaban los pueblos aledaños a la frontera. Todo estaba en su lugar, todo bajo su control.
En su mano, sostenía un pequeño mapa, arrugado por el uso, con señales de ubicación y estrategias de ataque que él mismo había trazado.
Su escudero se acercaba con las riendas de su majestuoso caballo, Dior, un animal de pelaje oscuro y ojos inteligentes.
El escudero le aseguró que el caballo había sido alimentado adecuadamente.
El Príncipe Miler, su rostro serio y su porte rígido, se hallaba a su lado. Escuchaba la ruta de salida, la cual consistía en atravesar el bosque en línea recta para acortar el viaje en cuatro días.
Pero el riesgo de perderse era alto, y el bosque de Efron era conocido por sus peligros. Aun así, Miler no observaba ninguna mirada de protesta de los caballeros.
Su silencio y entusiasmo solo demostraban la fidelidad hacia el duque y su confianza ciega.
El príncipe podía percibir que estos hombres le eran más leales al duque que a sus propios reyes. Y por esta razón, siempre había un ápice de desconfianza con el Duque de Cork, al contrario de su padre, quien no guardaba ninguna duda de su fidelidad. Pero Miler se preguntaba si tanto poder podría dañar su corazón e ir en contra del reino al que le juró lealtad.
De repente, alguien llegó acercándose sigilosamente. Era uno de los fieles sabuesos del duque, un mensajero que se inclinó y manifestó: "Mi señor, traigo noticias." Erik, sin dejar de ver el mapa, le hizo una seña para que hablara. "La duquesa, mi señor, no se dirigió a la mansión Lennox pero tampoco hacia el Ducado del Sol."
Erik levantó la vista, y Miler, al escuchar que se trataba de Isabella, sintió un vuelco en el corazón. La noticia lo desconcertó. ¿Por qué Isabella no había elegido ninguno de los dos lugares? Los mismos pensamientos invadieron la mente de Erik.
El joven prosiguió, su voz un susurro ante la mirada inquietante de Erik: "La señora se dirigió al palacio real, a los aposentos que el Rey siempre ha mantenido disponibles para usted, mi señor."
Erik sintió un extraño alivio. La elección de Isabella, aunque inusual, le resultaba cómoda. Si a ella le resultaba cómodo, era su libertad de decisión.
Le indicó a su sirviente que se podía retirar, pero este, al parecer, no había terminado de informar.
Sin embargo, no se atrevía a desobedecer al duque.
Miler notó que no era todo lo que había por decir, así que manifestó: "Si tenéis algo más que decir, hablad."
El joven no se atrevía a pronunciar una sola palabra si el duque no le daba la orden. Erik, con una seña, le indicó que podía hacerlo.
El joven, con voz sutil y respetuosa, dijo: "Mi señor, al parecer la duquesa no se encuentra bien de salud... Desde que salió de las caballerizas, su hermana cuida de ella, pero según me informó María, quien está con ellas como usted ordenó, la fiebre no le baja."
Miler no podía creer lo que estaba escuchando. En todo el tiempo que conoció a Isabella, nunca la vio enferma. Pero hoy había sido un día demasiado duro para ella, tanto que había colapsado.
Al ver la cara relajada del duque, le enfureció que no se preocupara por la salud de Isabella. "¿No creéis que deberíais ir a ver a la duquesa?" le preguntó.
Erik dio señales al joven mensajero para que se retirara, y con una mirada vacía, le respondió: "Una fiebre no la matará, y mi presencia no se la quitará.
Está siendo cuidada y vos, Príncipe, no deberíais preocuparos más por los asuntos del reino que por la esposa de otro."
Miler no podía refutar sus palabras. Sabía que seguir en la contienda era colocarse en bandeja de plata para el duque, y no le daría ese gusto. Así que optó por callar.
Erik, con una risa burlona, montó su caballo de un salto y proclamó a gran voz: "¡Es momento de partir! ¡Todos a sus caballos! Las guarniciones irán al centro, la línea defensiva a larga distancia estará en la parte de atrás, atenta con sus arcos. Los demás, mantened la distancia. ¡Recordad vuestros lugares, cada uno en su posición!"
Erik bajó su mirada al Príncipe Miler, quien lo observaba con cara de pocos amigos. "Príncipe, es hora de partir. Por favor, montad vuestra bestia o, ¿hay algo que debáis hacer antes de partir?" Erik, con esas palabras, sencillamente lo estaba provocando, insinuando si deseaba ir a ver a Isabella antes de su salida.
Y aunque ese era su gran anhelo, Miler no lo podía hacer. Isabella era una mujer casada, y sus acciones no se verían bien ante nadie. Así que se montó sobre su caballo y llamó a uno de sus mensajeros. "Isabella de Lennox se encuentra en los aposentos alejados del palacio, en cama. Mientras no esté, proveed de todo lo que necesite. Si es necesario, llevad el médico real... hacedlo... ¿entendido?"
El sirviente sintió que estaba ahogándose en dos mares diferentes. El Príncipe había nombrado a la señora por el apellido de la casa Lennox, cuando obviamente ya no lo era. Al parecer, buscaba provocar al duque. Desobedecer su orden era irse en contra de la realeza y de quien sería el futuro rey. Pero... ¿quién le garantizaba su vida y la de su familia cuando el duque era un ser sanguinario con sus enemigos? No quería incluirse en su lista. Así que levantó un poco su mirada hacia el duque buscando su aprobación, y este, con una seña, dio su aprobación.
El mensajero salió corriendo a cumplir la encomienda del príncipe. El príncipe se sintió humillado; su misma servidumbre, que no debía cuestionar una orden, buscaba la aprobación del duque. Esto irritaba aún más su corazón.
Erik solo giró su caballo hacia el frente y solicitó que las puertas fuesen abiertas.
La caballería empezó a salir de manera organizada y tranquila. Al pasar por el pueblo, las personas levantaban sus manos y movían al aire un pañuelo blanco que simbolizaba buena fortuna.
Eran los hijos, esposos que se iban sin saber si volverían. Algunos rostros estaban tristes, otros alegres, pero todos tenían la misma esperanza de que volvieran sanos y salvos.
Y así, el duque, junto al príncipe y la caballería, emprendieron un largo viaje de once días que buscaban acortar a cuatro, pasando por el peligroso bosque de Efron.
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