Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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14 Maratón 4/5
⟨ Un mes después ⟩
Es inimaginable la rapidez con la que mi nombre ha sido limpiado en todas partes. Ahora que soy la hija de una duquesa, debo encontrar la forma de socializar y ganarme un lugar en esta sociedad. Estoy decidida a brillar tanto que opacaré a mi "querida hermana", y cuando su furia despierte, todos verán su verdadera cara y sus intenciones ocultas. Sé que lo lograré… —pensaba Lila, suspirando con satisfacción.
—Buenos días, hija. Hoy quiero que te arregles y te pongas hermosa, ya que nos visitará la duquesa Cristina. Ayer recibí una carta suya anunciando que vendría a vernos —dijo su madre, Mónica, con una sonrisa, contenta de recibir a su gran amiga, la única que nunca la abandonó.
—Por fin conoceré a tu gran amiga del alma —dijo Lila, sonriendo. Sin embargo, en su interior pensaba (*Qué fastidio. Ojalá ese tal Sebastián no venga*).
La madre de Lila se sorprendió al escuchar a su hija mencionar al hijo de Cristina, pues aún no le había dicho que él era su prometido.
—Hija, respecto a eso… —Mónica titubeó antes de continuar—. Sebastián, el hijo de Cristina, es tu prometido. Lo siento por no decírtelo antes; no sabía cómo hacerlo.
—¿Qué? No me esperaba esto… ¿Yo, con un prometido? —respondió Lila tranquilamente—. Debiste haber esperado a que yo creciera más y pudiera decidir.
—Entiendo, hija. En aquel momento tenía tanto miedo de que nadie te eligiera por esa absurda idea de que estabas maldita. Fue entonces cuando Cristina me propuso el compromiso, y acepté. Además, Sebastián solo tiene uno o dos años más que tú, así que no vi problema alguno —se disculpó Mónica.
—Bueno, madre, lo hecho, hecho está. Pero te advierto que no pienso casarme por contrato —dijo Lila suspirando, recordando fugazmente a Damián, aquel hombre que, sin apenas conocerla, había vengado sus desgracias, eliminando a los responsables de su sufrimiento.
Mónica quedó sorprendida, pero entendía que su hija tenía razón; tenía la libertad de romper el compromiso si así lo deseaba o si encontraba a alguien que amara verdaderamente. Aun así, guardaba la esperanza de que Lila pudiera enamorarse de Sebastián, el hijo de su amiga de toda la vida. Le parecería maravilloso ver a su hija feliz y enamorada.
—Mi niña, tendrás la última palabra en este asunto. Pero al menos dale la oportunidad de conocerlo —dijo, llena de esperanza.
—Está bien, madre. Lo conoceré… aunque sé que es un verdadero idiota.
Mónica rió, complacida. Soñaba con ver a su hija enamorada y feliz, con esa sonrisa que nunca tuvo oportunidad de ver. También se sentía agradecida y libre ahora que tenía un mes fuera del castillo. Lila le había dado el valor para enfrentar a su esposo y abandonar aquella vida de encierro.
Mientras tanto, la sirvienta preparaba el jardín para recibir a Cristina y disfrutar de una charla de té. Lila, desde su habitación, esperaba con todas sus fuerzas que Sebastián no llegara, pero sus deseos fueron en vano. Al peinarse y mirar por la ventana, vio llegar a su "prometido" junto con la duquesa Cristina.
Bajó al jardín y, para su sorpresa, Sebastián se levantó de su asiento al verla, le hizo una reverencia y tomó su mano para besarla. En ese instante, sintió un escalofrío de disgusto. (*¿Por qué hizo eso? ¿Qué le ocurre? ¿Acaso… no, no puede ser…*).
—Mi nombre es Sebastián… —dijo él, con voz suave.
—Sí, lo sé —respondió Lila cortante, sin permitirle terminar la frase.
El joven se sonrojó, y Lila se sorprendió. (*¿Qué le pasa? ¡No era así en el pasado!*), pensó.
—Perdón, solo quería presentarme de forma adecuada, princesa —respondió él, con una sonrisa dulce.
Las mujeres presentes suspiraron, conmovidas por la galantería de Sebastián. (*¡Ay, no!*), pensó Lila, sintiendo una mezcla de incomodidad y disgusto.
—Joven duque, no es necesaria tanta formalidad. En realidad, solo vine para conocer a la señora Cristina, de quien mi madre me ha hablado maravillas —dijo Lila soltando su mano bruscamente, aunque Mónica y Cristina no parecieron notarlo. Sebastián, en cambio, quedó visiblemente desanimado.
La duquesa Cristina se puso de pie e intentó hacer una reverencia, pero Lila no lo permitió.
—No hagas eso, mujer —dijo, sonriendo.
—Pero, señorita, usted es una princesa. Lo más natural sería que le haga una reverencia —contestó Cristina, sonriendo de vuelta.
—Decidí dejar de ser princesa. Vivo con mi madre y ahora soy la hija de una duquesa. No tengo el apellido de mi padre y soy feliz por eso. Si ser princesa significa enfrentar tantos obstáculos, prefiero ser feliz sin ese título.
Cristina la miró con ternura y asintió.
—Es cierto, querida, de los golpes se aprende. Eso nos hace más fuertes.
—Tiene razón, señora Cristina.
—No me digas “señora”. Me haces sentir vieja, y yo aún estoy en la flor de la juventud —respondió Cristina, riendo.
Lila no pudo evitar reír también, y luego se disculpó, divertida.
—Entonces, ¿cómo quiere que la llame?
—Solo dime Cristina, ya que eres la prometida de mi hijo —respondió la mujer, lanzando una sonrisa a Sebastián, quien también le devolvió la sonrisa.
Lila entrecerró los ojos y decidió aclarar el asunto.
—Con respecto a eso… —dijo Lila, eligiendo bien sus palabras—. Quiero ser clara. No pretendo ser grosera ni faltarle al respeto, pero yo deseo casarme por amor, no por contrato. Quiero conocer a la persona con la que voy a compartir mi vida, y no quiero que un papel decida mi futuro.
Cristina perdió la sonrisa por un momento, pero pronto asintió, con comprensión.
—Está bien, entiendo tu punto. Solo te pido que te tomes la tarea de conocer a mi hijo. No te preocupes, no me ofendes. De hecho, agradezco tu sinceridad. Espero que siempre seas así, Lila.
Sebastián..
el debería de pagar ante el mago por todo los pecados de la familia real