Violeta Meil siempre tuvo todo: belleza, dinero y una vida perfecta.
Hija de una de las familias más ricas del país M, jamás imaginó que su destino cambiaría tan rápido.
Recién graduada, consigue un puesto en la poderosa empresa de los Sen, una dinastía de magnates tecnológicos. Allí conoce a Damien Sen, el frío y arrogante heredero que parece disfrutar haciéndole la vida imposible.
Pero cuando la familia Meil enfrenta una crisis económica, su padre decide sellar un compromiso arreglado con Damien.
Ella no lo ama.
Él tiene a otra.
Y sin embargo… el destino no entiende de contratos.
Entre lujo, secretos y corazones rotos, Violeta descubrirá que el verdadero poder no está en el dinero, sino en saber quién controla el juego del amor.
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Entre lágrimas y promesas
**Capítulo 12:**Entre lágrimas y promesas
(Desde la perspectiva de Violeta Meil)
El reloj marcaba las diez y media de la noche, pero en la habitación de Violeta Meil no había ni rastro de sueño.
Las cortinas estaban corridas, el viento golpeaba suavemente el cristal de la ventana, y ella permanecía sentada al borde de la cama, con el teléfono temblando entre sus manos.
Su corazón latía tan rápido que sentía que podía romperse.
Desde que su abuela y su padre le habían dado la noticia, no había podido dejar de llorar.
Su destino había sido decidido por otros, sin siquiera pedirle su opinión.
El teléfono vibró en su mano, y sin pensarlo, respondió.
—¿Olivia? —su voz se quebró apenas pronunció el nombre.
—Violeta, por fin me contestas. —La voz de Olivia sonaba ansiosa, preocupada—. Llevo todo el día intentando comunicarme contigo. ¿Qué pasó? ¿Por qué regresaste tan de repente al país M?
Violeta apretó los labios, conteniendo un sollozo.
—No sé ni por dónde empezar... —susurró, con los ojos llenos de lágrimas.
—Empieza por el principio —dijo Olivia con suavidad—. Sabes que puedes contarme todo.
Un silencio pesado llenó la línea.
El nudo en la garganta de Violeta se hizo más grande, y de pronto las lágrimas comenzaron a caer sin control.
—Olivia… —su voz era apenas un hilo—. Me voy a casar.
Hubo un segundo de silencio absoluto, roto solo por el llanto ahogado de Violeta.
—¿Qué? —exclamó Olivia, atónita—. ¿Cómo que te vas a casar? ¿Con quién? ¿Qué estás diciendo?
Violeta respiró con dificultad, apretando el teléfono contra su oído.
—Es… por la empresa, Olivia. —Su voz temblaba—. La compañía familiar está en problemas, y si no hacemos algo, en un año podríamos irnos a la quiebra. Mis padres y mi abuela dicen que la única manera de salvar todo es… casándome.
—¡Eso es absurdo! —replicó Olivia, furiosa—. ¿Qué estamos, en la Edad Media? ¡No puedes casarte solo para salvar una empresa!
—No tengo opción… —susurró Violeta entre sollozos—. Mi abuela ya arregló todo. Ya habló con la familia del... del hombre con el que me voy a casar. Todo está decidido.
Olivia no podía creer lo que escuchaba.
—No, Violeta, no. Escúchame —su tono se volvió más firme—. No tienes que hacer esto. Podemos escapar. Nos vamos al país Z, tengo contactos allá, puedo ayudarte a conseguir un trabajo. Nos vamos tú y yo, como siempre dijimos cuando éramos adolescentes.
Una débil sonrisa triste se dibujó en los labios de Violeta al escuchar esas palabras.
—Olivia… sabes que no puedo.
—¡Claro que puedes! —insistió ella—. No dejes que te manipulen. No puedes sacrificar tu felicidad por los intereses de tu familia.
Las lágrimas siguieron cayendo.
—Ellos me necesitan, Olivia. Si no lo hago, todo se derrumba. No es solo dinero, es el legado de mis padres, de mi abuela… no puedo dejarlos perderlo todo.
Hubo un silencio. Se podía escuchar la respiración entrecortada de Violeta, y el sonido de Olivia suspirando al otro lado.
—Está bien —dijo por fin—. Pero al menos dime con quién…
Violeta se quedó en blanco.
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo el peso de esa respuesta.
—¿Violeta? —insistió Olivia, su voz era una mezcla de miedo y curiosidad.
Y entonces Violeta lo dijo.
Entre lágrimas, con la voz rota y el corazón hecho pedazos.
—Con… Damien Sen.
Del otro lado, el silencio fue total.
Ni un suspiro, ni una palabra.
—¿Qué? —dijo Olivia finalmente, incrédula—. ¿Escuché bien? ¿Damien Sen? ¿Tu jefe? ¿El mismo que te hizo la vida imposible?
Violeta apretó los ojos, tratando de contener el llanto.
—Sí… el mismo.
Olivia soltó un grito de pura frustración.
—¡No puede ser! ¡Ese tipo es un demonio con traje! ¡No puedes casarte con él, Violeta!
—No tengo opción… —repitió, su voz apenas audible—. Es lo que mi familia quiere. La empresa Sen y la empresa Meil harán una alianza. Dicen que es lo mejor para todos.
—¿Lo mejor para todos? —repitió Olivia, indignada—. ¿Y tú? ¿Dónde quedas tú en todo esto?
Violeta se cubrió el rostro con una mano, ahogando un sollozo.
—No lo sé… solo sé que ya no tengo fuerzas para pelear.
Olivia guardó silencio unos segundos, y luego su tono se suavizó, lleno de cariño.
—Escúchame bien, Violeta. No estás sola, ¿me oyes? Si decides no casarte, si cambias de opinión aunque sea en el último minuto… yo estaré ahí.
Violeta alzó la mirada, con el corazón apretado.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que el día de tu boda, voy a tener mi auto listo fuera de la iglesia. Con dos boletos de avión. Uno para ti, y otro para mí. Si decides escapar, no tendrás que pensarlo dos veces.
El llanto de Violeta se intensificó.
—Olivia…
—Shh, no digas nada —susurró su amiga—. Solo recuerda que te amo, ¿sí? Y que no importa lo que decidas, siempre estaré para ti.
Violeta no pudo contener más las lágrimas.
Lloró con fuerza, dejando que todo el peso de lo que estaba viviendo la aplastara.
Por unos segundos, se permitió ser débil, ser humana, ser solo una mujer asustada que no quería perder su libertad.
—Te amo, Liv… —murmuró entre lágrimas—. Gracias por quedarte conmigo.
—Siempre, Vi. Siempre —respondió Olivia, con la voz quebrada pero firme—. Pase lo que pase, no estás sola.
Después de colgar, el silencio volvió a llenar la habitación.
Violeta dejó caer el teléfono sobre la cama y se quedó mirando el techo, con los ojos rojos e hinchados.
El aire se sentía pesado.
Cada respiración dolía.
Su mente vagaba entre pensamientos caóticos: su abuela, la empresa, su familia… y Damien.
El nombre de él resonaba en su cabeza como una herida abierta.
Damien Sen.
El hombre que siempre la hizo sentir pequeña, irritada, desafiada.
El que la empujó a renunciar.
Y ahora… sería su esposo.
La idea era absurda.
Dolorosa.
Pero inevitable.
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—¿Puedo pasar, hija? —la voz de Amelia Meil, su madre, sonaba cansada, casi culpable.
—Sí, mamá —dijo Violeta, incorporándose lentamente.
Su madre entró con una expresión preocupada, llevando una bandeja con una taza de té.
—Sé que ha sido un día difícil —dijo con suavidad mientras dejaba la taza sobre la mesita—. Pero necesitaba hablar contigo.
Violeta suspiró, frotándose los ojos.
—¿Ahora qué, mamá?
Amelia se sentó junto a ella, tomando sus manos con ternura.
—En una semana, la familia Sen vendrá a cenar a la mansión. Será el encuentro oficial entre ambas familias, para acordar la fecha exacta de la boda.
Violeta bajó la mirada, sintiendo cómo la garganta se le cerraba.
—¿Y cuándo piensan que será?
—Probablemente en un mes —respondió su madre con cuidado—. Tu abuela y la señora Rosa Sen quieren que todo se haga público, sin secretos. Será un evento grande, transmitido por los medios…
Violeta levantó la mirada, atónita.
—¿Público? ¿Van a exponer mi vida en los periódicos también?
Amelia suspiró.
—Es parte del acuerdo. Quieren que la alianza se vea sólida, fuerte. Además, Rosa Sen ha pedido que en los próximos días vengan las modistas a verte para diseñar el vestido.
—Perfecto… —dijo Violeta con una risa amarga—. Ni siquiera he aceptado esta locura, y ya quieren medir mi cintura.
Su madre intentó sonreír, pero su mirada era triste.
—Sé que no es fácil, hija. Ninguna madre querría ver a su hija pasar por esto.
—Entonces, ¿por qué lo permiten? —preguntó Violeta con la voz quebrada—. ¿Por qué me dejan casarme con un hombre que me odia? ¿Por qué nadie me defiende?
Amelia apretó sus manos con fuerza.
—Porque no tenemos otra salida, cariño. Si no lo hacemos, lo perderemos todo. Tu padre ha luchado tanto… y tu abuela cree que esta es la única manera de mantener a flote el apellido Meil.
Violeta apartó la mirada, sintiendo que las lágrimas volvían.
—Solo una semana… —murmuró, con un tono de resignación—. Una semana para fingir que quiero casarme con alguien que desprecio.
Amelia se inclinó hacia ella, abrazándola con ternura.
—Lo sé, mi amor. Pero no estás sola en esto. Yo estaré contigo en cada paso.
Violeta se quedó quieta, sin devolver el abrazo.
—No quiero saber nada de la boda —dijo finalmente, con la voz firme pero apagada—. Encárgate de todo, mamá. El vestido, las flores, los invitados… todo. Yo solo me presentaré el día de la boda.
Amelia la miró con tristeza.
—Hija…
—Por favor. —Violeta la interrumpió, levantando la mirada con los ojos llenos de dolor—. Ya me están quitando mi libertad. Déjame al menos no tener que fingir ilusión por algo que no quiero.
Amelia asintió despacio.
—Está bien, amor. No haré que participes. Solo… prométeme que intentarás estar tranquila.
Violeta suspiró.
—Lo intentaré.
Su madre la abrazó una vez más, esta vez con fuerza, como si quisiera protegerla de todo.
—Te amo, Violeta —susurró Amelia—. Y lamento tanto que tengas que pasar por esto.
Violeta cerró los ojos, apoyando la cabeza en el hombro de su madre.
—Yo también, mamá. Yo también.
Cuando Amelia se marchó, Violeta se quedó mirando su reflejo en el espejo.
Sus ojos hinchados, su rostro sin brillo, su expresión derrotada.
Parecía otra persona.
—Casarme con Damien Sen… —murmuró con amargura—. Qué cruel puede ser el destino.
Y aunque lo decía con enojo, en el fondo de su pecho algo palpitaba.
Un presentimiento.
Algo le decía que ese matrimonio no solo marcaría el fin de su libertad… sino el inicio de algo mucho más complicado.
Algo que no podía controlar.