En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.
NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 13 - Entre el Orgullo y la Redención
Los días pasaron, y poco a poco, Luca comenzó a recuperar el control de su vida.
Lo primero que hizo fue arreglar las cosas con Astrid.
Hablaban más, compartían más. Luca, que nunca había sido del tipo que mostraba demasiado sus emociones, se permitió hacerlo con ella. Astrid lo conocía demasiado bien, sabía cuándo sus silencios significaban algo más, cuándo lo invadía la preocupación.
Un día, después de una cena tranquila en su departamento, Luca le pidió que se mudara a Italia.
—No quiero seguir así, viéndonos de vez en cuando, a distancia. Quiero que estés aquí, conmigo.
Astrid lo miró con una sonrisa suave y asintió.
—Está bien, Luca. Me mudaré contigo.
No hubo dudas, no hubo titubeos. Lo dijo con seguridad, y eso fue suficiente para él.
Mientras su vida personal comenzaba a estabilizarse, Luca también resolvió los problemas con la liga y la Roma.
Después de negociar con el presidente del club romano, lograron llegar a un acuerdo.
El escándalo en el túnel y el enfrentamiento entre los jugadores no había sido completamente responsabilidad de Vittoria, y la liga lo reconoció.
Por eso, la multa al club se redujo significativamente. Vittoria ya no tendría que pagar los 250,000 euros iniciales.
En su lugar, las sanciones se enfocaron en los jugadores y en Adriano.
Los jugadores de Vittoria y de la Roma que estuvieron involucrados pagaron sus respectivas multas. Pero el caso de Adriano seguía siendo el más grave.
La liga mantuvo su suspensión de seis meses, con la posibilidad de reducirla a cuatro meses si pagaba una multa adicional y ofrecía una disculpa pública.
Cuando Luca le comunicó la decisión a su hermano, Adriano reaccionó con la misma actitud desafiante de siempre.
—No pienso disculparme.
Luca lo miró con seriedad.
—Sí, lo harás.
Adriano cruzó los brazos y lo fulminó con la mirada.
—¿Desde cuándo te importa lo que opine la liga?
—No me importa la liga. Me importa el club.
Adriano soltó una risa sarcástica.
—Entonces paga la multa y ya está.
Luca negó con la cabeza.
—No. Tú la vas a pagar. Y además, te vas a disculpar.
—¿Por qué carajo haría eso?
Luca se apoyó en el escritorio y lo miró fijamente.
—Porque esto no es sobre ti. Es sobre Vittoria. Si queremos que nos respeten en la Serie A, tenemos que demostrar que sabemos comportarnos como un equipo grande.
Adriano apretó la mandíbula.
—¿Quieres que me humille?
—Quiero que seas inteligente por una vez en tu vida —replicó Luca sin perder la calma—Quiero que pienses en algo más allá de tu orgullo.
Adriano se quedó en silencio, su mirada ardía con rabia, pero sabía que su hermano tenía razón.
Al final, soltó un resoplido y desvió la mirada.
—Está bien. Lo haré.
Luca asintió.
—Bien. Que la liga sepa que Vittoria sabe asumir responsabilidades.
Adriano no dijo nada más.
Y así, el capítulo del escándalo con la liga comenzó a cerrarse.
Adriano Moretti hizo exactamente lo que se le pidió. Se disculpó públicamente, pagó la multa y aceptó su sanción de cuatro meses. Después de que Adriano ofreciera su disculpa pública y pagara la multa, empacó sus cosas y dejó su oficina en el club. Ya no había nada que hacer allí. Mientras caminaba hacia su auto, su teléfono vibró. Miró la pantalla y frunció el ceño.
Alessandro. Resopló y respondió. —Dime.
—¿Dónde estás?
—Saliendo del club —respondió Adriano, apoyándose en la puerta de su auto.
—Bien. Necesitamos hablar.
Adriano suspiró. —Si es para darme otro sermón, mejor ahórratelo. Ya tengo suficiente con Luca.
Pero la voz de Alessandro sonó seria. —No es un sermón. Es una orden.
Adriano se quedó en silencio por un segundo.
—¿Orden? ¿Desde cuándo me das órdenes tú?
—Desde ahora. Vas a volver a Moretti Enterprise mientras pasa tu suspensión.
Adriano rió con sarcasmo.
—Sí, claro. Ni en un millón de años.
—No tienes opción.
El tono de Alessandro se endureció.
—Adriano, te conozco. Si te quedas sin hacer nada cuatro meses, vas a terminar metiéndote en algún problema. Y no me refiero solo al fútbol.
El comentario hizo que Adriano se tensara.
—¿De qué hablas?
—Sabes perfectamente de qué hablo.
Hubo un silencio en la línea.
—No voy a trabajar en la empresa.
—Sí, lo harás.
—¿Y si me niego?
Alessandro no dudó.
—No es una pregunta. Te quiero en la oficina mañana.
Adriano apretó la mandíbula.
—Jódete.
Colgó y lanzó el teléfono al asiento del copiloto.
Se quedó allí, con los ojos cerrados, sabiendo que Alessandro no lo dejaría en paz hasta que aceptara.
Mientras Adriano lidiaba con su nueva realidad, Luca tenía que tomar una de las decisiones más importantes para el club.
Convocó a una reunión con el comité directivo de Vittoria para discutir la planificación de la próxima temporada.
A la sala de juntas llegaron Marco Moretti, Isabella Marchetti, Matteo Bernardi, Fabrizio Conti y Enrico Lombardi.
En la gran mesa de conferencias, todos tenían documentos y reportes frente a ellos. La reunión iba a ser larga.
Luca tomó la palabra de inmediato.
—Tenemos que estructurar bien la siguiente temporada. La Serie A no es la Serie B. Si no nos preparamos bien, nos van a aplastar.
Los directivos asintieron.
—Hablemos de la plantilla —dijo Matteo Bernardi, ajustando sus lentes—. Hay que reforzar varias posiciones.
—Eso ya lo estamos analizando con Bellucci —intervino Marco—. Pero antes de eso, hay un tema más urgente: ¿quién va a reemplazar a Adriano?
El silencio se hizo por un momento en la mesa.
—Propongo que busquemos a alguien con experiencia —dijo Fabrizio Conti—. Hay directores deportivos disponibles con años en la Serie A. No podemos improvisar en este puesto.
Enrico Lombardi asintió.
—Coincido. No podemos darnos el lujo de experimentar.
Isabella revisó sus notas y levantó la vista.
—Ya hemos hecho demasiados movimientos arriesgados. Necesitamos estabilidad.
Pero Luca tenía otra idea.
—Quiero darle la oportunidad a Leo.
Todos lo miraron con sorpresa.
Marco frunció el ceño.
—¿Estás hablando de nuestro sobrino?
—Sí —confirmó Luca—. Leo ha demostrado su compromiso con el club. Conoce la estructura, ha trabajado en la parte administrativa y entiende lo que queremos construir.
Matteo Bernardi apoyó los brazos sobre la mesa.
—Luca, lo dices como si hubiera estado formándose para esto, pero hasta hace unos meses solo era un recoge balones.
Fabrizio Conti negó con la cabeza.
—No tiene experiencia en gestión deportiva. Estamos yendo demasiado rápido.
Luca los dejó hablar. Sabía que habría resistencia.
Isabella entrecerró los ojos.
—¿Qué te hace pensar que está listo para esto?
Luca los miró con seriedad.
—Confío en él. Y quiero que este club esté en manos de gente que lo sienta de verdad.
Hubo murmullos en la mesa.
Marco se cruzó de brazos.
—Luca, esto no es un juego. No podemos regalarle un puesto tan importante solo porque es familia.
Luca apretó los dientes.
—No se lo estoy regalando. Se lo ganó.
—¿Cómo? —preguntó Fabrizio, escéptico—. ¿Por haber sido recoge balones y ayudar un poco en la oficina?
Luca se inclinó hacia adelante.
—Se lo ganó porque demostró que quiere estar aquí. Porque aprendió rápido. Porque tomó decisiones correctas sin que nadie le dijera qué hacer.
Marco se frotó la frente, claramente indeciso.
—Luca… es un riesgo innecesario.
—Todos dijeron lo mismo cuando yo tomé el club —replicó Luca con firmeza—. Y aquí estamos.
El silencio volvió a caer en la sala.
Finalmente, Isabella suspiró.
—Si va a ser Leo, necesita un equipo fuerte que lo respalde.
Luca asintió.
—Eso ya lo tengo en mente.
Matteo Bernardi chasqueó la lengua.
—Si esto sale mal, será tu responsabilidad.
Luca mantuvo la mirada firme.
—Lo sé.
La reunión se mantenía tensa. Luca había lanzado su propuesta con firmeza, pero la respuesta de la directiva fue un rotundo no.
—Luca, esto es la Serie A —dijo Marco con seriedad—. No podemos darnos el lujo de improvisar.
Matteo Bernardi se acomodó los lentes.
—Leo es un buen chico, pero no tiene el perfil para ser director deportivo en este momento.
Fabrizio Conti asintió.
—No estamos en una liga menor. Aquí competimos contra clubes que tienen estructuras bien armadas, con gente que lleva años en estos puestos. No podemos poner a alguien sin experiencia.
Isabella también intervino, con su tono siempre pragmático.
—Luca, entiendes lo que esto implica. Si nos equivocamos con esta elección, la planificación de la temporada puede verse afectada.
Luca exhaló con frustración, pero no retrocedió.
—Lo entiendo. Pero no voy a quitar a Leo del club.
Los directivos lo miraron, esperando que continuara.
—Si no lo quieren como director deportivo, entonces pongámoslo como asistente del nuevo director.
El murmullo en la mesa se detuvo.
—Que aprenda desde adentro —agregó Luca—. Que trabaje con alguien de renombre, que se forme. Así, cuando llegue el momento, será él quien ocupe el puesto con la preparación adecuada.
Marco intercambió una mirada con Isabella, luego con Bernardi.
—Eso es algo diferente —dijo Marco, cruzando los brazos—. Si está en formación y no toma las decisiones principales, podríamos considerarlo.
—Exacto —afirmó Luca—. No tiene que asumir el control ahora mismo, pero sí puede empezar a prepararse.
Fabrizio Conti suspiró y miró a los demás.
—En ese caso, sí podríamos integrarlo como asistente.
—Pero necesitamos a alguien con experiencia para guiarlo —dijo Enrico Lombardi—. Alguien que ya haya trabajado en un club de élite.
Luca ya había pensado en eso.
—Tengo a alguien en mente.
Los directivos se giraron hacia él con interés.
—Un exjugador del Manchester United. Jugó a nivel élite y después se formó en dirección deportiva. Ha trabajado en clubes de la Premier y en un equipo de la Serie A.
—¿De quién hablas? —preguntó Isabella.
—Daniel Carter.
Matteo Bernardi levantó una ceja.
—Ese tipo tiene reputación. Es un nombre fuerte.
—Y es caro —agregó Marco—. Su salario en su último club no era precisamente bajo.
Luca asintió.
—Sí, pero si queremos estabilidad en la dirección deportiva, necesitamos hacer una inversión inteligente.
Fabrizio Conti miró los documentos frente a él y chasqueó la lengua.
—Podemos intentarlo, pero no creo que acepte cualquier oferta.
Luca esbozó una leve sonrisa.
—Déjenme hablar con él.
La reunión había sido dura, pero Luca había logrado su objetivo.
Leo no sería director deportivo todavía, pero tendría la oportunidad de prepararse.
Y si todo salía bien, Vittoria tendría a un nombre de peso en la dirección para enfrentarse a su nueva realidad en la Serie A.
Después de que la reunión terminó y todos comenzaron a salir, Luca se quedó en su asiento, observando la mesa vacía, con los papeles aún desordenados frente a él.
Isabella fue la última en ponerse de pie, ajustando su blazer con elegancia.
—¿Necesitas algo más?
Luca levantó la mirada y asintió.
—Quédate un momento.
Isabella frunció el ceño, pero dejó su bolso sobre la mesa y volvió a sentarse.
—¿De qué se trata?
Luca tomó aire, apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos.
—Tengo que hablar contigo sobre algo importante.
—Suena serio.
—Lo es.
Hizo una breve pausa antes de continuar.
—Astrid está embarazada.
El silencio cayó de golpe en la sala.
Por un momento, Isabella no reaccionó. Sus facciones se mantuvieron neutras, pero sus ojos lo delataron.
—Ya veo.
Su voz fue suave, pero Luca notó el leve cambio en su postura, el endurecimiento en su expresión.
—No quería que te enteraras por alguien más —continuó él—. Sentí que tenía que decírtelo yo.
Isabella asintió lentamente y apartó la mirada por un segundo.
—¿Y qué quieres que diga?
—Nada. Solo quería ser honesto contigo.
—Honesto —repitió ella, dejando escapar una risa irónica—. Ahora decides ser honesto.
Luca cerró los ojos un segundo y exhaló.
—No quería lastimarte.
Isabella apretó los labios, cruzó los brazos y lo miró fijamente.
—Luca, lo que pasó entre nosotros… No fue un error para mí.
—Para mí tampoco —admitió él—. Pero…
—Pero elegiste a Astrid —completó Isabella por él.
Luca no pudo negarlo.
—Sí.
Isabella mantuvo la compostura, pero Luca notó la forma en que sus dedos se cerraron sobre su propio brazo.
—Si esto es tu forma de decirme que debo mantenerme al margen, no tienes que hacerlo. Nunca tuve la intención de interferir en lo que tienes con ella.
—Lo sé —dijo Luca con sinceridad—. Pero aún así, creo que lo mejor es que tomemos caminos separados.
Isabella entrecerró los ojos.
—¿Qué estás diciendo?
Luca se enderezó en su asiento.
—Quiero comprarte tus acciones.
Un nuevo silencio cargado de tensión.
Isabella lo miró con incredulidad.
—¿Quieres que me deshaga de mis acciones del club?
—Sí. Y quiero que lo hagas de manera voluntaria, sin necesidad de convocar al consejo directivo.
Isabella dejó escapar una leve risa, pero esta vez sin rastro de humor.
—¿Por qué?
—Porque creo que es lo mejor para ambos.
—¿Lo mejor para ambos o lo mejor para ti?
Luca apoyó las manos en la mesa y la miró con seriedad.
—Isabella, no quiero que haya resentimientos entre nosotros. No quiero que esto se convierta en una guerra silenciosa.
Ella lo miró con dureza.
—¿Y qué te hace pensar que vender mis acciones resolvería eso?
Luca tomó aire.
—Porque esto no es solo por negocios. Tú y yo sabemos que hay sentimientos de por medio, y si seguimos en contacto constante en el club, esto solo va a ser más difícil.
Isabella se quedó en silencio.
Luca la observó por unos segundos y continuó con honestidad.
—No quiero hacerte daño por mi propia inmadurez. Tú significas mucho para mí, y por eso mismo, creo que lo mejor es que cada uno tome su camino.
Isabella bajó la mirada. Por primera vez en toda la conversación, su seguridad pareció quebrarse un poco.
Se quedó pensativa, tamborileando los dedos sobre la mesa.
—No sé si quiero hacerlo.
Luca la estudió con calma.
—Tómate tu tiempo.
Isabella soltó una leve risa sin humor.
—¿Tiempo? No sé si eso cambie algo.
Luca suspiró.
—Solo piensa en ello.
Isabella lo miró de nuevo, esta vez con una mirada más suave pero aún distante.
—No prometo nada.
—No te estoy pidiendo que lo hagas.
Ella tomó su bolso y se puso de pie.
—Gracias por decirme la verdad.
Luca asintió.
—Siempre lo haré.
Isabella lo miró una última vez antes de girarse y salir de la sala.
Luca se quedó solo, sintiendo el peso de lo que acababa de hacer.
No era lo que quería, pero era lo correcto.
Invierno en Vittoria y Nuevas Noticias para la Familia Moretti
El invierno había cubierto Vittoria con su característico aire frío y calles adornadas por las primeras decoraciones navideñas. El club había entrado en un período de descanso tras una intensa primera parte de la temporada.
El equipo masculino recibió sus merecidas vacaciones, un descanso necesario antes de la exigente preparación para la Serie A. Pero el fútbol en Vittoria no se detenía.
El equipo femenino había logrado entrar a los playoffs, un hito importante para el club. El ascenso del equipo femenino a la máxima categoría estaba cada vez más cerca, y eso significaba otro desafío para la estructura deportiva de Vittoria.
Sin embargo, en medio de toda la planificación y expectativas, Luca tenía algo aún más importante que hacer.
Era momento de hablar con su familia.
La Cena en Casa Moretti
Esa noche, la familia Moretti estaba reunida en la mansión familiar.
Enzo Moretti, el patriarca, estaba sentado en la cabecera de la gran mesa, con una copa de vino en la mano y su usual mirada de autoridad. Todos sus hijos estaban allí: Alessandro, Marco, Adriano, Valentina y, por supuesto, Luca.
Las parejas y esposas de los Moretti también estaban presentes, incluidas las cuñadas con las que algunas relaciones aún eran tensas. Pero esa noche no era para discusiones, sino para celebrar.
El ambiente era cálido, a pesar del frío exterior. Se escuchaban risas, el choque de copas brindando y el aroma de la comida recién servida.
Enzo miró a Luca con curiosidad.
—Bueno, hijo. Nos tienes aquí reunidos con tanta formalidad… ¿Qué pasa?
Luca sonrió con calma y miró a Astrid, quien estaba a su lado.
—Astrid y yo tenemos algo que decirles.
La conversación en la mesa se detuvo de inmediato.
Las miradas se enfocaron en él, esperando su anuncio.
Luca tomó aire y habló con naturalidad.
—Vamos a tener un hijo.
El silencio duró solo un segundo antes de que se desatara una ola de reacciones.
—¡Por Dios, Luca! —exclamó Valentina, llevándose las manos a la boca con una enorme sonrisa.
Alessandro sonrió de lado y le dio una palmada en la espalda.
—No esperaba esa noticia tan pronto, pero felicidades.
Marco simplemente asintió con una leve sonrisa.
—Otro Moretti en camino. Me alegra escucharlo.
Adriano, que estaba con una copa en la mano, sonrió con diversión.
—Bueno, al menos tú sí sabes dejar un legado.
—Cállate, Adriano —murmuró Valentina, riendo.
Enzo Moretti se levantó lentamente, caminó hacia su hijo y le puso una mano en el hombro. Por un momento, Luca sintió la seriedad en su mirada, hasta que finalmente su padre sonrió con orgullo.
—Felicitaciones, Luca. Sabía que algún día vendría este momento.
Luca asintió y sintió el apretón de su padre en su hombro.
Astrid también recibió abrazos y felicitaciones, incluso de quienes aún no terminaban de conocerla del todo.
Pero hubo una reacción que sorprendió a todos.
La esposa de Alessandro, con quien Luca nunca había tenido la mejor relación, también sonrió y levantó su copa en su dirección.
—Esto sí que es una sorpresa… pero es una buena noticia. Felicidades, Luca.
El Moretti menor arqueó una ceja, sorprendido por la actitud.
—Gracias.
Alessandro miró de reojo a su esposa y luego a Luca, notando la tensión previa que parecía haberse disipado un poco.
Por primera vez en mucho tiempo, parecía que la familia estaba en armonía.
Pero Luca aún tenía otro tema que tratar.
Después de que la emoción bajó un poco, Luca se aclaró la garganta y miró a su sobrino Leo, quien estaba disfrutando la cena con una expresión tranquila.
—Leo —lo llamó Luca, captando la atención de todos—. Hay algo más que quiero anunciar esta noche.
Leo dejó su vaso sobre la mesa y lo miró con curiosidad.
—¿Qué pasa?
Luca apoyó los codos en la mesa y lo miró con seriedad.
—Voy a ofrecerte un puesto en el club.
El silencio cayó nuevamente. Las miradas se cruzaron entre los presentes.
—¿En serio? —preguntó Leo, sorprendido.
—Sí. No como director deportivo aún, pero quiero que seas asistente del nuevo director que estamos contratando.
El rostro de Leo se iluminó de inmediato.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente —confirmó Luca—. Has demostrado que quieres estar en el club, que entiendes su estructura y que estás comprometido. Pero quiero que aprendas de alguien con experiencia antes de que tomes un puesto más grande.
Leo se quedó en silencio, asimilando lo que su tío le decía.
—¿Y si no soy lo suficientemente bueno?
Marco intervino con un tono más serio.
—Vas a tener que demostrarlo. Esto no es un regalo. Si en algún momento creemos que no das la talla, Luca no tendrá problema en sacarte.
Leo tragó saliva y asintió con firmeza.
—Entiendo.
Luca sonrió con aprobación.
—Por eso es por lo que creo en ti. Porque no te lo tomas a la ligera.
La esposa de Alessandro, que había estado observando en silencio, sorprendió a todos al hablar.
—Siempre pensé que Leo tenía potencial, pero necesitaba la oportunidad correcta. Me alegra que la esté recibiendo.
Alessandro la miró de reojo con leve sorpresa, pero luego sonrió con calma.
—Si trabajas duro, Leo, te ganarás tu lugar.
Leo respiró hondo y sonrió.
—No los voy a decepcionar.
Luca asintió con orgullo.
—Eso espero.
El ambiente en la sala cambió. Había risas, brindis y hasta un sentido de unidad que no se veía todos los días en la familia Moretti.
Luca observó a su alrededor y por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo estaba cayendo en su lugar. Había logrado el ascenso con Vittoria. Había encontrado su camino con Astrid.
Y ahora, su familia crecía.
La cena continuaba en la mansión Moretti, con risas y conversaciones dispersas entre los familiares. Sin embargo, Valentina se levantó de la mesa y con un gesto sutil le indicó a Luca que la siguiera.
Él entendió de inmediato.
Caminó junto a su hermana hacia la entrada de la casa, donde el aire fresco del invierno los recibió con una brisa ligera.
Valentina cruzó los brazos y miró a Luca con una mezcla de curiosidad y complicidad.
—Bueno, ya hablamos del equipo, de Leo, de Astrid… —hizo una pausa y lo miró de lado—. ¿Y qué hay de Isabella?
Luca suspiró y se pasó una mano por el cabello.
—Sabía que ibas a preguntarme eso.
Valentina sonrió con burla.
—Obviamente. No soy ciega, Luca. Isabella aún está interesada en ti.
Luca apoyó las manos en los bolsillos de su abrigo y se quedó mirando el portón principal de la mansión por un momento antes de hablar.
—Le pedí que me vendiera sus acciones del club.
Valentina parpadeó, sorprendida.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Y cómo se lo tomó?
Luca exhaló.
—No muy bien, pero tampoco hizo un escándalo. Solo dijo que lo pensaría.
Valentina lo observó con más atención, conociendo a su hermano lo suficiente como para notar que había más detrás de su aparente tranquilidad.
—¿Por qué hiciste eso?
Luca la miró con seriedad.
—Porque es lo mejor. No quiero arrastrarla en algo que no va a tener futuro.
Valentina apoyó la espalda contra la pared y lo estudió con detenimiento.
—¿Y estás seguro de que no hay futuro?
Luca apretó la mandíbula.
—Astrid está embarazada. No hay vuelta atrás.
—No hablo de Astrid. Hablo de ti.
Él desvió la mirada.
—Me decidí, Valentina. No voy a jugar con los sentimientos de nadie.
Valentina suspiró.
—Mira, Luca… No voy a decirte que estás tomando la decisión equivocada, porque no me corresponde. Pero sí te diré algo… Isabella no es de las que se rinden fácilmente.
Luca soltó una leve risa sin humor.
—Lo sé.
—Y si realmente querías cerrarle la puerta, pedirle que te vendiera sus acciones no fue la mejor forma.
Luca frunció el ceño.
—¿Por qué?
Valentina sonrió con ironía.
—Porque ahora tienes su atención más que nunca.
Luca miró a su hermana en silencio. Sabía que tenía razón.
Isabella no era una mujer fácil de manejar. Y aunque le había dejado claro que su futuro estaba con Astrid, la historia con Isabella no parecía haber terminado del todo.
La cena en la mansión Moretti mantenía su ambiente cálido, con conversaciones relajadas y brindis ocasionales. Por un momento, todo parecía en armonía.
Pero cuando la puerta principal se abrió y el mayordomo anunció la llegada de Salvatore Greco, la atención de la mesa se desvió hacia la entrada.
Greco entró con su característica seguridad, con una leve sonrisa y el porte impecable de alguien que sabía cómo moverse en cualquier ambiente.
—Espero no estar interrumpiendo —dijo con cortesía mientras avanzaba—. Tuve que atender algunos asuntos en Roma y llegué más tarde de lo esperado.
Enzo Moretti, el patriarca, le dedicó una mirada aprobatoria.
—Siempre eres bienvenido, Salvatore.
El senador asintió y comenzó a saludar con apretones de manos firmes a sus cuñados y besos en la mejilla a las mujeres de la familia. No era solo un miembro de la familia, era un hombre que le debía mucho a los Moretti.
Ellos lo habían llevado al Senado.
En su juventud, Salvatore Greco era un político prometedor, pero sin los contactos ni los recursos para ascender. Los Moretti lo respaldaron, financiaron su campaña y lo posicionaron donde querían. A cambio, Greco mantenía sus intereses protegidos en las altas esferas políticas.
No era un secreto dentro de la familia. Era un pacto de conveniencia mutua.
Cuando terminó de saludar, tomó asiento junto a Valentina y aceptó una copa de vino que le ofrecieron.
—Veo que me perdí de un anuncio importante —dijo con una sonrisa, mirando a Luca y Astrid.
—Así es —respondió Valentina con una leve sonrisa—. Vas a ser tío.
Salvatore levantó su copa en dirección a Luca.
—Mis felicitaciones. Una nueva generación Moretti siempre es motivo de celebración.
Luca asintió con una sonrisa cortés, pero mantuvo su distancia habitual.
Después de unos minutos de conversación trivial, Greco dejó su copa sobre la mesa y se dirigió directamente a Luca.
—Hablando de generaciones… hay algo que quiero discutir contigo.
Luca ya se esperaba algo.
—Dime.
Greco sonrió con calma, tomándose su tiempo.
—Mi hijo, Ettore, ha estado entrenando en Roma, pero queremos que dé el siguiente paso. Tiene 15 años y mucho potencial. Me gustaría que probara en las inferiores del Vittoria.
El ambiente en la mesa cambió levemente.
Luca mantuvo su expresión imperturbable, pero Valentina, que ya conocía a su hermano, se puso alerta.
—¿Quieres que entre al equipo juvenil? —preguntó Luca con tono neutro.
—Quiero que tenga la oportunidad de ser evaluado correctamente —aclaró Greco, con su tono diplomático de siempre—. Sé que es un sistema competitivo, y no quiero ningún trato preferencial. Solo quiero que lo vean con seriedad.
Luca se recargó en su silla y se cruzó de brazos.
—¿Con seriedad o con predisposición?
Greco sonrió con la calma de un hombre acostumbrado a negociar.
—Con seriedad.
Antes de que Luca pudiera responder, Adriano intervino con su clásica actitud prepotente.
—¿Y qué tan bueno es tu hijo, Salvatore? —preguntó, con una sonrisa burlona mientras giraba la copa en su mano—. Porque aquí no vamos a meter a un niño por simple nepotismo.
Greco se giró lentamente hacia Adriano y sonrió con ironía.
—Vaya, Adriano Moretti hablando de disciplina y profesionalismo. Eso sí que es nuevo.
El comentario hizo que algunos en la mesa contuvieran una sonrisa, pero Adriano simplemente apoyó un brazo en el respaldo de su silla y lo miró con diversión.
—Digo las cosas como son. Aquí no hay cupos reservados, ni siquiera para los que tienen apellido Moretti.
Greco bebió un sorbo de vino y lo observó con la paciencia de un hombre acostumbrado a tratar con egos inflados.
—Por cierto, vi lo de tu espectáculo en Roma —añadió con un tono tranquilo—. Vaya manera de arruinar una carrera.
Adriano dejó la copa sobre la mesa y lo miró con frialdad.
—No me vengas con discursos de moral, Salvatore. Sabemos perfectamente cómo funciona este mundo.
—Claro que lo sé —respondió Greco sin perder la compostura—. Por eso sigo en mi puesto y tú estás suspendido.
Hubo un silencio tenso en la mesa.
Luca, que había estado observando la escena en silencio, decidió intervenir antes de que la conversación se desviara más.
—Si Ettore es bueno, que lo demuestre. Que se presente a las pruebas abiertas. Si tiene talento, entrará. Si no, no habrá excepciones.
Greco sostuvo la mirada de Luca. Sabía que su cuñado no iba a ceder fácilmente.
—Eso es todo lo que pido —dijo finalmente.
Adriano se encogió de hombros y volvió a tomar su copa.
—Buena suerte con eso.
Greco, sin perder su diplomacia, miró a Valentina.
—Nos vamos, Valentina.
Ella asintió, pero antes de seguirlo, miró a Luca con una expresión que decía: al menos no se convirtió en un escándalo.
Cuando Greco salió, Adriano soltó una leve risa y miró a Luca.
—No cambia, ¿eh?
Luca se cruzó de brazos.
—Tampoco esperaba que lo hiciera.
La conversación en la mesa retomó su curso, pero el intercambio con Greco dejaba claro que el fútbol y la política no estaban tan separados como parecían.
La cena en la mansión Moretti llegaba a su fin. Uno a uno, los miembros de la familia comenzaron a despedirse, cada uno tomando su camino.
Las copas vacías, los platos aún sobre la mesa y la luz tenue de los candelabros creaban un ambiente de despedida. No hubo conflictos grandes, pero el aire aún estaba cargado con los pequeños roces que siempre parecían inevitables en los Moretti.
Valentina fue una de las últimas en quedarse. Antes de marcharse, se acercó a Luca en la entrada de la mansión.
—Luca.
Él, que estaba ajustándose el abrigo, la miró con curiosidad.
—¿Qué pasa?
Valentina suspiró y cruzó los brazos. Su tono no era de reclamo, sino de preocupación.
—Solo quiero pedirte algo.
Luca la miró con atención.
—Habla.
—Quiero que tomes en cuenta a Ettore —dijo Valentina con sinceridad—. Es parte de esta familia, aunque no haya crecido con nosotros.
Luca mantuvo la expresión neutral, pero no interrumpió.
—Sé que no soportas a Salvatore —continuó Valentina—. Y sé que lo que más te molesta es que él siempre actúa como si le debiéramos algo. Pero Ettore no tiene la culpa de nada.
—No dije que la tuviera —respondió Luca con calma.
Valentina lo miró con seriedad.
—Pero tampoco lo consideras. Y eso es lo que realmente molesta a Salvatore. Él siente que le han dado la espalda a su hijo.
Luca exhaló despacio.
—Si Ettore es bueno, tendrá su oportunidad. Como todos los demás.
Valentina asintió, pero su expresión dejaba claro que no estaba completamente convencida.
—Solo recuerda que él también es un Moretti. Y todos los Moretti merecen un poco de apoyo y protagonismo en esta familia.
Luca no respondió de inmediato. Sabía que Valentina lo decía con buenas intenciones, pero él no era de los que regalaban privilegios.
Antes de que pudiera decir algo, Adriano apareció desde la sala, con su clásico aire despreocupado.
—¿Todavía estás con lo del niño? —dijo con una sonrisa burlona mientras se acercaba.
Valentina giró los ojos.
—No es "lo del niño", Adriano. Es mi hijo.
—Sí, sí —murmuró Adriano sin demasiado interés—. Pero hay algo más importante que quiero decirte.
Se metió las manos en los bolsillos, su expresión de burla desapareció y su mirada se volvió afilada.
—Si tu esposo vuelve a meterse conmigo, le parto su madre.
Valentina abrió los ojos con incredulidad.
—¿Adriano, estás loco?
—No, hablo en serio —respondió con calma—. Que no se le ocurra venir a darme lecciones de moral cuando todos sabemos de qué pie cojea.
Luca, que hasta ahora había permanecido en silencio, levantó una mano para calmar la situación.
—Basta.
Adriano resopló.
—Solo lo digo una vez.
Valentina lo miró con furia, pero no discutió más. Sabía cómo era su hermano y que enfrentarlo solo empeoraría las cosas.
Luca puso una mano en el hombro de Adriano y le dio un leve empujón.
—Ya está. No quiero más tonterías dentro de la familia.
Adriano sonrió de lado, pero no dijo nada más.
Valentina lo miró con un último destello de fastidio antes de suspirar y volverse hacia Luca.
—Nos vemos, Luca.
—Nos vemos.
Ella salió sin mirar atrás, dejando a los dos hermanos en la entrada.
Adriano sacó su paquete de cigarrillos y se encendió uno, observando la noche con una expresión neutral.
—Siempre me ha caído mal ese imbécil.
Luca negó con la cabeza, cruzándose de brazos.
—No eres el único.
El frío de la noche los envolvió, y sin decir más, ambos se quedaron ahí, sabiendo que esta no sería la última vez que tendrían un problema con Salvatore Greco.
Un Ascenso Amargo y el Futuro del Vittoria
El invierno envolvía Vittoria con su manto de frío, pero dentro del estadio, el calor de la batalla ardía con intensidad. El equipo femenino estaba a un paso de hacer historia.
Era su última oportunidad para conseguir el ascenso a la Serie A Femenina. Después de una temporada de altibajos, el equipo había llegado a los playoffs con una última posibilidad de subir. Pero la tarea no sería fácil.
Entre los espectadores del palco principal, Chiara Bianchi observaba el partido con atención.
Vestía el abrigo oficial del club, su bufanda envolviendo su cuello mientras sus ojos seguían cada jugada con la ansiedad de alguien que sabía que pronto estaría en esa cancha.
A su lado, su hermano Matías también observaba en silencio. Ambos habían firmado con Vittoria para la próxima temporada, pero aún no podían jugar. Solo podían mirar y esperar su momento.
—¿Cómo lo ves? —preguntó Matías en voz baja.
Chiara suspiró, cruzándose de brazos.
—Han mejorado, pero todavía falta algo. No hay fluidez en el mediocampo.
Matías asintió. Él jugaba en otra posición, pero entendía bien lo que su hermana decía.
—Tienes razón. Pero si suben, eso cambiará con los refuerzos.
Chiara no respondió, solo siguió observando. Sabía que su llegada iba a ser importante para fortalecer el equipo.
El partido fue una guerra. El rival tenía experiencia en instancias finales y supo manejar los tiempos del encuentro.
Vittoria intentó jugar a su ritmo, pero la presión del momento pesaba.
Un gol tempranero del equipo contrario puso al Vittoria en una situación complicada. A partir de ahí, tuvieron que remar contracorriente.
Durante todo el partido, Vittoria peleó, luchó, y al final, logró empatar.
El tiempo reglamentario terminó en igualdad y fueron a penales.
Pero esta vez, no corrieron con la misma suerte.
El disparo final del equipo rival entró con fuerza en la red y el sueño de ascender directamente se esfumó en un instante.
El estadio quedó en silencio. Las jugadoras del Vittoria se quedaron de pie, algunas con las manos en las rodillas, otras llevándose las manos a la cabeza.
Parecía el final.
Pero entonces, las noticias llegaron.
Habían quedado entre los tres mejores equipos de los playoffs, y según el reglamento, eso les otorgaba un lugar en la Serie A.
Por un momento, nadie reaccionó.
Hasta que, de repente…
La celebración estalló.
Las jugadoras gritaron, se abrazaron, algunas incluso se dejaron caer al suelo con lágrimas en los ojos. Lo habían logrado.
Desde la tribuna, Chiara sonrió con alivio.
—Lo lograron —dijo en voz baja.
Matías le dio un leve codazo.
—Ahora nos toca a nosotros.
En el área técnica, Leo Moretti observaba la celebración con una leve sonrisa.
No era el protagonista de la noche, pero su papel en el club estaba tomando forma.
Como asistente interino de dirección deportiva, su trabajo era apoyar al equipo, asegurarse de que todo estuviera en orden, y aprender.
Sabía que aún le faltaba mucho por demostrar, pero estar en ese puesto, viendo de cerca el ascenso del equipo femenino, le daba aún más motivación para seguir adelante.
—Buen trabajo, Leo —dijo uno de los directivos mientras le daba una palmada en la espalda.
Leo asintió.
—Solo estamos empezando.
Desde el palco, Luca observaba todo en silencio.
El ascenso del equipo femenino era un paso importante, pero todavía había mucho por hacer.
Ahora, la prioridad era encontrar un nuevo director deportivo.
Y no podían equivocarse.
Mientras el equipo femenino celebraba su ascenso en el vestuario, en las oficinas del club Luca tenía otro asunto urgente que atender.
Con Adriano suspendido, el puesto de director deportivo seguía vacante.
Desde que Luca asumió el control del club, había aprendido que no podía improvisar en estos roles.
El nombre que tenía en la mesa no era cualquiera.
Daniel Carter.
Exjugador del Manchester United, con experiencia en la Premier League y en la Serie A como dirigente. Era una apuesta fuerte, pero también costosa.
Silvia entró en su oficina con un informe en la mano.
—Carter está en Milán ahora mismo —le informó—. Está dispuesto a negociar, pero su salario es alto.
Luca tomó el informe y lo revisó con detenimiento.
—¿Cuánto estamos hablando?
—Casi tres millones por temporada.
Marco, que estaba sentado frente a él, soltó un resoplido.
—Es una cifra alta, pero si queremos que el club tenga estabilidad en la Serie A, necesitamos a alguien con su perfil.
Luca se pasó una mano por la cara.
—Que venga a Vittoria. Quiero hablar con él en persona.
Silvia asintió.
—Haré los arreglos.
Luca miró por la ventana de su oficina. El club estaba en un punto de inflexión.
Habían ascendido en ambas categorías, pero la verdadera prueba empezaba ahora.
Y cada decisión, cada fichaje, cada euro gastado, podía marcar la diferencia entre sobrevivir en la Serie A o volver a caer.
Días después del ascenso del equipo femenino, Daniel Carter llegó a Vittoria junto a su equipo de trabajo para negociar su contrato como nuevo director deportivo del club.
Era un fichaje clave. Un hombre con experiencia en la Premier League y en la Serie A, alguien que podría darle estabilidad al proyecto Moretti en la máxima categoría.
Luca estaba listo para la reunión. Quería que su sobrino Leo estuviera allí, aprendiendo, observando cómo se cerraban acuerdos de este nivel.
Pero Leo no estaba en la sala de juntas.
Silvia, siempre puntual y organizada, notó la ausencia y se acercó a Luca.
—¿Quieres que lo llame?
Luca resopló, irritado.
—Sí. Y dile que venga de inmediato.
Silvia asintió y salió de la oficina con el teléfono en la mano.
Mientras Tanto…
Leo no estaba en su despacho.
No estaba revisando informes ni preparando nada para la reunión.
Estaba en el gimnasio del club… pero no precisamente entrenando.
Apoyado contra una de las máquinas, sonreía mientras conversaba con una de las jugadoras del equipo femenino.
Ella llevaba meses llamando su atención, pero nunca se había atrevido a dar el primer paso hasta hace poco. Ahora, estaban viéndose en secreto.
—Debería estar en otro lado ahora mismo —dijo Leo con una media sonrisa.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó ella con una mirada juguetona.
—Porque hay cosas más interesantes que una reunión aburrida.
Ella sonrió y le dio un leve empujón en el pecho.
—Eres un desastre, Moretti.
Pero antes de que Leo pudiera responder, su teléfono sonó.
Vio el nombre de Silvia en la pantalla y su estómago se hundió.
—Mierda…
—¿Qué pasa?
—Luca me está buscando.
La sonrisa de la chica se desvaneció.
—¿No se supone que debías estar en una reunión importante?
Leo se pasó una mano por el cabello.
—Sí, pero pensé que podía escaparme un rato.
El teléfono siguió sonando. Sabía que, si no respondía, las cosas solo empeorarían.
Respiró hondo y contestó.
—¿Sí?
La voz de Silvia fue cortante.
—Ven a la sala de reuniones ahora.
Leo tragó saliva.
—Voy en camino.
Colgó y se volvió hacia la jugadora.
—Me mató.
—Te lo buscaste —respondió ella con una sonrisa burlona.
Leo suspiró, le guiñó un ojo y salió del gimnasio casi corriendo.
Cuando Leo entró en la sala de reuniones, todas las miradas se posaron en él.
Daniel Carter, su equipo, Marco Moretti y varios directivos estaban ya sentados. Luca estaba en la cabecera de la mesa, con los brazos cruzados y una expresión que dejaba claro que no estaba de buen humor.
Leo intentó disimular su nerviosismo.
—Lo siento, tuve un imprevisto.
Luca no dijo nada. Solo señaló con la cabeza el asiento vacío a su lado.
—Siéntate.
Leo se acomodó, intentando parecer serio, pero sabía que su tío no iba a dejarlo pasar.
La reunión continuó, pero Luca no se olvidó del incidente.
Cuando la reunión terminó y los demás salieron, Luca le hizo un gesto a Leo para que se quedara.
Leo tragó saliva.
Luca se quedó unos segundos en silencio, observándolo. No tenía que gritarle para hacerle sentir la presión.
Finalmente, habló con tono seco.
—¿Dónde estabas?
Leo bajó la mirada por un segundo, pero luego decidió que lo mejor era no mentir.
—Con alguien.
Luca soltó una leve risa sarcástica y negó con la cabeza.
—Con alguien… ¿Me estás diciendo que te perdiste una reunión clave porque estabas entretenido con una jugadora del equipo?
Leo hizo una mueca.
—No fue así exactamente.
—Fue exactamente así.
Leo se removió en su asiento.
—Lo siento.
Luca apoyó las manos en la mesa y lo miró con seriedad.
—Si quieres que te tomen en serio en este club, empieza por tomarte en serio a ti mismo.
Leo mantuvo la mirada baja.
—No va a volver a pasar.
Luca chasqueó la lengua.
—Eso espero. Porque la próxima vez que me hagas perder el tiempo con tus estupideces, no habrá una advertencia, habrá consecuencias.
Leo asintió, sintiendo el peso de cada palabra.
—Lo entiendo.
Luca se cruzó de brazos.
—Más te vale.
Leo se levantó, dispuesto a irse, pero antes de que pudiera salir, Luca le lanzó una última advertencia.
—Y no quiero que haya problemas con el equipo femenino. Si vas a salir con alguien, que sea con responsabilidad. No me hagas limpiar un escándalo por tus hormonas.
Leo se detuvo en seco y sintió que se le congelaba la sangre.
Luca sabía.
No preguntó cómo. Pero lo sabía.
—Lo tengo claro —murmuró antes de salir de la oficina.
Cuando la puerta se cerró, Luca suspiró y se pasó una mano por la cara.
Sabía que Leo tenía potencial, pero necesitaba aprender a madurar rápido.
No había tiempo para distracciones.
Un Cambio en el Club
Leo salió de la oficina con la cabeza baja. Sabía que Luca tenía razón.
Era una oportunidad enorme estar allí, aprendiendo de la directiva, pero se había dejado llevar.
Mientras caminaba por los pasillos del club, aún sentía el peso de la mirada de su tío sobre él. No podía permitirse volver a cometer un error así.
Suspiró, metió las manos en los bolsillos y se prometió a sí mismo que no iba a fallar otra vez.
Luca en el Restaurante del Club
Poco después de la reunión, Luca decidió hacer algo que nunca había hecho antes.
Salió de su oficina y caminó directamente hacia el restaurante del club.
El lugar no era solo un comedor para jugadores, sino también un espacio donde el personal administrativo, entrenadores y empleados de distintas áreas solían almorzar o tomar café. Sin embargo, era raro ver a alguien de la alta dirección allí.
Cuando Luca entró, el murmullo de las conversaciones disminuyó notablemente.
Los empleados intercambiaron miradas, algunos bajaron la cabeza, otros se pusieron tensos.
No era que le tuvieran miedo exactamente, pero Luca Moretti nunca se había mezclado con ellos.
Él era el presidente, la cara del club, el hombre al que solo veían de lejos en las oficinas o en la cancha.
Pero allí estaba, caminando con la misma tranquilidad de siempre, como si no notara la incomodidad de los demás.
Fue hasta la barra, donde una de las empleadas del restaurante lo miró con cierta sorpresa.
—Señor Moretti… ¿en qué puedo ayudarlo?
—Un café. Solo negro.
—E-Enseguida.
Mientras esperaba, Luca echó un vistazo al lugar. Notó algo que le llamó la atención.
En una mesa grande, bien ubicada cerca de las ventanas con vistas al campo, estaban sentados varios empleados administrativos y técnicos del club.
Todos bien vestidos, hablando en voz baja, con una actitud casi exclusiva. Y en contraste, más lejos, en las esquinas del restaurante, estaban los empleados de mantenimiento, los cocineros y el personal de limpieza.
Separados.
Era sutil, pero estaba ahí. Elitismo dentro del club.
Luca frunció el ceño.
—Aquí tiene su café —dijo la empleada, interrumpiendo sus pensamientos.
Él tomó la taza y le dio un pequeño sorbo. No dijo nada, pero su mente ya estaba trabajando.
Al regresar a su oficina, Silvia ya lo esperaba.
—¿Todo bien? —preguntó ella al notar su expresión.
Luca se sentó y dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco.
—¿Desde cuándo hay un jodido sistema de castas en este club?
Silvia parpadeó, confundida.
—¿Perdón?
—Fui al restaurante —dijo con voz firme—. Y me di cuenta de que hay grupos bien marcados. Administrativos y técnicos en un lado, empleados de mantenimiento y limpieza en otro.
Silvia respiró hondo.
—Es… algo que ha estado ahí desde hace tiempo. No es una regla, pero es la dinámica que se ha formado.
Luca la miró con incredulidad.
—¿Y nunca se te ocurrió mencionarlo?
—No creí que fuera algo que te importara.
Luca soltó una risa sarcástica.
—Claro, porque la imagen del club solo importa cuando hay cámaras, ¿no?
Silvia se tensó.
—No es eso. Es que nunca ha sido un problema real.
—Pues ahora lo es.
Luca se levantó.
—Llama a los jefes de cada área. Quiero hablar con ellos ahora.
Silvia vaciló por un momento, pero luego asintió.
—Está bien.
Poco después, los jefes de cada departamento estaban reunidos en la sala de juntas.
Luca los observó con los brazos cruzados.
—Voy a ser directo. Me di cuenta de que hay una clara división entre los empleados del club. Y eso no va a seguir ocurriendo.
Los jefes intercambiaron miradas.
Uno de ellos, un hombre que supervisaba el área administrativa, se aclaró la garganta.
—Señor Moretti, con todo respeto, no hay discriminación en el club. Simplemente, la gente tiende a agruparse con quienes tienen más en común.
Luca apoyó las manos en la mesa.
—Ah, claro. ¿Y qué tienen en común los administrativos que los del personal de mantenimiento no tienen?
El hombre titubeó.
—No es que…
—No me interesa la justificación —interrumpió Luca—. Quiero soluciones.
Otra jefa de departamento, una mujer del área técnica, habló con más cautela.
—¿Y qué propone exactamente, señor Moretti?
Luca exhaló y los miró con dureza.
—A partir de ahora, quiero que se organicen reuniones generales del club, donde todos los empleados estén juntos. No quiero más segregación en espacios comunes. Este club no es solo de jugadores y directivos. Es de todos los que trabajan aquí.
Algunos asintieron lentamente, mientras que otros seguían con expresiones incómodas.
—Y otra cosa —añadió Luca—. Voy a empezar a hacer visitas sorpresa a distintas áreas del club. Quiero saber cómo funciona cada rincón de este lugar.
Silvia levantó una ceja, sorprendida.
—¿Visitas sorpresa?
—Sí —confirmó Luca—. Si hay algo más que no me han dicho, quiero descubrirlo por mí mismo.
Los jefes de departamento sabían que no tenían opción.
—Entendido, señor Moretti.
Luca asintió.
—Pueden irse.
Cuando todos salieron, Silvia se cruzó de brazos y lo miró con una leve sonrisa.
—Nunca pensé que te preocuparías por algo así.
Luca bebió el último sorbo de su café.
—El club no es solo el vestuario. Si quiero que Vittoria sea grande, tiene que empezar desde adentro.
Y esta vez, se aseguraría de que nadie se sintiera menos dentro de su club.