El vínculo los unió, pero el orgullo podría matarlos...
Damián es un Alfa poderoso y frío, criado para despreciar la debilidad. Su vida gira en torno a apariencias: fiestas lujosas, amigos influyentes y el control absoluto sobre su Omega, Elián, a quien trata como un mueble más en su casa perfecta.
Elián es un artista sensible que alguna vez soñó con el amor. Ahora solo sobrevive, cocinando, limpiando y ocultando la tos que deja manchas de sangre en su pañuelo. Sabe que está muriendo, pero se niega a rogar por atención.
Cuando ambos colapsan al mismo tiempo, descubren la verdad brutal de su vínculo: si Elián muere, Damián también lo hará.
Ahora, Damián debe enfrentar su mayor miedo —ser humano— para salvarlos a los dos. Pero Elián ya no cree en promesas... ¿Podrá un Alfa egoísta aprender a amar antes de que sea demasiado tarde?
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11. Damien
Los días en el hospital se habían convertido en una niebla de dolor y morfina. Las paredes blancas eran mis únicas compañeras, testigos mudos de mi degradación. Ni siquiera mis amigos vinieron—solo las enfermeras, con sus sonrisas profesionales y sus jeringas llenas de olvido.
Hasta que él llegó.
El olor a puro habano y ambición precedió a mi padre como un anuncio de muerte. Mi padre no abrió la puerta—la posesión misma del espacio cedió ante él. Sus zapatos italianos resonaron contra el piso, cada paso un recordatorio de todo lo que nunca alcancé a ser.
—Patético.
Su primera palabra. Como siempre.
No me miró a los ojos—inspeccionó los monitores, los tubos, las vendas. Como si evaluara daños en una propiedad mal cuidada.
—Sabía que ese omega era un error desde el principio.—Se ajustó el gemelo de platino—el que llevaba el escudo de la familia—. Pero esto... dejarte reducir a esto...
El dolor en mi abdomen palpitó al unísono con el monitor cardíaco. Quise hablar, defenderme, pero solo conseguí toser un regusto amargo.
John se acercó. Por primera vez en años, noté que su cabello blanco no era perfecto—había hebras amarillentas cerca de las sienes. Pequeñas grietas en el mármol.
—Me calle cuando dije que lo domesticarias— Un dedo enguantado señaló mi marca omega—el nombre "Elian" ahora descolorido. —Te callaste cuando los rumores empezaron. Y mira dónde estamos.
Su reloj—el Patek Philippe que había pertenecido a su padre—marcaba cada segundo con un tictac que se clavaba en mis sienes.
—No voy a preguntar por qué colapsaste en ese antro.—Se inclinó hasta que su aliento a whisky me quemó las pupilas. "Solo diré esto una vez: domestícalo o deshazte de él. Pero esta... debilidad...
Sus palabras se cortaron cuando la puerta se abrió. Una enfermera entró con una bandeja, pero un gesto de mi padre la hizo retroceder.
El silencio que dejó fue peor que cualquier insulto.
Cuando finalmente habló de nuevo, su voz era suave. Peligrosamente suave.
—Los Vásquez no lloramos por lo que se pierde. Lo reemplazamos — Se enderezó, arrojando un sobre sobre mi cama. —Tus opciones. Rompe el vinculo.
Divorcio. O muerte.
Y por primera vez en mi vida, entendí verdaderamente a Elian.
—No esperes una segunda oportunidad—dijo John, ajustándose los gemelos de platino mientras se acercaba a la ventana—. Los clientes ya murmuran sobre tu... indisposición.
El reflejo del vidrio le devolvía una imagen perfecta: traje de seda italiana, cabello blanco peinado hacia atrás con precisión militar. Yo, en cambio, veía mi propia imagen superpuesta—pálido, con el cabello grasoso pegado a la frente, la bata del hospital manchada de sudor.
—Elian no es un caballo que requiera domae—murmuré, sorprendido por el sonido ronco de mi voz.
John giró lentamente. Sus ojos azules—los mismos que heredé, pero sin ninguna de mis grietas—me escudriñaron como si evaluara una pieza de ganado defectuosa.
—Todavía no entiendes, ¿verdad? —Caminó hacia mi cama, cada paso resonando en mis sienes—. Ese omega te está matando. Literalmente.
Su mano, la misma que me abofeteó a los doce años por llorar, se posó sobre mi marca descolorida. El contacto me quemó.
—Mira esto —continuó, señalando el monitor cardíaco donde mis pulsaciones saltaban erraticamente—. Tu cuerpo se descompone porque no supiste mantenerlo en su lugar.
El recuerdo me golpeó entonces:
Elian en nuestra primera cena familiar, forzando una sonrisa mientras mi padre interrogaba sobre su "linaje". Mis dedos tamborileando sobre la mesa en lugar de tomar su mano. El momento exacto en que su aroma a fresas se mezcló por primera vez con el acero del miedo.
—Fue tu culpa —escupí, sintiendo cómo la rabia me devolvía algo de lucidez—. Tú empezaste esto.
Mi padre sonrió. No la sonrisa cruel que esperaba, sino algo peor: paternal. Disgustosamente comprensivo.
—Claro que sí. Y ahora tú lo terminarás. Golpeó el sobre con un dedo—. Termina el vinculo. O haz lo que sea necesario para que ese omega cumpla su función.
Cuando la puerta se cerró tras él, el monitor registró un pico de taquicardia.
Afuera, la lluvia comenzó a golpear los vidrios.
En algún lugar de este mismo hospital, Elian estaría escuchando el mismo aguacero.
Pasaron las horas.
La puerta se abrió con un chirrido que me atravesó el cráneo. Allí estaba él.
Elian.
Más delgado de lo que recordaba, su cabello plateado—que antes brillaba como metal pulido—ahora opaco y despeinado. La bata del hospital le colgaba de los hombros como a un niño usando la ropa de su padre. Pero fueron sus ojos lo que me detuvieron el corazón—esos ojos verdes que antes brillaban como esmeraldas bajo el sol, ahora apagados, como vidrios empañados.
—Elian...
Mi voz sonó como un raspado susurro. El monitor a mi lado empezó a pitar más rápido, traicionando lo que mi orgullo de alfa no podía admitir.
Él no me miró. Se acercó a la ventana, sus dedos huesudos jugueteando con los cordones de las persianas.
—El doctor dice que si uno muere, el otro probablemente también— Su voz era plana, como si leyera un reporte del clima. —Así que aquí estoy. Cumpliendo mi deber.
El sarcasmo en sus últimas palabras me golpeó como un puño.
—No deberias de hablar de esa manera —Me forcé a sentar, ignorando el dolor que me atravesaba el pecho. — Quiero... necesito pedirte perdón.
Finalmente se giró. Su risa—una cosa fría y sin vida—me heló la sangre.
—¿Perdón?— Repitió, como si probara el sabor de la palabra. —¿Ahora que estás acostado en un hospital?
Caminó hacia mi cama, cada paso lento y calculado. Por primera vez, vi las ojeras moradas bajo sus ojos, las venas azules que se marcaban en sus sienes. ¿Cuánto tiempo llevaba enfermo sin que yo lo notara?
—Tu lo sabías— Susurró, su aliento con un leve olor a sangre y menta. —Estaba muriendo.
—Iba a hacer algo.
—¡Mientes!— Golpeó la mesa de noche, haciendo caer el vaso de agua. —¡Siempre supiste! ¡Y ahora que estás en mi lugar, ahora que sabes lo que se siente, vienes con tus disculpas patéticas!
El monitor pitaba frenéticamente. Por el rabillo del ojo vi a una enfermera asomarse, pero Elian la ahuyentó con un gesto.
—No me mires así. Su voz se quebró por primera vez. —No me mires con esa lástima de mierda. No tienes derecho.
Se llevó una mano a su nuca, donde nuestra marca debía estar. El gesto instintivo de un omega herido.
—Damien...— Respiró hondo, como si las siguientes palabras le costaran aire. —No preocupes, cumpliré mi responsabilidad como tú Omega hasta que rompamos el vínculo.
Y por primera vez, entendí que realmente estaba solo.