Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.
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Mariposas Bajo Presión
Mi estómago empezó a retorcerse cuando la botella comenzó a ralentizarse, y puedo jugar qué el tiempo se detuvo. Y finalmente, se paró, señalándome directamente. Luego El círculo soltó un “¡ooooh!” y sentí todas las miradas encima de mí. Quería desaparecer, pero Sofía me dio un codazo suave.
—Venga, Lucía, tú puedes —dijo, con una sonrisa que era mitad apoyo, mitad travesura.
—Ehm... confesión, supongo —susurro, porque no me atrevía a un reto y una pregunta sonaba aún peor.
Kassandra, que parecía estar disfrutando demasiado esto, se inclinó hacia adelante. —Perfecto, Dinos... ¿quién es el último chico que te hizo sentir mariposas, aunque sea un poquito?
Mi cara comenzó a arder, y el recuerdo de Adrián en el balcón me golpeó como un rayo. No podía decir eso. No podía decir nada. Observo a Sofía, buscando una salida, pero ella solo levantó las cejas, claramente disfrutando mi sufrimiento.
—Eh... nadie, en serio — balbuceo, y el círculo soltó un coro de “¡mentira!” y risas.
—Trago, entonces —dijo Kassandra, y me pasó una botella de tequila que alguien había sacado de quién sabe dónde.
—No tomo —contesto, más firme de lo que me esperaba, y puedo sentir un silencio incómodo por un par de segundos.
—Tranquila, no hay presión —intervino Adrián, su tono calmado pero claro desde el otro lado del círculo. Era la primera vez que hablaba, y su voz tenía algo que hacía que todos hicieran silencio. Luego me miró, no con lástima, sino con una especie de comprensión que me descolocó. —Pasa tu turno, si quieres.
—Gracias —susurro, mientras bajaba la mirada. Mi corazón latía tan fuerte que podía jurar que todos podían escucharlo.
—Vale, sigamos —dijo Marcos, rompiendo la tensión y comenzó a girar la botella otra vez.
El juego continuó, con retos absurdos (Dani tenia que imitar a un gallo), con confesiones vergonzosas (una chica admitió que había robado unos pintalabios por accidente), y preguntas que hacían que todos gritaran. Pero yo estaba a medias presente, atrapada en el eco de la voz de Adrián y la forma en que sus ojos parecían verme, realmente verme, por unos segundos. No lo observo, pero sé que se encontraba ahí, al otro lado del círculo, y eso era suficiente para que mi cabeza fuera un desastre.
La botella seguía dando vueltas, y cuando apuntó a Nicolás, el ambiente se calentó. Kassandra le dio un reto: quitarse la camiseta y hacer diez flexiones. Él las hizo con una facilidad ridícula, y las chicas (y algunos chicos) silbaban mientras Kassandra lo animaba como si fuese su cheerleader personal. Y Sofía, a mi lado, solo podía poner los ojos en blanco.
—Qué original —susurra, y yo me reí, agradecida por su sarcasmo.
El juego seguía, pero yo me perdí un poco, mirando a la gente, sus risas, sus secretos. Pensé en mi cuaderno, que estaba guardado en mi bolso, y en como iba a escribir esto: un círculo de desconocidos, desnudando pedazos de sí mismos bajo una luz tenue, mientras la ciudad respiraba afuera. Y pensé en Adrián, en esa mirada fugaz, en su voz diciéndome “tranquila”. No sabía quién era, pero algo en mí quería saber más, y eso me asustaba más que cualquier reto del juego.