La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Juego de orgullo...
Aarón sonrió para sus adentros. Tantos años al lado de Emilio le daban el criterio suficiente para saber cuándo su jefe y amigo estaba más que interesado en una mujer. Y no había duda: el italiano ya estaba prendado de la caleña. Era solo cuestión de tiempo para que lo aceptara. Tal vez el hecho de que el CEO de tecnología, Salvatore Donatelli, se hubiera cruzado en el camino de Susana era justo el impulso que Emilio necesitaba para dejar de negarlo. Ella lo provocaba más de lo que deseaba admitir.
—Sigue a Donatelli. No lo pierdas de vista —ordenó Emilio sin apartar la mirada del frente, mientras su mente se llenaba de imágenes de la caleña sonriendo, hablando sin parar, haciendo ameno y divertido el viaje del otro... mientras él, viajaba solo, lleno de una ira que no sabía cómo explicar.
Como aún faltaba para la hora de llegada a la compañía, Salvatore Donatelli decidió invitar a Susana a tomar un café mientras se conocían un poco más.
—¿Seguimos o nos detenemos? —preguntó Aarón.
—Detente aquí —ordenó Emilio.
—Señor, disculpe, pero tenemos el tiempo justo para llegar a la reunión —intervino Brigitte con prudencia.
—Corre el horario de la reunión. No nos iremos hasta que Donatelli lleve a Montero a la compañía.
Brigitte y Aarón cruzaron una mirada incrédula. Era la primera vez que el responsable y adicto al trabajo Emilio Moretti posponía una reunión por vigilar a una mujer.
Mientras tanto, Salvatore y Susana disfrutaban del café entre risas, ajenos a los ojos que los observaban desde la distancia. Emilio se removía incómodo en su asiento. Tenía unas ganas enormes de bajarse del auto, caminar hasta donde estaban, tomarla del brazo y obligarla a subir a su auto.
—¡Ay, Moretti! ¿Por qué tanto interés en la parlanchina? ¿Acaso te preocupa que el seductor Donatelli la conquiste? —le fastidió su odiosa conciencia.
—No me interesa —murmuró con el ceño fruncido—. Pero me molesta que sea tan confiada. Apenas hoy lo conoció y ya está tomando café con él como si fueran viejos amigos.
—Eso se llama celos, Emilio. Al parecer ya caíste en las garras de la arribista.
—¡Eso jamás! —espetó, molesto.
Para cuando Emilio llegó finalmente a la compañía, la caleña ya estaba en su oficina. Él tuvo que atender a los inversionistas, así que no se cruzaron el resto del día. Pero ella no salió de sus pensamientos.
Las siguientes semanas transcurrieron entre largas jornadas de trabajo, reuniones y una serie de astutos retos que Emilio imponía a Susana casi como por deporte. Pero ella, con su estilo irreverente y tenaz, los superaba sin mayor dificultad, dejándolo a él tan descolocado como irritado.
Llegó el viernes, y con él el recordatorio de que Susana tenía pendiente un encuentro con Salvatore. Sin embargo, debido a la ajustada y exigente agenda del CEO de tecnología, el tour por la ciudad debió posponerse para otra ocasión, lo que inesperadamente alivió el humor de Emilio... hasta que cometió el error de llamarla. Porque aunque ella no se lo contará el estaba enterado de todo lo que hacía la colombiana.
Por primera vez, decidió llamarla fuera del horario laboral. Pero la respuesta que recibió no solo lo desarmó, sino que le arruinó por completo el día.
El teléfono sonaba con insistencia mientras Susana, en su apartamento, limpiaba con la música a todo volumen. Bailaba descalza, trapeador en mano, disfrutando del sábado por la mañana. Al tomar el móvil para cambiar de canción, la llamada volvió a entrar. Sin mirar el número, contestó en español:
—¡Buenos días!
—Montero —resonó la voz profunda de Emilio en italiano—. Le hice una promesa en Colombia, en su ciudad, cuando ganamos el concurso de baile. Llegó el momento de cumplirla. Paso en dos horas por usted. Esté lista.
—¿Es en serio, señor Moretti? ¿De verdad cree que, incluso fuera del horario laboral, puede darme órdenes y que las cumpliré sin refutar? No se preocupe, ya tengo a alguien bastante agradable que me dará el tour cuando su agenda lo permita. Así que no se moleste en arruinar su día con un compromiso absurdo.
Y sin dejarlo responder, le colgó la llamada.
—¡Parlanchina obstinada! —masculló Emilio furioso—. Si tan solo supiera dónde vives, impediría ese maldito tour con ese idiota de Donatelli.
El lunes, Susana apareció en la compañía radiante. Llevaba un vestido negro con detalles rojos que le quedaba perfecto. Su cabello brillaba recogido en un moño elegante, y sus labios resaltaban con un leve toque escarlata.
Pero lo que realmente terminó de destruir la paz interior de Emilio fue verla llegar... acompañada de Salvatore.
—Buenos días, Emilio —saludó Donatelli con amabilidad al cruzarse con él en el ascensor.
—Buenos días, Donatelli —respondió en un tono seco, sin quitarle la vista de encima a Susana, que ni siquiera lo miró, como si fuera invisible.
El italiano no se contuvo.
—Al parecer, los modales se están perdiendo en la actualidad, ¿verdad, licenciada Montero?
—Si lo dice por usted, no me cabe la menor duda —replicó ella en ese bendito tono desafiante que tanto lo sacaba de quicio.
Emilio apretó los labios. El ascensor se abrió y todos entraron, incluido un par de empleados que presenciaron la tensa escena.
Ver a Susana trabajar tan animada y concentrada al lado de Salvatore lo descolocaba más de lo que le gustaba admitir. La sonrisa de ella, las miradas cómplices, la fluidez con la que conversaban... todo era un maldito suplicio.
Tanto, que Brigitte se vio obligada a reorganizar su agenda para que Emilio pudiera aparecer "casualmente" cerca de ellos en diferentes espacios, interrumpiendo cada intento de coqueteo "imaginario" de su contrincante.
El primer mes de Susana en la compañía automotriz Moretti se había cumplido. Estaba satisfecha con los resultados obtenidos hasta el momento. Emilio no lo entendía —o no quería entenderlo—, pero a la caleña no le interesaba impresionarlo. Su mayor reto era impresionarse a sí misma y demostrarse que podía lograr todo lo que se proponía.
Sin embargo, ese día no era uno bueno.
La colombiana padecía de migraña crónica, y aunque los medicamentos solían ayudarla, en sus días de menstruación las crisis se intensificaban.
—No, hoy no… hay tanto trabajo, no puedo estar así —se dijo a sí misma frente al espejo, intentando arreglarse aunque no tenía ganas. Sabía que le esperaba una jornada intensa al lado de Emilio. Él era exigente, implacable, y aunque profesionalmente lo admiraba —pues su experiencia le enseñaba mucho—, su forma tosca de empujarla al límite no era algo que pudiese tolerar ese día.
Cuando llegó a la compañía, se encerró en su oficina. Su plan era claro: adelantar la mayor cantidad de trabajo posible para evitar cualquier contacto con su jefe.
Emilio, por su parte, la deseaba ver. Aunque no lo admitiera, se había convertido en su deleite. Verla desafiante, inteligente, capaz. Sabía que era brillante profesionalmente, incluso superior a él en ciertas áreas, y aunque eso le irritaba, también lo fascinaba. Anhelaba ver sus grandes ojos encendidos y esa boca irreverente con la que —a veces— se sorprendía soñando.
Luego de atender unas reuniones, Emilio se dirigió a la sala de proyectos, seguro de encontrarla allí. Se quitó el saco y lo colgó con soltura en el perchero, mientras sus ojos claros recorrían la sala con ansias apenas disimuladas.
Allí estaban Abdiel, el vicepresidente, e Isadora, la directora de proyectos.
—Buenas tardes —saludó, mirando discretamente a todos los rincones.
—Buenas tardes —respondieron al unísono.
—¿Abdiel, dónde está la parlanchina?
—No lo sé. No ha venido por aquí desde esta mañana, cuando vino a ver las indicaciones que pediste.
Emilio frunció el ceño.
—¿Y qué se cree? ¿Que tiene privilegios para no trabajar como todos los demás? Voy por ella.
—Emilio... —intentó decir Abdiel, pero ya era tarde. Él ya había salido rumbo a la oficina de Susana.
Tocó dos, tres, cuatro veces, hasta que una voz apagada respondió desde dentro.
—Adelante...
Cuando Emilio entró, se sorprendió. Susana estaba recostada sobre el escritorio, la cabeza apoyada en sus brazos, los ojos cerrados como si el más mínimo sonido le resultara insoportable. El cabello, que solía llevar atado con estilo, caía suelto alrededor de su rostro.
—¡Esto es el colmo! ¿Viniste a dormir a la compañía cuando hay tanto por hacer? —espetó, elevando la voz.
Ella apenas se movió. Su tono fue bajo, pero cargado de fastidio.
—Señor Moretti... solo por hoy, ¿podría bajarle al volumen?
Emilio se quedó en silencio. Esa no era la Susana que conocía. Le sorprendió no solo su tono apagado, sino la debilidad en su postura.
—Montero, ve a la sala de proyectos. Necesito que terminemos eso hoy.
Ella le entregó unos documentos sin siquiera incorporarse del todo.
—Ya adelanté parte del trabajo. Aquí está lo que organicé.
—Montero, cuántas veces he dicho que las cosas se hacen a mi manera. Además, necesito que lo desarrollemos juntos. Recuerda que el proyecto...
—Sí, sí, ya lo sé... Pero solo por hoy, váyase de mi oficina. Solo hoy no me grite. Se lo...
No terminó la frase. Las náuseas le interrumpieron. Se levantó tambaleante, sosteniéndose como pudo, y corrió al baño casi a tientas.
Emilio quedó paralizado un segundo. Luego la siguió, alarmado. Esa mujer desafiante y fuerte, ahora apenas podía mantenerse en pie. Cuando la encontró inclinada frente al lavabo, no lo pensó: se acercó y le sostuvo el cabello, con una ternura que jamás pensó tenerle.
—¿Qué tienes, Susi? —preguntó en un tono suave, completamente distinto al de hace minutos.
Ella respiraba con dificultad, y sus ojos brillaban por el malestar.
—Susi, dime qué necesitas. ¿Qué te duele?
Ella negó con la cabeza y susurró con esfuerzo:
—No es nada... por favor váyase. Usted es la última persona que quiero que me vea vulnerable y en este estado...
Las palabras le golpearon el orgullo y algo más profundo. Emilio no supo cómo responder. En su mundo, nadie le hablaba así. Nadie le pedía que se fuera. Nadie le rechazaba cuando era amable. Pero allí estaba ella, incluso en la debilidad, manteniendo su dignidad.
Y eso, de alguna manera, lo hizo sentirse incómodo...
interesa el empresario arrogante, Emilio va a dar todo en esa fiesta que espero y sea ya rl inicio de una nueva relación /Kiss//Pray/