Dueña De Tu Sombra

El tiempo pasó como un suspiro. Un año había volado, lleno de rutinas nuevas, tareas exigentes y silencios pesados que nadie se atrevía a romper.

Alan y Alex ya no eran los mismos. Aunque seguían teniendo la sonrisa fácil cuando estaban con sus hermanos, algo en sus ojos había cambiado. Algo en su forma de caminar, de mirar, de responder. La inocencia había quedado atrás, como si la muerte de sus padres les hubiera arrancado una parte que jamás volvería.

—¿Por qué llegan tan tarde últimamente? —preguntó Axel una noche, mientras levantaba los platos de la cena.

Alan se adelantó con naturalidad.

—Conseguimos trabajo de guardias de seguridad. Es de noche, así que salimos cuando ustedes ya duermen.

Axel frunció el ceño.

—¿Guardias? ¿En dónde?

Alex se encogió de hombros.

—Nada glamoroso. Una empresa de almacenes. Pero paga bien. Es legal, Axel, tranquilo.

Axel los miró un rato más, luego asintió. No tenía razones para desconfiar. Sus hermanos siempre lo habían protegido… ¿por qué no creerles ahora?

Los días siguieron. Las madrugadas se volvieron su rutina. A veces Axel se despertaba y no los veía, pero cuando amanecía, ellos ya estaban en casa. Cansados, ojerosos… pero sonriendo. Siempre sonrientes frente a los más pequeños.

Benjamín comenzaba a sospechar algo también, pero estaba tan ocupado con la universidad que prefería no ahondar. Valentín, a sus once años, solo se preocupaba por las tareas, los videojuegos y ver dibujos con Alice, que ahora ya tenía seis años y hablaba sin parar, con esa mezcla entre ternura y lógica infantil que derretía el corazón de todos.

Pero una noche lo cambió todo.

Axel bajó a la cocina por un vaso de agua. Eran casi las tres de la madrugada. Al pasar por la puerta, los vio llegar. Alex cerró la puerta con cuidado mientras Alan se quitaba la chaqueta. Fue entonces cuando Axel lo notó.

Una pequeña mancha roja en la manga de Alan.

Sangre.

Y no parecía suya.

Axel se quedó inmóvil por unos segundos. Luego se aclaró la garganta.

—¿Qué es eso?

Ambos hermanos se congelaron.

Alex intentó limpiar su manga sin mirarlo.

—Nada. Un accidente…

—No me mientan —interrumpió Axel. Su voz no era agresiva, pero tenía firmeza—. Esa no es sangre tuya. ¿De qué es ese trabajo realmente?

Alan suspiró. Sabía que no podían ocultarlo más.

—Tenemos que hablar.

Se sentaron en la cocina. La luz tenue de la lámpara iluminaba sus rostros cansados. Alex fue el primero en hablar.

—Papá... no solo era un buen hombre. Era parte de algo más grande. Algo que nadie sabía.

Axel lo escuchó en silencio, con los labios apretados.

Alan continuó.

—Él era parte de una organización. Mafia, si querés ponerle nombre. Pero con reglas. Con códigos. Y ahora… nosotros seguimos sus pasos.

El silencio que siguió fue pesado. Axel no respondió de inmediato. Bajó la mirada y pensó en su padre. En su sonrisa, en su forma de hablarles, de enseñarles a ser buenos.

—¿Papá era un mafioso? —preguntó, como si aún no pudiera creerlo.

—Papá era un héroe —respondió Alex—. Hizo todo eso para que nosotros no supiéramos. Para protegernos. Para darnos una vida digna.

Axel se levantó y se apoyó en la encimera. Miró por la ventana durante un largo momento.

—No me gusta. No me gusta que estén en eso. No me gusta verlos llegar así… con sangre.

—Lo sabemos —dijo Alan, poniéndose de pie—. Pero lo hacemos por ustedes. Por Alice. Porque si no, no podríamos con todo esto. No hay otra manera, Axel. No ahora.

Axel se giró y los miró.

—No se mueran. Por favor. No quiero que un día los toque la puerta un policía y me diga que los perdí también.

—No va a pasar —aseguró Alex—. No mientras estemos juntos.

Esa noche, por primera vez en meses, se abrazaron los tres. No dijeron nada más. Solo se quedaron en silencio, sintiendo el peso de lo que eran y lo que no podían cambiar.

Los días siguientes siguieron con cierta normalidad. Alice reía, Valentín jugaba, Benjamín estudiaba. Pero en el fondo… todos sabían que el pasado ya no podía borrarse.

La casa estaba llena de vida, pero también de ausencias.

Y aunque la tristeza seguía allí, flotando como un eco suave, también estaba la certeza de que, mientras se tuvieran los unos a los otros, podrían con todo.

Incluso con los secretos de la sangre.