Giorgia Bellini, una joven de 22 años, proviene de una familia conservadora y con una madre feminista. Tiene poco interés por las relaciones personales y el sexo. Su vida cambia cuando descubre que su mejor amiga, Livia Vespucci, también de 22 años, está en una relación con un novio dominante. Aunque Livia asegura estar feliz, Giorgia empieza a sospechar que algo no está bien.
Preocupada por los comportamientos controladores del novio de Livia, Giorgia investiga el BDSM por Internet y descubre que lo que está viviendo Livia no es una práctica sana, sino abuso. Decide llevarla a una comunidad de BDSM, con la excusa de querer aprender, pero su verdadero objetivo es que Livia se dé cuenta de que su relación no es BDSM, sino abuso.
Mientras Giorgia se adentra en este mundo, conoce a un dominante que cambia su perspectiva sobre el amor y el control. Ahora, debe enfrentar un dilema: ¿puede ayudar a su amiga sin arriesgar su amistad y su propio corazón?
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Atracción
Giorgia intenta ignorar el escalofrío que aún recorre su espalda mientras avanza entre la gente hasta llegar a Livia, quien se ve pensativa.
—¿Liv, te sientes bien? —pregunta.
Ella sonríe lentamente, no muy convencida.
—Sí, Gio, estoy bien. ¿Y a ti qué te parece este ambiente?
Giorgia voltea la cabeza hacia donde estaba ese hombre que la desestabilizó, y al no verlo, regresa su vista a Livia.
—Sí, Liv, me parece interesante. No pensé que todo era así.
Livia siente un temblor en su cuerpo, se debate en el no saber qué pensar. Ama a Matteo. ¿Y si habla con él? Tal vez entienda.
Piensa Livia, negándose a ver la verdad.
—Te lo dije, no es tan malo. ¿Y quién era ese con quien hablabas hace un rato?
Livia frunce el ceño.
—Lo acabo de conocer, no sé quién es —dice como si nada, controlándose para que Giorgia no se dé cuenta de cuánto la afectó ese hombre.
Rodrigo camina hacia ambas y se posa al lado de Giorgia en silencio, pero su mirada severa deja claro que no está contento.
—¿Podemos hablar en privado, Giorgia? —su voz es firme, y Giorgia solo asiente.
—Dime, Rodrigo.
—No vuelvas a acercarte a él —murmura en voz baja, mirándola directo a los ojos.
Giorgia se queda impactada.
—¿A qué viene eso? —pregunta con un intento fallido de sonar indiferente.
—Vittorio no es para ti, Giorgia.
Ella no responde. No porque esté de acuerdo, sino porque algo en su interior sabe que Rodrigo tiene razón. Y, sin embargo, cuando alza la vista por última vez, siente que unos ojos siguen clavados en ella desde la distancia.
Vittorio aún está allí, observándola.
Pero no de manera amenazante. No como un depredador acechando a su presa.
Su mirada es otra cosa.
Es un desafío.
Es una promesa silenciosa.
Es una pregunta que solo ella puede responder.
Aparta la mirada y observa a Rodrigo.
—Voy a necesitar más información que solo eso.
Rodrigo se acerca un poco más a ella.
—Giorgia, sé que estás aquí por Livia, y te prometo ayudarla a alejarse de su abusador, porque me di cuenta y, aunque no será fácil, lo haré. Pero tú no puedes caer como ella.
Sus palabras la desconciertan. ¿Será que Vittorio es un abusador también?
—¿Ese hombre es un abusador? —la pregunta sale antes de que pueda pensar un poco más en ello.
—No, pero... es muy oscuro para ti.
Sus palabras la tranquilizan, y no sabe siquiera por qué.
—No te preocupes, Rodrigo, sé cuidarme sola —dice, y se aleja.
Una parte de ella quiere saber qué tan peligroso es.
Horas más tarde, cuando la noche ha avanzado y el ambiente en el club se ha vuelto más íntimo, Giorgia sale a la terraza detrás de Livia, quien se va sin avisarle. No tiene que ser una genio para saber que es por Matteo. Como no la alcanza, aprovecha para tomar aire. Se abraza a sí misma cuando la brisa fresca la envuelve, intentando calmar su mente.
—No deberías estar aquí sola.
La voz, profunda y firme, la hace girarse de inmediato.
Vittorio está apoyado contra la barandilla, a unos metros de ella. No la mira con arrogancia, ni con esa actitud dominante que muchos hombres en este mundo parecen tener.
Él simplemente está ahí.
Presente.
Imponente, sí, pero de una forma que resulta magnética más que amenazante.
—No estoy sola —responde ella, cruzándose de brazos—. Tú estás aquí.
Un atisbo de sonrisa se dibuja en el rostro de Vittorio, como si su respuesta le hubiese gustado.
—Tienes razón.
Por un instante, el silencio entre ellos no es incómodo. Es denso, como una corriente eléctrica que carga el aire.
—Rodrigo no quiere que hables conmigo —dice él con tranquilidad.
—Lo sé.
—¿Y tú qué quieres?
Giorgia no sabe qué responder.
Porque la verdad es que no está segura de lo que quiere, aunque le intriga. Solo sabe que, cuando Vittorio está cerca, su piel hormiguea, su corazón late más rápido y su cuerpo reacciona de formas que no puede explicar.
—No lo sé —admite, bajando la mirada.
—Eso es honesto —sonríe.
Su voz tiene un matiz de aprobación, como si respetara su duda en lugar de presionarla por una respuesta.
Vittorio se acerca un paso, con calma, sin romper la burbuja de tensión entre ellos.
—No estoy aquí para asustarte, Giorgia.
Ella alza la vista, encontrándose con esos ojos oscuros que parecen ver demasiado.
—¿Entonces para qué estás aquí?
Vittorio sostiene su mirada y, en lugar de darle una respuesta inmediata, inclina ligeramente la cabeza.
—Esa es una buena pregunta.
No hay arrogancia en sus palabras. No hay exigencia ni control.
Solo una verdad sin resolver.
Una conexión que aún no comprenden.
Y, por primera vez en la noche, Giorgia no siente la necesidad de escapar.
Siente la necesidad de entender.
—Eso no fue una respuesta. Por tu brazalete, eres dominante.
Mira el brazalete de cuero en su muñeca, y él sonríe.
—Lo soy, pero no vine a buscar una clase.
Ella levanta una ceja.
—¿Ah, no? ¿Y entonces qué hacías?
—Soy uno de los socios de la parte baja del club, algo así como un sótano de lujo.
La curiosidad arde debajo de la piel de Giorgia. Debe voltear la mirada porque es tanto lo que siente cuando lo tiene cerca, que apenas puede disimularlo.
—Una amiga me habló de eso. De hecho, me invitó a bajar con ella.
Los ojos de Vittorio se oscurecen por esa respuesta.
—Ese lugar no es para ti, al menos no ahora.
Su voz es tranquila. Tanto que la inquieta.
—¿Ahora tú también me vas a dar órdenes a mí? ¿Qué les ocurre a todos? ¿Me vieron cara de retrasada mental?
Se enoja y se aleja de la terraza. Saca su teléfono y le escribe a Pia que se tiene que ir.
Baja las escaleras de manera rápida, necesita irse está indignada y no entiende porque alguien que conoció hace unas horas la hace sentir así.
Mientras baja las escaleras, siente el peso de una mirada sobre ella. No necesita voltear para saber de quién se trata. Su corazón late con fuerza, no solo por la indignación, sino por algo más profundo que no logra descifrar.
El club está más abarrotado ahora, la música resuena con un ritmo más lento, más sensual, y las luces tenues pintan sombras en cada rincón. Giorgia esquiva cuerpos entrelazados, conversaciones cargadas de insinuaciones, y risas ahogadas en secretos que solo los iniciados entienden.
Sabe que no pertenece a este mundo. O al menos, eso es lo que siempre ha creído.
Pero entonces, ¿por qué su piel arde de la forma en que lo hace? ¿Por qué la voz de Vittorio sigue resonando en su cabeza, con esa calma peligrosa que la desarma más de lo que debería?
—Giorgia.
Se detiene en seco. Su nombre en su voz suena diferente. No es una súplica ni una orden, pero hay una fuerza innegable en la forma en que lo dice.
Se gira, y él está allí, bajando los escalones con la misma elegancia con la que un depredador acecha sin apuro a su presa.
Pero no hay amenaza en su postura. Solo certeza.
—No es lo que piensas —dice, con esa serenidad exasperante.
—¿Ah, no? Entonces dime, Vittorio, ¿qué es lo que piensas tú? Porque hasta ahora, solo me has hablado en acertijos.
Él sonríe apenas, como si su desafío le divirtiera.
—Pienso que estás huyendo de algo que ni siquiera comprendes.
Giorgia aprieta los labios. Quiere discutir. Quiere decirle que se equivoca, que ella sabe exactamente lo que quiere, que no es ninguna niña ingenua.
Pero la verdad es que sí está huyendo. Y eso la frustra.
—No estoy huyendo de nada —escupe las palabras con más rabia de la que pretendía.
Vittorio se acerca, deteniéndose justo fuera de su espacio personal, como si le diera la opción de alejarse. Como si le estuviera cediendo el control de la situación.
—Entonces mírame a los ojos y dime que no sentiste nada cuando estabas en esa terraza conmigo.
Su reto es como un golpe directo al pecho. Porque sí, lo sintió. Y lo odia por eso.
Giorgia sostiene su mirada, pero su orgullo se tambalea.
—No tengo que responderte nada.
—No —admite él, con una media sonrisa—. Pero quiero que lo pienses antes de seguir corriendo.
Ella aprieta los puños, odiando cómo su cuerpo reacciona ante su cercanía.
Vittorio baja la mirada a sus manos crispadas y suspira.
—Giorgia… lo que hay allá abajo no es un juego. No es una fantasía de una noche. Es un mundo que exige más de lo que crees estar dispuesta a dar.
Sus palabras deberían alertarla, hacerla huir de inmediato.
Pero en lugar de eso, avivan su curiosidad.
No quiere admitirlo, pero hay una parte de ella que quiere saber.
Que quiere entender.
Y eso es lo que más la asusta.
Sin responder, da media vuelta y se abre paso entre la multitud, con la respiración agitada y el corazón latiéndole en los oídos.
Pero cuando cruza la puerta de salida y siente el aire fresco de la noche en su piel, se da cuenta de algo.
No importa cuánto lo niegue.
Vittorio ya se ha metido en su cabeza.
Y eso, quizás, sea el verdadero peligro.
Si será cierto 🙂 de tomate tu tiempo.
O no lo pienses mucho y dadme 🫴 la respuesta.. 🫢🙂🙂🙂🙂