El Aliento De Los Suspiros

El linaje Roosevelt era el más fuerte de todos. Por los siglos los reyes de la corona del sol, dominaron las tierras con sabiduría, alabaron a la estrella que les permitió triunfar como los reyes de cada generación.

La ceremonia de iniciación de cada rey, era una tradición que se hacía para que el próximo regente tuviera el mismo progreso que el de sus ancestros, como era de esperar, la estrella del sol bajaba desde los cielos, materializándose en un cuerpo de carne y hueso. Una mujer de cabellos dorados, ojos dorados y vestido rojo, la reina de las estrellas Astraea, la que formaba una nueva corona, la que sellada con un beso en la frente del nuevo sucesor el poder suficiente para poder gobernar.

Y así era hasta el día en que la coronación del heredero Rafael V Roosevelt, cuando todo corría con normalidad, cuando la corona hecha por la mismísima reina de las estrellas, cuando estuvo por sellar con un beso su frente, la tragedia los golpeó.

Una flecha impactó en el pecho de la reina de las estrellas separándola del joven quien rápidamente se alzó y la tomó en sus brazos antes de que está callera.

—¡Protejan al rey!

Los guardias reales empezaron el convite contra aquellos usurpadores que habían llegado justo en el momento en que la estrella del sol daría la fuerza y poder al joven heredero que veía a la mujer.

—Mi reina, por favor, usted no puede morir...

Dijo viendo la flecha que fue forjada en oro, el rostro de la reina de las estrellas empezó a quebrarse, líneas rojas que formaron por todo su cuerpo mostrando que lo imposible puede llegar a ser posible.

—¡Majestad!

Le grito al ver que el cuerpo empezaba a desvanecerse en un poco dorado, la ceremonia no había terminado, la tradición fue rota en el justo momento en que la única regente de los cielos murió en su figura terrenal.

Así fue como la guerra comenzó, el cómo Easterwood y Hermea se enemistaron comenzando la guerra de los cien años, una batalla cruel y sangrienta. Rafael V Roosevelt fue el comienzo del fin, fue el único que gobernó con sabiduría y responsabilidad sin la ayuda de la reina del sol quien pronto intercedió en él destino y formó a la segunda mejor familia de todos los tiempos, los Valyrian.

Los Valyrian eran guerreros feroces, al igual que los caballeros, las damas también fueron guerreras, buenos y buenas espadachines, ellos tenían la habilidad de montar aquellas maravillosas bestias, los dragones.

Pero un error cambió el destino de la fuerza de la reina del sol. Los hombres fueron corrompidos por la gran fuerza y habilidad que destruyeron su camino y formaron alianza con el enemigo. Cayendo en las desesperantes garras del poder, los secretos acecharon a la familia, aparentando tener una felicidad que nunca logro ser una en verdad.

Rafael VI Roosevelt Zimmermann el único heredero de Rafael V y de Minerva Ann Zimmermann era el único rey que nació con la vendieron de la reina de las estrellas, su habilidad de pelea era la viva imagen de la reina, la diosa de la guerra, la única estrella que fue capaz de equilibrar el mundo entero. Pero aun así, Rafael VI Roosevelt no logro escabullirse de las manos de sus enemigos, fue torturado y casi sellan su poder en aquella marca que se mostraba en su espalda.

Se miraba en el espejo que tenía delante de él, la mitad de su cuerpo desnudo se mostraba, su abdomen marcado mostraba algunas cicatrices al igual que su espalda donde la mitad del sello Valyrian se podía apreciar.

Aún le pesaba, aún podía sentir como su poder era reprimido, suspiro con pesadez y se colocó la camisa arreglando su atuendo cuando sus ojos se fijaron a través del espejo en la mujer que aún dormía en su cama. Al parecer el dolor se había disipado, su ceño ya no estaba fruncido, su cuerpo ya estaba relajado y totalmente suelto.

Se veía realmente delicada, sus rasgos eran tan finos y elegantes que dudaba de que fuera una simple plebeya con la que el puberto príncipe de Hermea se hubiera obsesionado, no cualquier mujer tendría esa belleza, miró el anillo en su mano y suspiro. Había demasiadas preguntas, pero ninguna respuesta, ya abría tiempo para cuestionar a la muchacha. Se colocó el saco y el cinturón donde ajusto su espada y colocó la capa que colgaba de sus hombros, en ese momento la puerta fue abierta y vio a aquella mujer.

—¿Leticia?

Si, sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a la que le enseñó todo lo que sabía desde qué padres fueron asesinados cruelmente aquella noche caótica.

—Mi señor

Hizo una reverencia arrodillada casi hasta los suelos mientras la veía con fijación, cuando lo vio prudente, fue acercándose hasta él, su mirada pasó del rey a la joven en la cama para que solamente entonces el rey se fijó en el cariño que le había tomado a la rubia.

—Habla, no has venido desde tan lejos solo por tu soberano

—Mi señor, cumplí con mi cometido, traje conmigo la espada que le fue arrebatada

Dijo sacando debajo de su capa aquella espada. Sus pupilas se dilataron al momento de ver y reconocer la imponente espada que había traído una de sus institutrices, sus manos que ya tenían puestos los guantes se alzaron sin apartar la vista de aquella espada que era protegida por su funda negra con detalles dorados, la tomó entre sus manos y sintió la voluntad de su padre en sus hombros.

—Larga vida al rey Rafael VI Roosevelt

Leticia volvió a arrodillarse ante su rey hasta casi llegar al suelo mientras el rey desenfundaba aquella espada de un fino metal pulido y destellante. El grabado en la espada le mostraba que aquella espada fue pasando de generación en generación.

—De pie soberana mía y cuéntame, quien es esta dama que se ha ganado tu aprecio...

—Mi señor, es como la hija que me fue arrebatada

Volvió a envainar la espada devuelta y miró de reojo a la rubia y después a la mujer de pie. Entendía aquello, su hija le fue arrebatada y jamás volvió a salir del castillo, cuando la invasión a su reino fue ejecutada, sus tesoros más apreciados fueron robados y ella se enlistó en la peligrosa tarea por recuperar lo perdido y descubrir el trágico destino de su amada hija quien murió a los días en que había llegado a Hermea.

Asintió para salir de sus aposentos dándole la privacidad pertinente a la dama quien se ganó su respeto.