Un soldado de un antiguo reino fue sometido a un experimento para transformarlo en un arma de destrucción masiva mediante alteración genética. Algo salió mal y despertó mil años después, en un mundo mágico lleno de bestias de fantasía. Desorientado, encuentra las ruinas de su reino y un nuevo campo de batalla entre civilizaciones desconocidas. Con habilidades sobrehumanas, debe descubrir su propósito en este nuevo y peligroso mundo.
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Capítulo 13: El Misterio del Túnel
El frío aire subterráneo le calaba hasta los huesos mientras Zen avanzaba cautelosamente por el túnel oscuro y serpenteante. La penumbra era casi total, pero sus sentidos agudizados le permitían percibir cada detalle de su entorno. A medida que se adentraba más en las profundidades, un olor desagradable comenzó a impregnar el aire, un hedor acre y nauseabundo que le recordaba a la descomposición de un animal muerto. Cada respiración parecía envolverlo en una nube de decadencia y podredumbre, lo que aumentaba su sensación de inquietud.
Las paredes del túnel tenían una textura extraña, formadas por anillos concéntricos que se extendían en un patrón regular a lo largo de la estructura. *Esto no parece una formación natural,* pensó Zen mientras rozaba las paredes con sus garras. *¿Quién o qué pudo haber creado esto?*
A medida que avanzaba, el olor se volvía más intenso, y el aire parecía más denso y cargado de una sensación opresiva. Zen continuó su recorrido, sus pasos resonaban en el túnel y sus sentidos en alerta máxima. Cada sonido, cada susurro del aire, parecía estar cargado de una amenaza latente, como si el mismo túnel respirara con vida propia.
Después de un largo rato de caminar por el túnel descendente, Zen notó que el camino comenzaba a ascender ligeramente. El túnel se inclinaba hacia arriba, indicando que estaba cerca de la superficie. *Es hora de trepar,* pensó, consciente de que debía moverse con cuidado para no provocar un colapso en la estructura.
Con una agilidad sorprendente para su tamaño, Zen comenzó a trepar por el túnel ascendente. Sus garras se aferraban firmemente a las paredes, avanzando con precaución para no desestabilizar el terreno. Cada movimiento era meticuloso y calculado, asegurándose de que cada punto de apoyo fuera seguro antes de continuar. El ascenso fue arduo, pero su fuerza y determinación lo llevaron a la superficie después de varios minutos de escalada.
Cuando finalmente emergió a la luz del día, el contraste con la oscuridad del túnel fue cegador. Zen parpadeó varias veces, sus ojos se adaptaban lentamente al brillo natural. A su alrededor, el paisaje parecía tranquilo y ordinario, una vasta extensión de terreno aparentemente sin nada fuera de lo común. *¿Esto es todo?* pensó Zen, sintiéndose algo estafado por la falta de hallazgos en la superficie.
Sin embargo, su agudo sentido del olfato captó rastros del mismo olor nauseabundo que había percibido en el túnel. El rastro era débil, pero suficiente para guiarlo a través del terreno. *¿Qué podría estar causando este olor?* se preguntó mientras seguía el rastro con determinación.
Zen avanzó con cautela, sus pasos resonaban sobre el suelo mientras sus ojos escaneaban el horizonte en busca de cualquier señal de peligro o pista que pudiera indicar la fuente del olor. Después de recorrer unos 600 metros, se encontró con algo que lo dejó perplejo. Ante él, se erguía un gigantesco capullo vacío, de unos cinco metros de altura, que emanaba un olor a muerte y decadencia que casi le revolvía el estómago. El capullo, ahora abierto y abandonado, parecía haber albergado algo de un tamaño considerable.
Zen se acercó al capullo con cautela, observando cada detalle de la estructura. El capullo estaba hecho de una sustancia fibrosa y resistente, con una textura que recordaba a una mezcla de seda y quitina. La abertura en su costado sugería que lo que fuera que había estado dentro había salido hace tiempo. *¿Qué criatura pudo haber salido de aquí?* se preguntó Zen, sus pensamientos se llenaban de preguntas sin respuesta.
Examinó el área circundante en busca de más pistas, pero el rastro del olor se detenía en el capullo. No había señales claras de hacia dónde podría haber ido la criatura, ni marcas de huellas o rastros de movimiento. *Esto no es un buen augurio,* pensó Zen, preocupado por la posibilidad de que una criatura peligrosa pudiera estar merodeando por la zona.
Después de un momento de reflexión, Zen decidió que era hora de regresar a la torre. Sabía que debía destruirla para evitar que los humanos pudieran acceder al laboratorio y descubrir el capullo, junto con los secretos que había encontrado. Con un último vistazo al capullo vacío, se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso por el mismo camino que había tomado para llegar.
El regreso fue rápido, impulsado por una sensación de urgencia y la necesidad de asegurar que la torre y sus secretos permanecieran ocultos. Mientras se acercaba a la torre, sus pensamientos giraban en torno a la criatura que podría haber salido del capullo. *¿Es posible que haya más como yo?* se preguntaba, consciente de que la existencia de otras criaturas similares podría significar que su despertar no había sido una coincidencia.
Llegó a la torre al caer la tarde, el sol se ocultaba en el horizonte, bañando el paisaje en tonos anaranjados y dorados. Zen observó la estructura con una determinación renovada, consciente de que debía actuar rápidamente. Comenzó a examinar la base de la torre, buscando puntos débiles que pudiera explotar para provocar un colapso controlado.
Utilizando su fuerza descomunal, Zen comenzó a desestabilizar las paredes y las columnas de soporte. Cada golpe resonaba a través de la estructura, enviando vibraciones que se propagaban por toda la torre. El proceso fue lento y meticuloso, pero después de un tiempo, la torre comenzó a tambalearse y crujir bajo la presión.
Con un último empujón, la torre cedió y se desplomó en una nube de polvo y escombros, enterrando bajo sus ruinas el laboratorio y el capullo. Zen observó el colapso con una mezcla de alivio y tristeza, consciente de que había destruido una parte importante de su pasado, pero también había asegurado que los secretos que contenía permanecieran ocultos.
Mientras el polvo se asentaba y la noche comenzaba a envolver el paisaje, Zen se alejó de las ruinas, su mente llena de pensamientos sobre el futuro y los desafíos que aún le esperaban. Sabía que su viaje apenas comenzaba, y que cada paso que daba lo acercaba más a desentrañar los misterios de su existencia y a descubrir su verdadero propósito en este mundo nuevo y extraño.