🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.
Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.
Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.
Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.
Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.
✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.
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Capítulo 12 – La línea invisible
La lluvia había arreciado durante toda la noche. El resto del piso dormía, pero Lucía y Diego seguían en el salón, sin atreverse a romper el extraño hilo invisible que los mantenía juntos desde la confesión anterior. La lámpara encendida dibujaba sombras suaves, y el repiqueteo del agua contra los cristales marcaba un ritmo irregular, como el latido de algo que estaba a punto de ocurrir.
Diego se inclinó hacia ella, apoyando un codo en el respaldo del sofá.
—¿Te das cuenta de lo raro que es esto? —susurró.
—¿Qué cosa? —preguntó Lucía, con la voz más baja de lo que pretendía.
—Que no puedo dejar de mirarte… y tú no te vas.
Lucía sintió cómo el calor le subía al cuello. Su primer impulso fue apartar la vista, pero algo en ella se negó.
—Quizá porque… tampoco quiero irme.
El silencio volvió a caer entre ellos, pero era distinto: cargado, expectante. Sus rodillas se rozaban, y ninguno apartó la pierna. Parecía un pacto silencioso, una prueba que ninguno de los dos quería romper.
Diego alargó la mano y, con una suavidad que desarmaba, apartó un mechón húmedo de su frente. Su toque fue tan ligero que a Lucía le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
—Siempre estás escondiéndote —murmuró—. Pero cuando bajas la guardia… eres la persona más increíble que he conocido.
Lucía tragó saliva, sintiéndose expuesta como nunca.
—No digas cosas así…
—¿Por qué?
—Porque me las creo.
Él rió bajo, sin apartar la mirada, como si esas palabras fueran justo lo que esperaba escuchar.
—Entonces créetelas todas.
Lucía sintió que el mundo se reducía a ese instante: el sofá, el murmullo de la tormenta y los ojos de Diego clavados en los suyos. La tensión se volvió insoportable. Sus rostros estaban tan cerca que podía sentir el calor de su aliento, el roce mínimo de sus labios al hablar. Su corazón latía con tanta fuerza que temía que él pudiera escucharlo.
Diego bajó la voz aún más.
—Dime que no lo haga.
Lucía cerró los ojos por un instante, luchando contra sí misma. Todo en su cabeza gritaba que retrocediera, que era peligroso, que aquello podía cambiarlo todo. Pero cuando los abrió, él seguía allí, esperando, a un suspiro de distancia. Y por primera vez no estaba segura de querer detenerlo.
El tiempo parecía haberse detenido… hasta que un trueno estremeció las ventanas, tan fuerte que hizo vibrar los marcos.
El ruido despertó a Javi, que salió de su cuarto medio dormido, rascándose la cabeza.
—¿Se cayó el techo? —balbuceó.
Lucía se apartó en un salto, como si nada hubiera pasado.
—Tranquilo, solo fue la tormenta.
Diego se recostó hacia atrás, ocultando la frustración tras una sonrisa ladeada, aunque sus ojos aún ardían con lo que había estado a punto de suceder.
Cuando Javi volvió a su cuarto, Lucía todavía temblaba. No por el trueno, sino porque había estado a un segundo de cruzar una línea invisible. Una que, en el fondo, ya no sabía si quería mantenerse intacta.
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