Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
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Capitulo 12. Guerra Fría.
La casa había quedado sumida en un silencio incómodo. Jack dormía de costado en el sofá, Max roncaba con esa paz inocente que me partía el alma. Yo permanecí un buen rato sentado frente a ellos, mirando las sombras en la pared, escuchando mi propia respiración como si me pesara.
Finalmente, me levanté. El piso crujió bajo mis pasos mientras caminaba hacia la habitación. Dudé en la puerta, como si aquel umbral me perteneciera menos que nunca.
Penélope estaba recostada en la cama, con los ojos cerrados. No supe si dormía o simplemente fingía no verme. Su respiración era lenta, pero no del todo tranquila.
Me agaché a su altura. Por un instante, quise apoyarme en la memoria de lo que alguna vez fuimos. Mi mano tembló cuando rozó su mejilla. Sentí el calor de su piel, pero también la barrera invisible que me separaba de ella.
—Penn... —mi voz salió rota, un murmullo que se perdió en la penumbra.— lo siento.
—No puedo...— siento una tristeza enorme, las palabras se enredan en mi lengua.—No puedo soportar verte así.
No obtuve respuesta. Ni un gesto, ni un movimiento. Solo la quietud obstinada de alguien que había decidido no concederme más.
Me quedé allí, arrodillado, esperando un milagro que no llegó. Finalmente me incorporé, sintiéndome más intruso que esposo, y caminé hacia el baño.
La ducha me recibió con un golpe de agua helada que dejé correr un buen rato antes de atreverme a entrar. Cuando el vapor empezó a empañar el espejo, me quité la ropa con movimientos mecánicos y me metí bajo el chorro, dejando que me calara hasta los huesos.
Allí, en el encierro del azulejo y el agua, comenzó la verdadera guerra.
Pensé en sus palabras, en esa confesión que me taladraba: “Alguien me hace sentir viva”. ¿Quién? ¿Quién se había atrevido a ocupar un lugar que siempre creí intocable? Mi pecho ardía con celos, pero también con culpa, porque en el fondo sabía que yo había dejado espacio para ese alguien.
Me apoyé contra la pared, cerrando los ojos. El agua corría como si quisiera borrar lo que había hecho, lo que había callado, lo que había escondido. Pero no podía.
La imagen de Penélope, inmóvil en la cama, negándome hasta la cortesía de una respuesta, era peor que cualquier grito. Esa indiferencia me estaba matando más rápido que su furia.
Por un instante me imaginé cruzando la puerta del baño, volviendo a su lado, implorando. Pero la otra voz en mi cabeza me detuvo: ¿y si ya es tarde? ¿y si ese otro ya sembró lo suficiente en su corazón como para que no vuelvas a tener un lugar?
El agua ardía ahora, me quemaba la piel, y aun así no era suficiente para callar esa guerra interna. Yo había querido jugar a ser dos hombres a la vez, y en el intento, estaba perdiendo al único que me importaba.
Cuando por fin cerré la llave, el silencio volvió a golpearme. Solo quedaba el eco de mis pensamientos y el presentimiento de que, al salir de ese baño, nada sería igual.
POV Penélope...
Me dejé caer sobre la cama, apoyando la cabeza en la almohada, sintiendo cómo cada músculo de mi cuerpo pedía descanso. El dolor en el tobillo se mezclaba con la fatiga emocional; la discusión con Kylian todavía resonaba en mis oídos, y los niños, ajenos al drama, jugaban y reían en la sala.
Cerré los ojos y respiré hondo. Necesitaba un momento de silencio, un espacio donde poder ordenar mis pensamientos sin que él estuviera allí, con esa mirada de reproche que tanto sabía intimidarme. Pero mi mente no se detenía. Recordaba cada palabra, cada gesto de la pelea, y no podía evitar sentir una mezcla de rabia y... algo más. Algo que me daba miedo admitir incluso a mí misma.
Un ruido me hizo abrir los ojos: la puerta del baño se abrió y él entró con pasos silenciosos, creyendo que dormía. Mi corazón dio un brinco al percibir su aroma, mezcla de Kylian y un dejo extraño que no lograba identificar del todo. Se detuvo al borde de la cama, observándome.
—Penn… —su voz era baja, casi un susurro, cargada de culpa—. Lo siento.
No respondí. No podía. Lo miré con los ojos cerrados, fingiendo sueño, aunque mi cuerpo estaba tenso, cada fibra alerta. Él se agachó lentamente, su mano rozando suavemente mi mejilla, como si temiera romperme. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—No puedo… —murmuró, y su voz se quebró apenas—… no puedo soportar verte así.
Me mordí el labio para contener una emoción que ni yo misma comprendía. Su cercanía era un recordatorio de todo lo que amaba, y a la vez, de lo que me había fallado.
Se incorporó y se dirigió al baño. Pude escucharlo moverse, el agua corriendo de la ducha, y mientras él desaparecía entre el vapor, me quedé sola con mis pensamientos. La habitación estaba en silencio, salvo por el leve goteo del agua y mi respiración.
Mi mente giraba en círculos. Cada palabra de la discusión, cada reproche, cada silencio prolongado entre nosotros… todo formaba una cadena de emociones que no sabía cómo romper. La rabia por su negligencia, la frustración por tener que depender de otros, la culpa de sentirme atraída por alguien más… Todo eso me quemaba por dentro.
Pensé en Eric. Sus gestos atentos, su mirada comprensiva, su manera de estar presente sin exigir nada. No era solo su ayuda física, era la manera en que me recordaba que alguien me veía realmente, que alguien valoraba lo que yo era y todo lo que hacía. Y esa simple verdad me revolvía.
Cerré los ojos con fuerza. “No… no puede ser”, me repetí. Pero cada respiración me traía de vuelta la memoria de sus manos, su voz, su cuidado. Mientras Kylian estaba en la ducha, luchando con sus propios demonios, yo sentía cómo mi corazón se dividía, cómo una parte de mí quería rendirse ante esa sensación de refugio y entendimiento.
Era una guerra silenciosa. Por un lado, el hombre que amaba desde siempre, con quien compartía hijos, recuerdos y una vida construida. Por el otro, la certeza de que alguien más podía hacerme sentir viva en maneras que había olvidado.
El agua cesó, y un momento después, él salió del baño. Lo vi incorporarse al borde de la cama, todavía húmedo, con el cabello pegado al rostro y la piel brillante. No dijo nada, solo me miró, buscando algún tipo de señal, algún permiso silencioso para acercarse.
—Penn… —su voz era apenas un hilo—. ¿Estás bien?
Suspiré, dejando salir la tensión acumulada. No quería darle la satisfacción de mi miedo, pero tampoco podía negarlo.
—Estoy bien —respondí, pero la voz me traicionó, y un leve temblor delató mi estado.
Se sentó a mi lado, cerca, pero respetando la distancia. Su presencia era un recordatorio de todo lo que estaba en juego: amor, familia, secretos, y esa chispa peligrosa que no debía encender.
Me recosté hacia atrás, apoyando mi cabeza en la almohada y observándolo. Por primera vez desde la discusión, lo vi no solo como Kylian, el marido, sino como un hombre vulnerable, también atrapado en su propia tormenta de emociones. Y mientras él buscaba redimirse, yo luchaba con mis propios sentimientos, con la duda que me consumía.
Ese momento de guerra silenciosa, de pensamientos cruzados, de culpa y deseo, sería la antesala de todo lo que estaba por venir. Porque no solo estábamos lidiando con secretos, con celos o heridas recientes… estábamos al borde de un cambio que ninguno de los dos podría controlar.
Y yo, acostada en la cama, respirando con cuidado, sabía que el verdadero enfrentamiento apenas comenzaba.