Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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el odio de una hermana o su fragilidad
Después de la comida en casa de sus padres, donde todos habían sonreído más de la cuenta y fingido una paz que nunca existía, Víctor le tomó la mano y le dijo:
—Vamos a salir, necesito estar solo contigo.
Angeline no preguntó adónde. Solo se dejó llevar.
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El parque estaba casi vacío. El sol de la tarde acariciaba los árboles con una luz dorada y dulce. Las hojas crujían bajo sus pasos mientras caminaban en silencio. Él llevaba un café en una mano, y con la otra no dejaba de rozarle los dedos.
—¿Alguna vez te imaginaste casada? —preguntó de pronto.
—No realmente... Supongo que de niña sí. Pero luego dejé de pensar en eso.
—Yo sí me lo he imaginado. Desde hace años. Desde que te vi por primera vez, cuando tenías… ¿quince?
Ella asintió, tímida.
—Eras callada, frágil, muy distinta a tu hermana. Me gustó eso. Me gustó tu forma de mirar el suelo como si fueras culpable por existir. Y pensé: esa es la clase de mujer con la que quiero compartir mi vida.
Angeline sonrió con nerviosismo.
—¿Y cómo imaginas esa vida?
—Tranquila. Cuidada. Quiero que te encargues de nuestro hogar, que lo llenes de belleza. Tendremos dos hijos, uno primero —varón, claro— y después una niña que se parezca a ti. Tú no tendrás que preocuparte por nada. Para eso estoy yo.
—Suena… bonito —dijo ella, aunque algo en su interior se tensó.
—No es solo bonito. Es seguro. Es perfecto. Contigo todo puede ser perfecto, Angeline.
Él se detuvo y la tomó por los hombros.
—Mírame. No voy a permitir que sufras. Nadie podrá hacerte daño. Pero tampoco aceptaré que pongas en riesgo lo que construiremos.
—No lo haré, Víctor —susurró ella.
Él sonrió.
—Lo sé. Por eso te elegí. No me gustan las mujeres ruidosas, ni las que quieren mandar. Yo te haré feliz... y tú solo tienes que dejarte amar.
Sacó un pequeño ramo de lirios blancos de una bolsa que había escondido bajo el abrigo. No eran rosas, no eran ostentosos. Eran simples, limpios, casi inocentes.
—Para ti.
Angeline los tomó con delicadeza.
—Gracias… son hermosos.
—No tanto como tú —respondió él.
Y de pronto, sin previo aviso, la cargó en brazos. Ella rió, sorprendida, abrazándose a su cuello.
—¡Víctor! ¡Bájame! Hay gente…
—¿Y qué si la hay? —dijo con una sonrisa desafiante—. Quiero que todos sepan que eres mía. Que la mujer más perfecta del mundo ya tiene dueño.
Ella lo miró sin saber si sonreír o temblar. Él la besó en la frente con ternura.
—No tienes que ser fuerte, ni valiente. Para eso estoy yo. Solo sé buena. Solo sé mía.
Y mientras caminaba con ella en brazos, entre los árboles, Angeline sintió algo dentro de sí partirse en dos: una parte quería dejarse llevar… y la otra empezaba, apenas, a darse cuenta de que amar también podía doler sin levantar la voz.
Angeline llegó a casa flotando. Aún podía sentir los brazos de Víctor, su perfume en el cuello, su voz diciéndole que era perfecta. Se abrazó a sí misma como si pudiera guardar ese instante para siempre.
Subió las escaleras de dos en dos y empujó la puerta de su cuarto con una sonrisa boba… pero allí estaba Mónica, sentada en su cama como una sombra esperándola.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Angeline, aún sonriente.
—Esperándote. Para ver si traías anillos en los dedos… o solo marcas en el cuello.
Angeline se sonrojó. Cerró la puerta con suavidad.
—No empieces.
—¿Y tú cuándo vas a dejar de jugar a las princesas?
Angeline la miró, sin entender.
—¿Por qué me hablas así? ¿Qué te hice, Mónica? ¿Es por Víctor? Si lo quieres… si todavía te gusta, te juro que lo dejo. No voy a pelear por un hombre con mi hermana.
—¡No seas ridícula! —espetó Mónica, poniéndose de pie—. No te odio por lo que tú crees que te odio.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me miras así, como si te repugnara?
Mónica la miró largo. Parecía debatirse entre gritarle o abrazarla.
—Te odio… porque ves como ángeles a los demonios que nos rodean —dijo al fin, con la voz quebrada—. Porque vives sonriendo en un campo minado y dices que huele a flores.
Angeline se quedó paralizada.
—Porque crees que obedecer es amar. Que decir “sí” es una forma de querer. Porque estás tan desesperada por agradar, por no hacer ruido, que te estás poniendo una soga al cuello… ¡y la llamas compromiso!
—Yo lo amo, Mónica…
—¡No! Tú no lo amas. Tú necesitas que alguien te diga quién eres, porque si no lo hacen, te quiebras. Y él lo sabe. Por eso te eligió a ti, no a mí.
Un silencio se hizo entre ambas. Doloroso, profundo.
—¿Me odias por eso…? —susurró Angeline.
Mónica bajó la mirada. Su voz salió más baja, casi herida.
—Te odio porque estoy sola en esta guerra. Porque mamá te adora por quedarte callada, por no pelear. Porque todos te ven como la hija ideal… y a mí como el error.
Angeline dio un paso hacia ella, los ojos llenos de lágrimas.
—Yo no te veo así…
Mónica se giró bruscamente.
—¡Claro que no! Tú no ves nada. No ves cómo nos usan, cómo nos venden como trofeos. No viste cómo papá cambió de rostro cuando supo que Víctor te quería a ti, no a mí. ¡Nunca te diste cuenta de cuánto dolía eso!
—¿Entonces sí te gusta?
—¡No es por él! Es por ti… por cómo sonríes cuando te destruyen. Por cómo crees que eso es amor.
Angeline se quedó quieta. Sintió que algo dentro de ella se quebraba, una fisura mínima, pero profunda.
—¿Me odias… de verdad?
Mónica no respondió al instante. Su mandíbula tembló. Caminó hacia la puerta, y al salir dijo, sin mirarla:
—Odio lo que te están haciendo. Y odio más aún que tú lo llames destino.
Y se fue.
Angeline se dejó caer sobre la cama, abrazando las flores que Víctor le había dado. Sintió que algo dentro de ellas se marchitaba… como si esa conversación hubiera arrancado un pétalo invisible de su alma.
ojalá que enxuentren al hombre mayor ya que ese desgraciado también quería a angela
Pero tengo observaciones que me quedan pendientes, ojalá no lo tomes a mal:
1. Constantemente le cambiaste los nombres a los personajes secundarios, al principio la familia de la protagonista eran Saenz y luego fueron Smith.
2. Su padre merecía saber que la hija estaba viva, si querían ocultar como sucedieron los hechos, se inventaba una mentira y ya.
3. El asunto de las consuegras lesbianas... no era por el que dirán, era porque deseaban riquezas, poder y una vida de lujos. En el siglo en que estamos no nos asombramos si alguien sale del clóset, así de fácil.
4. El final me supo a poco, no supimos con quién terminó quedando y nada de su relación 💔.
Pero, aún así ME GUSTO! Es la tercera novela que leo de tu autoría, espero leer la siguiente. Gracias por compartir tu hermoso don. Un abrazo grande 🤗
el drama no es mi favorito.
pero esta novela lo llevo al nivel más alto.
gracias. estoy ansiosa por leer al duque
Humberto y Carla como cómplices las secuestraron para evitar que hablarán y juntos viven en un país lejano felices comiendo perdices.
pero mejor se los dejo a las vivoras.
ellas si que los merecen
imagina con lo demás.
es para volverse loco
no quiso enfrentar la culpa y el dolor.
de todos modos los remordimientos lo hubieran matado
mato a su madre.
pobre Mónica. fue una víctima de esas víboras y ahora será una reclusa.
no es justo