En un mundo donde la magia y la naturaleza están entrelazadas, Kael, un poderoso lobo beta, es desterrado de su manada por desafiar las reglas impuestas por su Alfa, Darian, un líder tirano que busca explotar a su gente. Mientras deambula por los bosques prohibidos, herido y solo, Kael encuentra a Selene, una bruja exiliada por su propio pueblo, temida por su inmenso poder.
Ambos, marginados y perseguidos, encuentran en el otro una razón para luchar y sobrevivir. A medida que su vínculo crece, una pasión ardiente nace entre ellos, desafiando las leyes de sus mundos. Pero el peligro los acecha: Darian ha hecho un pacto con fuerzas oscuras para mantener su dominio, y el consejo de hechiceros busca eliminar a Selene antes de que su poder se descontrole.
Juntos, Kael y Selene deben enfrentar enemigos implacables, descubrir los secretos de sus propias naturalezas y decidir si su amor es suficiente para desafiar el destino. En un juego de traición, magia y deseo, la batalla por la libertad.
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Capitulo 18
Hubo un instante suspendido en el tiempo, un suspiro entre un latido y otro, en el que todo quedó en silencio. Ni el viento osó moverse. El universo mismo parecía haber contenido el aliento.
Selene sintió su corazón retumbando contra su pecho, una pulsación intensa que parecía retumbar también en sus oídos, en su garganta, en cada rincón de su cuerpo. Algo dentro de ella le gritaba que huyera, que no debía dejarse arrastrar por aquella emoción avasalladora. Pero había otra parte, más profunda, más antigua… que lo deseaba con una fuerza salvaje. Que lo reconocía.
Kael no se movió al principio. La miraba. Sus ojos, tan oscuros y profundos como la noche más cerrada, estaban clavados en los suyos, estudiándola, desnudando sus pensamientos más ocultos. Sus manos, tan poderosas como su presencia, se alzaron despacio, como si el más mínimo gesto pudiera romper el hechizo frágil que los envolvía.
Selene no retrocedió.
Cuando sus dedos rozaron su mejilla, fue como si el calor de una llama pasara sobre su piel. Un toque delicado, reverente, casi tembloroso. Cerró los ojos apenas un segundo, saboreando la calidez, permitiendo que esa caricia la atravesara. Su cuerpo entero respondió, tensándose bajo el peso del deseo contenido, de una emoción que no lograba controlar.
—Kael… —murmuró con un hilo de voz, apenas audible, como si decir su nombre pudiera romper el momento.
Pero él no se detuvo. Se inclinó hacia ella con lentitud felina, como un depredador que se acercaba a su presa, no para devorarla, sino para rendirse ante ella. Y cuando sus labios se encontraron, fue como una implosión silenciosa. Como si el mundo entero se apagara y únicamente quedaran ellos dos, flotando en un mar de fuego y sombras.
El beso fue suave al principio, tan suave que dolía. Una caricia de labios, un roce que hablaba de todo lo que no se atrevían a decir. Pero el silencio pronto fue devorado por la necesidad. Kael profundizó el beso, inclinó su cabeza y deslizó su lengua contra la de ella, explorando, provocando, encendiendo. Selene gimió en su garganta, un sonido ahogado que se fundió con el gruñido bajo de Kael.
Y entonces, la magia se manifestó.
Desde las yemas de sus dedos, pequeñas chispas doradas comenzaron a recorrer su piel, danzando como fuego líquido sobre sus brazos, sus hombros, su espalda. La energía creció, vibrante, luminosa, como si sus cuerpos invocaran un poder más antiguo que ambos. Como si el beso hubiera liberado algo sellado desde hacía siglos.
Kael lo sintió. Su cuerpo tembló contra el de ella, sus manos se aferraron a su cintura con más fuerza, como si el fuego que la rodeaba pudiera consumirlo también. Su boca descendió hacia su mandíbula, luego su cuello, besando cada centímetro con una devoción salvaje. Cada beso dejaba un rastro ardiente, cada caricia era una súplica muda de un hombre que había estado contenido demasiado tiempo.
—Eres tormenta… eres fuego y caos —susurró contra su piel, su voz ronca, quebrada—. Y aun así, te deseo como nunca he deseado nada.
Selene temblaba. Sus manos se enredaron en la capa de Kael, aferrándose a él con desesperación. Sentía que si lo soltaba, se desintegraría, se convertiría en ceniza y viento. Pero él estaba allí, tan real, tan sólido, tan ardiente. Su cuerpo era un muro cálido en el que podía apoyarse, una prisión hecha de deseo que no quería abandonar.
Cuando Kael la atrajo más cerca, sus cuerpos encajaron como piezas destinadas. Sus respiraciones se mezclaron, pesadas, agitadas. El calor era insoportable, el aire parecía chispear con electricidad pura. Cada roce de sus cuerpos liberaba más energía, y Selene sentía que algo en su interior estaba a punto de romperse.
—No me sueltes —murmuró ella, con un hilo de voz quebrado.
Kael apoyó su frente contra la de ella, sus ojos ardiendo.
—Nunca lo haré.