En un mundo donde las diferencias culturales pueden ser un obstáculo, dos personas se encuentran Pero su amor está condenado desde el principio. ¿Podrán superar los desafíos y encontrar un futuro juntos?
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capitulo 12 Adiós Suecia
leí la carta de la beca y el programa de intercambio cultural una y otra vez A pesar de que ya la había leído tres veces, anteriormente seguía sin saber qué hacer. Había esperado tanto por esta oportunidad, por esta beca, pero ahora que estaba frente a mí, no podía dejar de sentirme aterrada.
Sabía que significaba dejarlo todo de nuevo: mi hogar, mis padres, y a Shary, mi compañera más leal.
Pasé la mañana en mis pensamientos, mirando por la ventana de mi habitación mientras Shary dormía tranquilamente a mis pies. Su pelaje blanco brillaba bajo la luz del sol, y su tranquilidad contrastaba con el caos que sentía en mi interior. ¿Y si no estaba tomando la decisión correcta?
No mencioné nada durante el almuerzo, pero mis padres notaron mi distracción. Mi mamá, siempre perceptiva, rompió el silencio mientras recogíamos los platos.
—Helena, ¿qué te preocupa? —preguntó, colocando una mano en mi hombro.
—Es la beca —respondí, sintiendo que las palabras salían de mi boca antes de poder detenerlas —No sé si debería aceptarla.
Mi mamá intercambió una mirada con mi papá antes de guiarme hacia el sofá. Shary, siempre pendiente de cualquier movimiento, nos siguió y se acurrucó a mi lado.
—Helena, cuéntanos más sobre eso —dijo mi papá, con su voz calmada y firme que siempre lograba tranquilizarme.
Les expliqué todo: la beca, el intercambio cultural, lo que significaba dejar Suecia una vez más. No mencioné a Emir, pero creo que mi mamá lo incluyó.
—Sé que es una decisión difícil —dijo ella después de escucharme —pero quiero que recuerdes algo: -a veces, las mejores cosas en la vida son las que nos asustan al principio.
—Tu madre tiene razón —añadió mi papá
—Hemos visto cuánto te importa tu carrera y cuánto has trabajado para llegar hasta aquí. Si esto es lo que quieres, estamos aquí para apoyarte.
Mamá me tomó de la mano y sonrió.
—¿Sabes? Cuando conocí a tu padre, tenía miedo. Era joven y no estaba segura de nada, pero había algo en él… algo que me hacía sentir segura. No era solo su paciencia o su manera de escuchar, sino cómo siempre ponía mi felicidad primero. Supe que era el hombre correcto porque siempre creyó en mí, incluso cuando yo misma dudaba.
Sus palabras tocaron una fibra profunda en mí. Siempre había admirado la relación de mis padres, ese amor incondicional que habían construido con los años.
—Quiero que tengas esa confianza en ti misma, Helena. Esta beca es una oportunidad única, y sé que harás grandes cosas.
Sus palabras fueron el empujón que necesitaba. Más tarde, mientras pasaba la tarde con Shary en el jardín, empecé a aceptar la idea de irme. Shary corría de un lado a otro, persiguiendo su pelota favorita. Su energía era contagiosa, pero cada vez que la veía regresar con la pelota en el hocico, sentía un nudo en la garganta.
y eso solo hizo que me doliera mas, me senté en el jardín dejando que el sol del atardecer bañara de oro cada rincón de nuestra despedida. Shary, con su pelaje blanco se acercó a mí con ese andar despreocupado que siempre me arrancaba una sonrisa. Esta vez, sin embargo, no podía sonreír. Mi corazón estaba tan pesado que parecía imposible sostenerlo en mi pecho.
La envolví en un abrazo firme, hundiendo mis dedos en su suave pelaje mientras el aire fresco acariciaba nuestras pieles. Ella se quedó quieta, tranquila, como si supiera que este momento era diferente. Sus ojos oscuros me miraban con una mezcla de ternura y lealtad, esa clase de amor incondicional que solo un ser tan puro como ella podía ofrecer.
—Te voy a extrañar tanto, —susurré, con la voz quebrada.
Shary con un pequeño movimiento de su hocico, buscó mi mano como si me pidiera que no la soltara. Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras la acariciaba, memorizando cada detalle: la suavidad de su pelaje, el calor que transmitía su cuerpo, la manera en que su cola se movía lentamente, como si intentara consolarme.
El paisaje a nuestro alrededor parecía detenido en el tiempo. mi casita roja brillaba bajo los últimos rayos del sol, y los árboles que la rodeaban susurraban en complicidad con el viento. Desde la puerta, mis padres nos observaban en silencio, respetando este instante que parecía tan sagrado como doloroso.
—Prometo que regresaré pronto, Shary. No importa lo lejos que esté, siempre serás mi hogar —dije, con la voz cargada de emoción.
Ella soltó un suave ladrido, apoyando su cabeza en mi regazo como si entendiera la promesa que acababa de hacerle. No pude evitar reír, entre lágrimas, al verla tan vulnerable y confiada, como si supiera que este no era un adiós definitivo.
La abracé con más fuerza, cerrando los ojos y dejando que el momento se grabara en mi memoria. Todo: el aroma a césped fresco, el calor de su cuerpo, la luz del sol filtrándose entre las ramas de los árboles. Este sería un recuerdo que llevaría conmigo siempre, un ancla cuando la distancia me hiciera sentir perdida.
Finalmente, me levanté, aunque cada paso me dolía como si dejara atrás una parte de mí misma. Shary me siguió con la mirada, moviendo la cola con esa alegría que siempre había iluminado mis días. Y en ese instante, entendí que, aunque mi camino me llevara lejos, su amor sería mi refugio eterno.
Esa noche, tuvimos una cena especial. Mi mamá preparó mis platos favoritos, y aunque intentamos mantener la conversación ligera, la nostalgia estaba presente. Antes de irme a la cama, pasé por última vez a abrazar a mis padres.
—Gracias por todo —les dije, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía.
A la mañana siguiente, el taxi llegó puntual. Mi equipaje ya estaba listo, pero mi corazón seguía resistiéndose a dar ese último paso. Abracé a mis padres con fuerza, y luego me arrodillé para despedirme de Shary. Su mirada parecía confusa mientras la acariciaba por última vez.
—Cuida de mamá y papá, ¿sí? —dije, intentando sonreír mientras las lágrimas volvieron a aparecer.
Antes de subirme al taxi, mi mamá me abrazó con fuerza y me susurró al oído:
—Quiero que estés siempre conectada con nosotros, hija.
Mi papá, sonrió y sacó una caja
—Te hemos comprado un regalo para que puedas mantenernos al tanto de tu vida en Catar.
Abrí la caja y encontré un celular nuevo,
—Es hermoso —exclamé.
—para que puedas llamarnos y enviarnos mensajes siempre que quieras
—dijo papá —Y también para que puedas recibir fotos y noticias nuestras.
Mamá agregó:
—Y así podrás recibir fotos de Shary y nosotros, para que te sientas cerca de casa.
Me sentí aliviada y emocionada. Ahora podría mantenerme en contacto con mis padres y recibir noticias de mi amada mascota.
—Gracias, papá y mamá —dije, abrazándolos de nuevo
Mamá sonrió.
—Queremos que sepas que siempre estarás cerca de nuestro corazón, aunque estés lejos.
Me subí al taxi, con el celular nuevo en la mano y una sonrisa en el rostro. Ahora me sentía más conectada a mi familia y lista para comenzar mi nueva aventura en Catar.
Subí al taxi y, mientras nos alejábamos, miré por la ventana trasera. Shary estaba junto a mis padres, moviendo la cola como si esperara que volviera en cualquier momento. La distancia entre nosotros creció rápidamente, y sentí un vacío en el pecho que no había sentido la primera vez que me fui de Suecia.
Esta vez, no era solo la nostalgia; era el peso de saber que estaba dejando más atrás. Pero también había una chispa de esperanza. Catar significaba una nueva vida, una oportunidad para seguir mi sueño de estudiar medicina… y tal vez, solo tal vez, encontrarme con Emir de nuevo.