Camino A La Venganza

Pronto llegó la mañana. Un estilista profesional arribó temprano para ayudar a Regina con su rutina de belleza, preparándola para lucir impecable en el banquete de la familia Carrasco.

Su mente, sin embargo, volaba en el tiempo, recordando cómo, cuando estuvo casada con Óscar, él nunca la acompañó en persona a un evento así, permitiendo que los demás no la tomaran en serio.

No tenía grandes expectativas con su esposo actual… pero al menos deseaba vivir con dignidad.

Ya peinada y maquillada, observó el hermoso vestido, cuidadosamente colocado sobre la cama. No pudo evitar suspirar: Manuel realmente se había esmerado para que ella brillara como un diamante.

Abajo, su padre la contemplaba con orgullo. Ella era su adorada niña, y le costaba aceptar que se fuera a la casa de los Carrasco, la familia de su "prometido".

—Mi niña, te ves hermosa —dijo con orgullo—. Recuerda quién eres. Si intentan hacerte sentir menos, no dudes en usar mi poder.

Él sabía que había una guerra silenciosa entre los miembros de la familia Carrasco, y que Regina, por ser la futura esposa de la cabeza familiar, era un obstáculo para todos los codiciosos.

—No debes preocuparte. Pero si eso te da tranquilidad… lo haré —lo consoló con una sonrisa.

Estaba a punto de llamar al chófer para que la llevara, cuando alguien tocó a la puerta. Era Manuel. Había ido en persona a recogerla y llevarla a la mansión Carrasco.

—Buenas noches, señor. Vengo por su hija —dijo, con una sonrisa cortés al padre de Regina.

Ella, sorprendida, sonrió también. Caminó con paso firme hacia él y lo tomó del brazo.

—¿Ves, padre? No debes preocuparte. Manuel me escoltará. Así, nadie podrá intimidarme.

—Buenas noches, Manuel. Ahora que te veo, creo que sí tomas en serio a mi pequeña —dijo el padre, despidiéndolos con más tranquilidad en el corazón.

En el auto, Manuel permanecía serio, mirando por la ventana. Le sorprendía ver cuán amoroso era el padre de Regina. No comprendía de dónde nacía ese miedo que ella demostraba cada vez que él le hablaba en un tono fuerte.

—¿Qué sucede? Estás muy callado…

—Tu padre es bueno… y tu madre también —hizo una pausa, pensando—. ¿Quién se ha atrevido a ponerte una mano encima?

Regina se puso tensa. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad por mucho más tiempo, pero tampoco era el momento adecuado. No sabía cómo reaccionaría Manuel. Temía terminar en un psiquiátrico, atiborrada de medicamentos.

—No es el momento para contarte mi historia —respondió con cautela.

—¿Tiene que ver con Óscar?

Ella asintió. Manuel apretó los puños. Sin pensarlo, la atrajo a sus brazos.

—No temas más. Yo cuidaré de ti. Nadie más podrá lastimarte.

Él no quería presionarla. Su mirada decía todo: aquello era demasiado difícil para ella. Y lo último que debía hacer… era forzarla.

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En el banquete, una música suave envolvía el salón mientras los invitados iban llegando poco a poco.

Estela llegó del brazo de Óscar, y tras ellos, Eylin. Ambas lucían despampanantes, perfectas para la ocasión.

La familia Carrasco, sin embargo, no podía disimular su incomodidad. No había pasado mucho desde la muerte de la nuera, y ya el esposo traía una nueva pareja.

Los rumores se esparcían con rapidez por el salón… pero Estela, lejos de incomodarse, los miraba con desdén. Para ella, los murmullos no significaban nada.

Gerardo, molesto por la actitud de su hijo, no tardó en ir tras él. Le habló en un tono bajo, casi imperceptible para los demás.

—¿Quieres hacer enojar a tu abuela? Sabes bien lo que piensa sobre tu relación con Estela —lo reprendió.

—Padre, ya me casé una vez con quien usted eligió por órdenes de la abuela. Esta vez, será con quien yo desee.

Sin esperar respuesta, se llevó a Estela hacia la barra, para que tomara algo de beber.

Mientras tanto, Eylin, de pie cerca de la puerta, esperaba la llegada de Manuel. Su plan era clara: convertirse en su acompañante durante el banquete.

Desde su posición, podía ver la entrada de los autos con los invitados.

Después de un rato, vio llegar el coche de Manuel. Emocionada, dio dos pasos hacia adelante… pero se detuvo en seco.

Manuel había abierto la puerta del auto… y fue Regina quien descendió. No solo tomó la mano de él con total naturalidad, sino que además llevaba el vestido que Eylin había querido comprar.

La furia la invadió. Quería correr y encararla, gritarle, hacerla quedar mal.

Pero no podía: los periodistas presentes la rodeaban, captando imágenes de la pareja. Las cámaras brillaban como estrellas falsas, buscando la primicia del día siguiente.