Saga: Una Familia De Extraños: NUESTRO AMOR PROHIBIDO (I)

Al llegar, me topé con el escritorio de la asistente de Nick, Lara. Quien a lo largo de los años me ha mirado con rabia, aunque trate de ocultarlo.

—Buenos días, asistente Williams.

—Buenos días, señorita Monroe, el señor Nicolas la está esperando en su oficina —me dijo con una sonrisa, no sé si fingida o no—despejé la agenda de él para que salieran. Pasen una linda tarde.

—Aaaa… claro, gracias, igualmente—entré a la oficina de Nick. Estaba de espaldas, sin el saco del traje y solo con la camisa blanca que se torneaba a sus músculos. Sus antebrazos están remangados y tiene las manos en los bolsillos

—Nícolas —lo llamé y se giró. Es tan jodidamente atractivo que me hace odiar que es mi hermano; la luz de la ventana lo hace ver jodidamente bien.

—Llegaste, me alegro. ¿Cómo te fue?—preguntó acercándose y tragué saliva, pero al recordar que su dichosa prometida acabó de salir de aquí y él la recibió con esa pinta, me recordó por qué debo alejarme.

—Bien. Iré a almorzar —lo corté rápidamente y me giré, pero entonces, al colocar la mano en la perilla, se abrió solo unos centímetros y Adrián la cerro de golpe tras de mí, dejándome acorralada. Podía sentir su pecho tras de mí

—¿Por qué siempre me evitas, Jennifer? —Jennifer… ahora para él soy solo “Jennifer”, la hermana, cuyo deber es proteger y ya. No sé por qué eso me molesta y duele tanto.

—No lo hago. Sencillamente, no me interesa hablar ahora. Tengo hambre —intenté abrir, pero el idiota ni se inmutaba, entonces giré enfrentándolo y fue un gran error, me dio la sensación de que olía mi cuello intencionalmente y solo nos separan pocos centímetros uno del otro —¿Me vas a dejar ir? 

—No, no quiero —admitió con su profunda voz mirándome, titubeé y mi pecho empezó a subir y bajar. ¡Por Dios, contrólate, es tu hermano! 

—Nicolas, será mejor que te alejes, tu prometida acaba de salir de aquí, respétala un poco —le dije fastidiada y se alejó de golpe y extrañado. 

—¿Prometida? 

—No te hagas, ya lo sé todo

—No, no, no, espera. Yo no tengo ninguna prometida y con Vanesa terminé hace casi un año. Otra cosa es que es insistente, ¿de dónde sacaste que es mi prometida? 

—Porque la muy soberbia me detuvo en el asesor y me lo restregó en la cara como una maldita celosa —me callé de golpe, entonces sonrió de lado. 

—¿Celosa?… ¿Ella qué motivos tendría para estar celosa de ti? 

—¿Y yo qué sé? Esta loca, el que esté enamorada de ti es la prueba de ello. 

—Oye, no soy tan mal partido —dijo en tono burlón, pero para mí sonó lo suficientemente coqueto como para secarme la boca. 

—Sé que no, pero al menos fíjate en alguien que sí valga la pena. 

—Lo haré… te lo prometo —podría jurar que me lo dijo a mí por la manera en la que me miraba tan intensa. Carraspeó y se alejó un poco, entonces miró su reloj: —Vamos a almorzar. 

—De hecho, hoy no quiero salir. ¿Puedes llevarme a tu departamento? Quiero estar tranquila sin tantas personas a mi alrededor. 

—Es una fantástica idea. ¿Qué tal si hoy pasamos la tarde juntos? Podemos cocinar como en los viejos tiempos, jugar un poco a hacer bobadas, luego veremos películas mientras comemos golosinas, después tú te quejarás de tu dolor de estómago. Así que yo tendré que hacerte un té, y por último te quedarás dormida en la mitad de alguna otra película y tendré que llevarte a acostar mientras me abrazas — mi corazón se aceleró de solo pensar en ello. ¿Cómo es que recuerda tan bien todo eso? 

—¿Estás seguro? ¿No estás muy viejo para esas cosas? 

—Contigo, me siento joven, Jen, —mi corazón dio un brinco. Me llamó JEN, después de dos años de llamarme Jennifer y ser distante —es decir, eres la única persona con la que no temo a actuar infantil o jóvenes de vez en cuando. 

—Sí, ya estás igual que el hermano de hielo de Matt. ¿Entonces… vamos? 

—Claro, ¿qué es lo peor que puede pasar? —tomó mi mano y la entrelazó a la suya. 

Tomó su abrigo y se lo colocó en un brazo. Salimos de la oficina y entramos al ascensor. Fue ahí cuando volví a respirar. Aunque estar tan cerca de él en un lugar tan privado y cerrado es algo intimidante, sobre todo porque siento que puedo escuchar mi propio corazón en mis oídos. 

— Nick… ¿Por qué dejaste de llamarme, Jen? —pregunté en voz baja y su agarre se tensó

—¿Tú por qué dejaste de llamarme, Nick? —me tensé al igual que él y la incomodidad vino a relucir… Lo dejé de llamar así porque sentía que llamarlo así era algo tan íntimo entre los dos que no sería correcto seguirlo haciendo mientras tenía novia. 

—Me pareció lo correcto —admití finalmente. 

—También me pareció lo correcto —dijo él también, mirándome de una manera que no supe descifrar. A veces es difícil darse cuenta de lo que piensa —pero ya no lo creo. Es decir… extraño llamarte, Jen 

—Y yo escucharlo —sonreí de lado y él hizo lo mismo, entonces salimos del ascensor y las personas se quedaron observándonos, pero dejaron de darle importancia, después de todo saben que somos una familia apegada… aunque no se imaginan que estoy enamorada de él. 

Llegamos al parqueadero del sótano y se adelantó a abrirme la puerta. 

—Señorita, siga usted. 

—Gracias, caballero —entré sonriendo. Él hizo lo mismo y condujo directo al hotel, pero entonces tomó una desviación y llegamos a un supermercado. 

—Debemos comprar lo que sea que vayamos a cocinar, mi despensa está vacía. 

—¡Ah, claro, entonces vamos! — parqueó el auto y entramos al lugar. Amo esos lugares porque suelen ser más fríos de lo normal. Al entrar, tomé un carrito, pero Nick se adelantó a tomarlo. 

—Yo manejo, tú eliges. 

—Me parece justo —sonreí de lado y empecé a echar de todo, algunas verduras, frutas, arinas, mantequilla y cosas para hacer sándwich, también para hacer homelet. Él solo sonreía y asentía a todo lo que le mostraba —Mira, podemos comprar para hacer kockeis 

—Claro, en casa tú mandas —¿Eso sonó como si fuéramos una pareja de recién casados? No pude evitar sonreír y agregué feliz las cosas al carrito, al final terminó casi lleno. Nick pagó todo con su tarjeta y un trabajador llevó unas bolsas y Nick las otras porque no me dejó tomarlas. Echaron las cosas al baúl y ahí si llegamos al hotel, donde llamó al encargado para que le subieran las cosas. 

— Él traía dos bolsas grandes consigo, entonces yo abrí la puerta y el chico que vino con nosotros a ayudarnos se inclinó y sonrió en la puerta. 

—Con su permiso, señor, su novia es realmente hermosa —miré a Nick, él me miró y ninguno fue capaz de decir nada. El chico salió y ambos quedamos en silencio, entonces carraspeé nerviosamente y me coloqué a organizar las cosas en la despensa. Nick se acercó a ayudarme en la parte alta y después de un rato me animé a hablar. 

—¿Nadie sabe que soy tu hermana acá? 

—No, solo ha venido tu padre. Si quieres, les informaré que te quedarás un tiempo para que no hallan malos entendidos. 

—¡No!… es decir… tranquilo, yo puedo presentarme sola después a cada uno. Además, no tendrías por qué explicarle a todos las cosas. 

—Sí… pienso lo mismo —se acercó tanto que de los nervios solté la botella de vino que iba a guardar, pero él la atrapó en el aire con una sonrisa —sería una lástima no poder beberlo ¿no crees? —lo dejó a un lado, entonces de la nada se volteó y siguió guardando las cosas como si nada y cuando terminó dejo su abrigo a un lado y se sacó la camisa del pantalón dejando un aire más fresco 

—¿Qué vamos a cocinar? Muero de hambre. 

—¿Cómo no, si ni siquiera desayunaste? 

—Te dije que me las arreglaría. 

—Sí, y por lo visto no lo hiciste. Hagamos un fillet migno con camarones, y vino blanco. ¿Qué te parece? 

—Mmmmm se me hizo agua la boca, yo haré la salsa y el puré. 

—Y yo haré la carne y los camarones, pero antes —se arremangó las mangas de la camisa y se abrió algunos botones de su camisa, luego pasó las manos por su cabello desarreglándolo un poco, casi podía sentir cómo se me escurría la baba —oye, estás botando el agua. 

¡Mierda! Cerré la llave rápido y limpié el desastre mientras el idiota se reía. Hasta parecía que lo hacía a propósito

 —Que no se te noten los nervios, hermanita. ¿Tanto te preocupa no estar a mi nivel en la cocina? —¡Ahora sí que no! Jamás pierdo una guerra. 

--Ya quisieras, si hay algo que no sé, es perder. Así que prepárate para quedar humillado —dije con orgullo encarnándolo. Me hice un moño alto en el cabello y me quité el cárdigan que llevaba. 

—Moriría por ver eso, pero primero ven aquí —volteé quedando de frente y mi respiración se cortó en cuanto me rodeó con sus brazos por la cintura, pero su roce jamás llegó.

Solo sentí su aliento rozarme el cuello cuando me amarró el delantal y sus fuertes brazos alrededor de mi cintura sin ejercer nada de presión, como si tratara de no tocarme

 —Me encanta cuando no te dejas intimidar por nadie. 

—Tú jamás lo has logrado conmigo —mentí deliberadamente y sonrió. 

—Y espero que jamás te dejes. Me encanta que jamás te doblegues. No lo necesitas, yo doblegaré ante a ti a todo el que quieras. 

—También puedo hacerlo yo misma, más de una vez he hecho que me digas que si —sonreí orgullosa y él también lo hizo. 

—Siempre lo has conseguido, Jen. Me tienes a tus pies sin siquiera tener que esforzarte —su confesión vino seguida de una mirada tan magnética que tuve que apartar la mirada por la atmósfera que se formó. 

—¿Desde cuándo eres tan bueno con las palabras? ¿Así es como ligas con tu tropa de novias? 

—Primero aclaremos algo, no tengo ninguna “tropa de novias” y no, no ligo. Aunque suene presumido, no tengo que esforzarme para conquistar a las mujeres… o no al menos a al que me interesa —sentí mi corazón apretujarse. 

—¿Así que alguien te interesa?… debe ser afortunada —seguí lavando la papa y las cosas fingiendo tranquilidad, pero no oí respuesta de su parte. 

—Sí, hay alguien —dijo finalmente y me obligué a sonreí con el corazón hecho trizas. 

—Bien… que te vaya bien con ella, hermano. Yo… iré un momento al lavado, ya vengo.