Mi Pasado Bajo 7 Llaves

La habitación acristalada era una habitación muy amplia que estaba en la parte posterior de la casa y que tenía dos paredes con ventanales, una de las cuales daba a una leve ladera que llevaba a un arroyo.

Qué sitio tan bonito para vivir... Ella contuvo el aliento aunque no había querido parecer tan impresionada.

Cuando elegí este emplazamiento, Sonora seguía siendo una hilera de tiendas de campaña y almacenes, le explicó él mientras buscaba en los cajones.

Ella se dio la vuelta para mirarlo, se había remangado y mostraba unos antebrazos fibrosos con vello.

Mi corazón me dijo que tenía que construir una casa aquí y formar una familia, siguió él mientras levantaba la cabeza para ver el paisaje. La vida da giros inesperados.

Evidentemente, se refería a su esposa. Grace fue hasta la puerta que daba al exterior. Era una puerta muy liviana y solo tenía que abrirla para salir, nadie se lo impediría, levantó el gancho que la mantenía cerrada y miró hacia atrás para confirmar que la puerta que conectaba con la casa era la que se cerraba como medida de seguridad.

¿Pasa algo?, le preguntó Bruno al verla tan seria.

Ella negó con la cabeza.

Aunque alguien rompiera el gancho y entrara, no podría pasar a la casa la tranquilizó él.

Ya lo veo. Estaba pensando que es muy fácil salir y pasear entre los árboles hasta el arroyo.

Por eso tengo el gancho puesto Betty y Paquito no llegan, le aclaró él. Chris sabe que tiene que mantenerse alejado del agua.

Él, naturalmente, pensaba en la seguridad de los niños. Ella solo pensaba en que no había restricciones.

¿Puedo salir cuando quiera?

Claro, pero sé prudente. Bruno encontró el radio y lo sacó del cajón. Puedo instalarlo aquí si lo prefieres.

Ella, que no se había movido de la puerta, se dio la vuelta y lo miró.

Me encantaría.

El hizo sitio en una mesa y puso el radio.

El verano pasado vi uno en una exposición y pensé comprarlo. ¿has comprado este en Montemorelos?

Lo pedí de un catálogo.

Ella encontró algunas estaciones de radio, dejó una que le gustó. Se oyó un vals.

Bruno observó a su bella esposa mientras ella escuchaba la música y volvía a mirar al paisaje. Era una visión exquisita de perfección y feminidad. Tenía los ojos azules rebosantes de placer y vitalidad. Pensó a pedirle que bailara con él, pero decidió no hacerlo. Su olor a canela y almizcle le había estimulado estimulado los sentidos y cuando le miró la boca... quiso besarla... besarla hasta que esos ojos fuesen como pozas desbordantes de anhelo, de deseo incintenible. Sin embargo, se contuvo, no quería que esa llama se apagara en sus ojos y que el resplandor por las novedades abandonaran su expresión. La realidad conseguía eso en una mujer.

La música cesó. Ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos. El corazón se le subió a la garganta y amenazó con dejar de latir.

La conocía solo desde hacía una semana y ya le devastaba el sentido común. Le recordaba a una mariposa recién salida del capullo y que probaba las alas al viento. Sonreía y él se quedaba sin aliento, era un necio.

Vamos a dar un paseo hasta el arroyo, propuso él sabiendo que le gustaría la idea.

Ella aceptó y él la llevó afuera, donde le tomó la mano y pasearon por el césped. Ella había depositado todas sus esperanzas y sueños en manos de él. Su felicidad era una responsabilidad que temía, que apreciaba pero que también ansiaba.

Se acercaron a la orilla del arroyo y se fijó en el agua que se movía suavemente.

Mira, es tan clara que puedes ver las piedras del fondo, comentó ella mientras se soltaba la mano para acercarse más.

Este Arroyo dio nombre al pueblo, le explicó él.

¡Mira los peces que van de un lado a otro!, exclamó ella muy emocionada.

Él asintió con la cabeza, aunque solo se fijó en la expresión de placer de ella. Le recordó a sus hijos en la mañana de Navidad, con los ojos maravillados y resplandecientes por la emoción. Solo la había acompañado por el jardín, pero ella se sentía como si le hubiera llevado a una aventura apasionante.

¿Nunca habías visto peces?, le preguntó él divertido.

Solo en el plato y unos mucho más grandes Por cierto, contestó ella.

Él se rio y la miró a los ojos.

¿Dónde has estado, Grace, que no habías visto un pez?

Ella se dio la vuelta sin contestar y mirando otra vez el agua.

He estado en un sitio muy distinto a este.

No quería ofenderte.

No lo has hecho.

Puedes descalzarte y meterte en el agua si quieres, le propuso él.

¿No sería impropio de una mujer? Le preguntó ella en tono de sorpresa.

Aunque lo fuese, solo estamos nosotros dos.

No lo sé... Ella estaba indecisa.

Te acompañaré.

¿Tú...?, preguntó ella sin poder imaginárselo.

Él se sentó, se quitó las botas, se remangó los pantalones y dejó ver unos pies largos y unos tobillos con vello oscuro, se levantó y se metió en el agua.

Las piedras del fondo están lisas, no hay peligro.

Grace lo observó y se sentó, se quitó los zapatos se levantó la falda y la enagua y se bajó una media. Él, en medio del arroyo, miró con atención cara movimiento. Ella dejó a un lado la media y empezó a bajarse la otra más lentamente. Estaba absorto. Ella sonrió para sus adentros. Con los pies descalzos, sintió el delicioso frescor de la hierba, se puso de pie se levantó el borde de la falda por encima de la rodilla y se acercó a la orilla. Se metió y se quedó impresionada por la fría que estaba el agua.

¡Está helada!

¿No lo había dicho?, pregunto a él con una sonrisa.

Te aseguro que no.

Las piedras estaban listas y algo resbaladizas.

El agua estaba fría, pero era una sensación agradable en las pantorrillas, como lo era el sol en la cara... y la expresión del hombre que la miraba.

Algo le hizo cosquillas en el tobillo y al mirar vio un grupo de peces diminutos.

¡Ah...!

Grace sacó un pie del agua y apoyó todo su peso en el otro, pero los peces rodearon inmediatamente el otro tobillo. Cambió de pie, soltó la falda y volvió a levantarla, empapada, más arriba que antes.

¡Los peces están mordiéndome!, dijo...