Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
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capitulo 11; Dominio
[POV: NIKOLÁI]
El reloj marcaba las 5:47 a. m.
La ciudad apenas comenzaba a despertarse.
Yo no había dormido.
El salón principal estaba en silencio. Solo se escuchaba el chasquido del fuego en la chimenea y la lluvia golpeando los ventanales como si quisiera entrar.
Había revisado cinco informes, firmado tres contratos, supervisado el nuevo cargamento de Kalashnikovs y aún así…
seguía inquieto.
Algo estaba fuera de lugar.
Y no era el clima.
—Volvió —dijo una voz detrás de mí.
No hizo falta girar para saber quién era.
El eco de sus botas aún traía consigo olor a sangre.
—¿Qué dijo?
Dmitri se detuvo a mi izquierda, empapado, el rostro manchado con gotas de algo que no era solo agua.
—Maranta.
Silencio.
Lo miré. Directo.
—¿Estás seguro?
—No la confundí.
Respiré una vez. Profundo.
Cerré el archivo sobre la mesa. Lento. Como si sellara un ataúd.
—¿Oleg habló algo más?
—Dijo que lo encontró escrito en un mensaje. Que no había nombre. Ni contacto. Solo esa palabra.
—¿Y lo creíste?
—Le saqué tres uñas, una rodilla y media voz. Si mentía…
ya estaría muerto.
Asentí.
—No puede ser una coincidencia —murmuré.
—No lo es —respondió él, sin rodeos—. Oleg menciono que solo le mandaron ese mensaje.
Me apoyé en el respaldo del sillón, sin dejar de ver la ventana.
—¿Te acuerdas lo que dijo padre cuando escapamos de Kazán?
Dmitri bufó una risa amarga.
—“Si vas a dejar un enemigo con vida… asegúrate de que no tenga boca.”
Lo miré.
—Nos equivocamos.
Él asintió. Se sirvió vodka, sin hielo. Lo bebió de golpe, hizo una mueca, y se sentó frente a mí.
—¿Crees que sea él?
—¿Quién más usaría ese nombre?
Dmitri dejó el vaso sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. El sonido retumbó en la madera como un eco sordo.
—Yo vi cómo caía, Vi cómo le disparaste. Lo vi sangrar hasta ahogarse en su propia mierda.
—Y aun así… desapareció.
Silencio.
—Si está vivo —añadió Dmitri—, nos ha estado esperando. Por Años.
—O alguien lo está usando para que creamos que lo está.
Los dos nos quedamos en silencio por varios segundos. Era ese tipo de silencio que corta el aire. Que dice más que cualquier palabra.
—Maranta no solo era él —dije al fin—. También era el lugar.
—El refugio. La base oculta donde guardábamos lo más sucio. Donde se hacían los tratos que ni la Bratva quería firmar. Donde llevábamos a los que no podían morir en público.
—Y donde enterramos a más de uno que habló de más —completó Dmitri, ladeando la cabeza—. ¿Todavía existe?
—Se cerró cuando él desapareció.
—Pero si alguien lo reactivó… estamos hablando de un mensaje.
—¿Cuál?
—“Sé lo que hicieron.”
Me puse de pie. Caminé hasta el ventanal. La lluvia seguía, más fuerte ahora.
Era extraño. No me molestaba el mal tiempo, pero esa madrugada se sentía distinta. Como si alguien hubiese abierto una puerta… que nunca debió volver a abrirse.
—Kolya —dijo Dmitri, usando ese tono que solo saca cuando realmente quiere saber la verdad—. ¿Tú le diste ese nombre? ¿A él?
—No.
Volteé.
Lo miré directo a los ojos.
—Él se lo puso.
—Dijo que “Maranta” era una flor que crece en la oscuridad.
—Que se esconde de la luz, pero sigue viva.
Dmitri entrecerró los ojos.
—¿Y por qué lo dejaste vivo?
—Porque era nuestro mejor aliado.
—Y porque, estúpidamente, creí que la lealtad se podía negociar.
Me acerqué. Tomé otro vaso. Me serví vodka sin prisa.
Dmitri no dijo nada más.
—Prepárate —le dije, girando el vaso entre los dedos—. Esto no va a ser como los otros enemigos.
—Éste nos conoce.
—Sabe cómo respiramos.
—Y si usó ese nombre…
entonces lo que viene es personal.
Dmitri sonrió, pero sin humor.
—Y yo que ya me estaba aburriendo.
La conversación quedó flotando entre nosotros como el humo del vodka. Dmitri se fue minutos después, sin más palabras. Y yo... yo seguí mirando la lluvia, con el nombre "Maranta" repitiéndose en mi cabeza como una advertencia escrita en sangre.
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[POV: ANASTASIA]
El jardín trasero era lo único que se sentía casi normal en esa casa.
Sin guardias respirándome en la nuca. Sin órdenes. Sin amenazas flotando en el aire.
Solo el sonido del viento golpeando los arbustos y el murmullo suave del agua en la fuente central.
Yo estaba sentada en uno de los bancos largos, con la laptop sobre las piernas y una carpeta abierta a un lado.
Organizando el ingreso de medicamentos controlados en los puntos satélites del sistema médico Ivanov.
Sí, porque claro: además de tráfico, armas y muerte, también manejan las clínicas privadas, farmacias “de lujo” y un sistema médico que parecía legal… hasta que lo mirabas de cerca.
Al principio, creí que me estaban usando.
Ahora sabía que me estaban metiendo, de a poco, hasta el cuello.
Suspiré. El cursor parpadeaba frente a una lista de sedantes anestésicos que no deberían estar en las cantidades que aparecían.
Apunté una observación rápida en el sistema, como me habían enseñado. No era mi problema. Yo solo registraba.
Pero no podía evitar notar el patrón.
Pacientes sin nombre. Códigos que se repetían en lugares distintos. Medicamentos marcados como “donación” que salían en cajas completas sin destino fijo.
Llevaba más de una hora revisando registros en la laptop.
Cuando escuché pasos.
—Estás ocupada —dijo con esa voz suya, baja, tranquila… pero que no deja opción a ignorarla.
—¿Eso parece, no? —respondí sin mirarlo.
Se acercó por detrás.
No lo vi, pero lo sentí.
Era esa energía suya que te invade sin tocarte.
Como un instinto que te dice: no te muevas, te está mirando.
—Esa posición no es buena para la espalda —murmuró.
Y sin avisar, sin permiso, sus manos tocaron mis hombros.
Solo los acomodó.
Pero su toque fue tan lento, tan calculado, que el aire se me quedó atrapado en el pecho.
—¿Vas a corregirme la postura también ahora?
—Voy a corregirte todo lo que me dé la gana.
Me giré.
Él seguía ahí.
De pie.
Serio.
Tan cerca que su perfume me confundía.
Madera. Menta. Y algo más. Algo solo suyo.
—¿Siempre das órdenes sin preguntar?
—No doy órdenes.
—Doy hechos.
Me quedé en silencio.
Él bajó la mirada a mis piernas cruzadas, al vestido que se había subido un poco mientras trabajaba.
Luego volvió a mis ojos.
—Hoy te viste como si no quisieras provocarme…
—pero tu cuerpo dice otra cosa.
—¿Y tú crees que podés leer mi cuerpo así nada más?
Se inclinó. Solo un poco.
El suficiente para que su boca quedara a centímetros de la mía.
—Lo estoy leyendo.
—Lo entiendo.
—Y si me lo propongo… también lo voy a escribir.
Mi respiración tembló.
Pero no dijo más.
No me tocó otra vez.
Solo giró sobre sus talones y se alejó.
—Termina eso —dijo sin mirarme—. No quiero que me des razones para dudar de ti.
[POV: DMITRI]
—Vaya manera tan fina de acosarla, hermano.
Mi voz rompió el aire como un cuchillo afilado.
Estaba recostado contra la pared del pasillo, con los brazos cruzados y media sonrisa en la cara.
Llevaba cinco minutos ahí.
Observando.
Escuchando.
Disfrutando el espectáculo silencioso de cómo la bestia que tengo por hermano se derrite por una chica… y ni siquiera se lo permite.
Nikolái no se sobresaltó.
Nunca lo hace.
Solo giró levemente el rostro.
Una ceja alzada.
Control absoluto.
—¿Y tú qué haces ahí?
—Pasaba. Pura coincidencia.
—Pero hay que admitirlo, el show estuvo interesante.
—Aunque si te soy sincero… estás tardando demasiado.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Si fuera yo, ya sabría cómo tiembla cuando se le acaricia el cuello.
—Pero claro... tú eres más de miradas largas y amenazas disfrazadas de elogios.
Nikolái empezó a caminar hacia mí.
Paso firme. Medido.
Se detuvo frente a frente, a un suspiro de distancia.
—Ella no es un juego, Dmitri.
—Jamás dije que lo fuera.
—Pero tampoco es inmune.
—Y tú la deseas tanto que hasta el puto rottweiler de la entrada lo notó.
Silencio.
Denso. Pesado.
Lleno de cosas que ninguno estaba diciendo.
Entonces Nikolái sonrió.
Esa sonrisa suya… sin dientes, sin calor.
La que siempre significa peligro.
—¿Te interesa?
Me recosté contra la pared con esa calma que a él le desesperaba y solté, casi como si fuera un chiste:
Le sostuve la mirada con media sonrisa.
—¿Anastasia?,Claro que me interesa.
Dejé que el silencio jugara un segundo, y entonces continué, bajando la voz apenas:
—Pero no como tú.
—No quiero tenerla.
—Todavía.
—Me gustan las mujeres que saben hasta dónde pueden llegar.
—Y ella… ella apenas está empezando a rozar ese límite.
Nikolái me sostuvo la mirada por un segundo más.
Ni un gesto de más.
Ni un parpadeo.
Luego pasó de largo, firme, sin apuro.
—No la toques —dijo sin voltearse.
Yo sonreí.
Me giré para seguirlo con la mirada, saboreando cada palabra que no dijo.
—¿Y si ella es la que me toca a mí?
Él se detuvo. Solo un segundo.
No respondió.
No hizo falta.
Ese silencio lo dijo todo.
Me pasé la lengua por los dientes, divertido.
—Ah, Kolya… —murmuré para mí, mientras lo veía alejarse con los hombros rectos y las manos en los bolsillos— Esto va a ser mucho más que divertido.