El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Los secretos.
Después del descubrimiento en la cámara oculta, Gabriel y Claudia se enfrentan a una realidad devastadora: gran parte de los recuerdos de Gabriel no son naturales, sino manipulados por las prácticas oscuras de León Sepúlveda. A pesar de que esto lo llena de rabia y dolor, también significa que finalmente ha alcanzado un punto crucial en su sanación: entender el origen de sus demonios y enfrentarse a ellos con plena consciencia.
Las sesiones de terapia con Gabriel alcanzan un punto álgido cuando, por primera vez, él es capaz de hablar abiertamente sobre el abuso emocional al que fue sometido. En una escena cargada de emoción, describe cómo, tras la muerte de su hermana, fue llevado en secreto a la mansión por su padre, quien buscaba una solución rápida para borrar el trauma de su hijo, sin prever las consecuencias. El peso de la traición familiar lo sacude, pero también le da una nueva motivación: no repetir los errores del pasado.
Claudia, al observar el progreso de Gabriel, también se ve obligada a confrontar sus propios complejos psicológicos. En un flashback revelador, la vemos en su adolescencia, luchando con la culpa y el pánico tras la muerte de su hermano. Recuerda cómo evitó el duelo, sumergiéndose en su trabajo como escritora para escapar de la sensación de vacío. Su incapacidad para llorar la pérdida ha estado siempre presente, condicionando sus relaciones y su autoimagen.
Claudia, que en muchos momentos ha sido un pilar para Gabriel, ahora se da cuenta de que no puede seguir ignorando su propio dolor. En una sesión con su terapeuta, finalmente se permite sentir lo que ha reprimido durante años: la rabia por la muerte injusta de su hermano, la sensación de impotencia por no haber podido hacer nada y el miedo paralizante a perder a alguien más.
Este avance es crucial en su sanación, ya que, por primera vez, se da cuenta de que no está rota, sino que simplemente ha estado atrapada en el duelo no resuelto. Al liberar ese dolor, Claudia experimenta una sensación de alivio, aunque fugaz, pero lo suficiente para que se dé cuenta de que la sanación es posible si sigue enfrentándose a sus emociones.
La relación entre Gabriel y Claudia se fortalece en medio de estas revelaciones. Ahora, ambos comprenden que sus demonios internos no son obstáculos, sino caminos hacia la sanación mutua. Gabriel, que antes intentaba ocultar su dolor tras una fachada de autosuficiencia, ahora se siente más libre para mostrarse vulnerable ante Claudia. Por su parte, ella también aprende que no siempre tiene que ser la fuerte; su propia sanación le permite depender de Gabriel en los momentos en que siente que sus propias heridas están demasiado frescas.
Una noche, Gabriel se abre por completo con Claudia, revelándole los detalles más oscuros de su tiempo en la mansión y el impacto que tuvo en su relación con su familia. Claudia, sintiendo una conexión profunda, comparte un recuerdo de su hermano, uno que siempre había evitado porque creía que enfrentar el pasado la rompería. Sin embargo, al compartir este dolor con Gabriel, siente una conexión renovada, no solo con él, sino con su propia capacidad de amar sin temor a perder.
Los secretos de la mansión continúan desvelándose. Una investigación más profunda revela que los experimentos de Sepúlveda fueron solo una pequeña parte de algo más grande: una red de personas influyentes que financiaban sus métodos en busca de formas de controlar los recuerdos humanos. Los archivos de Sepúlveda indican que aquellos niños cuyos recuerdos habían sido alterados, como Gabriel, solían sufrir de trastornos psicológicos severos en su adultez, algo que encaja perfectamente con lo que Gabriel ha estado experimentando.
Sin embargo, el descubrimiento más inquietante es que el padre de Gabriel fue parte activa de este proceso, contribuyendo no solo económicamente, sino que también experimentó con su propio hijo sin saber las verdaderas consecuencias. Esto rompe a Gabriel emocionalmente, pero también lo llena de una determinación feroz por romper los ciclos del pasado.
La importancia de la ayuda psicológica se hace evidente cuando, en medio de este caos emocional, Gabriel decide no enfrentar todo solo. Pide a su terapeuta que lo acompañe en su proceso de sanación, reconociendo que sin esa guía, es posible que se pierda en el abismo de sus recuerdos manipulados. Claudia también refuerza la idea de que ambos necesitan ese apoyo externo, y a medida que sus sesiones avanzan, se dan cuenta de que enfrentarse a los horrores del pasado, con ayuda, los está liberando poco a poco.
La terapeuta enfatiza que la terapia no es una solución instantánea, pero sí una herramienta poderosa para que ambos puedan seguir adelante sin las cadenas invisibles del trauma. El proceso es difícil, doloroso, pero también esencial para deshacerse de los miedos que los han acompañado durante tanto tiempo.
En una confrontación final con los secretos de la mansión, Claudia y Gabriel descubren una carta escrita por Sepúlveda antes de su desaparición, confesando que los experimentos fallidos habían creado un eco en la casa misma: los recuerdos no podían ser borrados del todo, sino que quedaron atrapados en las paredes de la mansión, manifestándose como fenómenos paranormales. Esto explica las sombras que Gabriel había sentido en su infancia y los extraños sucesos que Claudia había presenciado desde que llegó.
La mansión deja de ser solo un lugar físico y se convierte en una representación tangible de los traumas no resueltos. Gabriel y Claudia deciden que la única manera de liberarse por completo es destruir los vestigios de ese pasado corrupto, simbolizado en la mansión misma.