Kairos y Alessia , el primer amor de cada uno, Separados por una promesa de matrimonio. Zahraea, la esposa de Kairos tienen un accidente junto con él por una rabieta de celos de su primer amor. Después del accidente , Kairo puede leer todos los pensamientos de su esposa Zahraea, y Kairos decide no mencionar el divorcio nunca más, pero Zahraea no está de acuerdo con Kairos.
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EL COMPROMISO SELLADO
El salón principal de la mansión Lazarescu estaba iluminado con candelabros dorados, reflejando su luz sobre los finos muebles de caoba y las paredes cubiertas de retratos familiares. Una chimenea crepitaba suavemente, llenando la estancia con un calor acogedor que contrastaba con la frialdad de la conversación que estaba a punto de ocurrir.
Zahraea permanecía sentada con la espalda recta, su expresión serena y su vestido azul oscuro impecablemente alineado sobre sus piernas cruzadas. Frente a ella, sus padres, Apia y Filemon, mantenían la misma postura imperturbable, sus rostros reflejando la certeza de quienes estaban a punto de cumplir con un deber inquebrantable.
A su lado, Kairos Lazarescu no podía disimular su incomodidad. Sus dedos tamborileaban contra el reposabrazos del sillón, su mandíbula apretada con una tensión evidente. Cada músculo de su cuerpo gritaba rechazo, pero el peso de la tradición y la voluntad de su familia lo mantenían allí, atrapado en una conversación que no quería escuchar.
—Esta unión no es solo un matrimonio —declaró Calisth , el patriarca de la familia y el abuelo de Kairos, con su voz firme—. Es la consolidación de un pacto que se hizo en mi generación.
Kairos bufó, cruzándose de brazos y dijo —No puedo creer que en pleno siglo XXI sigamos hablando de “pactos” como si esto fuera un maldito contrato de negocios.
Su madre, Sherah, le dirigió una mirada severa.
— Asca: No es un contrato, Kairos. Es una promesa. Una que nuestros padres hicieron con los abuelos de Zahraea — dijo con seriedad el padre de Kairos.
— Kairos: Eso no significa que yo tenga que hacerlo —espetó él, su mirada oscura clavándose en su padre—. Yo no acepté nada.
—No es cuestión de aceptación —intervino Filemon, con la paciencia de quien ha esperado años para esta conversación—. Es cuestión de responsabilidad.
Kairos soltó una carcajada amarga y se giró hacia Zahraea, quien seguía sin pronunciar palabra.
— Kairos: ¿Y tú qué opinas de todo esto? —preguntó con burla—. ¿Estás de acuerdo en casarte con alguien que no te ama?
Zahraea inclinó la cabeza, sus ojos reflejando una calma intrigante y le respondió
— Zahraea:No es una cuestión de amor, sino de conveniencia.
— Kairos: ¿Conveniencia? —repitió él con incredulidad—. No puedo creer que realmente estés de acuerdo con esto.
— Kairos: ¿Por qué no lo estaría? —respondió ella con una leve sonrisa—. Es un matrimonio beneficioso para ambas familias.
Kairos apretó los dientes. La tranquilidad de Zahraea lo irritaba más de lo que debería. ¿Cómo podía estar tan serena ante una decisión que iba a marcar el resto de sus vidas?
— Kairos: Yo no puedo casarme contigo —soltó finalmente, su voz firme—. No puedo, porque ya amo a alguien más.
Un silencio pesado cayó sobre la habitación.
Los padres de Kairos intercambiaron miradas discretas, pero no parecieron sorprendidos. Los padres de Zahraea tampoco se inmutaron. Solo ella, la futura esposa impuesta, pareció encontrar el comentario interesante.
— Zahraea: Te refieres a Alessia, ¿cierto? —pregunto con naturalidad.
Kairos sintió que la furia se avivaba dentro de él y respondió —Sabes que sí.
— Zahraea: Entonces es una lástima que el amor no sea suficiente.
Su tono no era cruel ni sarcástico, sino simplemente factual, como si estuviera hablando de un acuerdo financiero en lugar de un matrimonio.
Kairos se puso de pie de un salto, empujando el sillón hacia atrás —No voy a hacer esto. No puedo hacerlo.
Su padre lo miró con dureza y le dice ante su reacción —No tienes opción.
Kairos sintió un nudo en el estómago. Toda su vida había estado bajo la sombra de su familia, obedeciendo sus reglas, cumpliendo con sus expectativas. Pero esto... esto era demasiado.
Zahraea, sin embargo, seguía sentada, sin una pizca de emoción en su rostro y le dice —Si tanto te molesta, propón una alternativa.
Kairos la miró, desconcertado y le pregunta —¿Alternativa?
— Zahraea: Sí. Si encuentras una forma en la que nuestras familias puedan obtener los mismos beneficios sin este matrimonio, estaré encantada de escucharte.
Kairos sintió que su corazón latía con fuerza. Por un momento, creyó que había encontrado una salida.
Pero cuando miró a sus padres, a los de Zahraea, y vio la seguridad con la que ellos permanecían en sus asientos, comprendió la verdad: no había alternativa. Su destino ya estaba escrito.
Y por primera vez en su vida, Kairos Lazarescu no tenía escapatoria.
El peso de la tradición colgaba en el aire, sofocante e inquebrantable. Kairos pasó una mano por su cabello en un gesto de frustración. No podía aceptar esto. No quería aceptar esto.
—No hay alternativa —intervino Acsa Lazarescu, su voz grave y autoritaria—. Lo mejor que puedes hacer, hijo, es aceptar tu deber y seguir adelante.
Kairos sintió que su rabia se mezclaba con desesperación. Sus ojos oscuros recorrieron la habitación, buscando una salida, una grieta en la armadura de la decisión familiar. Pero todo lo que encontró fueron rostros imperturbables y la misma certeza con la que había crecido: en esta familia, el deber estaba por encima de los deseos personales.
Y, sin embargo, Zahraea no parecía molesta. No protestaba, no intentaba convencerlos de que todo esto era una locura. Ella lo había aceptado.
— Kairos: ¿Por qué no dices nada? —la acusó con el ceño fruncido—. ¿Por qué aceptas esto como si fuera algo normal?
Zahraea lo miró con la misma calma con la que había afrontado todo el encuentro.
—Zahraea: Porque es lo que se espera de mí —respondió, simplemente—. Y porque, a diferencia de ti, entiendo que resistirse no cambiará nada.
Kairos dejó escapar una carcajada incrédula.—¿Eso crees?
— Zahraea: Si — respondió sin dudar.
Había algo inquietante en su seguridad. No era resignación, ni sumisión. Era algo más profundo, más calculado. Como si supiera algo que él aún no entendía.
— Kairos: No voy a casarme contigo, Zahraea —insistió, con la mandíbula apretada—. No voy a pasar el resto de mi vida atado a alguien que no amo.
Zahraea sostuvo su mirada con una expresión imperturbable.
— Zahraea: No necesitas amarme —dijo con una tranquilidad alarmante—. Solo necesitas casarte conmigo.
Sus palabras lo golpearon como un balde de agua fría.
— Kairos: ¿Eso es todo para ti? ¿Un simple acuerdo, sin emociones de por medio?
Zahraea sonrió, pero no era una sonrisa dulce. Era una sonrisa de conocimiento, de alguien que había entendido desde hace mucho cómo funcionaba el mundo.
— Zahraea: Las emociones son irrelevantes en este tipo de cosas.
Kairos sintió que la rabia lo consumía. ¿Cómo podía ser tan fría? ¿Cómo podía aceptar su destino sin luchar?
—Kairos:Entonces, dime, Zahraea —dijo, con los dientes apretados—. ¿Qué ganas tú con este matrimonio?
Por primera vez en la noche, Zahraea pareció considerar su respuesta con más detenimiento. Luego, inclinó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.
— Zahraea: Seguridad —dijo simplemente—. Posición. Protección. Todo lo que una mujer como yo necesita para moverse en este mundo sin que la aplasten.
Sus palabras lo desconcertaron. No porque no entendiera su lógica, sino porque no esperaba que fuera tan honesta al respecto.
— Kairos: ¿Y qué pasa si me niego? —preguntó, desafiándola.
Zahraea suspiró y se puso de pie con elegancia y le dice sin emociones —Entonces te quedarás solo con tus ideales románticos… y con la desilusión de saber que nunca fuiste capaz de cumplir con lo que se esperaba de ti.
Kairos sintió que su estómago se revolvía. Sabía que ella tenía razón. No importaba cuánto gritara o pataleara. No importaba cuánto insistiera en su amor por Alessia. Su destino ya estaba trazado.
Zahraea dio un paso hacia él, acercándose lo suficiente como para que sus palabras quedaran solo entre ellos.
—Pero te haré una promesa, Kairos —susurró, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Tu amante es lo más insignificante para mí.
Y con esas palabras, se giró y salió del salón, dejando a Kairos con una sensación que nunca antes había experimentado: la certeza de que acababa de perder una batalla que ni siquiera sabía que estaba peleando.