En el frío norte de Suecia, Valentina Volkova, una joven rusa de 16 años con ojos de hielo y cabello dorado, se ve obligada a casarse con su padrastro, Bill Lindström, un hombre sueco de 36 años. Marcados por un pasado lleno de secretos y un presente lleno de tensiones, ambos deberán navegar entre el deber, el resentimiento y una conexión que desafía las normas. En un matrimonio tan improbable como inevitable, ¿podrá el amor surgir de las cenizas de la obligación?
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II. Drömmen om frihet (El sueño de la libertad)
La luz del amanecer se filtraba tímidamente a través de las cortinas, pintando la habitación con tonos grises y azules. Valentina despertó con el cuerpo pesado, como si la conversación de la noche anterior hubiera dejado un peso físico sobre ella. Su mente estaba nublada por pensamientos inconexos, todos girando en torno a las palabras de Bill.
“Para que puedas quedarte aquí, necesitamos casarnos.”
El eco de su voz seguía resonando en su cabeza, cada repetición aumentando su incredulidad y su rabia. Era absurdo, grotesco. Pero más que todo, era una prueba irrefutable de cuán precaria era su situación.
¿Qué diría su padre si estuviera vivo?
Valentina se preguntó eso mientras se vestía con ropa cómoda: un suéter grueso y jeans ajustados. Su padre, un hombre severo pero protector, había sido un ancla en su vida. Desde que falleció cuando ella tenía solo diez años, todo se había desmoronado. Su madre, Ingrid, había tomado decisiones que Valentina nunca entendió, como casarse con Bill Lindström, un hombre tan opuesto a su padre que parecía una broma cruel del destino.
Al bajar las escaleras, escuchó murmullos provenientes de la cocina. Se detuvo en el último escalón, aguzando el oído.
—Jag förstår inte varför du ens överväger det här, Bill. (No entiendo por qué siquiera consideras esto, Bill.)
Era la voz de Britta, la madre de Bill. Valentina se asomó con cautela, observando cómo la mujer, elegante y perfectamente arreglada incluso a primera hora de la mañana, discutía con su hijo.
—Mamma, vi har redan pratat om det här. (Mamá, ya hablamos de esto.)
—Nej! (¡No!) —replicó Britta, golpeando suavemente la mesa con la palma de la mano—. Du förstörde ditt rykte när du gifte dig med den där tyskan, och nu tänker du göra det värre? (Arruinaste tu reputación cuando te casaste con esa alemana, ¿y ahora piensas empeorarlo?)
Valentina sintió una punzada de furia. Esa alemana. Así era como siempre se refería Britta a Ingrid, como si su nacionalidad fuera un defecto imperdonable.
Bill suspiró, visiblemente cansado de la conversación.
—Det här handlar inte om dig eller vad folk tycker. (Esto no se trata de ti ni de lo que piense la gente.)
—Det handlar om dig! (¡Se trata de ti!) —exclamó Britta, señalándolo con un dedo acusador—. Och din framtid. Du är en Lindström. (Y tu futuro. Eres un Lindström.)
Antes de que pudiera responder, Valentina entró en la cocina con pasos firmes.
—Guten Morgen. (Buenos días.)
La tensión en la habitación se volvió palpable. Britta le lanzó una mirada rápida, cargada de desdén disfrazado de cortesía.
—Guten Morgen, Valentina. —Su alemán era impecable pero helado, como si cada palabra fuera un esfuerzo innecesario.
Bill cruzó los brazos, su postura rígida.
—Necesitamos hablar, Valentina.
Ella lo ignoró, dirigiéndose a la cafetera. Su silencio era deliberado, una forma de establecer control en una situación donde sentía que no tenía ninguno.
—Valentina. —La voz de Bill se endureció.
Finalmente, se giró hacia él, sosteniendo su taza de café con ambas manos.
—¿Qué quieres ahora, Bill? ¿Otro discurso sobre cómo salvarme de mi inevitable destino?
Britta frunció el ceño, mirando a su hijo como si esperara una explicación.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó en sueco.
—Inget som angår dig, mamma. (Nada que te concierna, mamá.) —respondió Bill con firmeza.
Valentina aprovechó la oportunidad para dirigirse a Britta directamente, con un alemán impecable que sabía que la incomodaba.
—Su hijo quiere que me case con él. Según él, es la única forma de quedarme aquí.
La expresión de Britta pasó de la sorpresa al horror en cuestión de segundos.
—Det kan inte vara sant. (Eso no puede ser verdad.) —murmuró, mirando a Bill con ojos acusadores.
Bill levantó una mano, como pidiendo calma.
—Esto no es un matrimonio real, mamá. Es un arreglo práctico.
—¡Práctico! —exclamó Britta, poniéndose de pie de golpe—. ¿Estás escuchándote a ti mismo? Esto destruirá tu reputación. ¡La gente ya habla de ti por haberte casado con Ingrid, y ahora esto!
Valentina sintió que algo en su interior se rompía.
—¡Mi madre no es el problema aquí! —gritó, dejando caer la taza sobre la encimera con un ruido sordo.
La fuerza de su propia voz la sorprendió, pero no tanto como el silencio que siguió. Britta la miró con ojos entrecerrados, como evaluando si valía la pena responder.
—No te equivoques, niña. Ingrid era una mujer complicada, y tú heredaste su temperamento.
—Eso es suficiente, mamá. —Bill intervino, su voz más alta de lo habitual—. No tienes derecho a hablarle así.
Britta soltó una risa amarga, tomando su bolso antes de dirigirse a la puerta.
—Haz lo que quieras, Bill. Siempre lo haces. Pero no esperes que esté aquí para recoger las piezas cuando todo se desmorone.
La puerta se cerró de golpe, dejando un eco en la silenciosa cabaña.
Bill se pasó una mano por el cabello, visiblemente agotado.
—Lo siento.
Valentina lo miró, incrédula.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué sigues tratando de controlarme?
—No es control, Valentina. Es protección.
—No necesito tu protección. Necesito mi libertad.
Bill la observó por un largo momento, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas.
—La libertad a veces tiene un precio.
Ella negó con la cabeza, con una risa amarga.
—Y aparentemente, tú decides cuál es.
Valentina salió de la cocina sin esperar respuesta. Mientras subía las escaleras, sintió que las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. En su habitación, se sentó junto a la ventana, observando cómo la nieve seguía cayendo, cubriendo todo con su implacable manto blanco.
La jaula se sentía más pequeña con cada segundo que pasaba.
y de paso es una maquiavélica...no, no, no aburre