En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.
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Capítulo 11: Un camino corto
El día amaneció con una energía diferente en Vittoria. No era una jornada cualquiera. Hoy se definiría el rival en la semifinal de la Copa Italia, y todos sabían que no habría margen para la suerte. Luca, vestido con su traje impecable, se dirigió temprano a la sede de la liga para la ceremonia del sorteo. A su lado, otros presidentes y directivos de los equipos restantes esperaban con expectación.
El salón estaba lleno de periodistas, cámaras y murmullos contenidos. Inter de Milán, Roma, Fiorentina y Vittoria. Cuatro equipos con aspiraciones, cuatro caminos distintos, pero solo dos llegarían a la final. Luca se acomodó en su asiento, sabiendo que cualquier rival sería un desafío, pero en el fondo, tenía una sensación extraña. Algo le decía que el destino no iba a ser generoso con ellos.
El presentador hizo su espectáculo habitual, hablando de la emoción del torneo, del honor de estar entre los mejores. Pero Luca solo quería que sacaran las malditas bolas del sorteo y terminaran con la incertidumbre. Finalmente, llegó el momento. Se removieron los bombos, se sacó la primera bola.
—Inter de Milán.
Suspenso. Otra bola.
—Fiorentina.
Eso solo significaba una cosa.
—Roma contra Vittoria.
Luca apoyó la espalda en la silla y exhaló con una leve sonrisa de ironía. Roma. Un equipo consolidado, con experiencia, con historia. El rival más difícil posible.
Los murmullos en la sala confirmaban lo que todos pensaban: Vittoria lo tendría muy complicado. Pero Luca no estaba ahí para lamentarse. Estrechó la mano de algunos directivos, dio unas respuestas diplomáticas a la prensa y salió del edificio con el teléfono en la mano.
Mientras él lidiaba con los compromisos del sorteo, en el club llegaba una visitante inesperada.
Frente a la entrada principal del club, Chiara Bianchi ajustó la correa de su mochila deportiva, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza de lo normal.
No era miedo. Era algo más fuerte. Algo que la hacía sentir alerta.
A su lado, su padre y su hermano mayor observaban el imponente edificio con los colores del club, el escudo de Vittoria grabado en el cristal de la entrada.
Su padre, hombre de pocas palabras, pero mirada analítica, fue el primero en reaccionar.
—Hace años que no entraba a un club profesional. —Dijo con voz baja, con una nota de nostalgia. Luego, su mirada se endureció—. Aprovecha esto, Chiara. Las oportunidades no llegan dos veces.
Ella asintió con firmeza.
Junto a ellos, su hermano cruzó los brazos con aire tranquilo, aunque sus ojos delataban una curiosidad intensa. Él también soñaba con algo más grande.
Cuando cruzaron las puertas del club, un asistente del equipo los recibió con formalidad.
—Bienvenidos a Vittoria. ¿Tienen cita?
Chiara tragó saliva y dio un paso adelante.
—Sí. Vine a probarme para el equipo femenino.
El asistente asintió y revisó su tableta.
—Ah, sí. Chiara Bianchi.
Sus ojos pasaron fugazmente a su padre y hermano, pero no dijo nada.
—Vengan conmigo.
Los llevó a una sala de espera moderna, con sillones oscuros y una gran pantalla mostrando imágenes de partidos del equipo. En una esquina, una mesa con café y agua.
—El señor Moretti los recibirá en unos minutos.
El señor Moretti.
El título resonó en la mente de Chiara mientras se acomodaba en el sillón, tratando de disimular sus nervios.
—¿Crees que sea Luca? —murmuró a su hermano.
—No lo creo. —Él negó con la cabeza—. Dudo que el presidente pierda el tiempo recibiendo pruebas individuales.
Antes de que pudiera responder, una puerta se abrió y una figura apareció en el umbral.
—Pueden pasar.
Chiara se levantó de inmediato, su padre y hermano hicieron lo mismo.
Cuando cruzaron la puerta, lo vieron.
Adriano Moretti.
Su presencia era imponente. Vestía con elegancia, pero no era la ropa lo que imponía, sino su mirada fría, su postura rígida.
Los ojos de su padre se iluminaron con reconocimiento inmediato.
—Tú eres Adriano Moretti.
Adriano, acostumbrado a que lo reconocieran, apenas alzó una ceja.
—Última vez que lo comprobé, sí.
Su padre asintió con una leve sonrisa.
—Te vi jugar en el Milan. Siempre pensé que serías el sucesor de los grandes mediocampistas italianos.
Adriano mantuvo la expresión neutra.
—Yo también lo pensé. —Señaló las sillas frente a su escritorio—. Siéntense.
Chiara y su familia lo hicieron. Adriano no perdió tiempo.
—Voy a ser claro. Luca te vio jugar y cree que vales la pena. Pero no soy Luca.
Chiara se enderezó en su asiento.
—Lo entiendo.
—Entonces también entiendes que aquí no hay regalos. Vas a entrenar con el equipo, Mendes decidirá si sirves o no. Si no estás a la altura, te irás por la misma puerta por la que entraste.
Chiara asintió con seriedad.
Su padre sonrió con aprobación. Le gustaba ese tipo de disciplina.
Fue entonces cuando Chiara decidió dar un paso más.
—Tengo una petición.
Adriano la miró con escepticismo.
—¿Qué cosa?
Chiara respiró hondo y miró a su hermano.
—Quiero que él también tenga la oportunidad de entrenar.
Su hermano la miró sorprendido. No esperaba que lo dijera tan directo.
Adriano suspiró con paciencia.
—¿Esto es un paquete dos por uno?
—No. —Chiara no retrocedió—. Él merece la oportunidad tanto como yo. Juega en la universidad, tiene talento, pero nunca ha tenido la posibilidad de mostrarse en un club profesional.
Adriano giró lentamente la cabeza y analizó a su hermano.
—¿Eres bueno?
—Eso tendrás que decidirlo tú.
Adriano soltó una leve risa sin humor.
—Bien. —Se giró a Chiara—. Primero tú. Si demuestras que vales la pena, entonces veremos a tu hermano.
Chiara asintió sin dudar.
—De acuerdo.
Adriano se levantó y agarró su chaqueta.
—Vamos. Mendes te espera.
El Entrenamiento: Prueba de Fuego
El campo de entrenamiento estaba iluminado por la luz del atardecer cuando Chiara llegó. Había otras jugadoras en la cancha, terminando su sesión.
Y ahí estaba Carolina Mendes.
Alta, de brazos cruzados, con el ceño fruncido mientras observaba el entrenamiento. Cuando vio a Adriano y a Chiara acercarse, simplemente esperó.
—Mendes, esta es Chiara Bianchi.
Mendes la recorrió con la mirada. No dijo nada durante un largo segundo.
—¿Pivote ofensiva?
—Sí.
—Bien. Calienta rápido. Quiero verte en acción.
Chiara no perdió tiempo. Se puso los botines y comenzó su calentamiento, sintiendo cada músculo preparándose para la prueba.
Cuando terminó, Mendes ya había organizado un ejercicio.
—Partido reducido, cinco contra cinco. —Le explicó—. Quiero ver cómo te mueves, cómo piensas y, sobre todo, cómo resistes la presión.
El pitido sonó. El balón rodó.
Chiara entró con decisión, ubicándose en el mediocampo. Desde el primer pase, supo que esto no era como jugar en la universidad.
La intensidad era diferente. Las jugadoras eran más rápidas, más agresivas. No tenía espacio para pensar demasiado.
Primer toque: recibió de espaldas, y en el momento en que giró, ya tenía una defensora encima.
Segunda jugada: la presionaron, pero logró salir con un pase rápido a la banda.
Tercera jugada: interceptó un pase y giró con velocidad. Vio el espacio y lanzó un pase filtrado. Gol.
Mendes sonrió levemente. Por primera vez, parecía interesada.
Adriano, observando desde un costado, se cruzó de brazos.
—Interesante.
El partido siguió, y Chiara comenzó a entender el ritmo, a adaptarse. Estaba dentro.
Cuando el ejercicio terminó, Mendes caminó hasta ella y la miró fijamente.
—No está mal.
Chiara sintió que un peso se levantaba de sus hombros.
—¿Eso significa que pasé?
Mendes sonrió con frialdad.
—Significa que mañana tienes que volver.
Chiara sonrió. Ese era el primer paso.
Ahora que la pequeña universitaria había terminado, Matías Bianchi estaba a punto de tener su oportunidad. Adriano Moretti, con las manos en los bolsillos, miró a los hermanos con una expresión neutra.
—Bien. Ya vimos a Chiara. Ahora vamos a ver si tu hermano tiene algo que ofrecer.
Matías sintió el peso de la mirada de su padre sobre él, pero no se permitió dudar. Era ahora o nunca.
Adriano Moretti caminaba a su lado con la misma expresión neutra de siempre, mientras a unos metros de distancia los esperaba Massimo Bellucci, el entrenador del primer equipo.
El hombre no parecía muy emocionado.
De brazos cruzados, con su postura rígida y su ceño fruncido, Bellucci observaba a Matías como si fuera una molestia más en su día.
—¿Y este quién es? —preguntó sin rodeos, lanzándole una mirada evaluadora.
—Matías Bianchi. Juega de extremo derecho. —respondió Adriano con su tono seco.
Bellucci bufó con evidente fastidio.
—Déjame adivinar… otro universitario que cree que puede jugar a nivel profesional.
Matías apretó los dientes. Detestaba que lo subestimaran.
—Solo pido un entrenamiento. —dijo con firmeza.
Bellucci giró la cabeza hacia Adriano.
—¿De verdad tengo que hacer esto?
—Sí. —respondió Adriano sin pestañear.
Bellucci suspiró y pasó una mano por su barbilla.
—Escucha, chico. No tengo tiempo para probar jugadores de universidad. Si quieres entrenar, hazlo con la Sub-19.
Matías se adelantó un paso, con la mirada fija en el entrenador.
—No. Quiero entrenar aquí.
Bellucci entrecerró los ojos, cruzando los brazos con una sonrisa irónica.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué debería perder mi tiempo contigo?
Matías mantuvo la espalda recta.
—Porque voy a demostrarte que sí pertenezco aquí.
Hubo un silencio tenso.
Adriano miraba la escena con los brazos cruzados, esperando la reacción de Bellucci.
Finalmente, el entrenador chasqueó la lengua y resopló.
—Bien, una sola sesión. Pero si no veo algo especial, olvídate de volver a pisar este campo.
Adriano sonrió levemente.
—Trato hecho.
Bellucci hizo una seña a su asistente para que organizara el entrenamiento. Matías tenía su oportunidad.
El Entrenamiento: Prueba de Fuego
El equipo de suplentes y juveniles se alineó en el campo para un partido reducido. Matías fue colocado como extremo derecho.
Bellucci miró su reloj y, sin siquiera dar una palabra de ánimo, hizo sonar el silbato.
El balón comenzó a rodar.
Matías sabía que tenía poco tiempo para impresionar.
Primer toque: recibió en la banda, pero el marcador le cerró el espacio de inmediato. Intentó desbordar con velocidad, pero el defensor lo anticipó.
Bellucci ni siquiera reaccionó. Lo típico de un universitario: fuerza bruta sin inteligencia.
En la siguiente jugada, Matías corrigió su error.
Cuando le llegó el balón otra vez, en lugar de correr sin pensar, esperó.
Fintó con el cuerpo, amagó un pase hacia atrás, pero en el último segundo aceleró con un cambio de ritmo explosivo.
El defensor se quedó atrás.
Matías corrió por la banda y envió un centro preciso al área.
Gol.
Adriano levantó ligeramente una ceja.
Bellucci seguía sin decir nada.
Pero eso no era suficiente.
Minuto después, Matías recibió el balón en el borde del área.
Un rival lo presionó de inmediato.
Matías no se desesperó.
Levantó la cabeza, midió el movimiento del defensor y lo dejó atrás con un regate limpio, un control dirigido y un remate cruzado.
La pelota entró al fondo de la red.
Silencio.
Bellucci pasó una mano por su barbilla y exhaló, sin ocultar su sorpresa.
El partido continuó, y Matías siguió mostrando su calidad.
No era solo velocidad. Tenía inteligencia. Sabía cuándo acelerar y cuándo frenar, cómo generar espacios y cuándo soltar el balón.
Bellucci miró a Adriano de reojo y suspiró.
—Maldita sea.
Adriano sonrió de lado.
—¿Te gusta o no?
Bellucci no respondió de inmediato.
Esperó a que el entrenamiento terminara. Esperó a que Matías, sudoroso y con la respiración agitada, se acercara a la línea de banda.
Y entonces, habló.
—Mañana a la misma hora.
Matías parpadeó, sorprendido.
—¿Eso significa que me quedo?
Bellucci lo miró con severidad.
—Significa que quiero verte de nuevo.
Matías sonrió.
Había logrado lo imposible.
El Partido del Ascenso: Vittoria vs. Palermo
El sol caía lentamente sobre el estadio de Vittoria, tiñendo el cielo de un naranja intenso. No había un solo asiento vacío.
Era el partido final de la Serie B.
Después de una temporada intensa, llena de luchas, sacrificios y momentos decisivos, Vittoria había llegado a esta última jornada con el destino en sus manos. Si ganaban, serían campeones y ascenderían directamente a la Serie A.
El rival: Palermo.
Un equipo histórico, con pasado en la Serie A y una plantilla talentosa que también buscaba el ascenso directo. Palermo ya estaba asegurado en el segundo puesto, pero no venía a regalar el partido. Querían cerrar la temporada con una victoria y demostrar que merecían estar en la élite.
Para Vittoria, era todo o nada.
Vestuario: Últimas Palabras
El vestuario estaba en silencio absoluto.
Los jugadores se ajustaban los botines, vendaban sus muñecas, terminaban los últimos detalles en sus camisetas. La tensión era palpable.
Massimo Bellucci, el entrenador, caminó hasta la pizarra táctica y se giró para mirar a su equipo.
—Es el último partido. —Su voz era firme, sin titubeos—. Noventa minutos y seremos campeones.
Los jugadores levantaron la cabeza, atentos.
—Palermo no nos va a regalar nada. Van a salir con fuerza, con orgullo. Pero si estamos aquí, es porque hemos peleado cada partido, porque hemos sufrido cada derrota y aprendido de cada error.
Miró a Federico Moretti, su capitán en el mediocampo.
—Hoy, el partido es tuyo. Quiero que controles el ritmo, que pongas la calma cuando sea necesario y que aceleres cuando veas el espacio.
Moretti asintió con firmeza.
Bellucci luego dirigió su mirada a Camilo Rojas, el goleador del equipo.
—Necesito que seas letal. No quiero tiros al poste, no quiero intentos. Quiero goles.
El argentino sonrió con confianza.
Por último, miró a De Luca, el portero.
—Eres nuestra última línea. Si Palermo quiere ganar, tendrá que pasar sobre ti.
El arquero apretó los puños.
Bellucci dio un paso atrás y miró a todos.
—Escribamos nuestra historia.
Los jugadores gritaron al unísono, golpeándose el pecho, listos para salir.
Desde la puerta del vestuario, Luca Moretti observaba en silencio.
Adriano, a su lado, murmuró con los brazos cruzados.
—Están listos.
Luca asintió.
—Es su momento.
Primer Tiempo: Duelo de Gigantes
El pitazo inicial retumbó en el estadio y la afición rugió.
Desde los primeros minutos, el partido fue una batalla táctica.
Minuto 8: Palermo intentó marcar territorio con un remate peligroso desde fuera del área, pero De Luca respondió con una gran atajada.
Minuto 15: Vittoria comenzó a asentarse en el partido. Federico Moretti movía los hilos en el mediocampo, distribuyendo el juego con inteligencia.
Minuto 25: Primera gran oportunidad.
Ferrara robó el balón en la salida rival y se lo dejó a Camilo Rojas. El argentino recortó y disparó…
¡Pero el arquero de Palermo sacó una mano increíble!
La afición suspiró, pero Vittoria empezaba a inclinar la balanza a su favor.
Minuto 32: ¡Gol de Vittoria!
En un tiro de esquina cobrado por Moretti, Lorenzi saltó más alto que todos y cabeceó con potencia.
¡GOOOOOOL!
1-0.
El estadio explotó.
Palermo sintió el golpe, pero no tardó en reaccionar.
Minuto 40: Gol de Palermo.
Un contraataque rápido los dejó con superioridad en el área. El delantero rival disparó cruzado y venció a De Luca.
1-1.
El árbitro pitó el final del primer tiempo con el partido igualado.
Segundo Tiempo: La Definición del Ascenso
Bellucci no hizo cambios.
No había nada que ajustar, solo necesitaban romper el empate.
Minuto 50: Palermo casi se adelanta con un disparo al palo.
Vittoria respondió de inmediato.
Minuto 57: Moretti filtró un pase preciso para Ferrara, quien disparó…
¡Otra vez el arquero rival salvó a Palermo!
La frustración empezaba a sentirse. Necesitaban un gol.
Minuto 70: Cambio en Vittoria.
Entró Emiliano Velásquez, el extremo veloz, en busca de profundidad.
Minuto 75: ¡Gol de Vittoria!
Velásquez recibió en la banda, desbordó con su velocidad y lanzó un centro raso.
Camilo Rojas apareció en el área y la empujó al fondo de la red.
¡GOOOOOOL!
2-1.
El estadio se volvió una locura.
Pero aún quedaba tiempo…
Minuto 85: Palermo atacó con todo.
Un remate rival iba directo al arco…
¡De Luca voló y la sacó con una mano milagrosa!
La afición gritó su nombre.
Minuto 90: Tres minutos de adición.
Los jugadores de Vittoria corrieron cada balón como si fuera el último.
Finalmente, el árbitro levantó la mano y pitó el final.
¡VITTORIA CAMPEÓN DE LA SERIE B!
En medio de la celebración, cuando la música y las conversaciones llenaban cada rincón del salón, el teléfono de Luca vibró en su bolsillo.
Miró la pantalla y vio el nombre de su hermano mayor: Alessandro Moretti.
Luca salió del bullicio y se apartó hacia un balcón privado, donde la brisa nocturna traía un leve alivio al calor de la fiesta. Deslizó el dedo para contestar.
—Alessandro.
—Hermano, no podía dejar que terminara la noche sin llamarte.
La voz de Alessandro sonaba firme, pero con un tono cálido que Luca no escuchaba con frecuencia.
—Hiciste historia, Luca. —Continuó Alessandro—. Vittoria está en la Serie A. Nunca dejaste de creer en esto. Me enorgullece lo que lograste.
Luca apoyó un brazo en la baranda y sonrió, sintiendo el peso del momento.
—Gracias, hermano. Hubiera sido bueno verte aquí.
—Lo sé. —La voz de Alessandro se endureció levemente—. Créeme que me habría gustado estar, pero alguien tenía que encargarse de otras cosas en la empresa.
Luca entendió. Alessandro siempre había sido el más centrado en los negocios de la familia.
—De todos modos, lo celebraremos cuando nos veamos. —Dijo Alessandro—. Y prepárate, porque ahora empieza el verdadero desafío.
Luca soltó una leve risa.
—Siempre empieza otro desafío, ¿no?
—Así es. —Alessandro hizo una breve pausa—. Disfruta la noche, Luca. Te lo mereces.
La llamada terminó, y Luca permaneció unos segundos más en el balcón, observando la ciudad iluminada. El ascenso estaba asegurado, pero el futuro traía más retos.
Y, en ese momento, una voz familiar interrumpió sus pensamientos.
—¿Todo bien?
Se giró y vio a Valentina, su hermana, observándolo con curiosidad.
Luca dejó el teléfono en su bolsillo y asintió.
—Era Alessandro.
—Me lo imaginé. —Valentina sonrió levemente y se apoyó en la baranda junto a él—. Tienes el rostro de alguien que empieza a asimilar todo lo que pasó hoy.
Luca soltó un suspiro.
—No es fácil.
Valentina lo miró unos segundos antes de hablar con un tono más serio.
—Sé que hay algo más en tu cabeza.
Luca entrecerró los ojos y cruzó los brazos.
—¿De qué hablas?
Valentina no dudó en responder.
—Astrid.
Luca la miró de reojo, pero no dijo nada.
—No está aquí. —Continuó Valentina—. Y sé que no porque no quisiera, sino porque no podía.
Luca apretó la mandíbula levemente. Sabía que Valentina tenía razón.
—Está lejos. —Murmuró finalmente.
—Su gira. —Asintió Valentina—. Sabes que tenía compromisos. Pero eso no significa que no esté pensando en ti.
Luca miró hacia el horizonte, exhalando lentamente.
—A veces me pregunto si esto tiene sentido.
—¿Si qué tiene sentido?
—Seguir esperando.
Valentina se giró completamente hacia él y apoyó una mano en su brazo.
—Si realmente sientes algo por ella, no es una espera. Es parte del camino.
Luca bajó la mirada, pensativo. No le gustaba sentirse vulnerable, pero Astrid era su punto débil.
Valentina le dio una leve palmada en el brazo y sonrió.
—No pienses demasiado, Luca. Cuando sea el momento, ella volverá.
Luca la observó en silencio por un momento antes de asentir.
—Gracias, Vale.
—Para eso estamos los hermanos. —Respondió con una sonrisa antes de empujarle suavemente el hombro—. Ahora vuelve adentro. Todos siguen brindando por ti.
Luca soltó una leve risa y siguió a su hermana de regreso a la fiesta.
Pero, en su mente, las palabras de Valentina seguían resonando.
Astrid no estaba ahí, pero de alguna forma, seguía presente.
La fiesta había llegado a su fin. El salón, que horas antes estaba lleno de celebraciones, brindis y risas, ahora quedaba en silencio mientras los últimos invitados se despedían.
Los hermanos de Luca fueron los primeros en marcharse, cada uno con sus propios pensamientos sobre lo que se avecinaba. Marco hablaba con Silvia sobre la planificación financiera del club en la Serie A, mientras Adriano simplemente se limitó a un gesto seco, sin decir mucho más.
Enzo Moretti, con su porte imponente, le dio una última palmada en el hombro a su hijo menor antes de salir.
—Buen trabajo, Luca. Pero recuerda, este es solo el primer paso.
Luca solo asintió, ya cansado, con la resaca emocional de la noche cayendo sobre sus hombros. Sabía que tenía razón.
Uno a uno, todos fueron yéndose. El silencio fue ganando terreno.
Pero antes de que Luca pudiera marcharse, una voz suave, pero firme, lo detuvo.
—Quédate un poco más.
Luca giró la cabeza y vio a Isabella, de pie, con su copa de vino en la mano.
Ella no parecía ebria, ni en busca de un momento impulsivo. Se veía tranquila, serena.
—¿Por qué? —preguntó Luca, arqueando una ceja.
—Porque quiero darte una sorpresa.
Luca la estudió por unos segundos. Sabía que Isabella no hacía nada sin un propósito.
Y aún así, se quedó.
El tiempo pasó lentamente en el salón vacío. Isabella se acercó con su copa y se sentó en uno de los sillones, cruzando las piernas con su elegancia natural.
—¿Sabes? Cuando llegué, no pensé que estaría aquí hasta el final de la noche.
Luca se dejó caer en el sofá de enfrente, sin apartar la mirada de ella.
—¿Por qué lo hiciste, entonces?
Isabella inclinó la cabeza, como si lo evaluara.
—Porque quería verte así. Relajado. Sin la carga del mundo sobre los hombros.
Luca dejó escapar una leve risa, apoyando la cabeza en el respaldo del sillón.
—No sé si eso sea posible.
—Al menos esta noche lo fue.
Se hizo un silencio entre ambos. Uno de esos silencios que dicen más que las palabras.
Isabella dejó su copa sobre la mesa de centro y se levantó, acercándose a él. Sus ojos oscuros lo estudiaban con intensidad.
—Te mereces un descanso, Luca.
Antes de que él pudiera responder, Isabella se inclinó y lo besó.
Fue un beso lento, sin prisa, pero lleno de algo más que simple atracción.
Luca no se apartó.
No supo en qué momento se levantó del sofá, ni cómo terminaron en su habitación, pero cuando la primera luz de la mañana se filtró por las cortinas, supo que algo dentro de él no estaba bien.
Luca despertó con la sensación de peso en el pecho.
Junto a él, Isabella dormía tranquilamente, con su cabello esparcido sobre las sábanas. Se veía en paz.
Pero Luca no lo estaba.
Se pasó una mano por el rostro, cerrando los ojos con fuerza.
No podía negar que Isabella era hermosa, que había sido una noche intensa… pero no era ella a quien quería.
Quería a Astrid.
Y ahora, esto lo hacía sentirse más lejos de ella que nunca.
El sol apenas comenzaba a iluminar las calles de Vittoria cuando Luca salió a trotar.
Necesitaba despejar su mente, sacudirse la sensación de culpa que lo había perseguido desde que despertó. El aire fresco de la mañana lo ayudaba a organizar sus pensamientos, pero no a cambiar lo que había pasado.
No debía haber ocurrido.
No con Isabella.
Después de un buen rato corriendo por las avenidas vacías, volvió a su departamento.
Cuando abrió la puerta, encontró a Isabella ya vestida, con su bolso al hombro.
Se veía tranquila, pero había algo en su mirada, una mezcla de resignación y cansancio.
Luca cerró la puerta y se quedó en el umbral, observándola en silencio.
—No quise incomodarte. —dijo ella, rompiendo el silencio con una voz serena.
—No estoy incómodo. —respondió Luca, aunque ambos sabían que eso no era del todo cierto.
Isabella suspiró y bajó la mirada por un instante antes de volver a alzarla.
—Creo que estaba ebria.
Luca ladeó la cabeza, pero no la contradijo.
Lo que pasó pasó.
Lo único que quedaba era ser sincero.
—No quiero ilusionarte. —soltó sin rodeos.
Ella parpadeó, pero no pareció sorprendida.
—Lo sé.
No hubo dramatismo, ni reclamos, ni palabras de más.
Isabella no era de las que se aferraban a lo imposible.
—No diré nada. —dijo simplemente.
Luca asintió con una leve inclinación de cabeza.
Ella le dedicó una última mirada antes de girarse y salir por la puerta.
Cuando la cerró tras de sí, el silencio en el departamento se volvió más pesado.
Luca se dejó caer en el sofá, pasándose una mano por la cara. Había sido una estupidez.
No quería a Isabella.
Solo había una persona en su cabeza.
Y entonces, su teléfono sonó.
Luca frunció el ceño y lo tomó de la mesa.
Astrid.
Su corazón dio un pequeño vuelco. Entre la emoción y el nerviosismo, deslizó el dedo para contestar.
—Astrid.
Su voz salió más tensa de lo que quería.
—Luca. —La voz de ella era cálida, tranquila, y aunque la línea los separaba por kilómetros de distancia, le pareció que podía verla sonreír.
—Quería felicitarte. —dijo ella con sinceridad—. Lo lograste. Sabía que lo harías.
Luca cerró los ojos un segundo y sonrió.
—Gracias.
—Siento no haber estado allí. —continuó Astrid con un leve suspiro—. Me hubiera encantado verte levantar ese trofeo.
Luca apoyó el codo en el brazo del sofá y se pasó la mano por el cabello.
—No pasa nada. —dijo con suavidad—. Sé que estabas ocupada.
Hubo un pequeño silencio entre ambos, de esos que no eran incómodos, sino llenos de cosas que ninguno se atrevía a decir aún.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.
Luca exhaló, con una leve sonrisa en los labios.
—Como alguien que acaba de conseguir lo que tanto soñó.
—Entonces supongo que ahora empieza el verdadero reto.
—Exactamente.
Astrid rió con suavidad.
Luca quería seguir escuchándola hablar, quería preguntarle cómo estaba, cuándo volvería… pero algo dentro de él se removía con culpa.
Porque Astrid no sabía que la noche anterior había despertado con otra persona.
Y aunque Isabella no significaba nada, el hecho de que ahora Astrid estuviera al otro lado del teléfono hacía que ese error pesara aún más.