Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 2
Ella cerró los ojos, deseaba que fuera cierto. Había escuchado esas palabras tantas veces, que ya no significaban nada. Todas sus promesas eran rotas cuando él regresaba de haber perdido una partida de juego.
— No pasa nada.— dijo ella, se giró hacia él y lo abrazó.
Noah le acarició el rostro, lamentó haberle pegado. Se portaba como un verdadero monstruo con ella, y no lo merecía.
— Amor, te conseguí trabajo, en el Banco Richardson.— dijo Noah, entusiasmado por la nueva entrada de dinero, al hogar.
El Banco Richardson, era el más importante, y contaba con muchas sucursales en todo el país. El dueño era el multimillonario, Yeikol Richardson.
— ¿En serio? ¿Y qué voy a hacer?— preguntó Muriel, porque nunca había trabajado en ningún lugar.
— Eres inteligente, y muy amable. Le pedí a mi amigo que te coloque en servicio al cliente.— Noah, lo único que buscaba era una entrada de dinero, y la forma de un préstamo fácil.
A Muriel le agradó la idea, por lo menos, no tenía que estar todo el día al lado de Beatriz, recibiendo órdenes como esclava. Suponía que la señora se encargaría de la casa si ella trabajaba.
— ¿Cómo que trabajar? ¿Quién hará los quehaceres de la casa?— preguntó Beatriz exaltada, quien había escuchado la conversación.
Los dos miraron a la señora. Él caminó hacia ella, la abrazó, le arregló un mechón de cabello que le caía en el rostro, y con tranquilidad, le contestó. — No te preocupes, madre, ella podrá con todo, es una mujer joven.
“Par de inconscientes, cómo se supone que yo voy a poder con todo. Qué va a hacer la señora todo el día aquí. Dios, lléname de tu grandeza”. Pensó la joven.
El tiempo continuó pasando, había transcurrido un año.
Muriel estaba en su lugar trabajo, cuando recibió una llamada de su suegra. Informándole de que, Noah, fue víctima de un brutal ataque, y estaba en el hospital. Ella se presentó en la oficina del gerente, para pedir un permiso.
El señor Pedro, gerente de la sucursal, era un hombre comprensivo, y muy generoso. Pero tenía límites en ciertos temas.
— Señora, Brown, no le puedo dar más dinero prestado.— dijo el señor, al dejarla pasar, sin escuchar su petición.
— No vine a pedir prestado. Necesito que me dé permiso, mi esposo está en el hospital.
Él se sintió apenado, la juzgó sin saber la situación. — Lo siento mucho. Tómese el tiempo que necesites. Puedes irse.
Ella salió deprisa, muy distraída por la noticia. Sin darse cuenta, chocó con alguien. Era un hombre, cuya fragancia era exquisita y embriagadora. Y su porte de caballero, prominente. Era nada más que el señor, Yeikol Richardson. Él la sujetó para evitar que cayera al suelo, puesto a qué, sus tacones no la ayudaron en ese instante. Muriel se aferró a los brazos de su jefe.
Ella volvió a tomar compostura, se acomodó la falda, y el cabello.
— Disculpe, señor.— dijo avergonzada.
— No se preocupe, ¿Estás bien? ¿La puedo ayudar en algo?— preguntó Yeikol, con amabilidad.
— Estoy bien, gracias.— respondió
— ¿Estás segura?
— Sí, señor. Permiso.— contestó y se retiró. “¡Dios mío! ¿Por qué me pasan estás cosas? ¿Qué va a pensar el señor Richardson de mí?”— se preguntó Muriel, mientras entraba al ascensor.
En el hospital, la señora Beatriz le informó lo concerniente a su hijo. Noah fue golpeado en el casino, por una deuda de juego. Los golpes recibidos fueron tan severos que quedó en silla de ruedas. Para volver a caminar, se requiere de una operación quirúrgica.
Si la vida de Muriel era un calvario con Noah completamente sano y sus extremidades en total funcionamiento, ahora vivirá un verdadero infierno.
Otro año pasó. Muriel, a su veintiséis años, había sufrido todo tipo de maltrato de parte de su esposo. Aun así, seguía creyendo que era su deber estar a su lado. Ella trabajaba, al regresar a la mansión, tenía que hacer los quehaceres, la cena, y bañar a su esposo.
Eres una inútil, no sirve para nada, poca cosa, malagradecida. Esas eran algunas de las palabras que escuchaba a diario de su esposo, y suegra.
Un lunes por la mañana, ella se despertó temprano, como todos los días. Preparó el desayuno, luego se arregló para ir a su trabajo. Noah la recorría con la mirada, mientras ella se ponía un poco de brillo en los labios. Verdaderamente, era una mujer hermosa y con un cuerpo envidiable. Él se lamentó porque no la podía poseer sexualmente.
— Acércate.— le pidió con malicia, y una sonrisa malévola apareció en su frío y perturbador rostro.
— No, por favor, otra vez no.— dijo nerviosa. Sus ojos se cristalizaron, y un nudo en el estómago, hizo que su cuerpo temblara. Quería salir corriendo y desaparecer.
— Te pedí que te acerques.— gritó con estruendo, y se sacó su frío miembro de su bóxer.
Ella, atemorizada, se acercó, ya sabía lo que se aproximaba. Él le jaló el cabello, y la obligó a hacerle sexo oral, pero era imposible tener una erección. Frustrado, y enojado, gritó fuerte. — Haz que funcione.
Ella succionaba sin ningún éxito, todo esfuerzo era inútil. La sensación de sentir esa parte de él en la boca, le provocaba asco, por la flacidez de la virilidad.
Él le pidió que se quitara la braga, ella, tristemente, accedió. Salvajemente, introdujo varios dedos en su parte íntima, era algo doloroso para ella, y no sentía ningún tipo de placer. Aunque no podía tener una erección, eso lo disfrutaba. La mordida, le hacía chupetones, la golpeaba, para sentirse bien. Cada vez que quería tener sexo y no podía, se desquitaba con ella.
Después de ver su cara roja, la soltó. Muriel entró al baño, lloró amargas lágrimas. “Dios, sé que son tus designios que yo esté aquí, pero alivia mis cargas”. Dijo entre lágrimas.
Era algo deplorable para la joven. Esa acción la hacía sentir humillada. Cuánto tenía que soportar.
Se volvió a duchar, y se cambió de ropa. Esta vez, se colocó una bufanda al rededor del cuello. Él le había dejado una marca.
Te deseo muchos éxitos en tu próxima novela😘🌹❤️🫶🤗⭐⭐⭐⭐⭐👏👏👏👏👏👏👏👏
uy buena narración.