Segundo libro de- UNA MUJER EN LA MAFIA. Aclarando solo dudas del primer libro. No es que es una historia larga. Solo hice esta breve historia para aclarar algunas dudas.
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Una mujer en la mafia
DOS AÑOS DESPUES...
ADELINE
La habitación estaba cargada con el sonido sordo de los golpes. Era un espacio amplio, con paredes grises y equipamiento de entrenamiento por todas partes. Flora y yo nos movíamos rápidamente, lanzándonos golpes con los puños y esquivando con precisión. Era buena, muy buena, y en estos dos años había aprendido que no debía subestimarla. A fin de cuentas, era la hermana de Simón. Melliza, para ser exactos. Eso significaba que ambos tenían el mismo fuego y la misma intensidad en su personalidad.
—¿Qué pasa hoy, Adeline? —me dijo Flora con una sonrisa ladina, justo antes de lanzarme un golpe al abdomen que me dejó sin aliento por un momento—. Estás media floja.
Me reí, aunque el impacto todavía lo sentía.
—Nada, solo que tengo que irme a la reunión pronto. No quiero llegar tarde.
Flora se detuvo un momento, apoyando las manos en su cintura y mirándome con ese gesto de "ya te lo dije antes".
—¿Con mi hermano? —preguntó, levantando una ceja. Cuando asentí, ella sonrió de manera traviesa—. Bueno, pues dile que tiene cosas pendientes conmigo.
Rodé los ojos, tomando una toalla para secarme el sudor mientras me dirigía hacia la puerta. Flora, como siempre, me siguió, su curiosidad insaciable reflejada en cada palabra que me lanzaba al aire.
—Sigo sin entender cómo tú y Simón no están juntos —dijo, balanceándose sobre sus talones mientras caminábamos por el pasillo del gimnasio.
La miré con una mezcla de diversión y exasperación.
—Flora, lo hemos hablado mil veces. Somos buenos amigos, y eso es todo. Deja de hacer esos comentarios, ya no tienen sentido.
Ella solo se encogió de hombros con una sonrisa burlona.
—Es solo que los veo juntos y, no sé, hay algo ahí. Pero, está bien, no te presionaré más. Por ahora.
No pude evitar reír. Flora tenía esa energía contagiosa, capaz de aligerar cualquier ambiente, incluso cuando yo me encontraba cargada de pensamientos pesados. En estos dos años, había pasado de ser una simple conocida a convertirse en una hermana para mí.
Mientras me dirigía a la reunión, no podía evitar pensar en cómo mi vida había cambiado desde que llegué a Francia. Ya tenía 23 años, pero esos dos años lejos de todo lo que conocía habían transformado mi perspectiva por completo. Mi tía, la única familia que me quedaba, había fallecido hace un año, dejando un vacío en mi vida que aún no lograba llenar. Había luchado con todas mis fuerzas por salvarla, pero no hubo tratamiento que pudiera vencer su enfermedad.
Caminé hacia la sala de reuniones con paso decidido, dejando atrás a Flora, quien seguía lanzándome comentarios entre risas mientras se dirigía hacia otra dirección. Al llegar, la pesada puerta de madera frente a mí parecía un umbral hacia otro mundo, uno que conocía bien, pero que a veces desearía poder dejar atrás. Inspiré profundamente antes de empujarla y entrar.
El ambiente dentro era denso, lleno de voces graves, humo de cigarros y miradas calculadoras. Era un espacio amplio, con una mesa alargada en el centro, rodeada por hombres que parecían más interesados en imponerse que en cooperar. Sus conversaciones cesaron al instante al verme entrar, y varias caras se iluminaron con sonrisas de aprobación. Una mezcla de respeto y curiosidad llenó la sala.
Simón no tardó en abrir la boca en cuanto crucé la puerta. Estaba sentado en uno de los sillones junto a otros hombres, con su típica expresión que intentaba ocultar su preocupación.
—¿Por qué vienes con esa ropa tan corta y sudada? —preguntó, con tono entre crítico y protector, mientras cruzaba los brazos.
Le lancé una mirada divertida, avanzando con seguridad hasta colocarme a su lado. Me incliné un poco hacia él, dejando que mi voz sonara lo suficientemente baja como para que solo él pudiera escucharme.
—Así estos hombres cierran el trato más rápido, ¿no crees? —susurré con una sonrisa juguetona, aunque el brillo en mis ojos dejaba claro que estaba bromeando.
Simón me miró por un momento, como si tratara de descifrar si realmente estaba hablando en serio, y luego negó con la cabeza, soltando un suspiro.
—Adeline, de verdad que un día te vas a meter en problemas —murmuró, aunque una ligera curva en sus labios delataba que no estaba tan molesto como quería aparentar.
Retrocedí y me dejé caer en el asiento junto a él, todavía con esa sonrisa en los labios. Sentía las miradas de los hombres presentes, pero no me importaba. Sabía perfectamente cómo manejarme en este ambiente, incluso si eso significaba ser un poco provocativa para desviar la atención o suavizar las tensiones.
—Bueno, ¿vamos a empezar o planean seguir mirándome todo el día? —dije en voz alta, cruzando las piernas con calma.
Simón me observó de reojo, como si quisiera recordarme que estaba loca, pero no dijo nada más. En cambio, se inclinó hacia adelante, retomando la conversación que habían dejado pendiente antes de que yo llegara.
*
La reunión finalmente terminó, y los hombres comenzaron a salir uno tras otro, algunos inclinándose en señal de respeto, otros simplemente asintiendo antes de abandonar la sala. Yo también me levanté, ajustándome la chaqueta y recogiendo mis cosas. No tenía intención de quedarme ni un segundo más del necesario. Pero antes de que pudiera siquiera dar un paso hacia la salida, sentí una mano firme que sujetó mi brazo, deteniéndome en seco.
Me giré, algo sorprendida, para encontrarme con Simón mirándome con esa expresión seria que solía usar cuando me comportaba así.
—Adeline —dijo, su tono bajo.
—¿Qué pasa ahora? —pregunté, soltándome de su agarre mientras cruzaba los brazos. Podía notar el leve brillo de frustración en sus ojos, lo cual solo avivó mi curiosidad.
—No vuelvas a hacer eso. Si sabes que estas loca verdad... —respondió, sin rodeos.
—¿Hacer qué? —dije, fingiendo inocencia, aunque mi sonrisa traviesa no ayudaba mucho a mantener la actuación.
Simón suspiró, pasando una mano por su cabello antes de señalarme con un leve movimiento de la cabeza.
—Sabes exactamente a qué me refiero. Esa actitud, esa forma de manejar las cosas… y esa ropa —añadió, haciendo un gesto con la mano para abarcar mi atuendo.
Miré hacia abajo, a mis pantalones cortos y mi camiseta ajustada que aún mostraba rastros de sudor por mi entrenamiento con Flora. Admito que no era lo más formal para una reunión, pero tampoco era para tanto.
—¿Qué tiene de malo mi ropa? —respondí, dando un paso hacia él con aire de desafío.
—Esto no es un gimnasio, Adeline. Estamos en una reunión importante, no puedes presentarte así —dijo, cruzándose de brazos como si estuviera regañándome.
Me acerqué más a él, inclinándome ligeramente para susurrarle al oído con una sonrisa burlona.
—¿Sabes qué creo? —dije, dejando que mi voz tomara un tono juguetón—. Creo que así estos hombres cierran el trato más rápido. ¿No te parece?
Simón parpadeó, claramente sorprendido por mi comentario, y retrocedió ligeramente.
—Adeline, esto no es un juego —gruñó, su tono severo mientras me miraba con un intento de reprimenda.
—Relájate, jefe. O no, espera, verdad yo soy la Jefa. La próxima vez vengo en bragas, a ver si logramos cerrar el trato en menos de cinco minutos —añadí con una risa, disfrutando de la mezcla de incredulidad y exasperación en su rostro.
—¡Adeline! —exclamó, alzando la voz por primera vez en toda la conversación.
Aprovechando su momento de desconcierto, me giré rápidamente y corrí hacia la puerta, dejando atrás su figura inmóvil.
—¡Nos vemos en la próxima reunión, Simón! —grité por encima del hombro, conteniendo una risa mientras escuchaba sus pasos detrás de mí, aunque no intentó detenerme.
Cuando crucé el umbral, me detuve un momento para recobrar el aliento. Una cosa era provocarlo por diversión, y otra era quedarme demasiado tiempo en la línea de fuego. Simón podía ser un hombre paciente, pero no era tonto, y yo no podía abusar demasiado de su tolerancia.
Mientras caminaba por el pasillo hacia la salida, no pude evitar sonreír. A pesar de todo, había algo en nuestras interacciones que siempre lograba aliviar un poco el peso que llevaba encima. Tal vez era la forma en que siempre trataba de mantenerme en línea, o quizá era simplemente porque, a su manera, realmente se preocupaba por mí.
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