Después de un accidente de auto, quedé en sillas de ruedas, mi novia habia fallecido. Pasé años en depresión, hasta que un día, cuando mi hermana Antonella y yo salimos a la plaza y la vía ella, una chica sentada en una de las banquetas que estaba junto a la estatua del general.
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PRÓLOGO
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...Tejiendo el amor con los dedos...
Podría comenzar esta historia dando algunas razones por la que escribo novelas románticas con emociones muy marcadas al maltrato, a los malos entendidos entre las parejas protagonistas que al final todo se soluciona. Sin embargo, sondeando en mi interior, llegué a la conclusión de quienes escribimos historias de la índole que sea, es porque hubo una circunstancia que nos marcó o leímos un libro que se quedó en nuestra memoria lectora.
Está historia, considero que es una historia de amor que tiene cierta calidez humana. Se desarrolla en Yara y Adrián. Ambos viven en contextos diferentes, desde su manera de vivir y subsistir.
Un día de estos, sentada tomando una taza de café, leyendo un poco sobre la parálisis temporal en las piernas luego de un accidente, sentí la inspiración de crear una historia donde uno de los personajes tuviera una condición de parálisis temporal, tuve muchas interrogantes, dudas que las iba aclarando mientras indagaba en el tema. Una de esas interrogantes, más que de diagnóstico clínico, era emocional o curiosidad, ¿Puede surgir un verdadero amor entre una persona con discapacidad y una persona que no tiene ninguna condición? Quiero creer que sí, quiero pensar que a pesar de vivir en un mundo lleno de carencias emocionales, demasiado egoísmo y con tanto egocentrismo, puede haber en algún lugar de este planeta, alguna pareja en estas condiciones o similares viviendo un gran amor.
Después de estas palabras llenas de sentimientos, quiero dedicar esta historia de amor a mi hermano Fernando, que día a día lucha con una enfermedad renal crónica o nefropatía crónica.
Agradecer de todo corazón a cada uno de ustedes mis apreciados lectores por darle una oportunidad a esta historia. Pidiéndole que cuando juzguéis mi novela no sean severos. Me disculpo de antemano si por ahí hay una u otra ortografía que corregir.
...Bendiciones ...
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YARA CORTÉZ
Sentada en una banqueta que está junto a la estatua de un general, tenía entre mis manos una bolsa plástica blanca. Esperaba a una chica para hacer entrega de una bufanda.
Me llamo Yara Cortéz, soy una mujer de 23 años, recien graduada en Diseño y Moda.
Tenía 15 minutos esperando, veía el movimiento de todo, los vehículos iban de un lado a otro, niños andando en bicicleta, familias, parejas, todo giraba, todos se movían, y yo aquí estática, esperando, como toda mi vida, con miedo al movimiento, miedo a salir de mi zona conocida.
La rutina ha marcado mi vida, desde que recuerdo siempre he trabajado con la máquina de coser que mi madre usaba cuando estaba viva. Me dedico a elaborar bufandas, pañuelos y algún que otro vestido como parte de mi subsistencia.
Me gradué hace más de un mes, y no he encontrado empleo en alguna empresa reconocida, y no porque no me he movido, sino que no soy lo que buscan, no tengo un apellido que pesa, o no tengo experiencia.
— Tú eres la chica de las bufandas— se acercó una chica que acababa de bajarse de un Ferrari.
—Si soy yo. ¿Tú eres la chica que encargó está bufanda de color rojo?
— Obvio— Le extendí la bolsa y ella sacó el dinero y me lo entregó.
Ni siquiera la revisó. No entiendo como una chica que se baja de un Ferrari quiere comprar una bufanda que no es de marca.
Me quedé un poco más en la banqueta. Pocas veces podía contemplar el cielo.
Suspiré.
— Si tan solo mi madre estuviera viva— me lo dije para mí misma.
La alarma de mi celular sonó. La apagué.
Vivía así, programada para cada cosa. Me levanté y empecé a caminar.
Un mensaje de Marketplace entró.
Siempre publicaba mis servicios de costura por ahí. Empecé el chat con el posible cliente, quedé en entregar por la noche, Pero está vez en mi casa.
— Ya vine papá— En la sala estaba mi padre sentado con una señora un poco más joven.
— Siéntate— mi padre estaba muy serio.
Ya sabía lo que me iba a decir. Esa señora es su novia, era la cuarta mujer que llevaba a casa después de la muerte de mamá. Odiaba esto, pero en fin, mamá no estaba y él era libre de hacer lo que quisiera.
— Rápido papá, tengo que hacer una entrega por la noche y debo ponerme a trabajar.
— Ella es Amanda, mi esposa.
—¿Esposa? — le clavé la mirada a mi padre.
— Si. Soy la esposa de tu papá— Sonrió — necesito decirte algo, como sabes todo casado necesita su privacidad y tu ya estás adulta, hecha y derecha.
— Papá, ¿qué está tratando de decir está señora? Esta casa es de mi madre y, por lo tanto, es mía.
— Yara, está casa es mía y creo que es momento de independizarse, de salir del nido. Entiendes.
— No entiendo. Me estás corriendo de la casa de mi madre.
— No seas malcriada con tu papá.
— Tú cállate, que no eres nada mío.
— Respeta a mi esposa.
Dejé a mi padre hablando y me fui a cuarto, para mi sorpresa la máquina de coser no estaba y mis cosas estaban en una maleta. Salí enfurecida tirando la puerta del cuarto.
— ¿Dónde está la máquina de mi madre? ¿Quién se atrevió a tocar mis cosas?
— Fui yo— contestó Amanda— Yo saqué la máquina y preparé tus cosas.
— ¿Por qué me haces esto padre? ¿Eres un estúpido o que? Lo que quiere está lagarta es quitarte lo poco que tienes.
— Hija, entiéndeme, estoy enamorado.
— Me importa poco lo que sientas por esta aprovechada, yo solo quiero la máquina de coser de mi mamá— lloré, estaba enojada y decepcionada. Era un recuerdo de mi mamá, me dediqué a la costura por ella, estudié diseño y moda por mi madre, quería hacer realidad su sueño.
Regresé al cuarto. Amanda trás mi.
— Empezamos con el pie izquierdo. Solo quiero que te mudes por favor, quiero disfrutar mi matrimonio con tu padre, él merece ser feliz. Eres una hija egoísta.
— Sal de mi cuarto, o verás de lo que soy capaz. Tengo dientes y uñas— le mostré mis uñas.
— Vete de esta casa, ya, o verás mis dientes y uñas también— tomó la maleta y la tiró a la calle.
— Saca todo lo que quieras, pero de aquí yo no salgo. Esta es mi casa, intrusa.
—Hagamos un trato chiquilla malcriada, si te digo dónde está tu máquina, te vas de la casa sin renegar.
— Si— Quería sobre todas las cosas recuperar la máquina de mi mamá.
— La máquina la tiene doña Paula, ve y dile que te la dé. Que yo te envío. Ahora sal de esta casa.
— Todo esto lo vas a pagar, todo regresa, recuerda mis palabras— Salí de la casa, mi padre ni me miraba.
Recogí la maleta de la calle. Era algo temprano aún, fui donde doña Paula, Pero ella ya había vendido la máquina, dado que la nueva esposa de mi papá, se la había regalado.
Regresé de nuevo a la banqueta que estaba junto a la estatua del general. Abrí el chat del Messenger y le escribí a la persona que le iba a entregar en la noche.
Me perdí en mis pensamientos. Miraba un punto fijo en el cielo. Mis lágrimas rodaban. Mientras elevaba una oración a Dios y a mi madre, un hombre tomó mi maleta y salió corriendo con ella. Quedé inmovilizada.
Era lo último que me faltaba, que hasta los calzones me robaran. ¿Por qué me sucede esto? ¿Fue embrujado mi papá?
Recibí una llamada de un número que no tenía registrado.
— Hola, Soy un admirador tuyo, ¿te gustaría que nos conociéramos?
— ¿Tú quien eres? ¿Te conozco?
— Me gustaría que nos conociéramos. Podemos chat un rato.
—No. Gracias. No tengo tiempo para estas bromas— le colgué la llamada.
Este día es de bromas. Mi padre se casó y no me lo dijo, la nueva señora de él, me regala mi máquina de coser y me tira la maleta a la calle, un ladrón me la roba y ahora un desconocido quiere conocerme. ¿Cómo es posible esto? Y para colmo, solo traigo el dinero que acabo de ganar con la bufanda que vendí.
Hice un par de llamadas a algunas conocidas para ver si podía quedarme en su casa está noche. María, una ex compañera de la universidad, aceptó.